
El libro azul
Iris Mónica Vargas
Poesía
Snow Fountain Press
Miami (Estados Unidos), 2018
ISBN: 978-1726632201
108 páginas
El verso es un Proteo: tal como Proteo surge tan pronto como agua, tan pronto como fuego, tan pronto como culebra, tan pronto como buey, pero sin identificarse en ningún momento con el agua, el fuego, la culebra o el buey, así también puede surgir el verso ora con determinado número de sílabas, ora libre, ora con ritmo regular, ora con ritmo alterado, a veces ceñido en su sintaxis, otras con sintaxis entrecortada… y ninguna de estas propiedades señala su esencia más propia.
Karl Vossler
Cada poema tiene que hablar de la totalidad del mundo.
Adam Zagajewski
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Desde el momento en que el lector entra en este poema, La última caricia, perteneciente al libro que lleva el mismo nombre, éste emerge como referente elusivo en El libro azul, el que ahora abre sus páginas para convocar a una lectura otra, pero que tiene rasgos en la anterior, por el ritmo, el tono y hasta por las diferencias, porque las diferencias también valen en poesía para juntar engañosas similitudes, consanguinidades, relaciones íntimas.
Un libro es reflejo de otro, aun cuando estén distanciados temáticamente. Aun cuando sean contrarios: la poesía, en todo caso, es un misterio, es todo un mundo y un instante en que el sonido no se oye y es capaz de deshacer los que a diario se usan para implantar representaciones cotidianas.
Los libros se enfrentan, se confrontan, se empalman: monedas de dos caras (Jano lubrica el horario) con perfiles que hacen del poema una multiplicación de impresiones. Es decir, ya es sabido, el poema es el continente de la poesía. El poema está allí, visible, la poesía es el asomo, lo que podría ser, la tendencia de sus varias tesituras. La poesía, ese todo que ilumina u oscurece, permite deshacerse del poema, porque la poesía es su contenido, también es sabido (Octavio Paz). Como artificio, el poema se ahoga en la poesía aunque ella es su dicción: la poesía es sin necesidad del poema. No sabemos dónde estuvo ni dónde estará. Sólo es. Por eso definirla ha quedado para el claustro decimonónico. Los poetas, los que andan por allí anidando imágenes, se sostienen sobre la magia de los sonidos que ella misma convoca.
En La última caricia, libro de 2013 que abre las puertas a este que comentaremos, el poema es el cuerpo del deseo: el amor descifra cada lugar donde se posan el tacto y la hondura de la memoria. En sus páginas, el corazón es una despedida, una cicatriz que se hace verso, verbo, sonido, también soledad y secretos: misterio. El corazón, como una insignia, rodeado de pálpitos por todas partes.
El ritmo se sostiene sobre el poema como transmigración, transgresión, desplazamientos, cinetismo, recinto de su propia representación.
La muerte, el lugar de la imposible hipótesis, y la incierta totalidad de la existencia, transitan en un cosmos que permite la llegada a El libro azul, publicado por Snow Fountain Press, en Miami, Estados Unidos, en el año 2018.
En su ensayo Cómo leer la poesía, la poeta venezolana Hanni Ossott destaca que “es tan difícil penetrar en un mundo poético particular que cuando esto sucede resulta un acontecimiento”. Cierto, toda poesía es eso, un evento triunfal porque se afirma ella. Un acontecimiento, una revelación. Una dificultad. Y así como la misma ensayista afirma que “la poesía llega a uno como llega el amor o la fiebre”, así llegan a manos de los lectores estos versos de El libro azul, de Iris Mónica Vargas.
Amor y fiebre: en este primer libro de la poeta Vargas se suscita un encuentro con el otro, con el que siempre ha de venir. Es la otra aventura lectora.
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El poema es en sí mismo, él. La única realidad, la única del poema, es la superficie blanca del papel. Él, el poema, es la ilusión, la representación de todas las dudas, el riesgo donde se deposita el yo propio o el ajeno, con la intención de multiplicar, proteicamente, el tiempo, el espacio y las impresiones anímicas de quien construye el mundo, el mundo verbal desde el texto.
Compuesto por las cuatro estaciones climáticas, lo que revela los distintos signos de esta escritura, los distintos giros de la tierra que lo habitan, el ritmo se sostiene sobre el poema como transmigración, transgresión, desplazamientos, cinetismo, recinto de su propia representación.
Iris Mónica Vargas escribió al final del volumen una confesión que merece tenerse en cuenta, porque complementa la biografía de estos poemas. Destaca que El libro azul “es un intento por convidar el miedo a transformarse en su opuesto, la palabra útil, tentándolo a caminar del lado del movimiento…”, y, en efecto, la extensión temática de este libro lo hace inabarcable porque no se trata de un libro, son varios atados por las ansias de sofocar el miedo y elevarlo a desnudez frente al mundo: la autora solicita de ese miedo que se haga a un lado para que la poesía sea la encargada de enfrentarlo y posibilitar la valentía de las imágenes, de las palabras como personajes siempre vivos, dispuestos a no ser sometidos por el silencio porque, como ha afirmado también, “estamos hechos de historia”.
Y esa historia se ve, se lee, se concentra en la percepción del lector. Quien se queda en el libro hace un largo viaje por tantos rituales, tiempos, actantes (las tres personas gramaticales protagonizan y re-crean el poema, y en caso de que ocurran tácitas, están allí sonsacando la voz de la autora), aforismos, iniciaciones y el misterio propio de la poesía.
No hay en este libro vocación de descanso: la palabra convertida en iluminación o sombra tiene la virtud de contener muchos significados: proteica, reproductiva, ovárica por aquello de ser receptora de las semillas de metáforas, surcos semióticos, pensamientos (como lo señala Miguel Casado de la poesía), insinuaciones, confesiones.
La estructura del libro convoca al lector a sentir los distintos climas de sus significados. Y aunque sólo sean intertítulos para consagrar la trascendencia del tiempo, las estaciones se muestran como lugares donde habita el poema como audacia. Por eso los tantos temas, las tantas vidas vaciadas en este libro donde la valentía de las palabras sacude el interminable circuito de su condición de género indefinible.
¿En su caso, el azul es reflejo del Darío que aún rebosa en la memoria? ¿O es un resumen de los colores para darle extensión al cielo de sus versos?
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¿Qué estrategia manejar para entrar en el poema? Creo que ninguna. Sólo saborear las palabras para saber lo que contienen, para saber de sus misterios y enigmas, de sus luces y sombras. La biografía de un poema transita por el hecho de que la poesía lo ha invadido, ha tomado posesión de todos sus límites.
En El libro azul ocurre que no es posible angular una tesis porque su cosmovisión nos delata como insuficientes. Somos lectores de un poema que nos borra, que nos conduce, como tentados por sus ecos, a ser parte inclusiva de riesgos que la poesía es capaz de provocar en quien se lanza a sus abismos. Iris Mónica Vargas nos ha traído a su casa para que la habitemos en medio de una coloración donde el pensamiento se aguza, donde no somos capaces de huir sino de estar como veladores de cada verso que se nos atraviesa en el camino.
¿En su caso, el azul es reflejo del Darío que aún rebosa en la memoria? ¿O es un resumen de los colores para darle extensión al cielo de sus versos?
Versos largos, versos cortos, respirables hasta el punto del ahogo. Otros, en esa prosa que se alimenta con aforismos, máximas y porciones del alma que se distribuye en todo el papel, esa extensión donde el poema es el libro y libre.
Citado por Rosa Navarro Durán, el poeta Gamoneda habla de “la caja del texto”, donde gobiernan las líneas del poema: tiene una frontera con el último instante de la página. La prosa diversifica su contenido. Proteica al fin, la poesía descalifica cualquier inventario sobre su presencia. Entonces, prosa y verso, andariegos, forman parte de este libro de la poeta puertorriqueña.
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El poeta tiene como único fin construir un mundo desespacializado y destemporalizado, en que todo se dé como totalidad consumada: la cosa, sin exterior, y el acontecimiento, sin antes ni después.
Jean Cohen
Espacio y tiempo: la medida de la realidad de los sentidos. Más allá de ellos, lo inaprehensible, lo que no se puede apresar, lo que no se puede definir. En El libro azul el poema es un recorrido que no admite —desde el ojo lector— espacio ni volumen. Sólo pensamiento. Y el tiempo, herramienta de uso para labrar las palabras. En todo caso, el espacio y tiempo del poema se concentran en él mismo. Es autónomo, no acepta corchetes ni paréntesis. El poema no tiene límites dentro de sus límites. Es sólo él. La poeta Iris Mónica Vargas lo ha dejado asentado en la práctica (el poema como tal) y en la teoría (el sustento del poema).
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Los astros se alinean para favorecer el acto de la memoria y la escritura. Como un referente, El libro azul (The Blue Book) de Ludwig Wittgenstein, escrito originalmente en inglés, donde el filósofo germano juega con el lenguaje, lo acerca a la creación, lo sublima o lo estudia objetivamente: no desestima el hecho de que la misma filosofía sea un acto de creación que, para gracia de este texto, se aproxima a una poética.
Podría parecer una digresión, la que podría validar lo expresado desde el inicio de esta reseña: el carácter proteico de la poesía de Iris Mónica Vargas.
Wittgenstein afirma sobre la palabra:
El signo toma su significado del sistema de signos del lenguaje al que pertenece.
En tal sentido, cabe señalar que la poesía es ese signo que forma parte del mundo de la imaginación sin obviar la realidad objetiva.
Si la poesía, como la filosofía, es “objeto de pensamiento”, con la diferencia de que la primera no involucra los sentimientos, anima decir que se aproximan por el uso compartido de los mismos signos.
Volvemos al enunciado de que el pensamiento consiste esencialmente en operar con signos.
La poesía es pensamiento, por tanto el pensamiento está formado de signos. La poesía, ese mundo de signos, califica como pensamiento. Y en la poesía de Vargas el pensamiento, la reflexión y la permanente búsqueda de significados están presentes, activos.
También el filósofo alemán se aproxima al tiempo al preguntarse sobre su significado, tema que en Vargas acontece con frecuencia.
“¿Qué es el tiempo?”, se pregunta y cita a san Agustín, quien también se hizo la misma pregunta. Y la definición no aparece, como no aparecerá la de poesía en cualquier espíritu que la indague. El carácter proteico que destaca en este libro contribuye a opacar más una posible definición.
Si la poesía, como la filosofía, es “objeto de pensamiento”, con la diferencia de que la primera no involucra los sentimientos, anima decir que se aproximan por el uso compartido de los mismos signos.
(***)
Algunos poemas que trazan el ámbito del lector:
El muerto mío
Siento más afinidad por los poetas / varios pies debajo de los míos, / “¿Por qué será?”, “¡Qué cosa extraña!”, / preguntan, comentan, y yo digo: / Porque es del muerto, escriba, el vivo / y aún tienen tantas historias que dictarle. / Tantas cosas me susurra el muerto mío, / de todo lo que su muerto no alcanzó a contarle.
El códice
¿Será posible existir en el poema / soñando en cada lumen de sus letras / el sueño que despierto ya no es?
Esta es la excusa
El interlocutor en este verso: / la que no existe sino a través de la que no, / tan sólo para poder tomarte de la mano.
#Theone
Es un poema simple / Comparte afinidades / que a veces uno encuentra / en el camino (…).
Poética
Seguirte. Seguir tu certidumbre / es criminal. El giro de tu brazo: / autoritario. Prefiero la imprudencia, / tozuda la inocencia de crear, / la tórrida intemperie / de no saber apenas nada (…).
Lo que todavía es misterio
Hay tanto dentro del silencio / como en la oscuridad del mar / hay tantas olas. Tantas pisadas / bajo la espesura de la grama: / está llena de voces y poses / que pesan invisibles.
6
El poema —informulable— se precipita en voz: “las voces de quienes no soy”, dice la autora.
La poesía es el duende, la fisgona, la que entra y sale sin permiso: “el cuerpo de la voz”, el eco.
El ángel se salpica de palabras. Y la musa es sólo un intento por encontrarse en algún recodo del silencio.
Por eso, “Somos lo que nunca ha sido: / Aquello que no lo es”.
Bibliografía citada
- Casado, Miguel. La poesía como pensamiento. La rama dorada. Huerga y Fierro Editores. Madrid y Murcia, España, 2003.
- Cohen, Jean (citado por Navarro Durán): El lenguaje de la poesía. Editorial Gredos. Madrid, España, 1982.
- Navarro Durán, Rosa: Cómo leer un poema. Ariel Practicum. Barcelona, España, 1998.
- Ossot, Hanni. Cómo leer la poesía. Comala. Caracas, Venezuela, 2002.
- Vossler, Karl (citado por Navarro Durán): Formas poéticas de los pueblos románicos. Editorial Losada. Buenos Aires, Argentina, 1960.
- Wittgenstein, Ludwig. El libro azul / The Blue Book. bid & co. editor. Caracas, Venezuela, 2012.
- Símil de bisagra, de Wilfredo Carrizales:
relatos que ensayan o ensayos que relatan - lunes 25 de septiembre de 2023 - Canto a la vida 4.0, de Gaspar Pugliese Villafañe - jueves 21 de septiembre de 2023
- Caroní, polvo de oro, de Marisol Marrero Higuera - lunes 18 de septiembre de 2023