Quisiera comenzar recordando un verso de una canción de Pablo Milanés que todos conocemos: “Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló…”, dice el neotrovador cubano refiriéndose al hecho de que nuestro Libertador fue quien dio inicio al proceso de liberación del continente americano que culmina a finales del siglo XIX con la independencia de Cuba, de la cual Martí fue prócer y mártir.
Ahora me gustaría hacer una variación a este mismo verso y proponer lo siguiente: “Bello lanzó una estrella que junto a Martí brilló…” para significar esta vez que José Martí, siguiendo el ejemplo de Andrés Bello, se propuso realizar también un proceso de independencia estética y cultural en nuestra América.
José Martí, que padeció varios exilios, tuvo la oportunidad de testar en nuestras tierras parte de su pensamiento, aquí en Venezuela pudo beber directamente de la fuente de donde brotaban las ideas de Bello y Rodríguez.
Como bien lo ha expresado Pedro Henríquez Ureña: “El deseo de independencia intelectual (de Hispanoamérica) se hace explícito por primera vez en Alocución a la poesía de Andrés Bello…” (citado por José Antonio Portuondo en La emancipación literaria de Hispanoamérica, La Habana: Cuadernos Casa Nº 15, 1975), silva que como sabemos fue publicada en 1823.
Cincuenta y ocho años después, en 1881, Martí instalado en Caracas reflexiona sobre nuestro destino literario de la siguiente manera: “No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispanoamérica” (José Martí: Ensayos sobre arte y literatura, La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1979).
Bello surge literariamente en el momento en que Miranda, Bolívar y San Martín proponen la emancipación política de nuestras provincias, por lo que se dispone reivindicar las particularidades lingüísticas y las características culturales de los pueblos del Nuevo Mundo para darles cabida dentro del concierto de la cultura española y por ende de Europa; por su parte Martí en su conocido ensayo Nuestra América (1891) simplemente expresa: “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana”.
Junto a Bello, como precursor de nuestra independencia cultural, debemos poner el nombre de Simón Rodríguez, quien en su tratado Sociedades americanas (1842) exponía lo siguiente: “¿Dónde vamos a buscar modelos? La América Española es original; originales han de ser sus instituciones y su Gobierno, y originales los medios para fundar uno y otro. O inventamos o erramos…” (citado por Alexis Márquez Rodríguez: “Hispanoamérica en el nuevo orden mundial” en Literatura y política en América Latina. Caracas: Ediciones La Casa de Bello, 1995).
José Martí, que padeció varios exilios, tuvo la oportunidad de testar en nuestras tierras parte de su pensamiento, aquí en Venezuela pudo beber directamente de la fuente de donde brotaban las ideas de Bello y Rodríguez, aquí entre nosotros dejó parte de su inquietud intelectual en diversos escritos publicados en La Revista Venezolana y La Opinión Nacional, medios periodísticos existentes en nuestro país a finales del siglo XIX.
La cuestión es que Martí, como sus precursores, participa activamente en el debate acerca de los “modelos” que los hispanoamericanos debían seguir a fin de cortar el cordón umbilical que nos ataba a los viejos modelos de la cultura ibérica; pero mientras algunos vacilaban entre Francia y Norteamérica como referentes para la creación de un nuevo espacio cultural: “Fue el cubano José Martí, sin duda alguna, el primero que construyó línea a línea una teoría consecuente y coherente de la personalidad hispanoamericana capaz de afirmarse por sí misma, ajena a modelos exteriores, antes de la hora de las profesiones de fe latinoamericanas del criollismo-modernismo” (Noël Salomón: “José Martí y la toma de conciencia latinoamericana” en Lectura crítica de la literatura americana, Vol. II, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1997).
José Martí es el puente que enlaza la tradición intelectual y crítica que comienza en Bello y se extiende hasta autores como Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y nuestro Mariano Picón Salas (sólo para nombrar tres de los más conocidos), eminentes polígrafos del siglo XX para los cuales “pensar y escribir fue una forma del bien social, y la belleza una manera de educación para el pueblo” (Alfonso Reyes: La última Tule y otros ensayos, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1991).
Aun cuando la exigencia de Martí fue la de crear un esquema de pensamiento autóctono, éste no tenía que ser por eso ensimismado, ni excluyente de otras culturas.
Perfilar el rostro de lo verdaderamente hispanoamericano a través de la cultura ha sido uno de los aportes que los escritos de Martí nos han dejado a la hora de mirarnos en el espejo de nuestras palabras. De allí la importancia de la crítica como acicate de nuestra conciencia intelectual y que Martí practicara con donaire e inteligencia: “A mí, por supuesto, me gusta más alabar que censurar, no porque no censure también yo, que hallo en mi indignación contra lo injusto y lo feo mi mayor fuerza, sino porque creo que la censura más eficaz es la general, donde se censura el defecto en sí y no en la persona que lo comete” (Martí: Op. Cit.). Mientras que en un discurso dedicado a la memoria del poeta José María Heredia nos dice: “Mejor sirve a la patria quien dice la verdad y le educa el gusto que el que exagera el mérito de sus hombres famosos” (Ídem.). Perspicacia y moderación: he allí la fórmula para practicar el ejercicio del criterio que ha de revelar la bondad de nuestros valores.
Sin embargo, hay que acotar que aun cuando la exigencia de Martí fue la de crear un esquema de pensamiento autóctono, éste no tenía que ser por eso ensimismado, ni excluyente de otras culturas. En un artículo de 1882 reflexiona lo siguiente: “Vivimos, los que hablamos lengua castellana, llenos todos de Horacio y Virgilio, y parece que las fronteras de nuestro espíritu son las de nuestro lenguaje. ¿Por qué han de ser fruta casi vedada las literaturas extranjeras, tan sobradas hoy de ese ambiente natural, fuerza sincera y espíritu actual que falta en la moderna literatura española?” (Martí: Op. Cit.).
Cecilio Acosta, Julián del Casal, Francisco Sellén, Pérez Bonalde, Ramón Meza, José Joaquín Palma, entre sus coetáneos; pero también Flaubert, Oscar Wilde, Pushkin, Walt Whitman, Emerson, Mark Twain, entre los foráneos: todo despierta el interés del lector voraz y el crítico acucioso.
“Amar: he allí la crítica”, esta es la gran lección de José Martí.
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