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Las verdades cuadradas, de Heberto José Borjas

domingo 6 de junio de 2021
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“Las verdades cuadradas”, de Heberto José Borjas
Las verdades cuadradas, de Heberto José Borjas (Escarabajo, 2020). Disponible en Amazon

Las verdades cuadradas
Heberto José Borjas
Novela
Escarabajo Editorial
Bogotá (Colombia), 2020
ISBN: 978-958-52674-6-6
384 páginas

1

Un extenso tejido narrativo envuelve al lector que llega a las páginas de esta novela. Sabrá que será testigo de la evolución de una familia. Sabrá que la voz que habla, que narra, es una mujer, descendiente de amores y traiciones que caben en una sociedad que ha sido movida por las circunstancias íntimas, cuya estructura dice mucho de lo que también es el país público que la habita o en el que son los fantasmas de un paisaje dibujado “con la vista despejada”.

Familia y país conforman una unidad histórica que se contrae en una tradición.

Las verdades cuadradas es el relato de una “conspiración” permanente. No se trata de una asonada política, sino del largo recuento de momentos en los que la pasión o el desgano avizoran lo que habrá de ser posteriormente una nueva familia, en el entendido de que esa familia es toda la sociedad, en este caso la venezolana desde el calor de un pueblo zuliano donde se instala una pareja proveniente de Colombia que le dará cuerpo a una comunidad cuya genealogía es descubierta por la voz femenina de quien cuenta, relata, describe y hasta analiza lo que acontece en ese mundo lejano que en sobresaltos de memoria es traído al presente por otras voces que son este actual, el que se mueve entre los avatares de la Venezuela tomada por asalto por Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Es decir, es una novela de tiempos, de idas y venidas. Una novela de la memoria que se recorre desde la intimidad familiar hasta el fragor público de un país convertido en una tragedia.

Las verdades cuadradas sostiene la historia de la familia Cuadrado, de manera que el título es también un juego de palabras en el que la mencionada familia deja ver sus lados oscuros.

Quien encara este libro sabrá también que lo hará en futuro, pese a que lo que está en las páginas es narrado en un tiempo ido y uno en corriente continua. Y será futuro porque los personajes del tiempo remoto se hacen presente en el pasado reciente y se hacen pasado en el presente que la narradora expone como metarrelato, como texto emparedado, alterno, interno, como alusión al hecho de que quien está relatando es de esta hora, mientras los personajes del pasado observan que ese futuro habrá de ser relatado por la descendencia.

Juego de tiempos, Las verdades cuadradas sostiene la historia de la familia Cuadrado, de manera que el título es también un juego de palabras en el que la mencionada familia deja ver sus lados oscuros: miserias; y sus lados donde se agregan bondades a través de la boca de la mujer; Joaquina, que se ha dedicado a contar esas “verdades”, como si se tratara de un testamento dirigido a los primos/familiares que serán después parte de ese legado.

Nuestro autor, prevalido de esa voz, hace que el lector se traslade de un tiempo a otro con mucha facilidad. Los textos entre paréntesis, suerte de transgresiones para dar a entender que el presente sigue vivo, son una muestra de la tentación natural del ser humano de hacerle el juego al pasado con algunos cimientos del presente: establecer un hilo conductor entre la Venezuela del Zumaque I, aquella Venezuela que acaba de comenzar a explotar el petróleo, y la Venezuela de este hoy cuando el llamado oro negro ha dejado de ser una época, nos dice mucho del deseo de Heberto José Borjas de conectarnos con la historia. Personajes de la vida política, económica y social forman parte de este corpus: es una manera de hacer novela: la novela revela, vela el tiempo y lo multiplica. No deja de velar el país que ha sido construido por familias que han venido de otros lugares y los ha convertido en paisanos desde la ingrimitud de su condición de emigrantes. En este caso, colombianos.

Es una novela de la casa que se hace paisaje nacional. Es una novela voz y acción de quienes estaban conscientes de que había que construir un país desde el vientre hinchado de la mujer, en medio de infidelidades, pero también del rigor casero para tratar de preservar la consanguinidad, los apellidos y la misma vida.

Cuadrada es la realidad. Cuadrado el apellido. Los lados de esta figura establecen los distintos momentos en que se formula la continuidad de esa identidad doméstica y nacional.

 

2

La tradición de la novela cuyo tema es el de la familia, podría tener eco en las primeras aventuras literarias narrativas venezolanas. Ese eco, ese ya casi olvidado legado, podría igualmente ser base que continúa vigente en el inconsciente colectivo. Toda novela tiene un sedimento íntimo, consanguíneo. Desde las más aceradas, desde las más violentas hasta las cercanas al arrobo y discursos florales, la novela es un pozo de recuerdos, de entradas y salidas de una casa. En este caso, Borjas nos trae de la mano para correr parejo con la familia Cuadrado y sucesos que contribuyen con la construcción de un imaginario más amplio: son dos escenas, son dos países en uno solo: el país de la casa, el país de la calle. El país detrás de las ventanas y el que se somete al rigor del clima de la política, aquel que logra mover hacia distintos ámbitos a quienes habitan la casa: la emigración, la diáspora en las distintas dictaduras que ha vivido Venezuela, y esta última que calza el talón del siglo XXI, en la que un retorno a situaciones superadas convierte a los venezolanos en parias o en deletreadores de sus propias desmesuras o tragedias.

Esa tradición podría tener lugar en aquella lejana novela de Fermín Toro (1809-1861), Los mártires, en la que la rica familia Richardson vive calamidades hasta llegar a la ruina. Es el recuento de un amor entre Emma y Eduardo donde la pasión se emparenta con la que leemos en la novela de Borjas. Los ancestros siempre aparecen.

Esta es una lectura plural, polifónica por la presencia irruptiva de voces que hacen que el relato se llene de ecos reflejos.

Esa tradición, para seguir un poco el camino, lo encontramos en La casa de los Ábila, de José Rafael Pocaterra, donde nuestro autor cuenta la vida de la familia como un paseo por la vida del país de esos días. Y por ese mismo sendero viajaron Teresa de la Parra (“una obra en la que buscaba en la memoria del pasado, en la nostalgia por la infancia, la realidad del presente”, según palabras de Vittoria Giordano); Antonia Palacios, quien remueve la vida infantil de una niña en medio de precariedades: la pobreza, la falta familiar, el lado femenino de un país; o Alfredo Armas Alfonzo, sólo para señalar algunos ejemplos de la larga lista que le da cuerpo a esta tradición, que política y sociológicamente le dio origen a esta de la novela familiar y sus avatares.

Acerca de Armas Alfonzo, en el prólogo de la edición de El osario de Dios, editada por la Fundación AAA y el Conac (Caracas, 1996), Julio Miranda usa las expresiones “savias biográficas, mitos individuales, recurrente constelación familiar”. Es decir, el crítico recorre la obra del también autor de Angelaciones para decirnos que la escritura de AAA es un recuento local, regional, de su herencia casera, familiar, en la que los apellidos y nombres de su historia personal crean y recrean el imaginario de un país.

Este breve recuento nos acerca a Joaquina, quien fabrica desde su memoria y sentimientos el periplo de la familia Cuadrado. Sus secretos y sus acciones públicas. La llegada de Colombia de sus antepasados y el retorno de ella a la nación vecina empujada por la terrible situación político/económica provocada por la dictadura del siglo XXI venezolano.

Esta es una lectura plural, polifónica por la presencia irruptiva de voces que hacen que el relato se llene de ecos reflejos, como referentes fantasmales de este día a día inconexo, parapléjico, represivo, esquizofrénico, como algunos de los personajes que se mueven —en asomos convulsivos— en la obra de Borjas.

Esta es una lectura para vernos en nuestros personales espejos. Una novela redonda desde la referencia geométrica de un apellido.

 

3

Una posible línea de lectura de esta historia familiar en estos párrafos:

Desde que tengo memoria, familia, nuestro hogar siempre ha sido El caserón, a secas, nuestro cuartel de celebraciones y tormentos… (p. 5).


Ya es hora, decía él, de que otro miembro de la familia se interesara en los asuntos políticos de la patria, sobre los que tanto discutía su grupo de conjurados sin gloria… (p. 9).


Empecé chavista, como Hernán. Marché por las calles de Sierra Maestra para celebrar la victoria del MVR… (p. 169).


Esta es la versión de mi presente, familia. Así como he tolerado las verdades cuadradas, que otros han esgrimido, ustedes deberán reconocer que mi narración de nuestra saga tiene el propósito de provocar la reflexión que nos lleve a asumir el peso de la memoria como tengo el privilegio de hacerlo ahora, con la vista despejada y la espalda erguida, de cara al viento (p. 236).

Alberto Hernández

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