
Hablar de Gerardo Duque en el estado Táchira (Venezuela) es hablar de un muy conocido artista plástico y actor. Con Gerardo tenemos muchos años conociéndonos y es un apreciado amigo del arte. Esta entrevista la realizamos en 2014 en la Casa Steinvorth de la ciudad de San Cristóbal, donde se realizaba una exposición retrospectiva de su trabajo celebrando 35 años de trayectoria en la plástica.
Oriundo de la ciudad de La Grita, población al norte del estado Táchira, Gerardo ya tenía muchísimos años viviendo en San Cristóbal, la capital del estado, pero a pesar de ello no perdía su aire campirano ni el acento y las maneras de su pueblo natal. Pasados algunos años de esta conversación, Gerardo se separó de quien en ese entonces era su esposa y regresó a vivir a La Grita, donde aún se encuentra. De hecho, los proyectos que tenía en ese momento, que eran continuar dando clases en el Liceo para las Artes Estílita Orozco, una exposición fotográfica de personajes de San Cristóbal —Gerardo también es fotógrafo— y la obtención de un local donde tener su taller y exhibición de pintura, así como sus aparejos de teatro, cambiaron radicalmente. En primer lugar, su salud sufrió serios trastornos que por un momento lo mantuvieron al borde de la muerte, y tiempo después de haber superado plenamente ese percance vino la fractura de la pareja y fue cuando él regresó a La Grita y ella a Caracas.
Iniciamos esta entrevista preguntándole cómo relaciona vida y trabajo, a lo que nos respondió: “Mi trabajo es como una recreación y forma parte de mi vida. A los cincuenta años me hice licenciado en Arte y Desarrollo Cultural y por primera vez en mi vida comencé a tener un sueldo. Nunca antes tuve sueldo. Siempre era vendiendo obras y a veces duraba quince días… Una vez duré tres visitando clientes para vender un cuadro. Y los gastos amontonados, y yo parecía una vara de puyar locos. Delgado, criando muchachos, eso me tocó muy duro. Pero después me tocó otra época más suave, donde vendía obras. Que me iba ya mejor. Y nunca había pensado en eso de estudiar, de… Yo decía: no se necesita tener una carrera para hacer lo que yo hago. Pero no tenía esa visión de que uno pudiera tener un sueldo fijo y además pintar. Y de pronto tener una seguridad social. Si se enferma algún familiar, llevarlo a una clínica por el seguro. Bueno, una vez tuvimos seguro social por la Asociación Artistas del estado, la Avap, y nos ayudó mucho, pero después se dejó caer ese proyecto y ya después no teníamos ese privilegio. Yo fui constante, siempre confiaba en mí y a pesar de que mucha gente me decía: ‘Ay, no, ¿usted sigue pintando? Déjese ya de eso. Haga otra cosa. Eso es para mucho sacrificio. Se mueren de hambre los artistas’. Pero yo nací para ser pintor y disfruto mucho lo que hago. Y yo muchas veces he dicho que si llego a tener dinero, bien, pero si no, hago lo que me gusta y disfruto mi trabajo. Y eso me llena mucho. Entonces ahora estoy trabajando en el Liceo de las Artes, estoy transmitiendo conocimiento. A la vez tengo un sueldo fijo y eso me da una seguridad; en mis horas libres, los fines de semana, estoy pintando, haciendo mis encargos. Entonces, si yo antes duraba quince días para vender un cuadro sin pintar, ahora estoy dando clases, estoy ensayando, estoy practicando, estoy practicando lo mismo que yo hago. Boceteando, haciendo ejercicios, enseñando, y estoy investigando todo el tiempo, también para enseñar, y a la vez aprendo más cada día. Entonces de verdad que me siento bastante bien. Y eso también ayuda a que uno pueda reunir cuadros, porque uno tiene un sueldo pues y uno pinta, y lo que pinta no se preocupa si vendió o no vendió; sin embargo, me van saliendo encargos. Ahorita estoy haciendo un encargo, tengo otros encargos; a la vez, el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, con el Gabinete de la Cultura, nos da un aporte a los artistas mayores de treinta años que estemos inscritos, cada vez que exponemos, cada vez que actúo, entonces es una ayuda. No es todos los días, pero póngale una vez al mes que nos contraten… Sabroso, chévere. Antiguamente nos pedían una obra para exponer, ahora no nos piden la obra sino que, al contrario, nos dan el aporte. Acaba de salir un concurso de pintura juvenil de catorce a treinta y cinco años donde nos pidieron a los pintores que ya vamos más adelante una obra para el premio. Entonces los jóvenes van a recibir obras de artistas, y, siempre, cuando daban el premio se quedaban con la obra, ahora no, la obra se la regresan al artista”.
Gerardo ama profundamente a su familia, una familia de artistas donde todos hacen algo: actúan, declaman, dibujan, hacen tallas, cine; su mamá declamaba en la escuela y a su papá lo instó a pintar cuando ya tenía cincuenta y ocho años y llegó a ganar un premio nacional en la Salvador Valero de Trujillo. La describe como una familia maravillosa. Alegre, enérgica y dinámica. Son en total nueve hermanos, todos con inclinaciones artísticas, aunque no todos han desarrollado la vena y no están en el mundo de las artes, pero siempre en las reuniones familiares les sale a flote el artista que llevan dentro. De su infancia nos contó: “Mi infancia fue muy divertida. En la casa-cuna el mejor tiempo. De niño, en la casa-cuna hasta los siete años. Era un niño inquieto. Jugador de metras, jugador de trompo… Muchas veces cargaba la flecha… Una vez maté un pájaro y eso me dolió tanto que dije: ¡más nunca vuelvo a matar un pájaro! Entonces utilizábamos potes de refresco y les apuntábamos. Me gustó mucho eso de la puntería. Y de niño, en tercer grado, tengo una anécdota: la maestra de tercer grado dijo: ‘Dibujar y pintar es un recreo. Los que quieran salir a jugar lo hacen y los que quieran quedarse dibujando y pintando se pueden quedar’. Sonó el timbre, todos salieron, y el único que se quedó en el salón solito pintando fui yo. Quiere decir que me gustaba desde muy niño la pintura. Y, como era tan inquieto, tan tremendo, y los padres míos no entendían esa energía que yo tenía, llevé mucho palo. Me castigaban en la escuela y me castigaban en la casa. Y si yo llegaba y decía que me castigaron en la escuela me respondían: ‘Por algo sería, venga para acá para darle la otra’. Si yo me iba para un maratón, pedía permiso, no me lo daban. Si me iba sin permiso era una pela mamá y otra papá. Si me iba para el río, si pedía permiso no me lo daban, si me iba yo decía: la pela pasa y el culo queda. Entonces me daban otra pela. O sea, por todo me pelaban. Entonces yo llevé mucho palo desde pequeño. Para poder salir del trauma de los castigos fue con el taller de desarrollo humano, el Tadehu. Allí hicimos un trabajo del perdón, sí, con un sacerdote: Elvidio. Entonces lo hice y me ayudó muchísimo. ¡Me quitó cosas! Pesos terribles. O sea, me liberé. Entonces ahí nos pusieron a pensar los primeros quince años, los segundos quince. Cuando llegamos a los treinta. Y de verdad que… Me liberé de eso. Yo no podía hablar de mi infancia sin llorar, eso era fuerte, fuerte, fuerte. Huyéndole a los castigos me vine detrás de mi hermano el mayor, él estudiaba en la Católica y yo me vine a estudiar deporte. Estaba estudiando arte en La Grita, pero yo dije: no, quiero estudiar deporte, porque me gustaba el deporte. Pero no venía bien preparado de la infancia, de secundaria. Me chuleteaba (en Venezuela chuletearse quiere decir copiarse las respuestas del examen escritas previamente en alguna parte que no se notara, el zapato, el brazo, etc.) y todo eso. Me fue fuerte. Y estar solo aquí, estudiando. Los amigos todos vivían por allá lejos, o sea me fue incómodo. Y excelente en el deporte, eximido. Me gustaba la gimnasia, hacía acrobacias, yoga, todo, y hacíamos espectáculos de yoga mi hermano Jairo y yo. Pero no salí con nada. Tenía muchas novias también. Le dedicaba mucho tiempo a las muchachas. Y entonces era así, el galán del liceo y tal. Pues me rasparon. Después que me rasparon ninguna muchacha me quería parar porque era repitiente. A los repitientes no les paraban de a mucho. Después fue que me empaté con la negrita aquella que me enseñó a bailar. Y después empecé a trabajar, vendía zapatos. ¡Ah!, trabajé en Inter Muebles Mundial como limpieza. Después pasé a ser vendedor, me fue muy bien. Después hubo una reducción de personal y con lo que me liquidaron me compré un carro, una parte del carro y la otra pagándola. Después tuve problemas. Choqué el carro, quedé varado. Empecé a trabajar en Filtros Pasteur vendiendo, después calzado, trabajé mucho tiempo vendiendo calzado. Unas veces le pagaban a uno, otras no. Hasta que al fin entré a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas, del año 79 al 83, apoyado por un amigo llamado Benigno Alí Mora. Los dos nos apoyamos porque los dos estuvimos estudiando en La Grita y él estudiaba en la universidad electrónica, en el IUT. Y entramos a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y nos fue bien. En el año 82 cuando comenzaron los murales en el vigésimo aniversario de la Escuela de Artes Plásticas, siendo el director Miguel Ángel Sánchez, comenzamos a pintar murales en las avenidas. Y después comenzaron los maestros a contratarnos para hacer los murales en las escuelas. Y ya dije: ahora sí voy a vivir de la pintura. En el año 81 comencé a vivir de la pintura, ya no volví a hacer más nada en ventas. Yo vengo pintando desde que tenía trece, catorce años, pero de a poquito”.
Una vez me hicieron la pregunta: si yo me voy del planeta, cómo me describiría, cómo me recordarían, cómo le gustaría que le recordaran, es más o menos así, una persona alegre.
Gerardo Duque es un hombre sensible a quien las cosas afectan con una intensidad muy diferente que a los demás, y cuando la persona ha tenido una infancia-adolescencia a la vieja usanza, donde no había más razón que la del padre y el golpe, quizás esto ha hecho que su vida fuese tan complicada durante tanto tiempo. Aclaramos esto porque cuando le preguntamos cómo se describiría a sí mismo en un primer momento nos dijo que una persona positiva, con espíritu de trabajo, echada pa’lante, alegre, enérgica, muy positiva y llena de amor, pero en la medida que iba hablando se veía en sus ojos que estaba mirando una infinidad de cosas que lo hicieron quebrarse y que las lágrimas saltaran. Le preguntamos qué lo había tocado tanto y nos respondió visiblemente emocionado y afectado: “En el recorrido de mi vida… Puede ser. Una vez me hicieron la pregunta: si yo me voy del planeta, cómo me describiría, cómo me recordarían, cómo le gustaría que le recordaran, es más o menos así, una persona alegre, una buena persona… No sé… Debe ser que todo esto…”.
Retomando el ámbito profesional, Gerardo nos comentó que para él la vida intelectual nunca tiene fin porque siempre se aprende, cada día se aprende algo, se llena más, disfruta más y el aprender no tiene fin. Así como tampoco cree en eso de esperar que llegue la inspiración para entonces pintar. “La musa inspiradora para mí se fabrica. Porque si yo me siento a esperar que me llegue la musa… Muy difícil que me llegue. Me llega es a medida que yo agarro el ritmo. Yo estoy trabajando y sigo trabajando, trabajando, y ahí llega la musa, porque ese es el resultado de una secuencia de trabajo. Pero si yo llego a pintar cada tres meses… Esperando que me llegue la musa, ella no llega. Llega si de verdad trabaja, si siente pasión. Yo empiezo a pintar en la mañana y en la tarde no deseo parar, ¿por qué?, porque estoy trabajando, entonces me inspiro demasiado… Por eso, porque estoy disfrutando del trabajo. O sea que la musa hay que ganársela”. En este orden de ideas, la motivación y la desmotivación terminan siendo la misma: el tiempo. “Me motiva tener mi tiempo libre para pintar. O sea, yo estoy siempre en la búsqueda, ¡tal día puedo! Ajá, voy a pintar ese día… Otro día, ese día quiero pintar, ya tengo la motivación, porque siempre tengo encargos, pero a veces quiero pintar algo libre, mío. Entonces necesito es el tiempo, el tiempo libre para pintar, eso es una motivación. Me desmotiva tener cosas que hacer que no tienen que ver con el arte, con el teatro o con esto… ¡Ay no, no, cuándo saldré yo de ese compromiso para pintar! Eso es lo que me desmotiva, pero el resto, no me molesta que me vean pintar, que me hagan preguntas, no me molesta. Siempre estoy motivado. Lo que necesito es el tiempo libre para pintar”. En su opinión el arte no está en crisis, es todo de acuerdo a la óptica de cada uno, en lo particular, para unos sí está en crisis, es difícil; para él no, se sentía en su mejor momento dando clases, con un sueldo, con el apoyo del gobierno.

Gerardo Duque es un hombre férreamente arraigado a su familia, a esa familia tradicional y a esa esencia del andino venezolano oriundo del estado Táchira. Arraigo que ostenta con orgullo y pasión. Parte de ese amor familiar lo comprobamos cuando nos cuenta cuál ha sido su más grande dolor en la vida; de hecho, al hablar de ello se conmocionó fuertemente “La muerte de mi padre… Yo no me imaginaba que me iba a doler tanto porque compartí con él mucho. La pintura, lo motivaba a pintar, lo acompañaba, le ayudaba a montar las exposiciones. Pero cuando murió me dio un malestar. Me bajó la tensión, o sea me dio dengue, me dio neumonía y estuve a punto de morirme. Duré quince días que… Duré varios días hospitalizado y quince días de reposo y sin poder salir. O sea, si más me muero. Pero yo no me imaginaba eso, o sea, cosa involuntaria”. Es una persona que cada día intenta superarse más, tanto en lo intelectual como lo emocional. Es muy consciente de que el mundo emocional es sumamente influyente en los seres humanos, por lo que ha buscado la ayuda terapéutica que ha necesitado y desde esa base asevera que hay que estar pendiente de esa parte del ser y no descuidarla. Así lo explicó cuando indagamos su parecer sobre los seres humanos. “De los seres humanos, que cada quien es valioso. Todos tienen un valor interno pero los problemas de cada quien le afectan para expresar a veces lo maravillosos que son, y los sufrimientos deterioran a las personas. Es importante prepararse a través de una lectura, a través del conocimiento. Porque una persona aprende muchas cosas, estudia, lee, se llena de conocimiento, y eso le facilita muchos problemas. La persona cuando ignora mucho, ignora todo, como que no sabe cómo salir de ciertos problemas y cómo defenderse de la vida. Siempre uno aprende; yo aprendí, con todos los problemas que he vivido, aprendí que uno como ser humano no debe permitir que otra persona lo humille y le baje la autoestima. Ningún ser humano debe humillar a otro, los seres humanos somos iguales; entonces, si otra persona me humilla, yo sufro, entonces yo formo parte de esa humillación, estoy permitiendo ese sufrimiento, estoy permitiendo que me humillen. Entonces yo debo bloquear ese sufrimiento y ya no más. Pero eso me lo enseñaron a través de la sicología, que me ha ayudado. Nosotros, si nos duele la cabeza, buscamos un médico, si me duele el estómago voy allá, pero si tenemos problemas emocionales nunca visitamos un sicólogo porque no tenemos esa cultura. Tenemos que aprender que sí, sin estar locos podemos visitar al sicólogo. Podemos llegar a estar locos de remate si no asistimos a una terapia. Hay terapias familiares, hay sicólogos, hay sicólogos de familia, hay psiquiatras. A lo que se necesite debemos acudir. Las personas que tienen problemas nunca aceptan que tienen problemas, el que es alcohólico no acepta que es alcohólico. El que es neurótico no acepta que es neurótico. El que es comedor compulsivo no acepta que es comedor compulsivo. Entonces, aceptemos, mejoremos, oigamos, dejémonos orientar. Y busquemos ayuda, si no se busca ayuda ahí tenemos problemas, entonces le echamos la culpa a ‘esta perra vida’, ‘esta vida no se puede vivir’, que el gobierno, que el uno, que el otro, y vivimos quejándonos y estamos envueltos en un círculo vicioso de problemas, pero tenemos que ayudarnos o buscar ayuda”.
Nos despedimos de Gerardo Duque, artista plástico, actor, mago y emblema de la tachiranidad. Símbolo de una época y de una forma de ser, de vivir, de enfrentar el mundo. Nos despedimos con estas palabras suyas: “Mi filosofía de vida es que uno debe disfrutar de lo que hace. Disfrutar del trabajo. Tóquele lo que le toque vivir. Uno siempre dice ‘en esta lucha’, pero de verdad no es una lucha, eso es un disfrute. Aunque siempre decíamos —nosotros, los pintores— que lo más difícil para nosotros era la venta, porque pintar el cuadro es un placer, venderlo es un poquito más difícil; sin embargo, cuando uno es constante y sigue trabajando después la venta va saliendo solita. Ahora mi filosofía de vida consiste en transmitir el conocimiento, porque uno no se lleva nada en la vida. Uno cuando está joven está que de verdad le nace la pintura, siempre busca preguntarle a los maestros. Cada vez que se me acerca un joven, ¡pum!, le regalo tips, le regalo ejemplos, le paso datos, para que se le facilite más su trabajo, porque eso lo hicieron conmigo varios, así como muchos me daban la espalda. Lo esquivaban a uno… Otros no… Y nunca olvida uno a los que le dieron la espalda, siempre los tiene uno en su mente recordándolos, y recuerdo también a los que compartieron conmigo en el taller, los que expusieron. Nosotros vivíamos de jóvenes criticando a los que exponían, a los que exponían cada nada, los llamábamos ‘la misma rosca de siempre’, pero resulta que esa misma rosca de siempre es que son muy trabajadores, siempre tienen obras, siempre están en la jugada, entonces ¿qué aprendimos? Que tenemos que hacer nosotros lo posible, investigar, reunirnos, exponer. Y ahora ya muchos dicen: ‘No, la rosca de siempre: fulano, fulano y fulano’, y resulta que es porque trabajan, entonces le aconsejo a los jóvenes que se reúnan y hagan exposiciones”.
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