
Ecopoesía
Aldo Parfeniuk
Ensayos
Corprens Editora
Villa Carlos Paz (Argentina), 2023
ISBN: 978-987-47678-8-2
168 páginas
1
El imaginario poético emerge de lo simbólico, pero sería imposible afirmar lo anterior si no existiese la naturaleza, la que surte de energía el ambiente y crea la vida, la vegetal, la animal, la humana. Desde esta perspectiva cabe afirmar que existe una poética del ambiente, del paisaje convertido en sensación vital: todo lo que está presente forma parte del ser consciente, lo que implica capacidad para crear un lenguaje anclado en el estudio y comprensión de “la casa de la poesía”, verificación de la inteligencia que concierne a la preservación de las especies; de allí, entonces, que exista una poética de la inmanencia y trascendencia del paisaje como sustentación del mundo: sin ese paisaje preservado no habría morada poética, no habría espacio del ser, no habría vida. De modo que hay una relación estrecha entre el entorno, el afuera vital y el pensamiento, la creación, la estética, el cuidado del todo que los sentidos conciben como espacio para la existencia.
Aldo Parfeniuk ensaya sobre este muy actual tema que tiene que ver con la ecología y la poesía. De allí, entonces, la Ecopoesía, fundado este estudio de Parfeniuk en autores como Leopoldo Castilla, Edith Vera, Romilio Ribero, Manuel J. Castilla y Dulce María Loynaz, quienes dedicaron su trabajo poético a exaltar la necesidad de morar en un paisaje donde tanto lo físico como lo simbólico se junten y puedan preservarse. Desde este punto, la defensa de la naturaleza, también la defensa del lenguaje, ese que recrea la realidad y la convierte en poesía.
Son cinco ensayos en los que el autor se explaya para ahondar en la esencia creativa de cada uno de los autores mencionados, quienes se dedicaron al oficio de poetizar la naturaleza como una manera de destacar el poder de la poesía, del lenguaje de la poesía, sobre el lenguaje de la destrucción provocada por la tecnología, por la industrialización, por la irresponsabilidad de gobiernos que no califican como preservadores del ambiente de sus países.
Todos los ensayos se enmarcan en esta idea: la defensa de la vida. Todos los estudios recorren el largo camino de ahondar en un inventario de asuntos atinentes al contenido de las poéticas de estos autores favorecidos por una labor cuya excelencia se basa, precisamente, en el uso estético de un lenguaje cuya simbología apunta hacia la defensa del medio ambiente.
La ecopoesía es un reto que va más allá de ser lo que significa: poesía basada en la casa donde habita el ser, los seres, las cosas, los significados y significantes, la metáfora, la metonimia y las cosas más sencillas. Es la casa donde habitamos y nos habitan, pero sobre todo es la vida de ese todo, destacado por la ecocrítica, mencionada por el autor como herramienta para entrar en rigor de estudio y comprensión de una realidad tan compleja como la actual.
El estudio que realiza Aldo Parfeniuk se perfila desde la diversidad y revitalización, lo que quiere decir que el paisaje (uso la palabra paisaje desde la perspectiva poética: representación del lugar, el sitio, el espacio habitado) multiplica sus posibilidades geográficas, y de igual manera fortalece esa vitalidad. El paisaje es muchos espacios vivos. Esta idea confluye en la relación entre la lengua y el ambiente: la primera se encarga de diversificarlo y el ambiente de recrearse desde la naturaleza que es: biología. En consecuencia, el paisaje es una biología que habla.
Nuestro autor se adentra en los precursores de este tema: Cheryll Glotfelty, Michael Branch, Scott Slovic, Thomas Dean, Lawrence Buell, Jonathan Bate y Moreno Henríquez, entre otros.
En América Latina, sustenta Parfeniuk, escritores como Carlos Fuentes, Enrique Leef, Antonio Brailovsky, Sergio Federovisky, Sergio Auyero y Maristella Svampa también encararon este estudio donde se puede afirmar un asomo de lo que luego se dio en llamar ecopoesía. No abrevia el autor. Ahonda, estudia y menciona a Gisela Heffes como una de las promotoras de esta idea que ha fortalecido una discusión en diversos escenarios, de modo que se trata de una manera de indagar en clave literaria y en clave filosófica el ADN de la naturaleza, según la tesis de Giacomo Marramao.
De este estudio, destaca el autor, se desprende que la naturaleza es código. Ya no es cosmos ni universo o laboratorio. Es un significado a descubrir para poder salvar a través del lenguaje, con la intención de que la poesía siga siendo parte de esa naturaleza, porque de ella proviene.
De manera que el poeta es el ecólogo del lenguaje.
2
Leopoldo “Teuco” Castilla (Salta, 1947) abre el abanico de estos ensayos. Su poesía, vista por Parfeniuk, es la del viajero que busca en la naturaleza la sorpresa de la poesía. El trashumante anda en busca de la casa, la propia casa, según deja como prueba Broch en sus estudios. La casa grande, la que lo hizo argonauta, impenitente observador de todos los paisajes, de la naturaleza que lo convirtió en poeta heroico, inmortal, como la misma natura.
La poesía de Castilla es distópica, fuera de lugar, porque alerta acerca del destino suicida de la humanidad. Del pueblo natal al mundo, de su Salta al viaje hacia el mundo para toparse con el lar del ser. De esta manera, Castilla busca el código original.
He aquí una muestra de este destino:
El fuego
Por los pajonales
anda suelto el fuego.
Malmatando. Hambriento.No se sabe la laya de ese animal.
No se le conoce hembra. Y tiene crías.
No se le conoce pasado. Sí el rencor.Dice que todo es de él o que él es todo.
Se cree un dios porque ilumina muriendo.
Por eso arrasa montes, casas, las cosechas.
Y el bicherío.No hay modo de atraparlo. Cuando lo cercan
ya se ha hecho humo.
Ya va a caer. Lo estamos esperando.Con todo el odio
ardiendo.
Pero es preciso viajar con la casa, aunque haya ardido, con el ser, con la memoria del paisaje humano, porque la naturaleza también tiene derechos. Por eso, no todo es racional: la ecopoesía muestra un perfil metafísico.
Una visión totalizante encarna en la poética de Leopoldo Castilla.
Entre los títulos que ha publicado destacan La lámpara en la lluvia, Versión de la materia, Teorema natural, Bambú, Línea de fuga, Viento caribe, Como si hubiese pasado una garza y Era el único planeta que cantaba (antología).
3
Córdoba, Villa María (1925-2001), tuvo como hija a Edith Vera, quien se autodenominaba herbolaria (como el título de su libro de 1991, El herbolario), del monte, de las yerbas, de las recetas. La poesía de la montaña donde se encuentra todo, de donde extrajo sus poemas y fábulas para los niños. Su voz es una suerte de acento curativo. Sus ensaladas amenizan la poética de las combinaciones, de lo sustentable frente a los destructores, los depredadores. La poesía curandera. La naturaleza y la poesía como lenguajes que contienen también el silencio como parte de su poder de síntesis: el lenguaje de las cosas amparadas por la naturaleza sabia. Desde sus cartas de curandera, donde están sus recetas, la poesía se posesiona de lo sencillo. De una belleza pasajera, aliviada.
Nos deja este poema para confirmar la presencia silenciosa de la naturaleza:
Hay un silencio breve,
tan hondo,
tan sencillo,
que a su paso los otros
silencios van callando.Es el más escondido,
el que guardan
las nueces
antes de ser abiertas.
Si se pierde,
llorando,
salen a rescatarlo.
Algunos de los libros de Edith Vera son Las dos naranjas, Del agua, de los pájaros, de los cielos y de los quehaceres terrestres, De recetas y testamentos y Pajarito de agua.
4
Romilio Ribero, poeta y pintor (Córdoba, 1933-1974), hizo de la región y de la naturaleza su motivo ecológico, su pasión por los componentes del paisaje geográfico y humano, por el clima y las costumbres de las localidades que su palabra tocó.
Desde la mirada del niño, desde el maduro que encara la historia, Ribero trabajó la relación ciudad/provincia, lo que le permitió afirmar con atención plástica y literaria: “Mientras escribo, estudio mucho pintura. Y mientras pinto pienso mucho en la poesía”.
De allí que su obra estuviese marcada por la mirada y el oído, por el paisaje en el lienzo y por el paisaje en su sonoridad, y de esa manera regresó a “la región pura”, a los orígenes, a su “adánico” pasado. Recorrió, apunta Parfeniuk, las estaciones, pero sobre todo la primavera, “la estación florida”, la del renacimiento, la estación de la vida.
He aquí un instante de Ribero:
Las mujeres, las magias
Porque esto es ser de algún lugar perdido que llamaron América.
Sequías, remolinos, dioses del agua y dioses de las flores, y ríos que se cruzan en la infancia
y fundadas aldeas con reptiles, y cópulas de pájaros en lo alto del mundo, junto a las negras piedras.
Este ensayo permite ampliar el conocimiento que se tiene de un hombre apasionado por el lugar que lo habitó, por el paisaje que lo contuvo y al que siempre regresaba.
Entre sus trabajos destacan Libro de bodas, plantas y amuletos, El paraíso destronado y El libro de las hechiceras y los matrimonios.
5
En Manuel J. Castilla (Salta, 1918-1980) la poesía, el hombre y la tierra se hallan entre los motivos de su oficio, de su escritura y afecto por su naturaleza, por la región del nacimiento, por su continente y sus significados. De allí que haya afirmado: “…se nos ha tomado, a las culturas del continente, como ‘objetos de estudio’, con ideas y metodologías generados lejos de nuestras realidades”.
En efecto, se impone adentrarse en la esencia de la América que lo vio nacer, la de sus entrañas, para de esa manera poder destacar “la biofísica humana”, “el mundo intangible de lo simbólico” relacionado con la región natal, con el ambiente humano para descartarlo como cárcel, como encierro, y así ampliar su discurso. Por esa razón, destaca el ensayista, Castilla habla de panterismo o de “la tierra en todo”, “la tierra en uno”, para poder decir de su cultura y naturaleza.
Parte de la voz de Castilla:
Nuevo verano
De nuevo tu invisible poderío cuaja de yema en yema
y brama en el huancoiro tu silencio sonoro.
Aquí dio tu júbilo callado, tu verde lava arbórea
emergiendo en borbotones espumosos,
tu claro y pensativo rocío partido entre las flores.
Yo tu fiel animal, tu semental más triste, te festejo.
Sigo la miel alada de la avispa y me incendio en el aire,
voy por la boca de las amapolas y respiro por ellas,
me embarro en tus acequias desbordadas y turbias
y en ti, trigo tibio del sol,
lamen los toros su sal de dioses lentos (…).
Castilla escribe acerca de la tierra que padece, que sufre las consecuencias de los errores humanos relacionados con el racismo: blancos versus negros y mestizos. Nuestro autor profundiza en un estudio histórico donde España y América y la lengua que hablamos se mezclaron con la originaria, para dar origen a la tierra del “gozante”.
Un aspecto relevante tiene que ver con el hecho de que el poeta ya no es su yo: es pura naturaleza intemporal, según la esencia del pensamiento analítico de Castilla.
Entre sus libros: Agua de lluvia, La niebla y el árbol, La tierra de uno, Bajo las lentas nubes, Triste de la lluvia y Campo del cielo.
6
La poeta cubana Dulce María Loynaz (1902-1997), a juicio de nuestro autor, es estudiada como portadora de una voz que proviene del agua. Una poética vitalista, una poesía tensional y dialógica, “ecolírica”, basada en el fluir de la naturaleza, en el eco de su poder sobre lo ontológico. El ser está supeditado a ese fluir del agua. De esa manera, precisa el ensayista, “mar, islas, playas, olas, mareas, rocas, ríos, lagunas, lluvias, niebla, rocío, barcas, náufragos, peces” aparecen en su trabajo como referentes metonímicos como herramientas de habla creativa.
Aquí leemos su tema y su lema:
Estribillo del amor de mar
(…) La mujer que ama un amor de mar
tiene finos barcos en fuga detrás
de los ojos claros como de cristal.
No mira de frente ni quiere mirar (…).
Apunta el autor hacia una “expresión de amorosidad”, de “lógica ecológica”, de saber ambiental; así, para fortalecer su tesis se aproxima a Heidegger desde la ecología, la filosofía y la poesía.
Dulce María Loynaz se expresa a través de todas las formas del agua, el poema como un todo transformable, voluble.
Destacan entre sus títulos: Juegos de agua, Poemas náufragos, Bestiarium, Melancolía de otoño y El áspero sendero.
Un juego de la imaginación donde cinco autores “se la juegan” por el ambiente, por la naturaleza viva, amenazada por factores artificiales creados por el ser humano, quien la hace padecer, sufrir, ponerla en peligros. De allí que la poesía se haga eco de esta realidad para crear una crítica de la estética de la palabra, basada en la naturaleza física y simbólica de sus códigos.
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