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Meridianos, de Eva Sytina y Danny Antobelly

sábado 16 de octubre de 2021
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“Meridianos”, de Eva Sytina y Danny Antobelly
Meridianos, de Eva Sytina y Danny Antobelly (Círculo Rojo, 2021). Disponible en Amazon

Meridianos
Eva Sytina y Danny Antobelly
Poesía
Editorial Círculo Rojo
Almería (España), 2021
ISBN: 9788413982243
82 páginas

1

Palabras, voces, ecos que se cruzan. Poemas que al arbitrio de sus propios riesgos emergen como urgentes, como sometidos por un punto muerto en el que se dice del peligro del mundo. Una pandemia azota al orbe. Y dos fibras humanas, atadas por la división del globo, por los meridianos que conculcan los husos horarios, se rozan, se juntan, se duplican en un libro que comparten, como un amor que revela cada momento a la distancia o a la cercanía.

He aquí que Eva Sytina y Danny Antobelly, de distintos lugares, de geografías distantes, se agregan en sonidos, en poemas donde la sensibilidad más humana, la del amor, suscita un título: Meridianos, y dos libros en los que tanto ella como él se desnudan, dicen, cantan, se tropiezan con la inocencia y la ternura, y establecen un diálogo que termina, ya pasados mares y desiertos, en cinco poemas a dos manos que reúnen el sudor y las ganas de continuar diciendo.

Dos libros, uno de cada uno de ellos, y un epílogo a dúo, en una revelación que matrimonia las palabras y las hace poemas. El que ella firma, La vida sin restricciones, veinte textos donde no agota la plenitud de su afecto hacia quien será el receptor de sus versos, sin la piel de las metáforas, limpios, a veces rimados, sin la usura de la métrica que tantas veces conjura contra el que escribe. Y el que él escribe, Melancolía del puerto, veintiún cuerpos poéticos que podrían tomarse como una respuesta a los de ella, pero igual son un complemento donde cada uno pone de su espíritu lo que habrá de ser la llegada a dos manos.

Libro mellizo, univitelino, protegido por el útero del tema que los reúne. En él —son dos en uno para ser uno en dos al final—, Sytina y Antobelly son la conjugación de muchos verbos, razón por la cual cada poema es una unidad que se despliega hasta convertirse en el cuerpo vivo de sus tentaciones, deseos, ritmos y andanzas por las palabras.

Dos libros en uno para que en ellos/él, el lector pueda hacerse múltiple.

 

El amor, el deseo, el ímpetu juvenil y hasta el miedo son estamentos de libertad, en los que se forjan sus poemas.

2

En La vida sin restricciones, Eva Sytina comienza con un viaje, aunque todo escrito lo es. Todo poema inventa un mito, un periplo, del que se desprenden el baile por la vida, ese que “Exige mi cuerpo…”, para que no haya una “pérdida absurda”, y llegar a expresar que “Ayer sobreviví”, toda vez que toda vida precisa de la presencia de quien habla de su más anhelado pensamiento: “Necesito tu voz”.

Pero en estos poemas Eva Sytina no sólo recurre a esa necesidad íntima; también habla de lo oscuro. Dice: “¿Cuántas más muertes?”, de donde se desprende el verso: “Ver el pavor que sigues siendo hoy”. Ella, el acento que enfrenta al lector, está próxima al dolor de los demás, al de aquellos seres que también son el ser en el amado, el que recibe las voces de sus anhelos.

Expresar: “Solía correr por meridianos” da cuenta de la búsqueda por cada uno de los mundos donde el amor o el odio son parte de la existencia. El poema no teme a las restricciones. El amor, el deseo, el ímpetu juvenil y hasta el miedo son estamentos de libertad, en los que se forjan sus poemas. Y aunque “Estaba desarmada”, encontró en una ciudad espacio para respirar; Madrid lo fue. Y allí fue capaz de trazar estas líneas: “Soy víctima de tu hechizo, / papel maché con falsa sonrisa”, donde vivió —en el sujeto amado o en la geografía habitada— muchas vidas en una sola.

Al encuentro con el compañero de viaje, con quien anuda sus palabras para hacerlas un solo libro, Eva Sytina traza, dibuja con limpia densidad los contenidos anteriores y procura la presencia de quien ahora habla en las próximas líneas. Meridiana es su voz, compartido su verbo, sus distintos instantes, como tesoros que siempre están a la vista de los curiosos, de los aventurados lectores.

 

3

Los poemas de Antobelly tientan la metáfora, redondean el mundo, lo crean y lo recrean. En medio del silencio que podría estar presente en todo intento de poema, en estos dos se podrían resumir los diferentes “viajes” que hace por sus propias palabras: “Para que los pensamientos cabalguen / sobre las praderas de la soledad”, con los que inicia su aventura, y así “Para hacer de las sombras / un puente con mi instinto”.

¿Qué instinto podría ser sino la creación de un espacio donde la poesía sea su cómplice, con la intención de que “ella” sea también parte de esa complicidad?

Queda la pregunta. Quedan las respuestas ocultas.

No obstante, “Una mujer se desnuda, / y empieza la noche”, revelador instante en el que el poeta se somete a la creación del asombro. La desnudez de la mujer concita la presencia de la noche, de la sombra donde habrá de estar otro cuerpo.

Sigue el curso de sus poemas en “Uno nunca sabe / cuál es la raíz de la espina”. Filosofa, busca otro ámbito para expresarse, para diagnosticarse como pensador.

Y vuelve, insiste en Ella: “No finjas hoy ser otra”. ¿Reclamo, destreza para animarla a ser raíz sin espina?

No obstante, el diálogo sugiere:

Éramos dos, / la noche / un charco, / un perro despistado, / la jarra de cerveza.

Un encuentro en tiempo pasado.

“Pero se va el amor / y afuera llueve”, es posible que haya luz en ese encuentro. Tal ocurrencia propicia la figura de dos paisajes: el que solemos avisar como interior (todo paisaje es interior) y el que nos somete a ser cuerpo ante la naturaleza activa. Ausencia y presencia, las dos caras de quien sabe que en dupla se puede discernir. Se puede mirar hacia las nubes y consultar los poco convidados oráculos de las costumbres amatorias, aunque no extraña que la poesía sea siempre entrometida y permita imágenes tan sugerentes como esa.

 

Meridiana también la voz de Antobelly, quien con Eva Sytina une imaginarios, teclas y emociones para escribir a dúo.

4

Otra imagen que se descarga entre la lluvia de sonidos, tan sugerente como la anterior, destaca su sagaz travesura: “Vendrás / y terminará mi guerra / contra los adverbios”. ¿Los de lugar, los de tiempo? Tiempo y espacio se conjugan también y tantean la presencia de quien vendrá, de quien hará posible una tregua.

Antobelly encara la creación de versos, encara el doblez del cuerpo sobre el papel en blanco. Hace una crítica de la poesía desde el poema, una reconvención desde el mismo acto de escribir:

Es hora de romper los poemas, / tal vez echarles fuego / y encender el televisor, que miente / sin necesidad de metáforas.

Y entre el desenfado de la pantalla encendida, el descreimiento y la incertidumbre, deja una pregunta en el aire: “¿Cuál es la dirección exacta del vacío?”, como si algún punto cardinal fuese parte de su destino, de lo que no tiene límite en la caída.

Un génesis abre otra puerta:

Todo comenzó / en un destello de ternura / iluminando el horizonte. / (…) / y el océano era una boca / repleta de misterios.

Luz y sombra: luz y penumbra. La línea del espacio se aproxima al roce del espíritu.

Y sin aviso previo, una redonda metáfora que se queda sonando en el adentro del lector:

Colgar el cielo en el tendedero / y ocultarlo del amanecer.

La voz del poeta podría ser un cierre con esta otra osadía:

No puedo revelar la oscuridad / de un solo trazo…

Meridiana también la voz de Antobelly, quien con Eva Sytina une imaginarios, teclas y emociones para escribir a dúo.

 

5
A dos manos

Cinco son los poemas que han sido escritos codo a codo. Cinco como los cinco dedos de cada mano desde cuyas yemas se revelan con estos títulos: “Otoño”, “Lástima”, “Entre dos países”, “Niña dulzura” y “Una postcard”.

En ellos, la nostalgia, los recuerdos, los deseos, el amor, el alma elegida. Dos espacios poéticos: Mar del Plata y Moscú, geografías para escribir o para recrear la posibilidad de otros poemas, de otras aventuras verbales.

Con ellos, con esos cinco poemas, se completa el matrimonio poético que hemos venido leyendo. Una pareja de voces que ha hecho un libro donde los acentos se hacen uno y múltiple, como suele pasar con la poesía, en el meridiano de una búsqueda incesante.

Alberto Hernández
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