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Simpatía, de Rodrigo Blanco Calderón

domingo 6 de junio de 2021
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“Simpatía”, de Rodrigo Blanco Calderón
Simpatía, de Rodrigo Blanco Calderón (Alfaguara, 2021). Disponible en Amazon

Simpatía
Rodrigo Blanco Calderón
Novela
Alfaguara
Barcelona (España), 2021
ISBN: 9788420439372
272 páginas

La edición en formato digital que llega a mis manos gracias a uno de mis mecenas bibliográficos en esta era de libros electrónicos es la de Alfaguara, editorial del grupo Penguin Random House, Barcelona (España), y la fecha de esta primera edición corresponde al mes de mayo de 2021.

Son 272 páginas desparramadas en unos 45 capítulos de intenso trabajo de creación verbal que reafirma y ratifica al narrador novelista como un escritor que con esta novela reclama para sí el poco frecuente estatus de escritor maduro con todas sus letras en mayúsculas. Las palabras de sincero agradecimiento a Gustavo Guerrero, Jorge Manzanilla, Pilar Reyes, Pilar Álvarez y Carolina Reoyo, quienes leyeron el manuscrito de esta novela con el ojo crítico que brinda la auténtica y genuina amistad literaria.

Lo primero que debo consignar aquí en esta breve reseña es el elocuente cognomento toponímico de uno de los principales actantes narratarios de la novela de Blanco Calderón, Ulises Kan, esposo de Paulina, quien a su vez hace el papel de Martín Ayala. No es para nada casual que el apellido de Ulises tenga una filial relación etimológica con la antigua escuela filosófica cínica, pues sabido es que la expresión kaenicos alude en la traducción primera y primaria al significado de cínicos. De donde se deriva que el topónimo perruno del personaje Ulises hace honor a los arrebiates verbales de suyo cínicos que exhiben los diálogos de los personajes de Simpatía.

Debo consignar en estas líneas la grata satisfacción de constatar el diálogo intertextual que sostiene el autor de esta novela con la escritora Elizabeth von Arnim, autora de la desopilante novela perruna Todos los perros de mi vida. Tampoco es casual la inserción, obviamente adrede, del paratexto del poeta Vicente Gerbasi que reza textualmente: “Te sigue un perro grande, el perro fiel y lento de nuestra lejanía”.

Es en esas discretas conexiones micromacrocósmicas que el autor de Simpatía es capaz de establecer en su firme hilo discursivo las que persuaden de no dejar la lectura.

El Ulises de Blanco Calderón navega en Internet buscando información sobre albergues de perros. Ello me revive la elocuente anécdota del novelista colombiano Fernando Vallejo cuando, en ocasión de recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por su novela El desbarrancadero, donó el monto del premio a la Sociedad Protectora de Animales de Caracas. En mi opinión dice mucho la coincidencia parangonable entre el gesto del Cioran colombiano nacido en Medellín y la ética perruna del personaje Martín Ayala, que hasta un cementerio de perros tenía en su jardín.

Es digno del mejor encomio leer en esta novela de Rodrigo Blanco la presencia de “esa enorme masa verde como un gigante dormido” que es el sello iconográfico de su ciudad natal, el majestuoso Ávila que separa la brumosa neblina del radiante y luminoso mar. El parque Los Chorros y su icónica cascada y sus pequeñas quebradas y minifuentes de agua. Apenas una página y media de esas memorables referencias a la urbe caraqueña el lector encuentra una súbita referencia a la película Perfume de mujer. Es en esas discretas conexiones micromacrocósmicas que el autor de Simpatía es capaz de establecer en su firme hilo discursivo las que persuaden de no dejar la lectura una vez que el lector ha activado su bitácora de navegación en ese sui generis mar narrativo que resulta su convincente novela.

Michael, Sonny y Fredo, dos canes pastores alemanes los dos primeros y un can callejero, dibujan una tierna estampa de libérrimo juego matutino en un parque cercano a la Cota Mil junto con su amoroso amo Martín Ayala. Blanco Calderón es dueño de una prosa cuasi cinematográfica al describir la escena de los perros correteando a campo traviesa por el terreno descampado próximo a la zona de guerra o de paz en que la revolución ha convertido la pavorosa Cota Mil en tiempos de socialismo revolucionario. El lector agradece al narrador esas chispeantes imágenes tropológicas como esta: “Ya el mes amenazaba con culminar como una granada madura”. Sin tan siquiera un ápice de dudas, el estro narrativo de Blanco Calderón se sumerge hondo con fascinación en las procelosas aguas de lo real metamorfoseándolo y trastocándolo sin por ello hacer concesiones estéticas al anacrónico credo sartreano de la literatura compromisaria del engagement. Personajes que entran en Twitter y salen de grupos de WhatsApp dan testimonios de que el autor de esta novela es un convencido del viejo proverbio árabe que dice: “Los hombres se parecen cada vez más a su tiempo que a sus padres”. Puestos a decir, digamos también algo que en mi modesta opinión carece no sólo de veritatividad sino también de verosimilitud. Me resulta harto incongruente que el personaje Martín, siendo quien es en el texto novelesco, ¿un militar retirado?, posea una biblioteca con “una sala de techos altos, cuyas paredes estaban cubiertas con estanterías repletas de libros. Y entre una estantería y otra y en el espacio que mediaba entre el tramo final de éstas y el techo”. No obstante, incluso en medio de estas poco fiables paradojas el discurso novelesco conserva su brillo y encomiable credibilidad relatorial.

Una casa para perros de la calle en la urbanización El Paraíso que atendía perros “roídos por el cáncer y la sarna”.

Cuando muere el personaje encarnado en el general Martín Ayala Ayala, víctima de un enfisema pulmonar en la Caracas socialista, se congregan deudos y parientes en el Cementerio del Este y se lee en mensajes luctuosos de pésame cosas como estas: “Al general M. Ayala Ayala. Pilar del Ejército venezolano. Academia Militar de la Aviación Bolivariana, Edo. Aragua”. “A la memoria de nuestro ilustre compañero. Sociedad Bolivariana de Caracas”. “Siempre en nuestros corazones”.

La novela debe su nombre a la Fundación Simpatía por el Perro que había creado el general Martín Ayala tres años antes de su fallecimiento con el fin de rescatar y proteger perros abandonados en situación callejera, y gozaba de un muy buen prestigio gracias a una red logística de redes sociales de Twitter, Facebook e Instagram que se encargaban de gestionar y canalizar ayuda, protección y resguardo a los perros de la calle en una sociedad donde los canes famélicos y sarnosos se disputan los basureros con los garbage pail kids.

Una casa para perros de la calle en la urbanización El Paraíso que atendía perros “roídos por el cáncer y la sarna”. O la elefanta Rosenda que moría de mengua en el Zoológico de Caricuao. O los perros que eran sacrificados por los mendigos y recogelatas víctimas de la droga y el alcohol que encendían hogueras en las márgenes del río Guaire en las cuales crepitaban las magras carnes de los perros abandonados por sus antiguos dueños que se sumaban a la interminable migración huyendo del holocausto bolivariano.

Con esta nueva novela el escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón se reafirma como una de las voces más promisorias de la actual narrativa iberoamericana y consolida su ya sólido nombre de narrador indiscutible en el prolífico panorama de la novela del siglo XXI.

Rafael Rattia
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