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La cuna vacía, de Esther Domínguez Soto

sábado 10 de junio de 2023
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El crimen es la piedra lanzada en una quieta laguna, y la tarea del detective consiste en estudiar las ondas de la superficie del agua a fin de hallar la inquietadora piedra.
Agustí Bartra
Es que, aunque no me guste decirlo, yo también tengo poder deductivo.
Chelo Expósito

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La aparición de dos jóvenes, una muerta y otra en estado de coma en el cementerio de un pueblo, da pie a que se desarrolle todo un tejido de enigmas con el que lidiarán los guardias civiles durante varios días en una localidad de la España norteña, durante los cuales será posible desenredar el ovillo a donde algunos hilos falsos condujeron al núcleo del evento en el que se centra esta novela de Esther Domínguez Soto, un thriller que mantiene al lector pegado a sus páginas por la densa construcción de los hechos y por la calidad interpretativa de los personajes, quienes como buenos españoles usan el gracejo en el idioma como herramienta para sostenerse en medio de todas las intrigas que en la obra acontecen.

La cuna vacía es una novela negra. Y lo es porque conserva las características de una pieza literaria en la que se observan los rasgos de este género de difícil elaboración.

“La cuna vacía”, de Esther Domínguez Soto
La cuna vacía, de Esther Domínguez Soto (Caligrama, 2021). Disponible en Amazon

La cuna vacía
Esther Domínguez Soto
Novela
Caligrama Editorial
Sevilla (España), 2021
ISBN: 978-8419178121
318 páginas

Si bien está rodeada de eventos secundarios que revelan el juego “distractivo” para alcanzar el clímax en el hecho medular de la obra, es preciso señalar que la novela también ahonda en la psicología de los actantes, puesto que revela sus biografías: sus fortalezas y debilidades, sus perfiles como sujetos sociales y familiares, lo que la enriquece mucho más.

Todo evento protagónico está rodeado de salpicaduras accionales. Es elemental, como usa Conan Doyle en boca de Sherlock Holmes, el personaje que lo hizo famoso. La novela negra, las denominadas “narraciones enigmáticas, de misterio o de deducción”, irrumpe sorpresivamente en el ojo lector y provoca en él todas las conjeturas posibles. Desde el mismo título de la obra se puede comenzar a deducir lo que páginas más adelante será una verdad: el título revela el posible corpus de toda la historia. En el título está el secreto, el misterio, el enigma que habrá de ser luego la imagen de una verdad, la realidad de un tejido desenredado, convertido en una suerte de apología que tendrá en los personajes como descubridores de algunas “peripecias sangrientas”.

 

Una novela en la que el mundo moderno, el de hoy, no ha logrado desprenderse de los signos del pasado.

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Juan Nuño, citado por su hija Ana en el libro Nuño x Nuño, aforismos y pensamientos polémicos, publicado por Bid & Co. Editor en Caracas, en 2012, afirma: “Una leyenda de piel dura en torno a Sherlock es su astuta capacidad de deducción para resolver un crimen, por peliagudo que se presentase. La verdad es que el método seguido en todos sus casos no puede resultar más inductivo de lo que era (…). Holmes rendía culto a los hechos, y sin éstos no podía siquiera intentar atacar la resolución de un nuevo enigma: ‘Es un error capital teorizar adelantándose a los hechos…’”.

Y así, entre Holmes y la deducción, se da la resolución de este caso en el que unos muñecos dejados en un convento parecen encarnar un mensaje, pero los hechos, los datos, lo general para llegar a lo particular, han servido para entregarnos una novela en la que el mundo moderno, el de hoy, no ha logrado desprenderse de los signos del pasado, cuyos crímenes siguen casi el mismo ritmo sin que la inducción sea puesta a un lado.

 

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A medida que avanza la trama nos damos cuenta de que las pistas que se nos han venido proporcionando son parte del juego de abalorios a que suele prestarse la novela negra. Más allá de los narcos, del putiferio (prostíbulos que se movían entre España y Portugal), de la trata de blancas, de cualquier manifestación que tenga que ver con desórdenes públicos, el punto central, el nervio de la novela está en la investigación, búsqueda y captura de quien, con el móvil de una venganza, deja los muñecos como firma de sus acciones.

Con el buen hacer narrativo que la caracteriza —la autora es colaboradora de Letralia desde 2018—, Domínguez Soto dibuja de forma paralela una oscura historia de complicidades e injusticias cometidas en el pasado de los personajes. Una joven es víctima, sin saberlo, de un complot que marcará su vida, y en el que intervienen como símbolos del horror representantes de las instituciones que se supone velan por el bienestar de los ciudadanos. Años después, la lectura de un documento crucial le permitirá conocer la verdad, lo que desencadenará los hechos de La cuna vacía.

 

Domínguez Soto echa mano de un lenguaje diáfano, eficaz y en algunos momentos no exento de humor y de fina ironía.

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La estructura de la novela es zigzagueante. No es lineal. Se vale de los saltos que habrán de provocar en el lector un viaje por cada uno de los espacios y tiempos en los que se suscitan los acontecimientos. Entre reflexiones, ratos de buen humor y traslados de un lugar a otro para establecer posibles vínculos se desarrolla esta interesante historia.

Es notable el empleo que se hace de los diálogos para suministrar al lector los datos con los que reconstruirá en su cabeza la compleja historia que encierra esta obra. Domínguez Soto echa mano de un lenguaje diáfano, eficaz y en algunos momentos no exento de humor y de fina ironía —hablar, por ejemplo, del licor de café que se hace en un convento y calificarlo de “divino”—, pero también de un elaborado mecanismo de dosificación de la información.

De los actantes se puede afirmar que llevan la marca de los personajes típicos de las novelas negras, deductivos, a veces arrogantes, familiares, mencionados en la misma obra y destacados en estos tiempos de imágenes visuales en las series de televisión.

Se trata de una novela bien construida, densa, imaginativa, que conduce al lector a continuarla hasta descubrir un final que resume todo el desarrollo de la pieza literaria.

Alberto Hernández

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