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Dos novelas de Joseph Roth

lunes 26 de marzo de 2018
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Joseph Roth
Joseph Roth merece ser leído en estos tiempos aciagos.

1

En el revuelo de tantos títulos, guardados en diferentes cajas, busco y encuentro lo que no se me ha perdido y lo que creía haber encontrado. Levanto las tapas de cartón como si se tratara de baúles llenos de monedas de oro. El estornudo no tarda en llegar. Mi alergia, tan cerca de los libros y de tantos papeles casi olvidados, es recurrente. Si cuento los tantos que me ocurren a diario, creo haber acumulado más de un millón en lo que llevo de existencia. Mi genética, tan accidentada, me ha procurado una salud quebradiza, al filo de todos los riesgos. Pero ahí están los libros, los títulos que he atesorado por casi cincuenta años, los que ahora forman parte de los diferentes ataúdes llenos de relatos, poemas y dramas en mi cuarto/refugio y los que de lomo me avisan a diario de su presencia descubierta en el comedor recibo. Celoso de ellos, las pocas visitas que llegan a mi pequeña casa se revelan curiosas: algunas han solicitado préstamos, como los más avispados han llevado escondidos en morrales y bolsillos de contrabando.

Confesión de un asesino y Job, obras maestras de este narrador que forma parte del olvido mundial. Dos novelas que no se han borrado —ni siquiera por el descuido— porque siguen siendo las mismas historias de hoy.  

Finalmente, cuando ya la tarde forma parte de la ventana, aparecen dos novelas que había leído hace ya tiempos borrosos. Cerré la caja, la última de esa hora del día, y me regresé a sus páginas. Tres días y parte de sus noches me dieron la alegría, pesadumbre y soledades de una lectura que me regresó a horas menos reveladoras, hoy más vitales.

Allí estaba Joseph Roth, el viejo judío suicida. Dos ejemplares de un mismo año. Dos ediciones de Bruguera Libro Amigo de 1981. Volví a la realista voz familiar del escritor, nacido en la Galitzia rusa, en Schwaberndorf específicamente, en 1894, y muerto por mano propia en París, en 1939.

Confesión de un asesino y Job, obras maestras de este narrador que forma parte del olvido mundial. Dos novelas que no se han borrado —ni siquiera por el descuido— porque siguen siendo las mismas historias de hoy. La tragedia, la voz del pasado, el desgarramiento, el odio, el amor, las destrezas de la muerte. Los temas derivan en una prosa producto de excelentes traducciones. Escritas en alemán, tienen en español un respaldo milagroso, toda vez que la mayoría de las traslaciones de un idioma a otro no son muchas veces las más felices. La primera versión es de Juan José del Solar y la segunda de Bernabé Eder Ramos.

Frente a la precariedad económica, en un país donde los libros se han convertido en objetos inalcanzables, me he refugiado en aquellos que no había leído, así como en otros que ya había trasegado y había olvidado sus personajes, sus vidas y muertes, sus angustias, pesares y momentos de calma interior. Hoy, cuando somos esos personajes de novelas, me vuelco sobre los clásicos, sobre aquellos autores que —ya bajo tierra— desentierro de cajas y rincones para retornarlos a la vida, entre ellos a Joseph Roth y estas dos magníficas novelas.

 

2

Un sujeto, Semion Semionovich Golubchik, a quien sus contertulios llaman “nuestro asesino”, desarrolla en una noche el relato de su existencia. Hijo del príncipe Kaprotkin, producto de la relación infiel de su madre, Golubchik dedica su vida al espionaje, envuelto por la venganza contra un “hermano” que usurpa el espacio que él nunca pudo ocupar en la casa del mencionado príncipe.

Confesión de un asesino está vertida en dos tiempos, el del relato biográfico del personaje, y el de los oyentes, quienes a veces interrumpen el discurso de quien se despoja del misterio que lo hacía ver como un ser inaccesible en el restaurante ruso Tari-Bari, de la rue des Quatre Vents de París.

Son tiempos del último zar. Son los días en que el protagonista de esta aventura se dedica a vigilar, “vender” y traicionar —por órdenes de altos funcionarios— a quienes eran sospechosos de cualquier evento que se le pudiera ocurrir al poder de Moscú, a través de la Ojrana, la tenebrosa policía del Kremlin.

Y así discurrió la existencia de este hombre que deslumbró a los bebedores del mencionado lugar.

El narrador, un alemán que habla ruso, es el encargado de ordenar el discurso de Semión.

“Empezó. Y la historia no fue breve ni banal. Por eso decidí escribirla aquí”, así termina el personaje.

Son un poco más de doscientas páginas donde fluye una época sombría como la que después reinó en la siempre decadente Rusia.

 

Joseph Roth merece ser leído en estos tiempos aciagos.

3

Job es la larga jornada de una familia judía que se desintegra en Europa Oriental. Los sobrevivientes huyen a los Estados Unidos, donde los espera uno de los hijos. Atrás dejan a Menuchim, un niño deforme, feo y retrasado que con los años se convierte en un genio musical, revelación ofrecida por un rabino a la madre de éste cuando aún vivían en Rusia. Deborah, la madre, lo abandona en manos de una vecina y se va a América con su marido Mendel Singer y Miriam, la díscola hija que termina loca.

“Rusia es un país triste. América es un país libre y alegre”, piensa Mendel, quien se encuentra con Menuchim en Estados Unidos cuando éste va a ofrecer un concierto en ese país. El que fue un niño feo y retrasado, de quien se creía no saldría nada, se instaló en Londres y allí desarrolló su talento musical.

Una historia dolorosa, terriblemente triste. Una novela que atrapa al lector y lo convierte en una sombra.

Joseph Roth merece ser leído en estos tiempos aciagos.

Alberto Hernández
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