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Epístolas a Séneca (XI)
Tesis

jueves 7 de febrero de 2019
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“Teseo encuentra la espada de su padre”, de Nicolas Poussin (1638)
La profesora de literatura, gran aficionada a las etimologías, jugaba mucho con éstas haciéndonos caer en la inconsistencia de gran número de ellas. Contó que, según algunos, y no podía evitar la sonrisa, tesis deriva del héroe griego Teseo. “Teseo encuentra la espada de su padre”, de Nicolas Poussin (1638)
Epístolas a SénecaSemana a semana, el escritor español Vicente Adelantado Soriano se cartea con el filósofo hispanorromano Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), por quien aprendió latín —para leer sus obras en su lengua original— y con quien discurre sobre los más diversos tópicos, actuales y no tanto.
Y cuanto más despreciable es uno, más suelta tiene la lengua.1

Según esta frase tuya, querido Séneca, nada más despreciable en este mundo que los políticos que nos toca sufrir, aunque no mientan. Tenemos que sufrirlos a ellos y a algunos de sus amigos periodistas, aprendices de brujo. Unos y otros tienen muy sueltas tanto la lengua como la máquina de escribir, el ordenador, o el instrumento que utilicen para difamar y esparcir infundios sobre todo aquello que no les gusta. Últimamente, y de forma nada indirecta, la universidad.

Tuve la suerte, cuando estaba en sazón, de tener unos cuantos profesores buenos, muy buenos, tanto durante el bachillerato como durante la carrera. Los recuerdo ahora especialmente porque, ante cualquier afirmación sobre cualquier hecho, más o menos de actualidad, siempre nos daban como mínimo dos o tres versiones o varias interpretaciones. Insistían, en las clases, en que no fuéramos dogmáticos, y que analizáramos las cosas desde todos los puntos de vista posible. Y aun así, decían, es posible, muy posible, que no lleguéis a comprender el asunto del todo, ni a vislumbrar la verdad.

Con el mismo énfasis insistían en que no nos dejáramos llevar por los razonamientos brillantes, o por las llamativas metáforas, o por las explicaciones sencillas y un tanto impactantes. La profesora de literatura, gran aficionada a las etimologías, jugaba mucho con éstas haciéndonos caer en la inconsistencia de gran número de ellas. Siempre nos advertía que la etimología, como casi todo, es un terreno muy resbaladizo en el que toda precaución es poca. Nos enseñó, así, a ser cautos y honestos. Recuerdo, y más ahora que viene tan a cuento, el ejemplo que nos ponía utilizando, para ello, la palabra que está de moda y con la que tanto se está denigrando a la universidad: tesis.

Tesis, en griego, significa yo expongo, de donde se viene a concluir que una tesis es un razonamiento al que sigue una conclusión.

Contó que, según algunos, y no podía evitar la sonrisa, tesis deriva del héroe griego Teseo. Como es sabido, el padre de éste, Egeo, visitó el oráculo de Delfos para intentar saber por qué no engendraba hijos varones. El oráculo le respondió diciendo que “no desatara el odre de vino antes de llegar a Atenas”. No sabiendo qué significaban tan sibilinas palabras, Egeo se fue a Trecén a consultar con el rey Piteo. Éste comprendió enseguida las enigmáticas palabras, embriagó a Egeo y le metió a su hija Etra en la cama. De aquella ignorancia, unida a la borrachera y a la inocente muchacha, engendró a Teseo. Mientras sucedía todo esto, en Atenas gobernaban los sobrinos de Egeo. Cuando llegó el momento de partir, Egeo no quiso llevarse a Teseo consigo para evitar que lo mataran sus sobrinos, asegurándose, así, con la desaparición del sucesor, el poder.

Antes de partir de Trecén, Egeo escondió una espada y un par de sandalias bajo una pesada roca. Advirtió entonces a la madre, Etra, que cuando el hijo estuviera granado, apartara él mismo la roca, cogiera la espada y las sandalias y llegara hasta su presencia. Gracias a esos elementos, el padre lo reconocería. Cosa que hizo en cuanto vio a un “extranjero” que, en un banquete, cortaba la carne (sic) con la espada que él enterrara bajo la roca.

No hace falta que diga que, en la clase, ante estas y parecidas historias, no se oía ni el vuelo de una mosca. La magia de la mitología. Ahora bien, y volvía a hablar la profesora, por muy interesante o divertida que os haya parecido la narración, nos decía, no por eso la palabra tesis tiene que derivar de Teseo. No es el doctorando, seguía sonriendo, alguien que aparece en un aula con dos sandalias y una espada en la mano, y demuestra que es el hijo verdadero, o un sabio verdadero. No. Tesis, explicaba, querido Séneca, es una palabra griega como lo demuestra esa famosa th, Thesis, que también acompaña a Theatrum. Pero con el paso del tiempo ambas palabras han pedido la h, es decir su carnet de identidad. Cosas que pasan. Y tesis, en griego, significa yo expongo, de donde se viene a concluir que una tesis es un razonamiento al que sigue una conclusión.

Una tesis es un trabajo académico, sujeto, por lo tanto, a una retórica, a una determinada forma de hacer que, en realidad, la marca el departamento de la facultad donde se va a realizar dicha tesis. Por eso mismo, el libro de Umberto Eco, Cómo se hace una tesis, es útil hasta cierto punto. Sirven las indicaciones, y no siempre, de cómo se deben hacer las citas. Una tesis debe llevar muchas citas, debe citar a los profesores del departamento y de la propia facultad. Tal y como me dijeron a mí, pese a que no entré en la facultad ni como profesor ni como bedel, nunca se sabe a quién se puede necesitar, así que hay que citarlos a todos por si acaso. Y no cuesta nada poner una nota a pie de página, o incluir libros, que no se han leído, en la bibliografía general. Es lo exigido. Pura retórica. Y no enfadar a nadie ni herir vanidades.

Ignorando tal exigencia, yo nada más puse, en un primer ensayo, como bibliografía, aquellos libros o estudios que había leído completa y enteramente. Mi bibliografía era, por lo tanto, muy magra. Y por eso mismo fui criticado. Ahora bien, quien me hizo esa crítica sabía de lo que hablaba. Y, por supuesto, le hice caso e hinché citas y bibliografía. Aquí paz y allá gloria.

Por regla general una tesis es ilegible. Y por regla general sólo la leen el doctorando y el director de la misma. Rara vez el tribunal se mete entre pecho y espalda la tesis que va a juzgar, y sobre la que saben poco, más bien nada. El único que sabe de la historia es el pobre doctorando, que va a sufrir el examen público. Aun así, y conscientes de su poder, algún que otro miembro del tribunal se atreve a recriminar este o aquel punto de la tesis poniendo de manifiesto que sólo se ha leído esa página, pues ese mismo problema aparece resuelto unas páginas más hacia delante.

La lectura de una tesis doctoral, y hablo por mí, y por lo que he visto, es una representación teatral en la que cinco personas, con sus preguntas y sus insidias, van a demostrar que saben mucho, y a cuestionar lo que tienen sobre la mesa y ante sus narices. En mi caso fue muy divertido porque los miembros del tribunal se enzarzaron entre ellos, y a mí me dejaron en paz.

La tesis doctoral no me ha servido para nada. Quizás porque nadie me la ha cuestionado. Ahora bien, jamás me he arrepentido de haberla escrito, y más en los tiempos que corren. No me gusta hablar de aquello que no conozco, pese a que, alguna que otra vez, lo he hecho. ¿Quién está libre de pecado?

Y es curioso, muy curioso, querido Séneca, ver a todos estos politiquillos de tres al cuarto, con sus desprecios a los profesores, a los sistemas educativos, y a cualquier esfuerzo en general, cómo inflan sus currículos añadiéndose medallas, títulos y méritos académicos. Y cómo algunos amigos periodistas salen en su defensa haciéndose, cómo no, especialistas en tesis, en plagios, en citas y todo cuanto haga falta, menos en honestidad, para hablar de lo que desconocen, o ignorar lo que saben, y decir lo que quieren oír los jefecillos a fin de lograr alguna prebenda del politiquillo de turno. O devolver favores.

Han surgido, al igual que antes surgieron filólogos, entendidos en la materia: saben lo que es una tesis, cómo se debe hacer, cuándo se comete fraude o se plagia… lo saben todo, en fin.

Y es muy curioso, querido Séneca, lo que sucede en este ruedo ibérico. Ignoro si también pasa lo mismo en otras latitudes: hace años a un partido político, defensor de la unidad de España, faltaría más, le dio por decir que aquí, en esta bendita comunidad autónoma, se habla y balbucea una lengua original y autóctona, que nada debe a ninguna, y menos todavía a la vecina del norte. Aquello, oportunamente movido y removido, provocó una efervescencia increíble. La gente fue lanzada a la calle por cuestiones sentimentales, que no lingüísticas. Y era digno de ver cómo personas que en su vida se habían enfrentado a un libro, sabían distinguir entre lengua y dialecto, y una lengua y otra. De la noche a la mañana por estos pagos florecieron los filólogos como las setas en un otoño lluvioso. La cantidad, como sabes, ha sido la burda justificación que se ha utilizado, en muchas ocasiones, para tener razón, pues es imposible, dice quien no tiene nada que argumentar, que tan enorme número de personas se equivoque. Es como si una imbecilidad dicha por mil personas dejara de ser una imbecilidad.

Así que descubrimos, con asombro, que el que en un territorio se hable una lengua original y propia, u otra importada, que en aquellos momentos era crucial para no sentirse infravalorado (?), pasó a depender no de la filología o de la historia, sino del número de personas que apoyaban tan absurda idea. Y así todo lo demás. “Democracia” hasta las últimas consecuencias. Ahora todo el mundo entiende y valora lo que es una tesis o un plagio.

“Gran desgracia es haber llegado a una situación en la que la mejor prueba de la verdad sea la multitud de creyentes, con un gentío en el que los locos superan tanto en número a los cuerdos. “Quasi vero quidquam sit tam valde, quam nil sapere vulgare”.2Sanitatais patrocinium est, instrumentum turba”.3 “Es cosa difícil afirmar el juicio contra las ideas comunes”.4

Ahora, querido Séneca, agotada aquella estéril diatriba lingüística, y a fin de recuperar el poder que han perdido, utilizan las tesis doctorales, obtenidas en buena lid o no, como arma arrojadiza de unos contra otras y viceversa. Y mientras tanto, la casa por barrer. Y tal vez se trate de eso: de provocar desorden y malestar para hacernos ver que sólo con determinados personajes se logra aquí la paz y la tranquilidad. Aunque sea desprestigiando a la universidad, que no es trigo limpio, de acuerdo, a las tesis todas, y a lo que haga falta. Y cómo no, han surgido, al igual que antes surgieron filólogos, entendidos en la materia: saben lo que es una tesis, cómo se debe hacer, cuándo se comete fraude o se plagia… lo saben todo, en fin. Y ante tanto cráneo privilegiado, doy gracias a los dioses por no haberlos tenido en mi tribunal de doctorado: suponiendo, que es mucho suponer, que se hubieran leído mi tesis, igual me la tumbaban por un quítame allá esas pajas, pues estos eruditos a la violeta capaces hubieran sido igualmente de cargarse al mismísimo Michel de Montaigne: “Con tantas cosas que tomar prestadas, me siento feliz si puedo robar algo, modificarlo y disfrazarlo para un nuevo fin”.5 Hace años dijo alguien que nadie es inteligente si no es tan imbécil como nosotros. Y así va todo, querido maestro, con las lenguas muy sueltas y los cerebros y el sentido común muy encogido. Vale.

 

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Notas

  1. Et ut quisque contemptissimus [et ut ludibrium] est, ita solutissimae linguae est. Séneca, Sobre la constancia, 11,3.
  2. “Como si la falta de juicio no fuera lo más común”, Cicerón, De la adivinación, II, 39.
  3. “¡Qué apoyo para la sabiduría, una multitud de locos!”, san Agustín, Ciudad de Dios, VI, 10.
  4. Michel de Montaigne, Ensayos (De los cojos). Edición y traducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo, Madrid, 1987. Cátedra, volumen III, p. 294.
  5. Stefan Zweig, Montaigne, Barcelona, 2017. Traducción de J. Fontcuberta, p. 64.
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