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El ciervo: Yolanda Pantin

lunes 18 de noviembre de 2019
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Yolanda Pantin

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Aquí están las voces, la voz, los tonos, el tono, la tesitura de Yolanda Pantin. Por estas páginas andan libres algunos de los poemas de sus muchos libros en alegre antología que precisa El Taller Blanco, en la Colección Voz Aislada, de Bogotá, Colombia, este mismo año 2019. Y es El ciervo su título, el que recoge el poema que más adelante leeremos.

Andan por aquí los títulos que conserva el mismo escaparate mencionado a veces en poemas que saben de la familia, de la savia que en Paya, Turmero, Aragua, hace vida consagrada.

“El ciervo”, de Yolanda PantinEn este andar: Casa o lobo (1981), Correo del corazón (1985), La canción fría (1989), Poemas del escritor (1989), Los bajos sentimientos (1993), La quietud (1998), El hueso pélvico (2002), Poemas huérfanos (2002), Épica del padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011), Bellas ficciones (2016), Lo que hace el tiempo (2017) y el inédito Un año y más meses (2017). Es decir, la obra en tránsito de nuestra autora, quien no para de decir y contar, desde sus versos, la tradición de su casa de adentro y la de la casa de su afuera.

Este cronista ha registrado casi todos los libros de Pantin y ha dejado notas regadas en periódicos y ahora en las redes. La poesía de Yolanda Pantin ha sido una consecuencia de su calidad y de la cercanía tanto afectiva como geográfica. Fui su vecino en Payita, localidad melliza rural en el municipio Mariño de Aragua, y no lo sabía. Y años después, gracias a lecturas y amigos nos acercamos. Su poesía nos adentra en lo que somos: un país donde las voces que nos antecedieron siguen sonando en nuestros patios.

 

2

La bestia inocente arrima sus ojos, mira a través de la espesura del monte. El cazador lo derriba y aparece el dolor de quien apretó el gatillo. Entonces el poema:

El ciervo

Iba yo con mi hermano por el bosque / cuando lo vi entre las ramas asomarse. // Pude verlo como era, / y él, mirarme: // macho, de alta cornamenta. // Aunque de noche, / los ojos clarearon en su estupor al verme. // Volvió la grupa, / temeroso. // Yo alcé el arma que llevaba / y apunté entre los cuernos. // Disparé. Y con ello la cabeza / se deshizo en el aire // que había respirado. // Donde hubo belleza / quedó el cuerpo tendido // sobre la hierba. // Tomé el arma / y se la di a mi hermano. / “Ten —le dije—: el rifle / con el que he matado sin deseo”. / Volví la espalda / y caminé hacia el auto // que había dejado / en el umbral del bosque.

La culpa, el arrepentimiento. La poesía alberga estos dos términos desde el nacimiento del hombre. Y Pantin, habitante de un patio cósmico cargado de frutos, rodeado de árboles y criaturas emplumadas y peludas, pequeños silabarios naturales, no podía ni puede dejar en la escritura el silencio de aquel complot contra la inocencia.

Toda su poesía, su poética, atiende a estos contenidos. Sin estridencia alguna, pero sometida a la denuncia (en el buen sentido de la palara), descubre las costras que siguen sacudiendo la conciencia del ser que se dice pensar, del ser que se reconoce en los ojos del otro, pero es capaz de “volarle los sesos” sin pensarlo, en nombre de alguna reverberación fanática.

La metáfora se ajusta perfectamente en la dilatación pupilar del venado.

 

3

Leo a Yolanda en los libros que conozco, en sus libros. Y rozo los que aún no llegan a mi casa, porque vivimos una desolación que no nos permite sabernos en las páginas de nuestros autores. Y entonces veo, la veo, entre aforismos y entiendo:

Exilio

Ustedes / perdieron un país / dentro de ustedes.

El insilio, la tragedia interior, la pérdida de la luz, la pérdida de la cordura. La orfandad.

La leo y siento el país borroso, el desaguadero de la conciencia ciudadana. La desilusión, la soledad del patio familiar. El recuerdo de nuestros muertos. La necesidad de ser el otro para no perdernos.

Y entonces calco:

Megalomanía

Todo lo que brilla alrededor / es mi sombra.

O

Monumento

A la altura, / poeta, / de tus contradicciones.

Con esas líneas, con esa pasión aforística, construyo, reconstruyo, memorizo las maldades, las traiciones, las opulencias, las alegorías de quienes se ajustan el cinturón, chinchal pecho y alcanzan dos centímetros de estatura, luego de alguna acometida perversa.

Desde todos esos libros, los leídos y los aún no leídos, celebro, festejo este título que El Taller Blanco acaba de lanzar al mundo.

Alberto Hernández

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