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Epístolas a Séneca (IV)
La guerra y el sabio

viernes 21 de diciembre de 2018
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Epístolas a Séneca (IV): La guerra y el sabio, por Vicente Adelantado Soriano
¿Qué hacer cuando uno es obligado a lanzarse a la guerra o a vivir sometido al mal? Fotografía: Hasan Almasi • Unsplash
Epístolas a SénecaSemana a semana, el escritor español Vicente Adelantado Soriano se cartea con el filósofo hispanorromano Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), por quien aprendió latín —para leer sus obras en su lengua original— y con quien discurre sobre los más diversos tópicos, actuales y no tanto.
¿Preguntas cuál es el fundamento de ésta [de la sabiduría]? No disfrutar con las cosas vanas. He dicho que este es el fundamento, es el culmen. Ha llegado a la perfección quien sabe de qué gozar, quien no ha entregado su felicidad a un poder ajeno.1
Séneca, Epístolas morales a Lucilio, Ep. 23,1.

No recuerdo dónde, leí, querido Séneca, y no le presté mucha atención, que el Senado, el Romano, por supuesto, no permitía celebrar las victorias obtenidas contra el enemigo en las guerras civiles. Nada, pues, de coronar al general victorioso, llevado en un carro y conduciendo delante de él tropas de soldados cargadas de cadenas. Era más que posible que padres y madres vieran a sus hijos pasar ante ellos, uno como vencedor, y el otro como vencido. Era mejor evitar tan bochornoso espectáculo.

Siempre he pensado que era, y es, mucho mejor, evitar todo tipo de guerras y confrontaciones armadas. Pero me temo que esto es pedir peras al olmo. Estos días, en los cuales los periódicos se llenan con la noticia de la posible exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, me ha dado por leer libros sobre la primera y la segunda guerras mundiales. No es que ello me vaya a aclarar nada. Estaba, sencillamente, continuando con las lecturas que me había marcado hace tiempo. Pese a todo, sigo sin entender cómo fue posible que estallaran tales guerras, y se produjeran tantos miles y miles de muertos. Me ha hecho sentir verdadero asco y repugnancia leer cómo se desarrollaba la vida de los soldados en las trincheras, y de qué forma tan absurda y necia morían. Eso sin olvidar la terrible película de Dalton Trumbo, Johnny cogió su fusil. La palabra heroico cuanto menos me causa estupor.

No he visto las trincheras de la primera guerra mundial más que en el cine, pero sí he visto las trincheras de la guerra civil española de 1936-1939, que todavía están en pie por así decirlo. Se hallan en lugares escarpados, de difícil acceso, y donde la vida no tenía que ser nada fácil. Allí no había ningún tipo de comodidades, ni nada que se le pareciera. No había espacio para el estudio, la meditación, la charla inteligente, el cine, el teatro, ni nada de lo que distingue al ser humano del resto de los animales. La vida en las ciudades no era mejor: todos, fabricantes y operarios, mujeres y hasta niños, estaban entregados en cuerpo y alma a la fabricación de utensilios para matar o causar el máximo daño posible al enemigo.

Ya hace tiempo que no me pregunto para qué ha servido tanto horror, tanto desperdicio vano de vidas humanas, jóvenes y vigorosas, pues la pregunta, creo, no tiene sentido, tal vez por la enorme cantidad de respuestas que ha recibido, ninguna definitiva, si es que la hay.

A menudo, haciendo un leve recorrido literario, he pensado que la literatura ha pasado de la épica, de la exaltación de la guerra, Ilíada, Eneida, Mio Cid, etc., a un rechazo frontal de la misma, precisamente por todo aquello que la violencia genera: Guerra y paz, y, sobre todo, los Episodios nacionales, de Galdós, en especial los más sangrientos, los dedicados a las guerras carlistas. Como no podía dejar de suceder, querido Séneca, también tú alzaste la voz en contra de la guerra:

Nuestro furor no es ya privado sino público. Los crímenes y los asesinatos individuales los castigamos: pero ¿qué decir de las guerras y del glorioso asesinato de pueblos? Ni la avaricia ni la crueldad conocen límite alguno. Estos delitos, mientras se cometen clandestina e individualmente, son menos nocivos y horrorosos: ahora bien, la violencia se ejerce mediante decisiones del Senado y decretos de la plebe, y la autoridad pública ordena lo que está prohibido a los particulares.

(…) Los hombres, la descendencia más dulce de los seres, no se avergüenzan de alegrarse de la sangre mutuamente derramada, y de hacer la guerra, y de recomendar a sus hijos que la hagan, siendo así que hasta los animales y las fieras tienen paz entre sí.2

Desde luego, vistas las cosas de esta forma, está claro que ninguna ciudad tiene un monumento al asesino más famoso que haya tenido entre sus habitantes, como podría ser Landru, Jack el Destripador, Rasputín, o los asesinos y violadores de las niñas de Alcàsser, por poner unos pocos ejemplos. Sin embargo, no faltan estatuas de generales, reyes e incluso infantes que, armas en mano, van decididos hacia un enemigo que ya no existe sino en sus vacíos ojos.

La pregunta que siempre te he hecho, ante estas atrocidades, es qué postura debe adoptar el sabio, qué debe hacer cuando todo un pueblo se encamina hacia la guerra. Creo sinceramente que ni tú mismo tenías una respuesta válida, pues, y no está mal, analizas las causas de la guerra: la ambición, el placer y hasta el espectáculo:

Se busca el placer de todas las cosas. Ningún vicio permanece dentro de sus límites: la lujuria se precipita en la avaricia. El olvido de lo honesto lo invade todo. Nada es torpe si agrada. Se mata al hombre, un ser sagrado para el hombre, ya por juego o por diversión. Y si era ilícito adiestrarlo para infringir o recibir heridas, se le hace bajar a la arena desnudo e inerme, y produce satisfacción el espectáculo que ofrece la muerte de un hombre.3

Como he dicho, no das ninguna solución para el sabio en un caso similar, de guerra total, que no de lucha de gladiadores, pues en este caso, y hasta cierto punto, al parecer, y según cuenta san Agustín, fácil es no asistir al espectáculo y no ver tamañas salvajadas. Ahora, ¿qué hacer cuando esas salvajadas son asumidas por todo un pueblo? ¿Qué hacer cuando uno es obligado a lanzarse a la guerra o a vivir sometido al mal? ¿Qué hacer cuando se ve a miles y miles de personas sufrir por cosas que no han hecho, y ni siquiera pensado?

“¿Qué crimen horrendo han cometido esas gentes? ¿Cuál es su falta imperdonable? ¿Qué mal han hecho..?”,4 se pregunta Gaziel viendo el éxodo de los campesinos de Murichovo. Huyen para evitar que las avanzadillas del ejército enemigo los mate, sencillamente por haber nacido donde han nacido. Y este, al sentir de Gaziel, es uno de los terribles problemas de nuestra época. Tú también te considerabas ciudadano del mundo, así que te encantarán las palabras de este excepcional periodista:

Un exceso de ideología y una falta de fraternidad (defectos comunes a los que descuellan sobre el inmenso rebaño humano, por su inteligencia o por su fuerza) nos impulsan a considerar la tierra como un mapa aparcelado, y a poner en cada uno de sus compartimentos sendos letreros orgullosos o simplemente sonoros: ALEMANIA, FRANCIA, INGLATERRA, SERBIA, BULGARIA, RUSIA, TURQUÍA, etc. (…).

Llamémosla inglesa, turca, serbia, italiana u holandesa, la turbamulta de los desheredados permanece siempre la misma, sumergida en su miseria, sujeta a todos los males y arrastrada, sin tener arte ni parte, a sufrir todos las calamidades de la vida.5

No soy historiador, pero siempre he creído que se han producido guerras que se podían haber evitado perfectamente. No se evitaron, desde luego. Pero sirvieron para que miles de personas tuvieran que huir de sus hogares, de su tierra, que temer por sus vidas y sus bienes, y sufrir represalias y brutalidades sin fin. Y todo, lógicamente, sin tener voz ni voto en ninguna instancia del gobierno derrocado ni del salido de la victoria. Dejando muchas cosas aparte, solamente por eso ningún militar se merece ni monumentos ni tumbas glorificadas. Así lo decía otro periodista, hablando de la segunda guerra mundial, a quien las derechas querían fusilar, y las izquierdas lo veían como fusilable:

Francia sabe, y no ha podido olvidarlo, que hasta ahora no se ha descubierto ninguna forma de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia: es decir, la paz, la libertad, la democracia.

En el mundo no hay más.6

Y esto es lo que nos debería redimir de guerras y violencias: el diálogo, el toma y daca, la democracia. Pero las ambiciones siempre terminan por imponerse. Y demos gracias a los dioses por no vernos involucrados en ningún conflicto armado. No quiero la guerra sencillamente por ser dueño de mi destino, aunque a veces… Creo que me entiendes. Vale.

 

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Notas

  1. Huius fundamentum quod sit quaeris? ne gaudeas vanis. Fundamentum hoc esse dixi: culmen est. Ad summa pervenit qui scit quo gaudeat, qui felicitatem suam in aliena potestate non posuit.
  2. Non privatim solum sed publice furimus. Homicidia conpescimus et singulas caedes: quid bella et occisarum gentium gloriosum scelus? Non avaritia, non crudelitas modum novit. Et ista quamdiu furtim et a singulis fiunt minus noxia minusque monstrosa sunt: ex senatus consultis plebisque scitis saeva exercentur et publice iubentur vetata privatim. (…) Non pudet homines, mitissimum genus, gaudere sanguine alterno et bella gerere gerendaque liberis tradere, cum inter se etiam mutis ac feris pax sit. Séneca, Epistulae, Ep. 95, 30-31.
  3. Voluptas ex omni quaeritur. Nullum intra se manet vitium: in avaritiam luxuria praeceps est. Honesti oblivio invasit; nihil turpest cuius placet pretium. Homo, sacra res homini, iam per lusum ac iocum occiditur et quem erudiri ad inferenda accipiendaque vulnera nefas erat, is iam nudus inermisque producitur satisque spectaculi ex homine mors est. Séneca, Epistulae, Ep. 95, 33.
  4. Gaziel, De París a Monastir, Libros del Asteroide, Barcelona, 2014, p. 270.
  5. Gaziel, Ibídem, pp. 271-272.
  6. Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia, Libros del Asteroide, Barcelona, 2010, p. 173.
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