
Lugar que vuelve
Alba Vera Figueroa
Cuentos
Libros Tucumán Ediciones/La Papa Editorial
Tucumán (Argentina), 2022
ISBN: 9789874889836
144 páginas
Cada ciudad es consecuencia de sus habitantes.
José Ignacio Cabrujas
Se ha asentado la noche otra vez sórdida,
otra vez las calles
brillan en la amenaza y la navaja.
Guillermo Sucre
Hay ruinas en las calles, muchas casas están vacías y sus habitantes
han muerto o han sido dispersados por la tormenta de sangre.
Arturo Uslar Pietri
1
El lugar no es sólo un logos, un nombre, una palabra, una insignia; es un segmento de lo que se recuerda, de lo que fue parte de un recorrido. Todo lugar es movedizo. Es el todo que se activa como herramienta ambulante. El lugar, el sitio, el espacio vital, el estadio donde se fraguan todos los motivos, el campo de acción donde la memoria ocurre desde sus referentes. Entonces, la ciudad, la polis, la urbe donde acontecen los actantes y sus acciones.
Siempre se vuelve al mismo lugar aunque no se haga presencia en él. Desde la memoria, desde la recaudación de los recuerdos, el sujeto se hace lugar para retornar en los tiempos establecidos por los sentidos: el topos sirve de modelo para ensamblar historias, para hacerlas posible gracias a la insistencia por recorrer calles, casas, patios, nombres y apellidos, parques y hasta olvidos.
El lugar como personaje siempre está por regresar.
Narrar un lugar significa rehacerlo, reconstruirlo desde las primeras experiencias que, luego, se ensamblan para constituir otra versión, desde la perspectiva de los recuerdos, que sirva para sopesar el tiempo: hubo un pasado memorizado, se activa el presente tan continuo que no termina de ser presente. Sólo el instante del lugar que vuelve tiene sentido en quien regresa a su clima, a sus costumbres, a sus pecados, perversiones o bondades.
San Miguel de Tucumán es ese lugar, el revisitado, el reencontrado, el que vuelve con quien regresa para narrarlo desde su pretérito y hacerlo presente desde la “experiencia del exilio”, desde la ausencia que fue y ahora es la confesión de todo lo acontecido, ocurrido u olvidado por quien es la voz protagonista de estos cuentos en rondas que se han convertido en un libro que viaja desde el autor hasta quien lo toma como experiencia lectora.
La ciudad requerida por los sentimientos contiene los eventos que han activado la necesidad de narrarla.
Se vuelve con todo el imaginario. Se retorna con una valija de señales. La ciudad requerida por los sentimientos contiene los eventos que han activado la necesidad de narrarla, contarla, desmenuzarla con los personajes y acciones que la habitan. He allí parte de la historia real de una ciudad capaz de reconocerse a través de la ficción, ajustada a acontecimientos que sacudieron la vida de aquellos argentinos cuya dignidad fue sometida a prueba.
Tucumán, San Miguel, es una muestra fehaciente de que lo que narra Alba Vera Figueroa es una secuencia de eventos que han marcado para siempre a los herederos de víctimas y victimarios, porque una de las rondas de este libro habla de la represión que hoy forma parte del archivo histórico de ese país del sur de América. Son testimonios que han sido calcados por la ausencia, por el éxodo, por la tortura, por la muerte, por la vida sufriente. Por esa razón los personajes, sujetos a la remembranza, son el significado más ajustado de una realidad incuestionable. Y como afirma en el prólogo David Lagmanovich: “No hay escritor que no narre” lo que le ha ocurrido a él y a su entorno, a su lugar, a la geografía de sus afectos.
Lugar que vuelve, de Alba Vera Figueroa, es parte del escozor de una historia política, social, cultural y familiar que aún se siente en el imaginario de quienes vivieron para contarlo a través de las palabras de quienes escriben, de quienes resguardan la voz de los ausentes, de los que fueron parte dolorosa de ese lugar.
El mito del eterno retorno tiene razón de ser en estos cuentos.
2
La primera ronda, la Ronda histórica, recoge los fragmentos de las dictaduras y democracias que afectaron notablemente la psicología de los habitantes de ese lugar. Nuestra narradora registra la pesada burocracia desde las oficinas abandonadas, por “los viejos buscadores de historias”, por la represión. La ciudad y sus convulsiones destacadas en personajes como Horacio Salgado y Emilse Castillo en diferentes relatos que logran encontrarse en el cambio del clima que, al parecer, es lo único que cambia porque la ciudad arrastra todos los dolores del pasado: el indulto a los genocidas, a los torturadores, por las democracias quebrantadas, corrompidas, ligeras de justicia, mientras los herederos del dolor, los ajusticiados por el olvido, sucumben ante el carácter benevolente de quienes ahora son o fueron el poder. Todo un ritual que devana la pérdida, la desaparición forzosa o el exilio. Una misa en la que es imposible encontrar confesión.
Quedan entonces los fantasmas rondando la ciudad, la casa asolada, la pérdida de las herencias, el teléfono descompuesto como metáfora de la incomunicación y de la migración. La imposición del poder militar, la protesta inútil y el duelo.
Se asoma un instante el poema de Jorge Luis Borges, “Rosas”, uno de los textos de Fervor de Buenos Aires:
En la sala tranquila / cuyo reloj austero derrama / un tiempo ya sin aventuras ni asombro / sobre la decente blancura / que amortaja la pasión roja de la caoba, / alguien, como reproche cariñoso, / pronunció el nombre familiar y temido. / La imagen del tirano / abarrotó el instante…
La casa, la ciudad, el poder: imágenes como muestra de una historia que no termina de cerrar su ciclo.
La ciudad, mutante, pero como “el gato pardo”, para no cambiar, para ser la misma desde todos los tiempos: estática y portátil: personaje de ella misma.
En Ronda de pinturas Alba Vera Figueroa se vale del verbo poético. Se abstrae.
3
La segunda ronda de cuentos es Ronda de mujeres. Sus nombres se decantan en las mismas calles y avenidas: Griselda Aráoz al ritmo de San Miguel de Tucumán, mientras “el colectivo enfurecido” marca la ruta de la protesta donde la historia juzga “el tiempo sin tiempo”.
Borges recurre en nuestra ayuda. En su poema “Carnicería”, perteneciente también a Fervor de Buenos Aires, dice:
Más vil que un lupanar / la carnicería rubrica como una afrenta la calle. / Sobre el dintel / una ciega cabeza de vaca / preside el aquelarre / de carne charra y mármoles finales / con la remota majestad de un ídolo.
El cuento “Costumbres” de Alba Vera Figueroa refiere un lugar parecido, como si la metáfora no pudiera contenerse: “la sangre de los corderos inocentes”, la práctica de “estar alerta”, resume el matadero que podría, simple hábito, añadirse como postal de la ciudad, pero se puede ir más allá y destacar el carácter represivo de la realidad circundante. Las mujeres fueron testigos y víctimas, trabajadoras que asimilaron sensiblemente todo lo que ocurría a su alrededor en aquella San Miguel de Tucumán, como resumen de la Argentina golpeada.
En Ronda de pinturas Alba Vera Figueroa se vale del verbo poético. Se abstrae. Tantea y lo logra, hacerse de una poética de la extrañeza, de la voz que busca y encuentra, como una niña que revuelve hojas en un bosque. Su palabra precisa, densa, amiga de las imágenes, celebra el canto al lugar, al que vuelve siempre o el que vuelve a él mismo dentro o alrededor de la ciudad. De la imaginada y la real.
Los sentidos acoplados a una plástica del verbo, como ha destacado la propia autora al comienzo del libro.
Y luego, para casi cerrar el ciclo de su entonación, Ronda de misterio, donde lo sobrenatural, lo extraño, el más allá en el más acá de la comprensión, descubren otro mundo, el otro lugar en el mismo sitio, en la misma estructura de su estar.
El epílogo, como todo cierre, contiene el todo, el que se dice y el que podría ocultarse. Es un cuento que suelta sus amarras para destacar el carácter narrativo, corriente de río verbal, por donde viajan todos los personajes de un libro cuyos lectores sabrán saberse en el mismo lugar, al que volverán a los suyos para sembrar la semilla del retorno.
El lugar seguirá viajando con sus personajes. Y será el mismo en todos los tiempos mientras el que lo habita cambia y se hace el Otro, el mismo, como una vez escribió Borges.
El dramaturgo y escritor venezolano José Ignacio Cabrujas afirmó sobre su ciudad, que podría ser cualquiera de este continente de cambios y resacas, donde todo parece continuar igual: “Vivo en una ciudad nueva, siempre nueva, siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología”.
El lugar —el que siempre vuelve— está a la vuelta de la próxima esquina, en este bello libro.
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