
La televisión venezolana durante mucho tiempo fue reconocida internacionalmente por la calidad de su producto más emblemático que fueron las telenovelas. Las hubo de todo tipo, desde la historia rosa de una cenicienta moderna, pasando por las adaptaciones literarias y las historias de época hasta, más recientemente, las que se manejaban en un ambiente más real y urbano, con temáticas y subtramas más cónsonas con la actualidad. Han sido muchos los nombres que han firmado esas historias, algunos más famosos o reconocidos que otros, pero sin duda hay un grupito, pequeño, reducido de consagrados, de esos que todo el país sabe quiénes son, que les llevan la historia, el ir y venir, que aparecen en los medios casi tanto como los artistas que dan vida a sus personajes, los llamados maestros. Bueno, entre esos maestros había uno al que soñaba con entrevistar, con hacerle una anagrafía, porque me parece un hombre interesantísimo y con un precioso manejo de la palabra; de hecho, también es poeta. La primera vez que lo vi y cruzamos unas frases fue allá por los años ochenta cuando ambos trabajábamos en Radio Caracas Televisión (RCTV), momento que, estoy absolutamente segura, él no recuerda; después estuvo en San Cristóbal en dos ediciones de la Feria del Libro del Ateneo del Táchira, y allí sí tuve oportunidad de conversar un poco y tomarle fotos. Y finalmente, en septiembre de 2022, en la Fiesta del Libro de Cúcuta, donde vino a conversar sobre su más reciente trabajo televisivo, Pálpito.
Sí, Leonardo Padrón es el personaje de esta entrevista. Estuvo en Cúcuta el lunes 5 de septiembre, el día que formalmente comenzó la feria. La receptividad del público para con él fue maravillosa. Pero lo más maravilloso a mi modo de ver es la sencillez de este hombre, lo normal y sin pose que se maneja. Estamos hablando de que para el momento de la entrevista su nombre había explotado a nivel mundial con la serie que escribió para Netflix, literalmente el único sitio del mundo donde ese trabajo no se había visto era en China, cosa que se dice con mucha facilidad pero que ha de ser muy fuerte de vivirse y sobre todo de no dejar que se suba a la cabeza. Y ahí estaba él, atento, amable, con una sonrisa para todo el que se acercó a saludarlo, con una enorme paciencia atendiendo a todos a pesar de que un joven con evidentes problemas mentales y afecto al régimen gobernante en Venezuela estuvo asediándolo de manera muy incómoda y casi logra sacarlo de sus casillas.
La entrevista la realizamos en el salón VIP de la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, lugar donde se realiza la Fiesta del Libro. Sus respuestas fueron breves y concisas; quizás influyó la cortedad del tiempo disponible. Pero resultó fluida y grata. Empezamos indagando sobre la desvinculación del trabajo y la vida personal, si es de los que puede lograrlo. “Bueno, yo suelo decir, parto de un axioma que es que yo de día escribo y de noche vivo… Entonces de alguna manera establezco como una línea divisoria entre la fragua con la página en blanco, la creación y la imaginación, y lo que es el ejercicio de la vida sin brújula por el puro placer de ejercer el privilegio de estar vivo”.
Para este hombre de sensibilidad profunda el no poder regresar a su país convierte al terruño en un dolor.
Este caraqueño que por razones políticas se ha visto obligado a vivir fuera de Venezuela sueña con volver a Caracas, a su ciudad que lo vio crecer como persona y como profesional. Donde están su biblioteca y sus recuerdos más lejanos y quizás entrañables. Como esa maravillosa infancia que vivió en la urbanización El Paraíso, al oeste de la ciudad, que también es una metáfora de la época y de la etapa de vida. “Literalmente vivía en El Paraíso y como todo humano que se respete fui expulsado del paraíso”. Para este hombre de sensibilidad profunda el no poder regresar a su país convierte al terruño en un dolor. Un ser indudablemente complejo que hace su mejor esfuerzo por no dejar que esa densidad e intensidad escorpiana lo absorba; esto se entiende al explicar su filosofía de vida: “Yo procuro ejercer la vida con liviandad, ligero de equipaje porque ella en sí pesa demasiado… Entonces, es absolutamente necesario depositar el equilibrio en la balanza”. Pero esa intensidad la canaliza o desborda en su poesía, la que sin duda se refleja en su trabajo dramatúrgico pues sus personajes suelen tener imágenes y frases plenas de poesía, como aquella inolvidable en Amores de fin de siglo donde el personaje de Ruddy Rodríguez, Lejana Sanmiguel, era precedido por su olor a duraznos.
Para Leonardo el arte no está en crisis. “No, yo no diría. Todo lo contrario, yo siento que… A ver, el arte y la poesía siempre parecieran estar en crisis, pero buscan los respiraderos para seguir construyéndose porque es inherente a la condición humana”. Actualmente se encuentra completamente inmerso en la producción de la segunda parte de la serie Pálpito, que escribe para la archifamosa plataforma de streaming Netflix —cosa que resultó un gran orgullo para los venezolanos seguidores de su trabajo, y los que no también, pues un talento nuestro está dando la hora y la talla en un medio tan difícil como ese, de paso demostrando por qué Venezuela era y es todavía un referente mundial en cómo contar historias televisadas. Padrón describió su serie básicamente como una historia de amor ambientada en el mundo del tráfico de órganos, pero es la historia de un corazón enamorado más allá de la muerte. Y el amor para él es: “Es el motor fundamental de la condición humana y yo he sido un militante febril de esa palabra con todos los abismos y toda la plenitud que entraña”. Quizás los amores más importantes en su vida son sus hijos, sus morochos —que viven en Madrid y vuelven a esa ciudad una grata anécdota en la vida del poeta cada vez que la visita—, su mujer, la excelente actriz y cantante Mariaca Semprún, su madre quien falleciera estando él en este exilio forzado y a quien no pudo acompañar en sus últimos momentos; por eso describe a su familia como larga, dispersa y lejana; allí, sin duda, ha de estar esa familia adquirida que son los amigos entrañables de siempre y para siempre.

Le hubiera encantado ser músico, pero como no tiene la más mínima condición para ello, escribe poesía, porque es una forma de música. Asume la poesía como una forma de religión en su vida, por ello no extraña su visión de Dios: “Yo diría, como lo dijo Borges, es un maravilloso ejercicio de ficción. Creo que básicamente el ser humano necesitaba responder al misterio más poderoso de todos y para eso la palabra Dios resuelve ese misterio”. Dice que los seres humanos somos una desmesurada complejidad. “Creo que somos una obra de arte en desarrollo”.
Me motiva la diversidad y complejidad de la condición humana. Me desmotiva la propia fragua de la vida.
Nos comenta que sus ratos libres terminan no siéndolo. “No, los ratos libres trato de lanzarme de forma vertiginosa en una larga fila de libros que me esperan por ser leídos”. Está convencido de que la musa inspiradora se fabrica. “Yo creo fervientemente en la máxima de Picasso, noventa y nueve por ciento de transpiración, uno por ciento de inspiración”. De sus planes en ese momento nos dijo: “A corto plazo involucrarme con toda la vehemencia posible en la producción ejecutiva de la segunda temporada de Pálpito, que acaba de comenzar las grabaciones en Bogotá. A mediano plazo me toca comenzar otro proyecto para Netflix, distinto a Pálpito, otra serie. Y a largo plazo… A largo plazo yo quisiera francamente volver al país”. Lo último, dicho en tono dubitativo-nostálgico. Siguiendo en el tema literario le inquirimos sobre qué lo motiva o no para escribir, y nos dijo: “Me motiva la diversidad y complejidad de la condición humana. Me desmotiva la propia fragua de la vida, donde tienes de alguna manera que estar tratando de construir la cotidianidad sin que ella te arrope”.
Nos despedimos de Leonardo Padrón, quien nos reafirma con su actitud lo que presentimos de él: un ser amigo, sensible, compañero, amoroso, intenso y entregado de manera ferviente y apasionada a todo lo que ama, le gusta y cree. Un hombre sencillo que ama la pasta —en todas sus variantes— y el whisky, y dependiendo de la cantidad ingerida es su capacidad de baile. Que le gusta el color azul, le encanta el olor de la lluvia y la pintura de Chagall. Le gusta toda la música, pero especialmente el rock sinfónico, por ello su vicio es asistir a todos los conciertos que puede. Y cuyo día domingo es como debe ser: “Tiene de todo: tiene serenidad, tiene sexo, streaming, siesta y muy buena comida”.
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