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Manuel Cabesa:
“La poesía impone su poder”

viernes 19 de mayo de 2023
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Alberto Hernández y Manuel Cabesa
Manuel Cabesa (derecha) le decía a Alberto Hernández en 1998: “Con preocupación veo a poetas jóvenes entregar a la imprenta textos que no responden a una necesidad profunda de decir”.

Un paisaje se posesionó hace muchos años en el mundo de Manuel Cabesa, el lenguaje de la poesía. Aturdido por lo que pudiera considerarse su permanente asombro por lecturas y nuevas experiencias en materia literaria, Cabesa transita por las venas de muchos nombres que han revelado el caudal de nuestro continente poético: Cobo Borda, Jaramillo Agudelo, Fernando Pessoa, Homero Aridjis, entre los llegados a los años de este oficio.

Conocí a Manuel Cabesa en el pequeño espacio que ocupaba la otrora librería Kuai-Mare en el Teatro de la Ópera de Maracay. Venía de Caracas. Había pasado por la Biblioteca Nacional, donde se leyó todos los libros y trabajó para ellos, para los libros y la biblioteca. Ya su Vida en común había pasado por mis manos y era libro de referencia muy personal en aquella Maracay que aún sigue siendo pueblerina y que él ha hecho su ciudad… Ese día, luego de saberse leído por quien esto escribe, me dijo: “Bueno, de ser así, ya somos panas”. Y entonces lo hemos sido en la amistad y en las lecturas. En el respeto por su capacidad como escritor y como lector. Aquella comunidad vital, que creció hasta Un lento deseo de palabras / Poemas reunidos 1980-2003 (Monte Ávila Editores, 2012), es también de quienes comparten sus palabras en talleres y conversaciones de sobremesa donde no pueden ni deben faltar la memoria y un buen trago.

 

¿Qué autores te han tocado tan cerca que te hayan influido?

Todo poeta es un lector, o al menos eso es lo que se supone, y como tal su trabajo está expuesto siempre a la influencia de lo que lee. Cobo Borda dijo una vez que cada quien tiene las influencias que se merece. De algún modo lo que uno es y lo que uno escribe viene condicionado por ciertas lecturas que sin saber cómo determinan conductas y maneras de escribir.

Entre la posible influencia y nuestra escritura existen ciertos vasos comunicantes que a veces son difíciles de descifrar.

Personalmente, no siento aquello que Harold Bloom llamó la angustia de las influencias, pero suele suceder que no siempre los poetas que más admiramos son los que influyen en nuestro trabajo. Entre la posible influencia y nuestra escritura existen ciertos vasos comunicantes que a veces son difíciles de descifrar. Ahora bien, como mi trabajo ha permanecido inédito durante mucho tiempo he tenido oportunidad de releerme y determinar de qué pata cojeo.

Mi primer trabajo visible, Los amores contrariados, es un poema largo escrito en 1980, con apenas veinte años, y forma parte de un descubrimiento: la poesía de Fernando Pessoa. En ese trabajo se intenta recrear los amores del poeta lusitano con Ophelia Queiroz, utilizando varias voces que comentan la historia. Vida en común (Fundarte, 1985) se escribe por estos años y en los poemas que integran esa experiencia se nota el reflejo de lo que vivía en el momento, el descubrimiento de la poesía joven colombiana (en especial Cobo Borda y Darío Jaramillo Agudelo); eran los días en que Tráfico y Guaire ocupaban el espacio de las publicaciones culturales y daban recitales continuamente, a los que asistía llamado por el fervor del momento, así que estos poemas están llenos de referencias a esas lecturas y experiencias: del descubrimiento del amor y la escritura. Los otros dos libros caminan por rumbos distintos, fueron escritos paralelamente a lo largo de diez años, y no fue que me propuse pasar escribiendo los mismos poemas durante tanto tiempo, sino que se dio así: de vez en cuando el poema impone a su autor el tiempo de su maduración.

En Secreta permanencia establezco una distancia con lo escrito, son poemas que se miran a sí mismos, se relatan; sus posibles influencias las buscaría en los ensayos de Saúl Yurkiévich y en los poemas de Yves Bonnefoy que determinaron una manera particular de asumir la escritura. Complemento de ese libro es un ensayo que al igual que los poemas se fue escribiendo a lo largo de varios años (su primera versión es de 1988) llamado Un lento deseo de palabras; también como los poemas es un intento por indagar en el sentido de la poesía y la memoria.

Crisaire es todo lo contrario: se trata de un poema largo, desbordado, sobre el amor y el erotismo, su canto y celebración; está lleno de cierto lirismo surrealista, quizá porque la sombra de Juan Sánchez Peláez, Gonzalo Rojas y César Moro estuvo presente durante el tiempo que llevó su escritura. La otra influencia destacada allí, y no de forma casual, sino de manera consciente, buscada como apoyo a la hora de resolver algunas imágenes, es la poesía de Homero Aridjis.

Las influencias nunca me han molestado, por el contrario; aunque sé que, como dice Juan García Ponce: “Confesar influencias es demasiado fácil; pero no son ellas las que hacen al escritor, sino la profundidad de la búsqueda de su forma y de la verdad que quiere expresar a través de ellas”.

 

¿Para qué hacer poesía?

Mi vocación poética está determinada por una necesidad de autoconocimiento; no siempre he escrito poesía, es más, de cuanto he escrito se ha salvado muy poco, la mayor parte de mi trabajo poético ha ido a parar al pote de la basura, que es en definitiva la mejor forma de autocrítica que pueda existir.

Escribir es un asunto solitario y aunque no veo en mi trabajo una forma de ruptura, tampoco me uno a ninguna propuesta generacional en boga que identifique a esta década.

Se siguen modas o se practican experiencias de autosuficiencia donde encontramos autores que sólo se leen a sí mismos.

El trabajo del poeta es un esfuerzo más personal e íntimo que el del narrador o el ensayista, por ejemplo. Exige más vigilancia, más cuidado. Es más frágil, debido sobre todo a su brevedad y a la supuesta facilidad de su composición, la línea que divide el poema de la tontería escrita. Con preocupación veo a poetas jóvenes entregar a la imprenta textos que no responden a una necesidad profunda de decir, de decirse, como apuntaría Yurkiévich. Son poemas escritos para llenar un espacio estimulado más por el ego que por una conciencia poética lúcida. Se siguen modas o se practican experiencias de autosuficiencia donde encontramos autores que sólo se leen a sí mismos, sin saber que la poesía es un diálogo crítico pues, como advierte Lezama Lima: “Ninguna aventura, ningún deseo donde el hombre ha intentado vencer una resistencia, ha dejado de partir de una semejanza y de una imagen”.

No pretendo que lo que he escrito sea tomado como ejemplo de gran poesía, pero al menos he intentado ser honesto, de allí la necesidad de reescribir constantemente lo que creo salvable y de botar a la basura, sin ningún escrúpulo, lo que no deja de ser un simple intento del decir.

 

¿Qué motivación activa el quehacer poético actual?

La poesía es un acto cada día más secreto, su poder de convocatoria es casi nulo. En las librerías los poemarios se llenan de polvo mientras la gente consume libros de autoayuda. Sin embargo, ella permanece, funda su propio territorio con sus leyes y sus ceremonias.

Lo que mantiene su sobrevivencia como arte es su posibilidad de ser un código sólo transmisible a través de la palabra, y como tal ejerce sobre ella un dominio total. Independientemente de los tiempos que estamos viviendo, la verdadera poesía seguirá siendo el testimonio más fiel del devenir del hombre sobre la tierra.

La poesía como herencia no es sólo la consabida sucesión de autores, obras y tendencias, sino que se convierte, como bien lo ha percibido Octavio Paz, en un sistema de relaciones significativas: en un lenguaje.

Noviembre de 1998

(Tomado de Voces de la memoria: diálogos y monólogos inconclusos. Cervantes@MileHighCity Editores, Denver, Estados Unidos, 2013).

Alberto Hernández
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