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Epístolas a Séneca (V)
El tiempo y la sabiduría

jueves 27 de diciembre de 2018
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Epístolas a Séneca (V): El tiempo y la sabiduría, por Vicente Adelantado Soriano
El poder les permite a los políticos vivir sin hacer nada que no sea ir de aquí para allá proclamando vaciedades y nimiedades, retirarse cobrando unas pensiones que ni el mejor de los cirujanos percibirá nunca, y colocar a los amigos y a los periodistas fieles, que el ser agradecido es de bien nacido.
Epístolas a SénecaSemana a semana, el escritor español Vicente Adelantado Soriano se cartea con el filósofo hispanorromano Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), por quien aprendió latín —para leer sus obras en su lengua original— y con quien discurre sobre los más diversos tópicos, actuales y no tanto.
¿No es verdad, además, que nadie realizará debidamente sus actos, sino aquel a quien se le ha mostrado la norma que le permita en cada caso cumplir plenamente sus obligaciones?1

Me asombro, querido Séneca, al ver cómo las personas se mueven por unos intereses bastardos, necios y absurdos, sin más norma que su propio egoísmo, que les llevan, a veces, hasta la violencia más extrema. Es cierto que hay, o debería haber, un conjunto de leyes que traten, hasta donde puedan, de encauzar esa violencia cuando no de sustituirla por lo único válido: la razón, la palabra, el juicio, el sentido común. Lo malo es que tan buenas y necesarias cualidades se pierden con harta frecuencia. Suceden tan lamentables pérdidas cuando hay dejación de sus funciones por parte de quien debía regular los mecanismos para evitar la confrontación. Pero a menudo, unos necios mandatarios, sin más norma que su propio interés, se apoyan en otros poco escrupulosos para justificar su inactividad, cuando no, su carencia total de proyectos políticos. Buscan entonces la confrontación por oscuras e inconfesables razones. Lanzan soflamas y mentiras unos, azuzan a las personas los de más allá, y los siguen los otros, con mentes tan vacías como los primeros. Así que entre todos la mataron, y ella sola se murió.

Los partidos políticos, como los candidatos de tu época, no tienen por finalidad buscar la felicidad de los ciudadanos, sino llegar al poder.

El hombre es imperfecto y, en consecuencia, nada perfecto puede salir de sus manos. Se puede aproximar, desde luego, a los dioses, y crear cosas o situaciones que lo sitúan en su vecindad. Es posible, pues, que una de esas creaciones sea la democracia con todas las imperfecciones que ésta arrastra. La primera de las cuales es, sin duda, la existencia de los partidos políticos, sin los cuales, terrible contradicción, no puede existir. Parece ser, querido Séneca, que en la Roma de tu tiempo los candidatos no tenían ningún programa político, que no fuera el mismo para todos: sencillamente reclamaban el voto porque querían ser elegidos. Tal vez porque era un honor ser senador, o tal vez porque esperaban llenar sus arcas con las trampas y los negocios que permite el poder. Ninguna diferencia, salvo la honradez, había, pues, entre la visión del gobierno de la ciudad que tenía Rufino de la que tenía Rufo.

No hay mucha diferencia con la época actual.

Está claro que la democracia exige los partidos políticos, rivales entre sí, que no enemigos. Ahora bien, la democracia puede terminar, y de hecho así finaliza en muchas ocasiones, en una tiranía. Los partidos políticos, como los candidatos de tu época, no tienen por finalidad buscar la felicidad de los ciudadanos, sino llegar al poder. Nos preguntamos para qué. A fin de lograrlo utilizarán todo tipo de artimañas, algunas legales y otras no tanto, y otras hasta de dudoso gusto. Puestas las miras en la meta, en el poder, se hará lo que sea necesario por llegar a él, y por mantenerse en él. ¿Con qué finalidad? Finjamos ignorarlo. Pero desde el momento en que mienten para llegar a la meta, nada bueno, creo, se puede esperar de ellos, ni del ejercicio que hagan de sus funciones, que, muy a menudo, olvidan.

Nada hay que fatigue y moleste tanto como oír a un político español: lo que defendía ayer, lo ataca hoy; lo que ayer le parecía una aberración, lo reivindicará mañana con uñas y dientes. El único propósito de tanta incoherencia no es otro, creo, que halagar a sus votantes para que los voten y alcancen la poltrona por la que tanto suspiran, o por mantenerse en ella. ¿Para qué?

Y si la gente, que fuerza a los políticos a tantos cambios, da tantas vueltas que obliga a los líderes a terminar mareados, sin saber dónde tienen la mano derecha ni la izquierda, quiere eso decir que a esta sociedad le hace falta una buena dosis de educación, de normas y principios.

He comprendido que lo mejor para no irritarme es mantenerme al margen. No leer periódicos, no ver la televisión, y no prestar ningún tipo de atención a cuanto dicen o dejan de decir los políticos.

Me pregunto siempre, con asombro, cómo fue posible que en Roma llegaran al poder personajes como Tiberio, Nerón, Calígula… y lo mismo me pregunto hoy en día cuando oigo o leo ciertas declaraciones de algunos de los presidentes que están actualmente en el poder. La democracia se ha corrompido hasta tal punto que llega al poder quien más dinero tiene, o quien maneja, en interés propio, por supuesto, más cadenas de televisión, y más periódicos, que esperan, impacientes, su parte del pastel. Y ahí, entre unos y otros, se ha establecido una alianza tan nefasta como la que formaron César, Pompeyo y Craso.

En tu tiempo, querido Séneca, no había ni periódicos ni televisiones; eran otros, desde luego, los mecanismos que utilizaban los candidatos para triunfar. No hay tanta diferencia entre los de ayer y los de hoy, sin embargo: aquellos prometían circo y poco trabajo, es decir, el panem et circenses;2 y éstos ofrecen una televisión y unos periódicos que no son otra cosa, en el mejor de los casos, que un reflejo de sus absurdas, vacías y sucias mentes. El pan sin más, por supuesto, queda relegado para quien no maneja el dinero, que, como sabes, non olet.3 Y por eso mismo se pagan impuestos por todo. Y lo más gracioso es que, encima, la gente vota siempre a quien más los extorsiona. Hay un fuerte componente masoquista en el género humano. Creo.

Todo esto tiene la virtud de irritarme mucho. He comprendido, no obstante, que lo mejor para no irritarme es mantenerme al margen. No leer periódicos, no ver la televisión, y no prestar ningún tipo de atención a cuanto dicen o dejan de decir los políticos. Sabido es que éstos, con tal de no perder el poder y sus privilegios, son capaces de enfrentar a media población contra la otra media. Lo cual no deja de asombrarme. Y por lo cual no dejo de preguntarme si, realmente, es tanto el poder de las televisiones y de los periódicos. Si es así estamos faltos de un buen sistema educativo, capaz de formar a personas con sentido crítico. Y aquí tienes un intento de explicación de por qué no interesa cambiar dicho sistema, o hacerlo de forma que no cambie nada de lo cambiable.

Gente sin sentido crítico. Abúlicos y que se dejen llevar, como corderillos.

Hay días, no obstante, en los que necesito, es un decir, leer los periódicos, los menos malos, para enterarme de algunas cosas que suceden por el país y aun por el mundo. A fin de no irritarme en demasía, de tener armas para mi defensa, di en leer, una vez más, tu tratado Sobre la ira. Si nos atenemos a la definición que de ella dio Aristóteles, y que citas en tu libro, “la ira es el deseo de devolver el dolor”,4 nada más absurdo que irritarse, pues, contra los políticos, puesto que no puedo devolverles el daño, o la ofensa, que me hacen al creerme un palurdo, o tan necio y deshonesto como son ellos. Pero está visto que la cosa les funciona cuando en una ciudad del interior el político promete ponerles una playa, si gana las elecciones, y las gana. Normal que el político, entonces, se burle de quienes le han votado. No sé si es para reír o para llorar.

La sabiduría, el ánimo templado, la serenidad, la imperturbabilidad, se logra con el paso de los años.

Quizás por deformación profesional, y sin duda por incapacidad para ver más allá, siempre he creído que estos males de la democracia se podrían curar, se deberían curar, con la educación, con los preceptos y las normas; pero no sólo con ellos. Éstos son los que capacitan para la vida.5 Y la vida, creo, es civilización. Y ésta no consiste en ganar medallas de oro en competiciones atléticas o en tener tres o cuatro figuras célebres sean del campo que sean. Consiste en otras cosas mucho más importantes. Permíteme que te cite a un escritor al que, como a ti, admiro profundamente, y que lo expresó mejor de lo que puedo hacerlo yo:

En la qüestió de la civilització, crec que Balmes digué la darrera paraula en escriure que la civilització consisteix a crear el màxim benestar possible per el més gran nombre possible de persones.6

Nada más alejado de las miras de nuestros políticos, que se pasan el tiempo tirándose los trastos a la cabeza, como en un barrio de vecinos mal avenidos. No creo que lo hagan porque sienten que el ejercicio del poder es un enorme servicio a la sociedad, como en tu época, o al ciudadano, sino porque el poder les permite vivir sin hacer nada que no sea ir de aquí para allá proclamando vaciedades y nimiedades, retirarse cobrando unas pensiones que ni el mejor de los cirujanos percibirá nunca, y colocar a los amigos y a los periodistas fieles, que el ser agradecido es de bien nacido. Así que se repartirán el pastel entre aquellos que han aupado al señor presidente. Y aquí paz y allá gloria.

Y no, no me irrito. Esto me sirve, entre otras cosas, para darme cuenta de que lo que tú propones en tus libros, difícilmente alcanzables en la juventud, la sabiduría, el ánimo templado, la serenidad, la imperturbabilidad, se logra con el paso de los años, con los sucesivos desencantos, y con ver siempre la misma y repetida película en esta corrompida democracia. No hace falta más. Vale.

 

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Notas

  1. Quid quod facienda quoque nemo rite obibit nisi is cui ratio erit tradita qua in quaque re omnis officiorum numeros exsequi possit? Séneca, Epistulae, 95, 12.
  2. Pan y circo.
  3. Frase que pronunció Tito al preguntarle su padre Vespasiano si olía el dinero que había sacado del impuesto sobre la orina, y que aquél le recriminaba. Suetonio, Vida de los doce Césares, Libro VIII, 3-4.
  4. Séneca, Sobre la ira, libro I, 3. Madrid, 2000. Traducción de Juan Maniré Isidro.
  5. Séneca, Epistulae morales ad Lucilium, ep. 96, 6-7.
  6. “En el asunto de la civilización, creo que Balmes dijo la última palabra al escribir que la civilización consiste en crear el máximo bienestar posible para el mayor número posible de personas”. Josep Pla, Un senyor de Barcelona, Barcelona, 1982, p. 268.
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