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Arnoldo Gabaldón

lunes 28 de marzo de 2016
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Arnoldo Gabaldón
Fotografía: L. J. Bruce-Chwatt

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Ese día, se me ocurre en horas de la mañana, el presidente del estado Aragua, Aníbal Paradisi, entró a la casa de Malausena y se reunió con el ministro de Sanidad, Félix Lairet. Muy cerca de ellos, Arnoldo Gabaldón, fundador de la Escuela de Malariología. El sol de la comarca visible tocaba delicadamente el friso nuevo aquel 18 de diciembre de 1943.

El talento de aquel venezolano llamaba la atención de los más expertos y estudiados médicos del Norte.

En regresivo viaje, nos topamos con este trujillano el 1 de marzo de 1909, día de su nacimiento. Comienza una aventura que culminaría el 1 de septiembre de 1990. La coincidencia de los comienzos de mes marca un designio, una predestinación. Habría de convertirse en el centro de atención de un país agobiado por las endemias tropicales. Venezuela era un pequeño país que a la vuelta de la esquina se encontraba con la muerte.

A los 15 años de edad, el joven Gabaldón ingresa a la Universidad Central de Venezuela donde estudia medicina y se gradúa en 1930. Tenía 21 años.

 

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Un año después lo encontramos en Hamburgo, Alemania, donde se prepara en el Instituto de Enfermedades Tropicales. Roma lo recibe en la Estación Experimental para la Lucha contra la Malaria.

La mirada del horizonte llanero en San Fernando de Apure siente un país debilitado por las insanias propias de esa geografía.

Pero no se queda allí. En 1933 viaja becado a Estados Unidos por la Fundación Rockefeller. La Universidad John Hopkins lo hace doctor en Ciencias de la Higiene.

Es en Nueva York donde se encierra en un laboratorio y estudia los parásitos maláricos de los monos superiores. Se convierte en investigador. El talento de aquel venezolano llamaba la atención de los más expertos y estudiados médicos del Norte.

El gobierno venezolano lo solicita y le da cuerpo, con su maestro Enrique Tejera, al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.

Parte del camino ya estaba andado y el futuro le tenía reservado un lugar especial. Nombrado en 1936 director/fundador de la Dirección Especial de Malariología y de la Escuela para la Formación de Expertos Malariólogos, el doctor Gabaldón asoma sus brillos científicos como investigador y docente.

 

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Su currículum agrega haber sido fundador de la Cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Pero es en Venezuela donde está su preocupación. Luego de organizar un equipo de trabajo, en 1942 comienza a perfilarse el edificio donde el talento albergaría estudios e indagaciones acerca de los males que aquejaban la tierra que lo viera nacer. Comisionan al arquitecto venezolano Luis Raimundo Malausena. Y en 1944 inaugura en la Escuela de Malariología el primer Curso Internacional de Malaria.

A veces vemos al doctor Gabaldón recorrer los balcones de la antigua mansión y entrar sigilosamente en los laboratorios.

Arnoldo Gabaldón fue un impenitente viajero por todo el mapa nacional. El mundo entero supo de su presencia donde se hablaba de malaria y otras endemias del trópico.

La experiencia, el tiempo recorrido lo encuentran creando laboratorios en Caracas, en Maracay y en Achaguas. La parasitología de la malaria aviar era su preocupación más arraigada.

Erradicar la malaria fue toda la vida de este hombre. Un signo, una topología más allá de la ficción: Ortiz, eternizada por la pluma de Miguel Otero Silva en la novela Casas muertas, seguramente tocó los adentros del doctor Gabaldón.

El olor a DDT comenzó a sentirse en pueblos y campos del país el 2 de diciembre de 1945. Fue en el estado Carabobo, en Morón, donde por vez primera se aplicó este veneno contra el zancudo portador de la enfermedad.

Pasados muchos esfuerzos y años, la Organización Mundial de la Salud certificó la desaparición de la malaria en casi todo el territorio venezolano.

Los éxitos lo llevaron a los más altos cargos, entre ellos ser el ministro de Sanidad en 1959.

El Instituto de Altos Estudios, radicado en la avenida Bermúdez de Maracay, en la hermosa casa que construyera Malausena, lleva su nombre.

A veces vemos al doctor Gabaldón recorrer los balcones de la antigua mansión y entrar sigilosamente en los laboratorios.

Alberto Hernández
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