
El Pantanillo de Ernesto Sábato
Pedro Jorge Solans
Ensayo
Corprens Editora
Villa Carlos Paz (Argentina), 2023
ISBN: 978-9874767813
88 páginas
Las reflexiones que aparecen aquí por orden alfabético no son producto de la vaga contemplación del mundo: se refieren a entes que he encontrado en el camino hacia mí mismo.
Ernesto Sábato, Uno y el Universo
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
Ernesto Sábato, El túnel
En la obra del artista hay un núcleo objetivo de belleza, pero ese núcleo viene envuelto por ingredientes subjetivos e históricos…
Ernesto Sábato, Heterodoxia
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Este libro termina con un encuentro. Y digo encuentro porque Pedro Jorge Solans tuvo cercanía con Ernesto Sábato a través del material que comentaré desde la perspectiva de una lectura que me remite al pasado de este cronista como frecuentador de la obra del narrador argentino, toda vez que el autor de El escritor y sus fantasmas tuviera la gentileza de corregir, aportando precisión a ciertos datos, este libro El Pantanillo de Ernesto Sábato, de Pedro Jorge Solans.
Un encuentro donde El Pantanillo —paraje de las serranías cordobesas, en Argentina, que hace las veces de una especie de alegoría alrededor de la historia de un escritor en un determinado lugar— es la representación de un paraíso donde Sábato se instaló para comenzar a escribir su primer libro, luego de renunciar a su carrera como científico. Biografía de un hombre cuya obra lo descubre atinado al dedicarse exclusivamente a la literatura y dejar a un lado su profesión de físico y activarse como hombre de letras, pero con la convicción de que su cosmovisión tenía que ver con su yo desplegado en el universo, razón por la cual su primera aventura encajó claramente en los misterios que la ciencia se encargaba de desalojar del espíritu. Estamos entonces ante un hombre que se valió de la ontología para recorrer el todo, un espacio donde cabe señalar, como afirma Solans, la región como revelación para escribir: ese paraje, El Pantanillo, es la cuna donde nace —como afirmé antes— la primera criatura verbal, el topo de la iniciación de Sábato.
El autor, Pedro Jorge Solans, se extiende en la geografía y la relaciona con el espíritu de búsqueda del futuro novelista, quien al sacrificar su vocación original se convierte en una paradoja, porque Sábato así lo quiso: hizo de la investigación científica tiempo pasado para presentizar la investigación humanística y emerger en una ficción futura.
Sábato se desplazó de las grandes urbes, tanto de París como de Buenos Aires, a un territorio en busca de silencio.
En el preámbulo de este trabajo de Solans aparecen datos que pocos lectores conocen, como el hecho de que Sábato se desplazó de las grandes urbes, tanto de París como de Buenos Aires, a un territorio en busca de silencio, de tranquilidad, para poder iniciar su trabajo literario. Es decir, la geografía, el carácter generoso de un lugar lo ayudó a salir de las ataduras de los modelos de investigación científica y encarar la investigación desde un adentro, desde el humanismo, desde la oquedad del ser humano. El adiós a la ciencia lo encuentra entonces en las sierras de Córdoba en 1943, donde traza el itinerario de su destino literario.
Leyendo El Pantanillo de Ernesto Sábato, de Pedro Jorge Solans, podría afirmarse que el paraje serrano —que contiene, en palabras del autor, “el humedal más preciado de Villa Carlos Paz”— fue una imagen utópica que se hizo realidad cuando Sábato sintió que podría iniciarse como escritor, como creador de voces ajenas que le pertenecían, que eran uno y múltiple: su yo y el cosmos del otro, la otredad traducida desde su fascinación topográfica; de esa manera, Sábato “reconstruyó un mundo en el que ya no le era posible vivir”, y lo hizo refugiándose en el rancho La Tapera, en El Pantanillo, con su mujer Matilde Kusminsky Richter y su hijo. Se alejaba igualmente de amistades y colegas como el Nobel Bernardo Houssay y los catedráticos Enrique Gaviola y Guido Beck, este último muy cercano a Einstein.
Siendo científico, Ernesto Sábato llegó a El Pantanillo, el humedal donde inició con intensidad un cambio existencial que se tradujo en ensayos y novelas reconocidas en el mundo y elogiadas por Albert Camus, Thomas Mann, Graham Greene y Salvatore Quasimodo.
De esta temporada de los Sábato en el paraje de El Pantanillo nuestro autor destaca la presencia de personalidades como los pintores Juan Batlle Planas y Ernesto Fariña, el escritor Leónidas Barletta o la poeta Alejandra Pizarnik. También Federico Valle, cineasta con una dilatada y exitosa carrera que trabajó con nombres como George Méliès, los hermanos Lumière o Carlos Gardel, y que en los años 40, dejados atrás sus tiempos de gloria, vivió en el mismo rancho La Tapera. Este personaje es el autor de la película El apóstol, que en 1970 fue reconocida como el primer largometraje de dibujos animados del mundo.
Es decir, el lugar donde nace el Sábato escritor era un hervidero de artistas, huéspedes famosos de una geografía donde la bohemia destaca y que la nostalgia fortalece en estos tiempos.
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Un poema en prosa dedicado a Federico Valle, precisamente titulado “En El Pantanillo”, y publicado por Alejandra Pizarnik en su primer libro, La tierra más ajena (1955), da cuenta de las muchas imágenes que resguardaban el ánimo de quienes allí vivieron y crearon: las montañas, los ríos, la “lid cromática”, una narración acuífera, afluentes de heredades y nombres de los propietarios.
En una entrevista con Solans, Sábato confesó:
El Pantanillo no era un lugar de veraneo, en el sentido habitual y correcto de la palabra, sino un refugio de gente un poco bohemia y sin dinero (…). Mi estadía en El Pantanillo fue por motivos de pobreza (…). Así pasamos todo el año, escribiendo, yo mi primer libro, y meditando mi abandono de mis cátedras y mi carrera de físico (…).
Una genealogía del lugar. Una descripción del río Los Chorrillos, desbocado. Y la última visita de Sábato a tan estimado lugar donde volvió a ser el otro, su Uno, el escritor.
La oscuridad existencial que atravesó Sábato en El Pantanillo probablemente fue la génesis de su mundo literario.
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En el año 1945, ya destacado Uno y el Universo, fue galardonado con el primer Premio de Prosa de la Municipalidad de Buenos Aires. El jurado estuvo conformado por Francisco Luis Bernárdez, Vicente Barbieri, Leónidas Barletta, Ricardo Molinari y Adolfo Bioy Casares.
De los orígenes de ese libro Solans escribe: “La oscuridad existencial que atravesó Sábato en El Pantanillo probablemente fue la génesis de su mundo literario. Empezó a escribir buceando en una nube de incertidumbre”.
Ese paisaje serrano lo volcó hacia esa “oscuridad existencial” y lo ayudó a desilusionarse más del estalinismo y del surrealismo de los que, ya en París, en 1938, se había alejado.
Uno y el Universo es “el vademécum de un hombre en conflicto”, en opinión de Solans. Y de esa condición se desprende su “trilogía épica”: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador.
De su libro el mismo Sábato dijo que se trata de un universo particular, personal, y que no existe —señala— en su ensayo ninguna pretensión de totalidad filosófica. Revela, asimismo, el carácter asistemático de su labor como escritor.
Solans publica en su libro dos textos tomados de Uno y el Universo: “Anteojo astronómico”, con el que abre el volumen, y “Verdad y belleza”, con el que lo cierra. En el primero habla de Aristóteles, Galileo y Kepler, mientras que en el segundo apuesta por el equilibrio, por la proporción de las partes, y se pregunta: “¿No será que la belleza, en ambos casos, es el resultado inevitable de estos requisitos?”.
Sábato no puede evitar ser él mismo, se colige de su comportamiento. Pese a su alejamiento de la ciencia hay un sesgo científico en su búsqueda, en su afán, porque si en 1953 relaciona el cuerpo y el alma, en 1951 ya había un toque próximo al pensamiento científico en cuanto al quehacer del hombre en su conducta ideológica, y aquí es bueno destacar la somatización del pensamiento, la dimensión física de la búsqueda como método, como develación hermenéutica, hasta biológica. Aunque de alguna manera haya negado la sistematización de su labor literaria.
Sábato se adentra en la historia de América. En el Descubrimiento y en el fascismo, pero desde la tradición europea.
Para este cronista, Sábato siguió siendo científico, sólo que lo hacía desde el ámbito social y psicológico.
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Narrada en primera persona, para darle fuerza al personaje, como el mismo autor lo ha manifestado, El túnel es la novela de un crimen pasional. Es la novela que mejor representa al escritor argentino. La más redonda, la más lograda.
Juan Pablo Castel, desde las primeras líneas de la historia, se confiesa. Le permite al lector engancharse en ella. Es una pieza literaria que se puede considerar como el magma de una “neurosis metafísica” donde “la pasión obsesiva” califica la obra como una “novela nocturna”, según expresiones tomadas de la pieza de Solans.
Sábato admite: “Es que los seres de carne y hueso no pueden nunca representar las angustias metafísicas al estado de ideas puras: lo hacen siempre encarnando esas ideas, oscureciéndolas de sentimientos y pasiones”.
Califica su novela como confidencial; en tal sentido, asegura Solans que “Castel le facilitó a Sábato la manufactura de su angustia…”.
Sábato se encontró con él mismo en el lugar donde lo esperaba su otro yo, el que estaba escondido en las futuras obras que lo descubrirían como un “núcleo objetivo de belleza”.
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