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Cuentos masticables de todos los sabores, de Juan Jesús Amo Ochoa

martes 14 de septiembre de 2021
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Juan Jesús Amo Ochoa
La literatura de Juan Jesús Amo Ochoa en Cuentos masticables de todos los sabores es un recurso de tanta eficiencia que desarrolla en el lector una categoría: ser un lector de sensaciones.
“Cuentos masticables de todos los sabores —para adultos de todas las edades—”, de Juan Jesús Amo Ochoa
Cuentos masticables de todos los sabores —para adultos de todas las edades—, de Juan Jesús Amo Ochoa (2021). Disponible en Amazon

Cuentos masticables de todos los sabores
—para adultos de todas las edades—

Juan Jesús Amo Ochoa
Cuentos
España, 2021
ISBN: 9798505976838
166 páginas

1

En complicidad con un eco, preciso de los contextos para entrar como niño en estos cuentos y salir como viejo, como adulto mayor en la última página. Y no queda resquicio: el autor se las juega todas para jugar con el lector (como debe ser) para que los rasgos secretos, el hilo conductor de la edad, conlleve a sabernos masticados por unos cuentos de diversos sabores, aunque éstos en realidad sean sensaciones que van más allá de la boca: he aquí que Juan Jesús Amo Ochoa, como buen psicólogo y docente, provee de todas las sensaciones que se concentran en sabores que habrán de llevar al curioso a que se interne en estos relatos en muchos espacios o intemperies (paisajes podría decirse) donde el niño, cualquier niño que lleve nombre o apellido o sea parte de una calle, comienza a crecer desde el instante en que se abre el libro, desde una primera página que podría adivinarnos (la primera persona del plural le añade más densidad al imaginario) y expresarnos que hemos sido parte de un largo viaje por la edad, porque el título del libro así lo expresa: “…para adultos de todas las edades”. Es decir, no evade al niño que aparece en varios de los textos que aquí reseñamos, sino que hemos leído para felicidad de quien mañana será lector o protagonista de estas hojas volantes de Amo Ochoa.

¿Cómo se mastica un cuento?

Habrá que seguir imaginando, porque de eso se trata: de inventarse una suerte de gastronomía legendaria, más allá de cualquier mesa puesta, cena o almuerzo donde los comensales, los que no se advierten en estas hojas, son los mismos comensales de letras que de niños pasan a ser adultos masticadores, emergentes sujetos de mitos, de personajes de lejanas tierras, de misteriosos simulacros.

Se impone decir que se trata de dos maneras de abordar o leer este libro: el primero tiene que ver con el título, como ya antes se apuntó, con el añadido de los intertítulos provocadores, buscadores de líos semánticos o simplemente deslizamientos de tierra para que el lector disfrute imaginando los sabores que habrá de encontrar en cada uno de los episodios donde los personajes actúan a sus anchas.

Y la otra cosa apunta hacia el contenido de cada historia. ¿Cómo concebir, desde esta perspectiva, que estamos ante un “cuentario” en el que nuestro autor se explaya, juega, se solaza en introspecciones, que se imagina (lo imagina) una vez el lector termina de pasearse por cada uno de los momentos escritos con ese título y con esos contenidos que —seguramente— recrearán otras lecturas, muchísimas lecturas de quienes osen entrar (de un libro nunca se sale) y esperar que la masticación termine con otros impulsos intratextuales que Juan Jesús Amo Ochoa guarda en sus bolsillos.

 

2

Este ambiente lúdico, libre, intensamente revelador, inclina al lector a someterse a la prueba de no andarse por las ramas con respecto al título del volumen: cuentos dulces, agrios y fríos, claramente amargos, algunos ácidos, otros al licor de Navidad (¿ebrios, tentadores?), y hasta tapas especiales que habrán de acompañar los sabores tanto de los bebibles como de los comestibles seleccionados. Otros salados, al vino o de gastronomía exótica. Todo un compendio para hacer de este libro una gran odisea narrativa.

 

El adulto ya no es el mismo. Cuentos masticables de todos los sabores lo ha transformado: como sujeto de ficción y luego —lector avisado— como sujeto de realidad.

3

¿Cómo es la escritura de este libro?

Alguien se sienta, abre el libro o enciende la computadora para comenzar el viaje. El lector, al ver el índice, empieza a sentir los sabores en toda la lengua, en toda la boca y en los ojos. Aún no ha iniciado la lectura de los cuentos. Pero ya come. Porque así se lo dice el título. Engulle codificaciones, un viaje hacia la ficción. Traga —sin aún abrir los labios— la complicidad que habrá de tener con el autor. Se sabe atrapado. Y aún no ha empezado a ser parte del libro. Es sólo un atisbo. Un momento sensual. Los sabores son milagros de un sentido. O de los tantos sentidos que podrían imaginarse. Se saborea con los ojos, con los oídos, con las manos, con el olfato. Con el alma. Somos sentidos en la medida en que nos provocan serlo. Y en esto Amo Ochoa es un experto: su literatura es un recurso de tanta eficiencia que desarrolla en el lector una categoría: ser un lector de sensaciones, para comenzar. Luego vendrán otros contextos, otros referentes, los que tienen que ver con los personajes.

La escritura de este libro es, entonces, una manera de liarse con el lector invitado en una lucha por los significados, por las maneras de abordar el perfil de cada actante frente a sí mismo: son tantos los ambientes, los topos, que el que se integra a la lectura se desintegra. Y, al parecer, podría ser la idea del autor: conocer la personalidad del lector desde los personajes que él ha creado o lo han creado en el instante en que los imagina.

Podría ocurrir también que nada de lo que aquí se diga tenga nada que ver con los cuentos, porque los cuentos no tienen nada que ver con los lectores. Son entidades separadas hasta que “alguien” los une, los encuentra, los rejunta. O los separa. En tal sentido, si es que hay algún sentido —ambas posiciones podrían ser válidas—, el lector se convierte en autor desde la perspectiva del autor convertido en el lector del lector. La complicidad.

Son tantos los relieves temáticos. Tantos los personajes niños, todos en uno solo o al revés, como los paisajes, tiempos o culturas deslizadas en estas páginas comestibles, digeribles, digestivas como cognitivas, intelectivas, provocativas, lúdicas.

 

4

El viaje por los textos. Podría (siempre el condicional porque las lecturas son diversas) tratarse de un periplo temático, contextualizado, informal, simbólico o estilísticamente conectado con las sensaciones devenidas en imágenes: el niño que vive en Cuenca, por decir de la ciudad del autor, y termina adulto en Zaska o Colors, Nevada, o atrapado en el tejido narrativo en un cuento antiguo, alguno de Las mil y una noches. O entre unos muertos. O en las profecías de San Tizzippo, traducido en ficción, no es el mismo que en medio de estas tramas cena o almuerza con la familia, va a la escuela o juega en un parque. El adulto ya no es el mismo. El libro lo ha transformado: como sujeto de ficción y luego —lector avisado— como sujeto de realidad.

Desde este juego, desde estos sabores, el lector tendrá la oportunidad, con el libro en sus manos, de hacerse muchas preguntas. Ojalá nunca encuentre las respuestas.

Porque un libro de cuentos como este, que cabe en una novela, no necesita de respuestas. Necesita lecturas, buceos, encuentros.

Como toda obra literaria que llega al lector con fuerza y densa agudeza, esta es un excelente señuelo.

Alberto Hernández
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