XXXVI Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2023

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Javier Sánchez Menéndez, la creación y el silencio

domingo 12 de marzo de 2023
Javier Sánchez Menéndez
Javier Sánchez Menéndez: “Considero que tan sólo soy un aprendiz, un principiante que desea seguir su búsqueda, seguir leyendo a los sabios, seguir aprendiendo”.

Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz) es poeta y ensayista. Cuarenta años de poesía y con una treintena de libros en su haber, entre aforismos, ensayos y poesía. Sus últimos poemarios han sido El baile del diablo (Renacimiento, 2017),  Ese sabor antiguo de las obras (Chamán, 2022) y 1.335 días (contemplar, atender, entender) (DeTorres Editores, 2023). De su poesía se han publicado tres antologías en España y una en Colombia. Autor de varios ensayos, destacamos la serie Fábula y El libro de los indolentes (Plaza y Valdés, 2016). Ha publicado además varios libros de aforismos: Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (2017), Concepto (2019), Ética para mediocres (2020), Para una teoría del aforismo (Trea, 2020), Mundo intermedio (2021) y La jaula (2023). Javier Sánchez Menéndez pertenece a la estirpe de aquellos que hablaron en un “mundo intermedio” a través de unas obras cuyo misterio y ética moral nos acompañarán siempre mediante un diálogo marcado por el silencio. Estado que él reitera una y otra vez, como los que amamos ese concepto al que atraviesa una profunda soledad. Silencio de interior, la hondura que mantuvieron, y mantienen, un Dante, un Novalis, un Rilke, un Leopardi, un Keats, un Hölderlin, e incluso un Virgilio.

De esas profundidades abisales nos llega siempre el silencio del Javier poeta. De Ese sabor antiguo de las obras, como enuncia su libro inagotable. Lector apasionado, como Baudelaire desconfía de los poetas a los que sólo guía el instinto: los considera incompletos. Dante sin duda le permite soñar mediante alegorías con sentido, y Cervantes le aconseja a través del Quijote clarificar su mundo racionalizándolo, puesto que no hay nada más cuerdo en literatura que esta novela universal.

Extendí el otro día sobre la mesa del comedor todos los libros de Javier Sánchez Menéndez. Libros que a la altura del corazón, muy cerca de las manos, reposan en los estantes de mi biblioteca desde que lo conozco. Allí estaban más de una treintena de libros y cuarenta años de poesía; cierto que hay más de un género en esos libros suyos entre ensayos y aforismos, pero signados siempre por la esencialidad de su mundo esencialmente poético. La poesía en este autor, como todos los que han nacido bajo un destino claro y complejo, ya venía impresa en su código genético bajo esa condición de lo extraño inefable, y es imposible que la poesía lo abandone como el dios abandonó a Antonio en versos de Cavafis. “En el principio —dice en La jaula— fue la palabra poética, el origen del pensamiento. Cuando las palabras no eran poéticas no existía el pensamiento”.

Al contemplar sobre la madera lo que también nos llega de lo orgánico de la naturaleza y el tiempo, pensé que para llenar los fondos interiores de sabiduría, misterio y verdad, basta una mesa. Una mesa basta para que alguien como él se incline en soledad y deje al mundo un legado inmarcesible como sin duda son sus libros tan esenciales como especiales. Como necesarios. Su palabra no contiene hojarasca, que ya sabéis que es lo que primero prende, tampoco es hiperbólica ni menos necesita de la hipérbole en esta introducción a vuelatecla. Su llama es de otro tipo, en combustión perpetua arde sobre la vida como un antiguo faro que señala los puntos de orientación para futuros navegantes.

Un libro nos remite al siguiente y nos hace de nuevo volver a otras páginas de libros anteriores bajo una mirada distinta.

Degustar una obra de esta cualificada calidad, aparte de hacernos reflexionar, siempre nos proporciona ese placer intenso de seguir indagando, de seguir lentamente disfrutando de su lectura. Un libro nos remite al siguiente y nos hace de nuevo volver a otras páginas de libros anteriores bajo una mirada distinta. Abrimos “Ese sabor antiguo de las obras” y encontramos que alude a La jaula personificada en su libro más reciente, es el rastro que deja una palabra que parece asequible en apariencia pero que está expresada con una fuerza de concisión tan asombrosa que, además de acentuar su universalidad, uno solo de estos versos o de estos aforismos bastaría para llenar varias páginas de comentarios.

Libros que llegan y te llenan desde una Fábula que no es fabulación. Vienen de lo profundo de los tiempos. De la historia del hombre y de la huella. De un más allá que queda en el misterio de lo que no abarcamos. Hablan de lo insondable y lo cercano, del habitar presente marcado por la fuerza del pasado o por lo inestable del futuro, un presente que es casi inaccesible pero que se penetra desde el texto —tejido de la soledad propia, desde la reflexión, desde el presentimiento.

Cada libro o entrega se cierra como culminación, al tiempo que se abre como un punto de fuga o punto de partida y en su voz cabe todo, lugar propio cuyas páginas se intercambian abriendo nuevas rutas desde esa conjunción y en esa línea, tan poética siempre, y tan antipoética, e interrelacionada.

Libros inusuales los de Javier Sánchez Menéndez, autónomos, pero a la vez con un todo unitario. Tiempos que se entremezclan, que valoran también lo anticonstituido, un pacto siempre en vilo que sabe del valor de la palabra, y de la impostura de la misma palabra y de la propia vida: “Hay un soplo de viento que nos resulta puro” y siempre nos recuerda que hay que aprender de los seres que “pueden enseñar, que han leído la esencia, que llegaron al bosque y, en su centro, descubrieron la luz y su silencio”.

Puesto que: “Sin silencio no hay poesía”.

El poeta se sitúa desde el centro o el fondo, en el espacio incluso donde lo numinoso está presente con indolentes que callan o entre sombras que acechan. Un espejo de marco verde que no refleja nada y lo proyecta todo. O el agua que se vierte eternamente, que lentamente mana, bajo un rostro impenetrable de azulejos secretos.

Un retrato de Galdós dicta el esfuerzo. La cercanía de Parra indica libertad, y la lección de Rilke lo profundo ya que, como Anaximandro, sabe que todo siempre regresa hacia su origen en la unificación con lo terreno.

Hay voces que son inagotables. Aguas que nunca sacian.

Y es que a veces hay que mirar lo oscuro de la nieve, lo estático del hielo, que es para Dante el infierno antes que el fuego, o mirar tan aguda y apasionadamente, siendo tan ciego como Homero era. O en la tristeza del oficinista, en la Praga terrible de las metamorfosis, ver también en las ciudades, o los rostros, el laberinto de las situaciones incomprensibles, la maldad del ser humano, el delirio maldito del poder y lo absurdo de su errático proceder a través de las teclas por las manos pulsadas ante una simple máquina de escribir.

Estremecedor por su profunda vigencia.

“Nuestro mundo está controlado por lobos que ejercen la violencia ante nuestra debilidad”.

“Se vislumbran tiempos en los que morir no precisa de epitafio”.

“Los lobbies morales imponen su inmoralidad”.

“Nunca acabamos de cruzar el río del presente”.

En la pantalla, con frío, con vaho, con calidez cercana, de un ordenador; en la naturaleza al aire libre, en la ciudad que a veces da la espalda, este universo propio suyo tan abierto, y a la vez tan interiorizado.

Fiel a sí mismo, con lucidez y rigor, se apoya en los precedentes dignos, en la autenticidad de los que se dejaron la vida en el empeño.

“Las nubes de antaño están siempre en alerta”, dice, por eso hay que profundizar y aprender, observar los pájaros, unas alas que enseñan el ciclo natural de lo que fluye en la esperanza y la sabiduría.

Contemplación como generosidad, pensamiento libre como defensa, silencio para la meditación, amor porque “a través del amor llegan los sueños, los recuerdos”, las voces que se fueron y los rostros amados.

Fiel a sí mismo, con lucidez y rigor, se apoya en los precedentes dignos, en la autenticidad de los que se dejaron la vida en el empeño, en su eterna enseñanza sin veleidades porque “el arte es eterno” y “la única verdad es que no existe la verdad (ni debe)”.

“La verdad no pertenece a aquellos que afirman poseerla”.

“La duda es el silencio. La duda es la palabra. La duda es la lectura”.

Lucidez, rigor, ética, universalidad en una palabra que se expande y a la vez se repliega concentrada en sí misma como un rumor de fuente subterránea. Esa “visualidad” que es también visión en la medida de “hábito mental” que las obras antiguas nos legaron, una disciplina del espíritu y de la mente que unía lo corpóreo con la inefabilidad de lo que es imposible de comprender, cielo y tierra sin apenas fronteras que los delimitaran. Javier nos incita a penetrar en su propia búsqueda, a indagar en sus motivos y en sus correlaciones, nos hace preguntarnos con él y dudar de las apariencias, siempre la duda, y no sólo del lenguaje, sino de lo que pretendemos conocer, de lo que estamos tan seguros de saber o interpretar, saber dudar del mundo y de nosotros mismos.

Finalmente os dejo aquí una entrevista que realicé hace muy poco a este creador extraordinario y lúcido.

 


 

En tus obras pareces cuestionar siempre la realidad. ¿Qué es en realidad la realidad para ti? ¿Qué, el sueño?

Todo debe cuestionarse, empezando por la realidad. Cuestionar es redescubrir las verdades del alma, cuestionar es comenzar a asumir un sermón de Buda en Benarés, que siempre es clásico e imperecedero, precisamente porque trata de esas verdades del alma.

Todo cuanto conocemos debe ser cuestionado porque en ello hay mucha falsedad. La realidad actual está así porque cada cual sigue su camino. Tan sólo debemos seguir el auténtico camino, que es uno. Y ese camino es la realidad.

El sueño es una de las vías para alcanzar el camino. Soñamos porque estamos vivos, soñamos porque estamos muertos.

 

Tanto Platón como Averroes, Bergson, Proust, Borges y otros muchos parecen obsesionados con el tiempo en sus obras, ¿qué significa para ti el concepto tiempo? ¿Crees, como Paul Davies, que viajamos en el tiempo pero sólo hacia el futuro y jamás al pasado?

Los autores han escrito sobre el tiempo porque viven el tiempo y del tiempo.

También es posible viajar al pasado, cada vez que recordamos lo estamos haciendo. Viajamos constantemente al pasado. Somos fue y será y un es cansado (Quevedo).

 

Tus obras parecen dar un rodeo al mundo que conocemos: así “La vida alrededor”, “Mundo intermedio”, “Teoría de las inclinaciones”, “Confuso laberinto”… Me interesa mucho que me expliques cuál es tu percepción del mundo en que vivimos. Qué idea tienes del mismo.

Cada uno de nosotros vive en un mundo diferente, aunque todos vivamos en el mismo planeta. Todos miramos nuestro mundo, sobre todo el limitadísimo mundo que nos rodea (pese a la globalización, a la hora de mirar, somos voluntaria o involuntariamente muy limitados). Hay tantos mundos como personas, y no basta mirarlos, hay que contemplarlos, atenderlos y entenderlos.

Si eso se consigue los descubrimientos pueden llegar a ser infinitos. Tan infinitos como mundos existen.

 

Hay que buscar el camino siempre, pero el auténtico camino que sólo es uno y verdadero.

En tus libros hay bastante negación en torno a la época que nos toca vivir, afirmas que “habitamos un reino intermedio que nos aleja de la contemplación, del principio”. Y que “El arte ya no es esencial, es entretenimiento, no origen”. ¿Tan mal estamos, querido Javier?

Para la mayoría estamos muy bien. Esto ha sido siempre así. En esta simplificación hemos caído a lo largo de la historia.

Estamos como somos, estamos como vivimos. Hay que buscar el camino siempre, pero el auténtico camino que sólo es uno y verdadero.

 

¿“Nada es lo que parece ser”?

Absolutamente nada. Si todo fuera lo que parece ser no se nos escaparía ningún conocimiento, y no existirían las cuestiones fundamentales.

Te puedo responder a esta pregunta además con esta frase: No debes creer nada, todo es mentira, nosotros somos mentira también.

 

Claude Bernard afirma que “lo importante en la vida es mantener el ambiente interior en un mismo nivel invariable en contra de todas las variaciones exteriores posibles”. Él habla de lo físico, ¿podría aplicarse también a lo espiritual? ¿Parapetarse contra las inclemencias de la existencia?

Debe aplicarse al mundo interior igualmente. Es mucho más importante hacerlo así. Mucho más objetivo.

 

A veces tu escritura, lógicamente lejana en el tiempo con ellos, me recuerda a los místicos del pasado, un Llull, por ejemplo, en sus entrelazamientos, decantaciones, simbología, misterio… Al tiempo que es muy actual, muy contemporánea, ¿estás de acuerdo en mi apreciación en que tu obra posee un gran magnetismo y cierto misticismo muy esencial? ¿Te interesa esa vía cognoscitiva?

Considero que tan sólo soy un aprendiz, un principiante que desea seguir su búsqueda, seguir leyendo a los sabios, seguir aprendiendo, seguir contemplando, seguir atendiendo y seguir entendiendo. Persistir en la búsqueda de un camino hacia la belleza y la bondad, si es que son la misma cosa. Y si no lo son, elijo la búsqueda de la bondad, del bien natural, del bien común.

 

¿Qué es para ti el lenguaje? ¿La escritura? ¿Algo mental, espiritual, real dentro de la irrealidad de la vida? ¿Todo eso entrelazado?

El lenguaje es oral, desde sus orígenes. Está en nuestras mentes, en nuestras consciencias. En el principio fue el logos, la razón de la palabra, la palabra poética es heredada.

 

Kierkegaard acercaba su verdad a la estética como primer peldaño, lo seguía la moral y culminaba el proceso con lo teológico… ¿Y la poesía? ¿Qué es para ti que lo es todo?

Delimitar esas tres cosas, lo sublime o lo sagrado, de la ética y de la estética, no es posible para mí. Y quién sabe si originariamente el recorrido de la palabra poética fue otro. Quizá el arte se ocupó de lo divino antes que de lo humano, del cielo antes que de la tierra, de lo infinito desconocido antes que de lo finito observable, del misterio antes que de la naturaleza, de la guerra antes que de la paz, de la muerte antes que de la vida, del miedo antes que del amor. Quizá se ocupó antes de la teocracia que de la aristocracia, antes de la oligarquía que de la mal llamada democracia. El ser humano es un animal tan sublime como violento, somos tan despiadados cuando somos los fuertes, como partidarios de la ética cuando somos los débiles. Los humanos tendemos a ser antinaturales, y por ello enigmáticos. Si es cierto que el arte busca la belleza de la bondad, es por eso que la palabra poética para mí lo es todo.

 

Son los mundos que visito y donde habito, a los que contemplo y atiendo, y a los que desearía entender. No hay un intento de fingir nada.

Ángeles, pájaros, alas batiéndose sobre el universo, también alas contrapuestas, alas oscuras y negativas, ¿qué simboliza este particular vuelo que planea y reposa sobre buena parte de tu obra?

Son realidades: son mis visiones, mis percepciones, mis experiencias, conscientes e inconscientes, en la vigilia y en el sueño. Son los mundos que visito y donde habito, a los que contemplo y atiendo, y a los que desearía entender. No hay un intento de fingir nada.

Mis visiones y mis mundos no son recursos literarios, estos mundos son parte de mí, de mi vida real.

 

En Concepto dices que “El espacio no es sólo una ubicación, aunque nunca sabremos cuál es su ubicación correcta”. Se habla mucho, de una forma a veces abstracta, de la conquista del espacio, y yo te pregunto: ¿qué es lo primordial en ese espacio tuyo? ¿Cuál es tu prioridad, o serían tus prioridades, en ese espacio tuyo, físico o simbólico?

Mi prioridad es la naturaleza y su representación, la palabra poética. Puede que no estén teniendo su debido lugar hoy en día, puede ser que este tiempo que corre no sea el mío, y, entonces, seguiré viviendo en la república de las artes, en la eterna, en la permanente.

 

¿Se habla tanto ahora mismo del espacio y el tiempo porque estamos llegando a su fin? ¿A otra dimensión existencial? ¿Otro final? ¿Acaso otro principio?

Quizá cada génesis y cada apocalipsis hayan sido siempre simultáneos.

 

Un poeta, un pensador tan de interiores como tú, cómo vio el siglo XX?

El inicio de la degradación nació con las personas. El siglo XX es un siglo más tan sólo. Y existe una lucha, una guerra violenta entre la ley del fuerte y la ley del débil, en todos los siglos. Hay que buscar la bondad como refugio. Bendita debilidad, por lo tanto.

 

¿Y el XXI?

Es un siglo más tan sólo también. Algunos comentan que en este siglo comenzamos a perder libertades, pero es un error. Las libertades nunca existieron.

 

Hablas de la luz que otorga sentido al silencio… Háblame de esa luz. Qué simboliza.

La luz es el espejo donde se reflejan todas las verdades, pero también donde acuden todas las falsedades y todos los engaños.

Desde el inicio de los tiempos la luz nos ha otorgado todo lo bueno y todo lo malo.

 

En tu obra tienen una presencia relevante los llamados indolentes. ¿Qué representan? ¿Qué significan? ¿Son acaso algo parecido a los ángeles custodios? ¿Observan y protegen? ¿Son los encargados de romper sellos como habla san Juan en el Apocalipsis? ¿Proceden de otras dimensiones desconocidas? ¿Qué son en realidad, verdad o ficción?

Los indolentes son esos seres que están y son. Sólo he intentado contemplarlos, atenderlos, entenderlos. Y, repito, están y son.

 

Los números son la armonía, la precisión. Y también son el caos, la infinitud.

Me fascina su sentido numerológico, la precisión con la que los retratas pero también esa ambigüedad que queda flotando, como un enigma insalvable. Defínelos.

Los números son la armonía, la precisión. Y también son el caos, la infinitud. Pero si tu pregunta está relacionada con la numeración de los indolentes, existen, espero, o existieron cada uno de esos indolentes, con el número que realmente tenían cuando intentaba contemplarlos.

 

Hay varios personajes vivos a los que citas a menudo, Dante, Rilke, Cervantes, Parra. ¿Proféticos? ¿Realistas? ¿Ambas cosas?

Sabios. Son sabios, tan vivos como nosotros en todos los tiempos.

 

Te pregunto con un aforismo tuyo, que escalofría: ¿se vislumbran tiempos en los que morir no precisa de epitafio?

De algún modo anhelaríamos añadir un epitafio a nuestras vidas. Un epitafio que se reduce a una expresión mínima el día que falleces. Pero ¿eso es posible ahora? ¿Lo ha sido para todo el mundo alguna vez?

 

¿Crees que siguen enfrentados los positivistas con los trascendentales o metafísicos como en casi todas las épocas pasadas?

Creo que nunca han estado enfrentados. Lo que ocurre es que unos no entienden a los otros y viceversa.

 

Si el bien y el mal habitan el interior del ser humano, ¿pueden algún día el bien y el mal integrarse y terminar decantados por una heterogeneización pacífica y salvadora?

Creo que nunca. El mal siempre será el mal, y el bien es nuestra única esperanza.

 

¿Puede un poeta vivir en otra dimensión temporal a veces muy distinta a la de la gente común?

Hay sabios que lo han conseguido, no me cabe la menor duda. Y debe ser una experiencia desconocida.

 

¿Puede llegar un tiempo catártico en el que el mal se vaya transformando en bien? ¿O, al revés, quizás, que sería lo terrible?

El mal es el mal, como hemos indicado. Pero efectivamente, el mal puede acercarse al bien.

El bien también se puede torcer.

Pero, como ya hemos indicado, nada es lo que parece.

 

¿Con Platón, opinas también que un poeta, que es un adelantado, un escritor, no debe ni puede adherirse a capitalismos interesados, o a regímenes varios, desde su “rebeldía iluminada”? ¿Es ese, acaso, nuestro drama eterno?

Nuestro drama eterno es haber nacido sin conciencia y que ésta se haya ido forjando con errores, falsedades.

La pureza del nacimiento es tan extraordinaria como la pureza de la muerte.

 

En muchos de tus textos hay un poso de descreída amargura ante el comportamiento de los seres humanos… Pienso que hay también mucha bondad en el mundo. Mi pregunta: ¿cómo ve un poeta, profético como tú, lo que está sucediendo en este nuevo siglo nuestro?

Lo hemos indicado. El siglo XXI de esta era es un siglo más de antropocentrismo y por tanto de caos. Como lo fue sin duda el siglo XXI antes de esta era.

 

¿Puede definirse el misterio que rodea la creación? Y no me refiero a la Creación en sí, sino al mundo interior de los creadores.

No creo que pueda definirse, es uno de los grandes misterios.

 

Admiro la vida, pero también anhelo la muerte. Vida y muerte son el reflejo del silencio y de la soledad.


Eres un escritor solitario que sin embargo publica bastante, ¿expresión y comunicación, dentro del “silencio y la soledad”?

Admiro la vida, pero también anhelo la muerte. Vida y muerte son el reflejo del silencio y de la soledad.

Tan sólo se debe expresar lo que se vive y lo que se muere.

 

¿Qué deja en ti marcas regeneradoras?

Un árbol, un pájaro, una nube, agarrar con los dos brazos el tronco de una encina y dejar que las hormigas suban por los brazos, escarbar la tierra (da igual que esté seca o húmeda), oler la lluvia y el viento…

 

Más que ideas, ¿cuáles son tus obsesiones al crear?

Una obsesión es un error del ser humano.

 

¿Piensas, con Benjamin, que la naturaleza produce semejanzas?

Podría ser, y si el ser humano es su semejanza, ¿por eso es tan adaptativo, tan violento, tan débil, tan destructivo?

 

¿Puede el sueño asumirse como condición del extraño que nos habita? Baudelaire afirmaba que “el orden de la memoria”, antes que la percepción, es el que precipita la rapidez del instante… Esa síntesis, ¿estás de acuerdo con su afirmación? ¿Qué es para ti la memoria?

El sueño debe asumirse, como bien dices, como esa condición del extraño que nunca nos abandona.

La memoria es una limitación, tan sólo una limitación como otras tantas que poseemos.

 

¿Cómo y quién es un poeta grande como Javier Sánchez Menéndez?

La mejor manera de responder a esta pregunta es con un pasaje del Quijote:

Con esto, se fue don Lorenzo a entretener a don Quijote, como queda dicho, y, entre otras pláticas que los dos pasaron, dijo don Quijote a don Lorenzo:

—El señor don Diego de Miranda, padre de vuesa merced, me ha dado noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuestra merced tiene, y, sobre todo, que es vuesa merced un gran poeta.

—Poeta, bien podrá ser —respondió don Lorenzo—, pero grande, ni por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la poesía y a leer los buenos poetas, pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice.

—No me parece mal esa humildad —respondió don Quijote—, porque no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo.

—No hay regla sin excepción —respondió don Lorenzo—, y alguno habrá que lo sea y no lo piense.

—Pocos —respondió don Quijote.

Efi Cubero
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