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Las letras de la pandemia

martes 26 de mayo de 2020
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Las letras de la pandemia, por Alberto Hernández
Un fantasma recorre el mundo. Ya sabemos cuál ha sido y nos ha quebrado el cogote muchas veces.

Papeles de la pandemia, antología digital por los 24 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario

Desde su sigilosa incursión, el virus nos lee. Minuciosa es su marcha hacia nuestra biología. Ella, sin cuido, arrastrada por la saliva colectiva, arruma nuestros pasos, los mete en cintura. Sus letras, las que hacen la palabra, nos escriben, reescriben y borran del mapa.

Desde la voz de sus andanzas globales, el pequeñísimo invasor nos habla al oído que no tenemos. Entra pero no sale. Se acomoda en la mucosa de quien las respira o es mojado por el moco irreverente y viajero.

Viajó en la nariz y vías respiratorias de los aviones. En los trenes subterráneos, en los vagones de los ferrocarriles.

Ahora estamos encerrados. Apresados por la mirada inversa de las ventanas y puertas. Miramos el paisaje que nos ha quitado la espía y malhechora visita. Y en medio de tantos sinsabores, debemos hacernos a la idea de que toda esa cosa cabe en un poema. En un relato de Poe. En el Libro de los muertos, en la Enciclopedia ilustrada de la muerte, en el humo del cigarrillo de Albert Camus. Pero nada de eso importa. Sabemos que el miedo nos pega de las paredes, que somos indigentes del siglo que nos corroe, que nos tumba de medio lado en la cama mientras tratamos de leer una página o verle la cara al héroe de la serie televisiva.

También somos víctimas del humor negro.

Víctimas de una gripe indecorosa. ¿Hay decoro en una gripe, en un virus intransigente?

Todo comienza en un lugar remoto. Allí se incubó el bichito. O allí lo sembraron, lo regaron como una planta. Lo sacaron de un tubo de ensayo o de los colmillos de un murciélago, como le gusta a muchos explicar su origen. Todo comenzó —ya es pasado— en una ciudad muy moderna y se metió en los pobres pueblos del mundo. Viajó en la nariz y vías respiratorias de los aviones. En los trenes subterráneos, en los vagones de los ferrocarriles. En los autos con aire acondicionado, en la nariz rojiza del invierno italiano, español o británico. Y traspasó el océano y llega a esta tierra de mestizos, rubios, locos y dictadores. Y aquí está ahora. Y aquí estamos, solicitados por ese miembro exclusivo de la muerte que intenta despojarnos de nuestras palabras.

Las letras de la pandemia son las que decimos en el abecedario de nuestra cotidiana emergencia. No estamos a salvo aún. Leer el virus, registrarle el pasaporte. Matarlo antes de que nos mate.

En eso dicen que están los responsables de detenerlo, aunque nosotros también seríamos responsables por portarlo en la maleta de nuestra biología.

Podríamos saber leerlo si lo atrapamos, lo acorralamos, lo enterramos, lo quemamos.

Todo virus es un mal proceder político. Todo virus tiene la marca de una tiranía.

Todos los personajes de las novelas andan por allí reflejando nuestros miedos.

Todos los monstruos andan sueltos. El siglo XXI no es un augurio, al menos estos primeros veinte años. No es bueno, decimos, este augurio, como ninguno será si seguimos alimentando asesinos, malbaratando nuestra libertad.

Un fantasma recorre el mundo. Ya sabemos cuál ha sido y nos ha quebrado el cogote muchas veces. Este que ahora viene desde el vientre rojo de un país inmenso, es el mismo fantasma que ahora nos acorrala. Todo virus es un mal proceder político. Todo virus tiene la marca de una tiranía.

Anemia, epidemia, pandemia. Somos los conejillos de indias de estas pruebas que en nuestra saliva, en nuestras mucosidades podrían habitar. Por eso somos la pandemia.

Alberto Hernández

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