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Del libro inédito Sagrado fuego, de Ulises Varsovia

miércoles 24 de febrero de 2021
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Rapsoda

Fugaz rapsoda de la madrugada,
en el entresueño de mis vigías
tu voz una voz de otro mundo,
tu cítara un sueño de metales
arrancándose inéditos sonidos,
tus pasos los pasos del rocío
deslizándose por entre los rosales.

Cántame en el sueño, rapsoda,
toca con tu voz mi maderamen
a que despliegue sus velas mi barca,
y cruce ingrávida entre las aguas,
cruce el aire, cruce las praderas.

En tu música mi ser pasmado,
mi vida envuelta en los aromas
de narcóticas flores exhalando
su aliento virgen sobre mi sueño.

Adormece mis vigías, rapsoda,
adormece mis nocturnos centinelas,
y aproxima tu voz a mis labios,
aproxima tu dulce rocío
a mi sed de amor en la madrugada.

 

Indefinible

Llegue de súbito, como la noche,
y apodérese de mi corazón
penetrando la cáscara de niebla
con sus gráciles dedos maternales.

Nada diga, toda ella iluminada
de locuaz persuasión y labios rotos,
por el mismo sendero que sus pasos
cuando adiós en el crucial entrecruce.

Llegue, y rómpanse en cien mil pedazos
los testimonios, las fotografías,
el amuleto de piedra testimonial,
el eco de la voz de mis mayores.

De súbito a mí, como la noche,
penetrante desde sus raíces,
toda llena de espadas y desnudez,
ella la de mil rostros, la indefinible.

 

Hora

¿Qué hora será, qué hora
de las horas prisioneras
en la prisión del reloj?

¿Qué hora de las veinticuatro,
qué hora de las doce rotas,
de las doce del meridiano
multiplicado por dos?

¿Las cuatro, las cinco y cuarto,
las nueve menos cuarenta,
las once y media en sazón,
o las veintiuna pasadas,
a lentos pasos hacia las diez?

¿Dónde me encuentro, extraviado
en algún lugar del tiempo,
y al mismo tiempo atemporal,
dónde habito la prisión de ser,
gobernado por las estrellas,
y sin noción ni evidencia
de mi matemática prisión?

¿Qué hora será, ahora, errante
por el día sin asidero,
refractario a la sombra y a la luz?

 

Convicción

Que no pase ningún día, poeta,
sin que tus dedos prodigiosos
arranquen sus preciados frutos
al árbol de la poesía,

que se levante por la mañana
tu espíritu ya borroneado
por la caligrafía del sueño,

que se acerque al papel tu mano,
y deje conducir sus trazos
por una fuerza invisible,
innombrable, inefable, inaudita,

que no turbe ni perturbe el ruido
de la multitud presurosa
tu convicción de monje rapsoda,
tu itinerario por las letras,
tu prurito de piedra oracular.

 

Instrumentario

Penetra en ti profundamente
con tu instrumentario indescriptible,
y arráncate de lo insondable
aquello que tu ser despierto
no abarca, no alcanza a inteligir.

Súmete en un enorme esfuerzo
de concentración de tu obediencia,
en lo que a tu voluntad no obedece,
en esa masa de confusos gases,
humo, niebla, vaho de ciénagas,
y escarba con tus sonámbulos
en su relicario acústico.

Esa voz, ese excelso fonema,
emerja solemne al plano luminal,
y clave sus mágicas notas
en la partitura de la luz,
y arda allí su hermosa música
como una antorcha de júbilo
en la inenarrable obscuridad.

 

Camuflajes

Ambivalente entre los climas
y las especies que pueblan la tierra,
¡nadie se acerque a nuestro rigor
de camuflajes y pistas falsas
en el apogeo de las máscaras,
cuando el que guardamos a gritos
asoma apenas su presencia
y queda oculto en el follaje!

Haz una señal, tú, incierto prófugo
de prisa por pueblos y por idiomas
con tu obscura carga semántica,
semejante sólo a ti mismo,
y extraviado en ti, sin embargo,
con tus clandestinos pasajeros.

Confuso en la identidad del agua,
¡dejadme cantar, hermanos poetas!,
¡dejadme cantar a que mis rasgos
enseñen su espéculo empañado,
y permanezca en las hebras del canto
mi sed de solitaria copa!

 

Sólo un minuto

¡Espera!, ¡un minuto aún en el tiempo!,
¡algunas horas, tres días de gracia!,
no mueras ahora que agosto avecina
su caudal de láminas incendiarias
cayendo desde el otoño a la muerte.

No mueras ahora que las castañas
emigran, lentas, desde la tierra,
y cuajan en su prisión de espinas
envueltas en su túnica bruñida.

No mueras antes que el agua evapore
su consistencia de lítico soplo,
y se derrame por las comarcas
engullendo ciudades y paisajes,
pueblos al margen, solitarios vates.

Espera un minuto, un día de gracia,
para que no quede trunco este árbol,
y puedan sus hojas resistir el tiempo
asidas a tu mano temblorosa.

Ulises Varsovia
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