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Epístolas a Séneca (XII)
Credulidad

jueves 14 de febrero de 2019
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Epístolas a Séneca (XII): Credulidad, por Vicente Adelantado Soriano
Vivimos en una sociedad en la que todo, una debilidad, un error, una simple necedad, y no digamos nada de la maldad, se airea y se repite una y otra vez, hasta la saciedad, y con fines nada honestos ni virtuosos.
Epístolas a SénecaSemana a semana, el escritor español Vicente Adelantado Soriano se cartea con el filósofo hispanorromano Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), por quien aprendió latín —para leer sus obras en su lengua original— y con quien discurre sobre los más diversos tópicos, actuales y no tanto.
Igual que los dardos rebotan en los objetos densos y los sólidos son golpeados con dolor de quien los quiebra, así ningún ultraje infunde su sensación en un gran espíritu, siendo como es más frágil que lo que ataca.1

El sabio, querido Séneca, un espécimen tan difícil de hallar como un unicornio, podrá ser inmune a los golpes de los adversarios o de los enemigos, puesto que, así lo dices, es más fuerte que ellos; pero, no sé si por desgracia o por suerte, vivimos en una sociedad en la que todo, una debilidad, un error, una simple necedad, y no digamos nada de la maldad, se airea y se repite una y otra vez, hasta la saciedad, y con fines nada honestos ni virtuosos. Lo que se busca con ello, por supuesto, es hacer daño a la persona, llamémosle el sabio, a quien se nombra a toda hora y en todo lugar: se trata, evidentemente, de desprestigiarla, a veces con medias verdades, otras con medias mentiras, las más proclamando debilidades, problemas o interpretaciones de conversaciones o comentarios más o menos desafortunados. Un auténtico lodazal, profusamente aprovechado por los políticos.

El problema es una democracia defectuosa que se alimenta de unos partidos políticos, donde hay gente con todo tipo de intereses, que han sido creados, y son sustentados, para llegar al poder y mantenerse en él.

Hace tiempo, querido Séneca, me llenó de vergüenza ajena ver repetido, en la televisión, una y otra vez, un vídeo de una señora dedicada a la política. En el vídeo se veía cómo dicha señora robaba dos botes de crema, y era obligada a pagarlos. Pensé, y lo sigo haciendo, que esta mujer, con dinero más que suficiente para comprarse la fábrica de tarros de crema, tenía un serio problema. Y no me pareció nada digno ni honesto airearlo como se estaba haciendo. Indudablemente fueron más deshonestos y miserables quienes guardaron ese vídeo durante años, y quienes lo difundieron, en el momento adecuado, que la señora que robó los dos absurdos botes de crema. Fue penoso, lamentable. Todo se justificó, desde luego, en nombre de ese nuevo dios: la libertad de expresión. Está muy bien dicha expresión cuando está regulada por dos dedos de sentido común y no por intereses bastardos o por venganzas. Hemos llegado a un momento en el cual parece que, en política, y en la vida social, todo vale. Por mor de la libertad de expresión. Esperemos que no metan el asesinato en el cupo.

Lo primero que llama la atención, en estos burdos intentos de desprestigiar a una persona, es la hipocresía reinante. Como tú mismo dices, “la credulidad hace mucho daño”.2 Y si bien en tu época la credulidad se ganaba repitiendo una cosa de boca en boca, noticia o rumor o lo que fuera, una y otra vez, hasta convertirla en una verdad incuestionable, hoy, que se sigue haciendo lo mismo, se cuenta, además, con las imágenes, las grabaciones, y todo tipo de artefactos. Antes, el incriminado podía alegar y discutir que él no había dicho lo que le achacaban. Palabra contra palabra; pero ahora, por desgracia, está la imagen, el sonido; y eso hace que la información sea casi incuestionable. ¿No se puede manipular una grabación o una película? ¿Acaso no hay maestros en crear efectos especiales y poner fantasmas donde no hay sino decorados de cartón y madera?

Es probable, pese a todo, que la persona grabada o cuestionada no merezca ocupar el puesto que ocupa, políticamente hablando. ¿No hay otros mecanismos para desalojarla del poder? Sin duda que los hay. Pero el problema, vuelvo a insistir en ello, es una democracia defectuosa que se alimenta de unos partidos políticos, donde hay gente con todo tipo de intereses, que han sido creados, y son sustentados, para llegar al poder y mantenerse en él. Y llegar al podium, o desalojar al rival, tal vez al enemigo, todo lo justifica. Curioso: pocos ministros han sido apartados de su ministerio por incompetentes o por realizar una pésima gestión. Ahora bien, una posible enfermedad psíquica, o unas declaraciones insustanciales durante una comida, son motivo para escandalizar al partido en la oposición, y para que todo el mundo se rasgue las vestiduras. Al mismo tiempo se presentan ellos como quienes son incapaces de hacer semejantes cosas. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, reza un famoso refrán popular.

Y de esta forma se justifica que un ministro del interior, y no le costó el puesto por ello, no dimita, ni lo dimitan aun cuando estaba conspirando, difundiendo noticias falsas, para anular y desprestigiar a los miembros de la oposición. Y encima dice el dicho ex ministro que es creyente. No sabemos en qué. Algunos partidos políticos, con sus ambiciones y sus ansias de poder, han convertido la democracia en un verdadero lodazal. Y siguen ahondando en ello.

Recuerdo, querido Séneca, un pequeño fragmento de una fábula, creo, que nos ponía el profesor, cuando comencé a estudiar latín, para que la tradujéramos. Se me quedó grabada la parte más importante: se contaba en ella que Júpiter nos dio dos alforjas, peras imposuit Iuppiter nobis duas. En una, la que llevamos delante, van los defectos ajenos, y en la otra, la que cargamos sobre nuestras espaldas, los defectos propios. Siempre tenemos ante los ojos, pues, aquello que hacen nuestros vecinos o rivales. Y lo nuestro, tras el cogote, ni lo vemos ni tenemos ganas de verlo, ni interés.

De nada vale, evidentemente, invocar la honestidad, la justicia y demás zarandajas ante políticos, jueces y periodistas de esta calaña.

Y está todo tan podrido, tan corrompido, que la vida política del país ha quedado reducida a un patio de vecindad con muchos rencores y ninguna educación: día sí y día también se acusa a alguien, entre políticos anda el juego, de esto, de aquello o de lo más allá. Y por regla general dichas acusaciones poco o nada tienen que ver con la labor que desempeñan en despachos o ministerios. Cuando tengan algo que ver, el acusado debería ser sancionado; caso contrario, el denunciante. Pero, claro, si la tropelía la hace uno de los nuestros, y se puede tapar, se tapa… Evidentemente a un político se le debe exigir una cierta ética; pero a todos, y por igual. No pueden unos, como hacen, pedir la cabeza de éste porque ha cometido una supuesta irregularidad, y proteger la del otro porque “es de los nuestros”, o porque así lo demandan intereses nada claros del propio partido, o un tipo de democracia que, desde luego, deja muchísimo que desear. Tú, querido Séneca, lo dijiste mucho mejor: “Las mismas cosas aprobamos y las mismas cosas criticamos; este es el resultado de todo juicio en el que se emite el fallo siguiendo a la mayoría”.3

En el caso de la política española no es que se siga el criterio de la mayoría, al menos cuando no interesa, o cuando se sabe que el resultado no va a ser el buscado y deseado por el inefable amigo americano. Lo que se hace, y de ahí el enorme papel de las televisiones y de los medios de comunicación, es tratar de crear un estado de opinión que conduzca a la gente a votar a quien, ante una determinada situación, se erige en modelo de transparencia, veracidad y honestidad, cuando es todo lo contrario. Será verdad o mentira su transparencia; pero por si acaso quedara alguna duda, los honestos políticos ya se las apañan, y muy bien por cierto, para poner en los tribunales a los jueces que los tienen que juzgar en caso de cualquier fallo, de cualquier grabación o delito innegable. Do ut des. Y aquí paz y allá gloria. Y luego proclamamos que la Justicia, así, con mayúscula, es igual para todos. De risa. Ya se sabe: Juppiter nobis duas peras imposuit nobis. Y al que dios se la da, san Pedro se la bendiga.

De nada vale, evidentemente, invocar la honestidad, la justicia y demás zarandajas ante políticos, jueces y periodistas de esta calaña. Hasta se está aprovechando, y es un paso más en este lodazal de corrupción, grabaciones que hizo un policía a todo tipo de personas. Con la finalidad, por supuesto, jugando con la credulidad, de extorsionar, chantajear y salirse con la suya. Y en lugar de aprovechar las grabaciones para limpiar las cloacas se utilizan, cómo no, para desprestigiar, al igual que los tarros de crema, al rival político. Y sí, todos practican aquello de que el fin justifica los medios. Y el fin no es otro que el propio interés. Disfrazado, por supuesto, con ese traje que lo soporta todo: la libertad de expresión y el bien y la seguridad del ciudadano (?). La virtud se ha exiliado de nuestra tierra, querido Séneca. Lo malo de todo esto es que nadie puede exiliarse a la aristofanesca ciudad de los pájaros. Sería un enorme consuelo. Vale.

 

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Notas

  1. Vt tela a duro resiliunt et cum dolore caedentis solida feriuntur, ita nulla magnum animum iniuria ad sensum sui adducit, fragilior eo quod petit. Séneca, Sobre la ira, 5, 8.
  2. Plurimum mali credulitas facit, Sobre la ira, II, 24.
  3. eadem probamus, eadem reprehendimus; hic exitus est omnis iudicii in quo secundum plures datur. Séneca, Sobre la vida feliz, I, 5.
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