Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Gris, de Nicolás Soto

lunes 5 de octubre de 2020
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Nicolás Soto
Nicolás Soto ha “inventado” una topografía y ha puesto en acción a unos personajes que se ajustan a los remedos de la historia de aquellos años violentos.
La poesía nació con la ciudad… Entonces, la ciudad era sólo el sueño del monte.
Luis Pastori
En esta ciudad que un día fue asiento
de árboles ríos y sosiego
el polvo le disputa al hombre
la posesión del aire.
Beatriz Mendoza Sagarzazu
“Gris”, de Nicolás Soto
Gris, de Nicolás Soto Disponible en la web de la editorial

1

“Confusion / Will be my epitaph”, de King Crimson, así cierra Gris, novela del escritor venezolano, nacido en Valle de la Pascua, estado Guárico, Nicolás Soto. El epitafio, la nota sobre la lápida que podría identificar al dueño de la tumba, contiene todo un ensamblaje cuya tensión conduce al lector a ser testigo de eventos que “ocurrieron” y que ahora son parte de una ficción. Pero la ficción suele convertirse en realidad si quien lee la pieza literaria se hace de la memoria para intentar ubicarse en el sitio donde “sucedieron” los hechos.

Esta novela “celebra” la porción de una época que aún es parte visible en muchos venezolanos de los años 60, 70, 80 y más… Es decir, esta novela fue escrita con los retazos de acontecimientos en los que el narrador también fue testigo o protagonista mientras su omnisciencia revela el embargo de lo que podría denominarse como el ensueño de la memoria compartida.

Escrita con el tono de una tragicomedia (el lenguaje avisa de esta afirmación), Gris descubre el lado opaco de tantos eventos suscitados tanto en la geografía imaginada como en la que los personajes o actantes llevan sobre sus hombros como sujetos reales. Se trata de la biografía de una población, de la historia personalizada de quienes se construyeron y destruyeron promovidos por registros verídicos que nuestra historia nacional muchas veces ha eludido. Esta novela de Soto recupera la memoria de esos actos que si se juntan arman el rompecabezas de la Venezuela que hemos dejado en el pasado reciente.

El narrador se recoge en su salsa: sabe que está imbuido en esa realidad.

Nuestra Señora Narda de Miguaque es una ciudad real, tanto que se convierte en ficción. Es la mentira de las verdades que muchas veces alude Vargas Llosa. Nuestro autor no está lejos de haber estado en la Santa María de Juan Carlos Onetti, en la Comala de Juan Rulfo o en la Macondo de García Márquez.

Nicolás Soto ha “inventado” una topografía y ha puesto en acción a unos personajes que se ajustan a los remedos de la historia de aquellos años violentos, campesinos por lo que tenían de rural, recreativos por la rimbaudiana majestad de la utopía de la eterna juventud, trágica por la presencia de la muerte como venganza. Todo un cuadro que retrata aquella nación que aún respira en nuestros oídos como la posible verdad de una democracia que terminó hundida en la corrupción y la inepcia.

El autor ha vaciado en una pequeña ciudad llanera, la de sus recuerdos, los acontecimientos que han sido vividos mientras eran leídos, conocidos, “constatados”, por los que se asomaron a sus líneas.

La ficción es un juego de abalorios, pero muchas veces son elementos distractores que desaparecen para dar paso a una ficción controvertible. Son referentes que se posesionan de la imaginación del que escribe. El narrador se recoge en su salsa: sabe que está imbuido en esa realidad. Y poseído por las tentaciones que el relato mismo contiene. Sabe que él es esa “realidad”, razón por la cual la hace ficción para que el lector se fascine, lo que logra. Su acierto consiste en mantener alerta al que lee, al que se sobresalta, al que se tensa durante, sí, durante algunos episodios donde el mismo lector se siente protagonista porque se sabe parte de una época que vivió o porque conoce la geografía donde se dieron o se crearon las acciones y sus personajes.

La afiebrada inteligencia de Soto lo lleva a escribir una novela que atrapa, que no deja momento para desviarse de la nerviosa intensidad del narrador, pero sobre todo la del lector (todo lector es una víctima de su placer) que imagina, revisa, sonríe, se crispa. Va y viene en medio de tantos asuntos que forman parte de esta historia —o historias— que confluyen en una sola: el país que nos ha tocado vivir.

 

Nicolás Soto se presenta como un narrador suelto, resuelto y desenvuelto. Sabe unir las anécdotas y hasta las funde en una suerte de collage para darle más agilidad a la lectura.

2

La ciudad que alberga a los actantes es testigo de las búsquedas de un grupo de jóvenes con muchas aspiraciones que luego se ven derrotadas. Muchachos que hacen música desde la moda, desde la alegría desbordada de las guitarras y baterías que durante los años 60 y 70 abundaron en patios y escuelas del país. No era una excepción aquella comarca llanera que recreó nuestro autor. Seguidores de Los Beatles, de los Rolling Stones, de Los Monkees, de Janis Joplin, las agrupaciones criollas como Los Darts, Los Supersónicos, etc., concibieron el limitado mundo de las calles del pueblo donde el poder económico y la Iglesia aún eran el corsé que comandaba la vida cotidiana de las familias más conservadoras.

La llegada de la droga a la ciudad cambió el rumbo. Pero también la llegada de los revoltosos de aquella izquierda romántica que se convirtió en pocas horas en una violenta guerrilla urbana que acabó con todos los sueños. La muerte, la cárcel, la ruina moral y material fueron los aderezos de ese cambio de ruta.

Soto cuenta estos eventos con un lenguaje directo, muchas veces adobado con expresiones locales: irónico y a través del manejo de un humor negro propio de quien con desparpajo sabe navegar en aguas encontradas, toda vez que se trata de personajes donde las contradicciones juegan papel determinante.

 

3

Nicolás Soto se presenta como un narrador suelto, resuelto y desenvuelto. Sabe unir las anécdotas y hasta las funde en una suerte de collage para darle más agilidad a la lectura.

Desde las toponimias trucadas nuestro autor acusa cercanía con la realidad geopolítica de una región donde el narrador a veces asume el mismo discurso de los personajes. Vale decir que el narrador, especie de narratario, se convoca, se cuela en algunas de las acciones para darle más solidez a lo que está contando.

Preguntas al desgaire:

¿Qué tan cerca toca, roza la ficción cuando se ha creído haber sido parte de su realidad? La ficción se alimenta de eventos verosímiles. Se infla con las “verdades” que la “mentira” invoca.

¿Cuánto de realidad llevamos —aquí el plural mayestático se hace necesario— en su ficción en una novela como sustento de la memoria? El lector cree haber vivido estos eventos. Sujeto vívido a quien la memoria le ajusta cuentas.

Estas interrogantes se desplazan por las páginas de Gris, la novela de Nicolás Soto, quien se descubre desde un nosotros individualizado a través de capítulos protagonizados por actantes que pudieron ser sus contemporáneos, convertidos en sujetos de ficción como parte de su existencia.

El lector, repite este cronista, podría afirmar: “Yo estuve allí. Yo viví esas historias. Yo soy parte de ese libro”. Y de esta manera el mismo lector se funde con las tramas en ese tremedal donde lo más revelador es la tensión lograda por el autor.

La confusión sigue siendo nuestro sino.

Alberto Hernández
Últimas entradas de Alberto Hernández (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio