De no ser por la mediocridad, la necedad, la mentira y la ignorancia existente en este momento que vivimos, la figura del insultador en nuestra patria bien podría sentar oficio de esos que le llaman sinecura. Sin embargo, la oferta que se ofrece no va más allá del acordarse de las malas artes de la madre del insultado, o de llevar los cuernos con consentimiento, o del sinsorgo gilipollas. Claro que, para ejercer de insultador que se precie, no es este buen momento. En todo caso, y tirando por alto, del acusica (que tiene el vicio de acusar). Nadie podrá negar que “vicio” (hábito de hacer mal algo o de hacer una cosa perjudicial o que se considera reprobable desde el punto de vista moral) no deja de ser una degeneración. Ya advertíamos al principio: mediocridad e ignorancia tienen tan poco recorrido como la mentira. Mejor dicho, pueden tener todo recorrido que necesiten; ahora, el camino de vuelta se ha borrado. Sin olvidarnos de lo esencial del oficio: habría que saber algo. Al igual que se buscan “las cien frases de Fulanito” (ahora se ha descubierto a Miguel de Cervantes), para llegar al insulto “decente” habría que exigir un mínimo. Ahí va una nimia muestra para quienes se vayan soltando en el asunto, y ya, con algo de entrenamiento, dedicación, tiempo y esfuerzo se vayan familiarizando con las primeras letras del “insultador”, que se le ocurrió a Forges, que sería un aprendiz de don Francisco de Quevedo y Villegas. Eso sí, aprendiz doctorado, “Cun lauden”, si echamos una mirada al panorama insultador nacional: putiliendre, jilipollescente, enmerdecedor, inflescrotos, chamullorreador, jilimuermo, consejero delegado, plasteante tertuliano, poliputo, programador de TV, eurorrea (aquejado/a de…) bocasobaco, estultante, concejal de urbanismo, logicoicida, banquero, cabronoide, encargado putonescente, tontalgia (aquejado/a de…), vicario neoyorquino, tontolglande adviser gorronáceo, sombrerero de la reina de Inglaterra, vicerrector novelista, urbano, pota’voz parlamentario, cineasta hispano…
En fin, que en esto estamos en las primeras letras. Eso sí, en tontainas dispuestos a repetir aquello que interese: ahí ya somos especialistas. Y lo que supera a algunos sinónimos que apunto, a saber: alteza, antonomasia, dignidad, eminencia, excelencia, excelsitud, sublimidad…, es el de repetidores, creyentes, convencidos y reputados prosélitos. No hay mejor cosa que tener distraído al oyente. Va a ser que lo del insultador, no tiene futuro como oficio el arte del insulto.
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