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La inclinación, de Alexis Romero

lunes 10 de mayo de 2021
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En cada viaje, una curva. La quietud persevera en ella. Así el poema, así la existencia. En cada nombre que se pronuncia, sea de país, sea apellido, sea de ciudad, el cuerpo dobla la mirada y suele detenerse. Es una suerte de óvalo, de elipsis donde participan materia y memoria. En cada retorno hay un paisaje distinto, pese a ser el mismo. Era el mismo cuando se le recuerda. Ya no es cuando se le intenta olvidar. En cada viaje se pierde la compostura de un río, la templanza de un árbol y los restos de unos versos que en la lengua aún son saboreados. O mordidos para mirar hacia abajo y saber que se pisa la tierra.

La anatomía humana, la que se compone de tiempo y razón, también se dobla, como un árbol, con la diferencia de que el árbol no viaja desde él mismo, sino con el que lo memoriza.

“La inclinación”, de Alexis Romero
La inclinación, de Alexis Romero (La Poeteca, 2021). Disponible en Amazon

Pasan los años, los intentos. Pasan los viajes. Aunque queda la quietud. Pasan los paisajes, los nombres de poetas mencionados, equilibristas o capitales de países que alguna vez fueron recodo en los ojos. O milagros de recuerdos. Y los años como los viajes son marcas inmóviles para que se conviertan en textos, tatuajes, líneas donde los sonidos establecen armonía o estallido. No hay sentimientos advertidos: hay cuerpo, hay músculos, hay un doblez que permite alejar ciertas imágenes y recoger otras. Baja la mano el sujeto escrito y toma una piedra egipcia, un guijarro de una ruina medieval. O, simplemente, mira una nube obesa o un estrato que penetra el ombligo del cielo. Y así, si es más, vertebra el tiempo, lo hace magulladura: aparece la poesía como instante o como eternidad mientras la curva obliga a levantar los ojos.

Pese a lo afirmado en otras incertidumbres, en La inclinación, poemario de Alexis Romero publicado por La Poeteca de Caracas en su colección Contestaciones, 2021, quien lee ahora ve los muchos recorridos de un poeta que habla desde el afuera, pero que va y viene desde su adentro en el que habitan deslizamientos, reflexiones, la horizontalidad de un paisaje cobrado por oficio de ser y la verticalidad de una voz que se conjuga con el tan mencionado silencio en el poema. Aquí hay variedad: es un poemario donde los textos no se hacen unidad, ni dosifican una temática. Aquí el viaje es muchos paisajes (que no se diga sólo del paisaje como logos: presencia natural o urbana, o como sensación) y muchos avisos humanos donde cartas, mensajes, tributos o dedicatorias conciben la idea de que el poema es el mismo sujeto que se agacha o se dobla para tomarlos y convertirlos en piedras, en una edad o determinación temporal. Podría no entenderse lo afirmado: este es un libro de muchos libros.

También muchos libros en un hombre, en la curvatura de una voz que crea y multiplica significados.

 

2

Ese viaje incansable del que habla en versos se ve trazado en los epígrafes que nuestro autor usa, salidos de la boca de los poetas Szymborska y Aichinger, quienes dicen: “¿Cuántas cosas están ocurriendo en un día en el que no pasa nada?” y “Los días de la infancia / se inclinan hacia los últimos días”, respectivamente. Y entonces se remarcan la palabra días o el pasar escrutable de los años, en los que al parecer no pasa nada mientras la edad inclina la vida hacia la tierra, hacia la ausencia.

Y entonces, Alexis Romero se desnuda con estas palabras:

mi certidumbre fue la incertidumbre (…) diré a los míos / que los versos se pudrieron en mí / de tanto luchar por inocencia

Un solo poema enlazado con otro poema que se hace espacio en el tiempo que se respira. El respirado desde la conciencia de la finitud vital. Y para eso la palabra, la voz agitada por el vaivén de la inclinación, por el cuerpo o el espíritu doblados por el todo que pasa:

…el temblor del verbo / borrado / para que ocurra (…) allí / donde la angustia / no es un verso de la belleza

Pero se niega (no es negación que emplaza), se admite desde otro punto donde la voz sucumbe muchas veces: “cuando haya muerto la repetición” y “y si te digo que la poesía / no es verdad”.

Estos poemas dialogan desde varias personas, desde varias voces. Son inclinaciones compartidas, las que hacen vértebras de memorias y distancias.

La gramática aquí es una boca que sofoca la realidad. Desde el yo también hay otras personas, otras incertidumbres. La inclinación de quien deja de mirarse para mirar desde el otro, también inclinado o a punto de inclinarse. La infancia en este instante revela la verticalidad, la voz quieta, la que no ha quebrantado el paisaje o el interior del fantasma que todos habitan o convocan para no estar deshabitados.

 

3

“cómo tener un lugar sin estorbos desperdicios / sin lesiones a tus vecinos…”, el autor no se detiene, habla de lo que está allí, cerca, fuera, dentro del todo en el que se suscita la miseria, la destrucción, el amontonamiento de la desmesura.

En contra de mí

la nada / a veces yerra // de allí / el tiempo / que nos engendra // y nos pudre / serenamente

Comienzo y fin, alfa y omega: el cuerpo nuevo, el cuerpo que crece, el cuerpo que se dobla como una hoja llena de voces y ruidos, y así “…podríamos usar este ejercicio / como certeza o ley de la vida…”.

Y la pérdida, la ausencia, esa definitiva caída desde el cuerpo inclinado, el que abandona los pensamientos, el sentir, lo oculto de las palabras, las voces, el todo: “…pequeña muerte”; “la parálisis de la esperanza”. Reconocer que “aún no alcanzo lo humano”. ¿Será necesario?

La porfía, la constancia en forjar palabra, construir ilusiones, sonidos para que queden en los oídos de esos vecinos “sin lesiones”. La porfía, sí, de continuar pese a la quebradura de la espalda, de la circunvalación de las vértebras, de la inclinación del alma: “quince instantes la eternidad de un viaje / en busca de la ausencia de quien te mira sin lucros…”.

Una lucha permanente, en traslado o quietud. La mudanza de eventos diarios, cotidianos, la existencia y sus haberes: “no me gano la vida / ella gana todas las contiendas”. ¿La derrota?

 

4

Mi labor

si al leer esto sientes que ya lo han dicho / habrás acertado otra vez / tal como la piedra cuando vienen los declives / y caen los reinos de las palabras que nos traicionaron

En tanto que reclamo, defensión o aforística liberación, el poema, el poeta, su inclinación, lo trae a la calle, a la tierra, al pequeño cosmos afectivo, al ombligo, al topos, al degredo del patio: “es basura el encanto / cuando digo que sólo amo a este país”.

Y así, “Un país” de “espalda erguida”, con “el cerebro silencioso”, pero también dice: “no me ignoren / todos somos desgastes”: el plural se añade y queda, hasta “una forma de la decadencia / agregué a mi cuerpo”.

Esta lectura no queda aquí. Sigue su curso hacia el último instante, cuando la inclinación se convierte en línea horizontal, en verso quieto.

Alberto Hernández

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