
El mar a cinco cuadras
Arnoldo Rosas
Novela
Ilíada Ediciones
Berlín (Alemania), 2022
ISBN: 979-8837864612
96 páginas
La casa se viste,
¿has sentido crujir sus tafetanes?
respira entre consejos de contigüidad
Las habitaciones conversan unas con otras
develan cuentos y perfumes
tocan sus coyunturas
miden sus anatomías
un pulso las une.
Magaly Salazar Sanabria
1
La muerte, el paso de los vivos por las dos casas de la crianza. Una pasantía por cada rincón antes de partir a la nada. He aquí que los difuntos enarbolan su poder y construyen la narrativa de una novela en la que la persistencia de la vida descubre el placer de haber estado en una isla cuyo mar está cerca de todos los eventos contados, pero que sólo se menciona unas dos veces, como otro ser ausente que aparece de pronto.
Quien narra desarrolla una biografía. Cuenta “su” vida, vertebra una historia de costumbres, de seres que ocupan un espacio familiar tejido por la voluntad de cada personaje en relatarse, hacerse visible para destacar que se trata de un registro de sujetos tan próximos al lector que pareciera la biografía de quien, al llegar a la última página, siente ser parte de las tantas cármenes que se pasean por estas páginas poéticas, bellas entre la insistencia de la muerte, por el dolor provocado por las enfermedades, pero en medio de un ambiente donde se nota el élan vital del narrador insular que es Arnoldo Rosas.
Se desenvuelve el “mundo alucinado” de nuestro autor, su mundo isleño como estrategia donde la memoria es el personaje.
Luego de repasar parte de la infancia en un relato de inicio, el lector se encuentra con “Ha muerto Carmela”, y desde ese instante se desenvuelve el “mundo alucinado” de nuestro autor, su mundo isleño como estrategia donde la memoria es el personaje, la que recorre cada punto, cada rincón de las casas, las casas unidas por un patio, donde se desarrollan la vida y la muerte de los actantes. Y también por los tantos fantasmas que las recorren.
Rosas narra con mucha soltura, “echa el cuento” con la facilidad de quien en la infancia ha sido testigo de los relatos de los tíos, abuelos, vecinos y amigos viejos que creaban o inventaban las mitologías cotidianas.
En un velorio es posible renacer, porque “la vida continúa”, dice el refrán y lo afirma uno de los personajes mientras el niño testigo crece y se mueve entre Porlamar y Caracas, entre la isla y tierra firme, entre el paraíso y el infierno urbano.
2
Pero el personaje que más hinca en el lector es la casa, o las casas, como seres vivos, biológicos, humanos, receptoras de los muertos y los vivos que son advertidos mientras “desandan los pasos”. Las casas donde se formaron los integrantes de esta fantasmagoría deliciosa de Rosas y en las que la vida vibraba gracias a la gracia de sus habitantes.
Viejos y jóvenes eran esas casas: “Un pulso las une”.
La isla como referencia, como instalación, toda vez que toda la fuerza narrativa está concentrada en el interior de esos seres de bahareque, bloques, cemento, cabillas y un patio donde seguramente había un árbol y muchas matas.
No obstante, está el viaje desde y hacia el calor de las casas: el ir y venir de Porlamar a Caracas. La vuelta a la patria chica, también el retorno a la patria extraña.
La narración se mueve entre Porlamar, el ombligo de la historia, y Caracas, lugar para estudiar o trabajar, para ser un extranjero.
El niño que cuenta, la voz del pasado que se cruza con el presente, es la misma voz imaginaria de quienes ya no están. El recuerdo de los tíos, el padre dedicado a la lectura, sus personajes de la ficción vaquera, la de los héroes que se incorporan a la existencia de los que siguen respirando en medio de tantas muertes.
La narración se mueve entre Porlamar, el ombligo de la historia, y Caracas, lugar para estudiar o trabajar, para ser un extranjero que aspira a regresar constantemente a las casas donde se presiente la muerte a través de los sueños, de los aparecidos que recorren las habitaciones mientras el silencio de la noche es interrumpido por el ladrido de algún perro.
Arnoldo Rosas detalla, describe, relata y dialoga con la soltura de quien sabe hablar, es decir, de quien sabe escribir desde el habla de sus coterráneos. La isla y sus costumbres. Una postal o álbum de perfiles familiares, un cuaderno de las manías temáticas de quienes dejaron en el narrador toda la memoria acumulada.
3
La puntualidad de la muerte. La llegada de lo esperado. Los personajes que desandan y luego aparecen y desaparecen en una suerte de fascinación heredada.
4
Referencia histórica, el ciclón de 1933: en este instante el narrador cuenta con maestría los sucesos. Densa voz que revela el ámbito cambiante, las casas como sujetos de narración, de construcción y reconstrucción. Una metáfora del tiempo. Con los cambios que sufren las casas, cambia la familia. La muerte de un miembro de la familia podría ser también la muerte de una parte de la casa. O de las casas.
“La muerte. Siempre la muerte”, se oye el eco de uno de los que aún viven mientras otro reposa en una urna. Y la casa silenciosa, a la espera de las apariciones en los que sueñan o despiertan hablando con los muertos.
En esta novela todo es puntual; por eso, como dice una de las voces femeninas, se debe morir sin deberle a nadie: “Como se pagan las deudas a las ánimas”.
5
Al final, cuando la muerte ha cumplido su cometido, las casas siguen siendo motivo de narración: convertidas en comercios donde una china, un árabe, un italiano y un cumanés han establecido sus mercancías. Una mirada a la actualidad nos confirma como parte de ese segmento histórico de esta isla donde habitamos todos.
La cronología es un juego en el que los personajes —como los lectores— se mueven dinámicamente.
6
El tiempo narrativo, intercalado, agiliza la historia. De allí que El mar a cinco cuadras, publicada en 2022 por Ilíada Ediciones, de Berlín, Alemania, en su colección Caribdes, sea una suerte de compendio de experiencias familiares que son comunes a los miles de lectores que tendrá: la cronología es un juego en el que los personajes —como los lectores— se mueven dinámicamente.
El niño que contaba, la voz que decía, se hizo adulto, y como el personaje de Homero, que regresa a Ítaca, es un extranjero, extraviado en su propia ciudad, en su lar de nacimiento, en la Porlamar de la isla de Margarita. Otro motivo para pensar que la metáfora del exilio siempre ha sido una marca en los habitantes de este relato llamado Venezuela. Exilio interior, exilio en otro sueño. En otra casa que no es la del patio insular.
Pero el mar, tan cercano a las casas, no se muestra tan familiar. Como referencia, el mar será parte de otra historia que recogerá —una vez más— la vida y muerte de otros personajes que Rosas tendría en cuenta para otra novela.
El mar —su inmensidad— está a tan sólo cinco cuadras de tantas vidas, de tantas muertes, de tantas lecturas de una familia unida, tejida, a través de la estructura de esta obra.
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