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Fracturas del silencio, de Carmen Rojas Larrazábal

lunes 11 de octubre de 2021
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“Fracturas del silencio”, de Carmen Rojas Larrazábal
Fracturas del silencio, de Carmen Rojas Larrazábal (Casa Bukowski, 2021). Disponible en Amazon

Fracturas del silencio / Fractures of Silence
Carmen Rojas Larrazábal
Poesía
Casa Bukowski
Salem, Oregon (Estados Unidos), 2021
ISBN: 978-163901636-5
84 páginas

1

En el silencio, allá, donde sólo es posible la imaginación, también está el dolor, instante que se alarga desde la primera impresión del espíritu, en “…la visión más clara de la esperanza”. El poema, entonces, es el viaje, la travesía hacia algún “sonido que le salve”, o que nos salve, si es válido el paréntesis, si es válida la posibilidad de esa salvación.

En medio de esta ruta, T. S. Eliot emigra con la poeta a través del tiempo, esa trinidad que mueve los horarios y los almanaques: el pasado, el presente y el futuro en la circularidad de los relojes donde la muerte, la agonía o la ausencia se traducen en no estar presente en la agonía y partida del padre, en la retirada definitiva del legado físico, en la muerte de quien seguramente esperaba el rostro de la hija para llevarlo a la eterna instancia.

Un clamor desde el exilio. Una petición sonora que abriga el deseo de estar allí durante el momento más hondo de la sensibilidad. Y así, “no acudiré al destierro de su voz”, escrito varias veces en una sufrida reiteración, como la conjugación en la que la lejanía y el lugar de la muerte soportan la medida de lo silenciado, de lo guardado para siempre como una herida, como la fractura de un hueso existencial, el cuerpo todo sorbido por el dolor, el alma quebrada por el dolor.

“Papá moría”, dice en ese pasado denso, anudado a la garganta. El poema —esas dos palabras, ese verso inconcluso— es suficiente para no dejar de decir, de escribir, de estar más allá de la muerte familiar. La lejana muerte de quien sabe mirarla, de quien sabe que ella, la que habla en el poema, suscribe la abundancia de palabras, de sonidos que se alargan en cada verso, como si una línea recta calibrara el viaje del padre, como si cada verso pesara como un fardo. Esas dos palabras se aproximan al ahogo, no dejan de ser la parte nuclear del dolor que este libro contiene.

Por eso, “aquí lo único posible es recordarte”.

La otra mirada, la desequilibrada realidad fundada en el exilio, en la ausencia, en la que caben todos los quebrantos. La “realidad”, casi informe por la borradura de lo que significa ser humano más allá del dolor, pese a que el humano Ser es dolor puro, sentencia sonora que emerge del interior del cuerpo y se hace alma.

Y por eso, “…no alcanzo tu nombre”.

Ezra Pound recurre en auxilio. La voz cascada, la mirada del poeta, servirán de acicate para destronar el dolor, para hacerlo más llevadero, para entender que la ausencia también es una metáfora.

 

Carmen Rojas Larrazábal
Carmen Rojas Larrazábal escribe desde la redondez del tiempo.

2

El lector de este libro entra en “la oquedad de la angustia”, toda vez que cada verso le imprime al ánima ajena el pronóstico de lo que ha sido la muerte, la ausencia, la presencia en un daguerrotipo, en un retrato, en un recuerdo que podría establecer otro segmento celular de esta obra: todos los que lean este libro están sujetos a verse en el rostro del padre moribundo o en el retrato que ha quedado de él o de quien haya sido fijado en un papel como enigma. Y aunque el poema del que se habla no tenga nada que ver con aquel día de la angustia, de la mirada puesta en el círculo del reloj, se presume y se afirma un viaje a París, otro instante vital que reafirma la continuación de la vida, mientras el luto forma parte de un viejo naufragio y la memoria no deja de ser protagonista permanente.

De allí que la “necrosis de la noche” persista como una sombra que ilumina. Y “este día me ha invitado a morir bajo / un redoble de tambores”.

La poesía no deja de ser inesperada. Siempre lo será. Será parte de la carne que se olvida o se resguarda en la caja de la memoria, en la cuenca cardíaca, en la fuerza de la respiración.

Y mientras la muerte sigue asomando su rostro verbal o mineral, carnal u óseo, el poema que se imbrica con la naturaleza sencilla y tentadora de la hierba, sobre la cual morir es de cuerpo vivo, sin ningún deslizamiento hacia el miedo.

Habrá en el interior de los ojos cerrados “relámpagos y escombros”, por eso el poema existe, en ausencia de aquel que fue, que hoy es fractura lejana, silenciosa, quebradiza, terrena en la muerte asomada de quien habla en el verso, desde “mis cenizas”.

Carmen Rojas Larrazábal escribe desde la redondez del tiempo. Ese que aparece en forma de reloj, en forma de círculo concéntrico, en agujas que punzan el horario, el que dice de la muerte y de la eternidad, de la vida y sus avatares, del silencio roto.

Sólo podrá habitar / este silencio a oscuras / desde la herida.

Y así, leído su silencio, destacada la fractura que significa la ausencia, el no haber estado en el instante de esa ausencia provocada por el exilio, por la lejanía, el poema se hace presente, sustituye lo que ya fue. Y se hace prosa que habla, como una suerte de venganza contra la realidad, forjadora del arte de la escritura, incitadora del derrame espiritual sobre el papel o sobre la pantalla donde quedará como una marca el poema, el dolor, el silencio, la desmesura de algunos versos que pronostican el deseo de seguir respirando con quien se ha ido, con el que se ha quedado insertado en la memoria, en un retrato, en la única mirada que permanece viva en cada palabra.

¿Cómo romper el silencio, cómo deshacerse de su cuerpo, cómo dejar de ser ausencia?

La poesía es la única capaz de provocar la reencarnación de las voces. Aquellos que no están siguen en el poema, vivos, exultantes. Que nadie lo ponga en duda.

Este libro posibilita esa “realidad”. Este libro es el eterno instante del estar y del ser.

Alberto Hernández
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