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“Delectación morosa”, de Leopoldo Lugones: una interpretación

jueves 7 de abril de 2016
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Leopoldo Lugones
Lugones se propuso, como todos los modernistas, renovar las letras castellanas, y vaya si lo consiguió.

Glosar a Leopoldo Lugones es meterse a arar en campo fertilizado ya por Jorge Luis Borges,1 lo cual es decir que se trata de un empeño con escasas posibilidades de alcanzar originalidad y agudeza. Otrosí, la sola idea de nuestro mayor escritor analizando al segundo despierta en nosotros un sentimiento de pudor que, si bien resulta justificado, debe por otra parte vencerse y pasar adelante, aun a costa de incurrir en la redundancia y en la obviedad, en la simpleza o el disparate.

¿Por qué?

Pues, porque “…el lenguaje es un conjunto de imágenes, comportando, si bien se mira, una metáfora cada vocablo; de manera que, hallar imágenes nuevas y hermosas, expresándolas con claridad y concisión, es enriquecer el idioma, renovándolo a la vez (…). El idioma es un bien social, y hasta el elemento más sólido de las nacionalidades (…). El lugar común es malo, a causa de que acaba perdiendo toda su significación expresiva por exceso de uso, y la originalidad remedia este inconveniente, pensando conceptos nuevos que requieren expresiones nuevas”.2

En “Delectación morosa” me parece ver el anhelado equilibrio en la descripción alegórica y simbólica del asunto amoroso, ponderación difícil que por cierto no está presente en todo el ciclo.

Esta prescripción de Lugones respecto de la poesía, mutatis mutandis, nos parece válida para la prosa, de modo que resultaríamos indignos de los maestros que admiramos si no intentáramos siquiera seguirlos ya que no en la senda del genio, por lo menos en la búsqueda creativa y el desprejuicio.

Dicho lo cual, enuncio mi objetivo modesto: no el análisis de la obra de Lugones, ni de su poesía, ni tan siquiera de un libro o un capítulo de alguno de sus poemarios. Tan sólo la correcta inteligencia del soneto “Delectación morosa”, uno de los que en docena componen el capítulo “Los doce gozos”, de Los crepúsculos del jardín, de 1905. Por lo dicho, quedarán fuera de estas palabras la valoración integral del volumen y el resto de los sonetos, así como los conflictos suscitados por el pretendido plagio de “Los éxtasis de la montaña”, publicado un año antes por el escritor uruguayo Julio Herrera y Reissig, originados en una confusión del prologuista de este último, Rufino Blanco Fombona, en 1912. Mucho habría para decir en punto a influencias mutuas y ajenas, pero lo cierto es que la acusación de plagio quedó saldada en favor del cordobés por el simple cotejo de las fechas. Lugones ya había publicado en Nosotros, Iris y La Quincena, de Buenos Aires, y aun hecho registro fonográfico de “Los doce gozos”, a partir de 1897, según señalan Borges-Edelberg y Max Henríquez Ureña.3

Y ahora, a lo que hemos venido:

Delectación morosa

La tarde, con ligera pincelada
Que iluminó la paz de nuestro asilo,
Apuntó en su matriz crisoberilo
Una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;
Las hojas agravaban su sigilo,
Y una araña en la punta de su hilo,
Tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo
Cielo, a manera de chinesco biombo;
Tus rodillas exangües sobre el plinto
Manifestaban la delicia inerte,
Y a nuestros pies un río de jacinto
Corría sin rumor hacia la muerte.

Confieso que mi primer sorprendido y estimulante encuentro con la propuesta erótica de “Los doce gozos” fue a través de “Oceánida”, que convenía mucho a mi alboroto hormonal adolescente, y aunque adelanté que no haría juicios sobre los otros poemas, quiero manifestar mi desacuerdo con el dictamen de Borges en cuanto a que Los crepúsculos del jardín es “…acaso inaccesible al gusto de nuestro tiempo”, o que de él perduren sólo “…algunas composiciones: ‘Emoción aldeana’, cuyos versos irregulares prefiguran al Lunario sentimental; el soneto parnasiano ‘León cautivo’ y el sensible poema ‘El solterón’, cuyo atribulado protagonista, a diferencia de otros del libro, parece real”.4

Sin desmedro de la valía de los nombrados, yo reivindico en “Los doce gozos” la vigencia quizás un poco chusca de “Oceánida”, el reposado lirismo de “El éxtasis” (“La estrella que conoce por hermanas / Desde el cielo tus lágrimas tranquilas, / Brotó, evocando al son de las esquilas, / El rústico Belén de las aldeanas”), el esplendor de aromas de perfecta presencia en “Las manos entregadas”, la sabia dosificación y fluidez de “Holocausto” y, desde luego, “Delectación morosa”, porque en este me parece ver el anhelado equilibrio en la descripción alegórica y simbólica del asunto amoroso, ponderación difícil que por cierto no está presente en todo el ciclo.

La crítica que conozco ha sido muy recatada al abordar el significado del poema: Max Henríquez Ureña se limita a dejar constancia de que en esta colección Lugones “…acusa una nueva manera, sensual e insinuante”, pero lo reproduce, junto a “Holocausto”, tal vez incapaz de resistirse al hechizo cadencioso de ambas composiciones.

Más cerca en el tiempo —el ensayo de Borges-Edelberg es de 1955 y no lo menciona específicamente, y el de Henríquez Ureña data de 1954—, Jorge Torres Roggero anota:

Llevaría mucho tiempo entresijarse en ciertos simbolismos ocultos. Baste recordar la vasta carga de contextos lejanos de la araña. Diosa entre los griegos, se relaciona con la música y la armonía. Pero también es una tejedora, y el tejido se relaciona con el destino: hilos, nudos, misterios (…). Veamos: “rodillas exangües”, “delicia inerte”, o sea, “delectación morosa”, singular captación del instante de abandono, de estar fuera del mundo, que sucede al éxtasis, al deslumbramiento del misterio carnal de la Venus terrestre (…).

Pero Lugones, cuyo color simbólico es el violeta, relaciona siempre la culminación del amor con la muerte: eros/Tánatos.5

Es forzoso concordar con algunas de las ideas transcritas y disentir de otras. Posiblemente la araña no sea el símbolo al que haya que otorgarle primacía, sobre todo teniendo en cuenta que el autor escribió un libro dedicado a la luna. (Este argumento no es válido para los contemporáneos de Lugones, ya que el Lunario es un libro posterior). Pero es indudable que atraviesa el poema lo que los franceses llaman petite mort, expresión que abreva en una temprana observación de Galeno: la tristeza que soviene al orgasmo o, como se la denomina ahora, disforia poscoital.

“Los crepúsculos del jardín”, de Leopoldo LugonesEn las charlas de poetas o amantes de la poesía, siempre que se cita “Delectación morosa” a nadie se le escapa que el “río de jacinto” no es otra cosa que la descarga seminal, y entiendo correcto el parangón: el color de la flor de jacinto puede ser blanco, el fluir “sin rumor” sugiere lasitud y la sensación de muerte, como queda dicho, se corresponde con nuestra psicología. Con todo, siempre pensé que reducir la tensa sensualidad del poema a su remate significa aceptar un desequilibrio entre sus elementos constitutivos, y como la primera cuarteta se limita a describir tonalidades y matices de ambiente y estados de ánimo, la clave debe buscarse en la segunda cuarteta.

Me parece que la luna representa el miembro viril:

Surgió enorme la luna en la enramada;
Las hojas agravaban su sigilo,

Las hojas, en tanto vegetación, son asimiladas al vello pubiano, mientras que la mención del sigilo lleva a pensar en un proceso acompasado, una progresiva y lenta erección. A la objeción que adivino, esto es, el carácter femenino de la luna, ha de responderse que en muchos idiomas, entre ellos el alemán, la luna es macho (der mond), cosa que no pudo ignorar Lugones.

Prosigamos:

Y una araña en la punta de su hilo,
Tejía sobre el astro, hipnotizada.

Como necesaria correspondencia, la araña no sería sino la representación metafórica del monte de Venus y, por sinécdoque, de la mujer, la que asiste “hipnotizada” a estos prolegómenos del acto sexual. Pareciera que ahora sí se puede seguir una secuencia equilibrada de la narración, ya que la pareja se sumerge en un abismo, sin poder percibir —ver— otra cosa que la consumación de su amor:

Poblóse de murciélagos el combo
Cielo, a manera de chinesco biombo;

Y ahora, sí, la descripción, escrita con delectación morosa, del final de la cópula:

Tus rodillas exangües sobre el plinto
Manifestaban la delicia inerte,
Y a nuestros pies, un río de jacinto
Corría sin rumor hasta la muerte.

“Delectación morosa” es una poesía sensual, rica en imágenes y sensaciones. Si su planteo es amable, se desarrolla en cambio con eléctrica tensión y se resuelve de un modo, si se quiere, osado, pero consecuente con el ejercicio de su construcción, que no evita intimidad alguna, reservando para el clímax lo que hasta allí viene sólo sugerido con prodigioso manejo de los tropos de la retórica. Lo escribió un hombre que se propuso, como todos los modernistas, renovar las letras castellanas, y vaya si lo consiguió. Pero la búsqueda de músicas nuevas no sólo lo llevaron a revolucionar el metro, sino a la adquisición de un vocabulario ingente, y, para abrigarlo, a veces se valió de una sintaxis abrumadora y calisténica, sobre todo en su prosa. El señorío de la metáfora, a su tiempo, le exigió abundar en la analogía, las comparaciones y los símbolos. No sé si fue culterano y conceptista sin proponérselo, pero es seguro que dio en el barroco, con los riesgos que conlleva este alarde de estilo.

Lugones amó mucho a este país y se equivocó como pocos en su entrega a esa pasión. No fue un poeta fácil, como no fue un escritor fácil, ni un hombre fácil. Cada vez que lo evocamos se nos presenta, ominoso, su destino trágico. Un destino que, tratándose de un patriota así sea equivocado, puede leerse como una terrible admonición de patria: ni la grandeza, ni la posesión cuasi ilimitada de aptitudes y recursos son garantía o salvaguarda contra el fantasma del fracaso.

Gustavo Rubén Giorgi
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Notas

  1. Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges y Betina Edelberg, Editorial Troquel, Buenos Aires, 1955.
  2. Lunario sentimental, Prólogo, Leopoldo Lugones, Editorial Arnoldo Moen y Hermano Editores, Buenos Aires, 1909.
  3. Breve historia del modernismo, Max Henríquez Ureña, Fondo de Cultura Económica, México, DF, 1954.
  4. Borges-Edelberg, Ib., cap. “Lugones, poeta”.
  5. “Sobre un soneto de Leopoldo Lugones y su interpretación en la Web”, blog Confusa Patria, Jorge Torres Roggero, 25 de febrero de 2015.
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