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Polvo verbal, polvo cósmico, arena silábica, miniaturas en medio del infinito para imaginar. Todo el universo en un grano de mostaza. Todas las palabras en una sola. Todo el globo ocular convertido en planeta. Todas las metáforas, hipérboles y símiles arrebujados en una sola expresión: el aforismo, las máximas, los decires, los versículos… y ahora la microficción, heredera, sangre y articulación de aquellos balbuceos iniciales, de todos los gargarismos de la prehistoria convertidos en sintaxis, gramática e imaginación hablada, escrita, susurrada, leída, sudada, copiada, trazada, trizada.
Ramón Gómez de la Serna las llamó Greguerías, como si fuesen un agregado de pequeñas perlas, de trozos de oro, de materiales estratégicos, de voces imperdibles. Gómez de la Serna jugó toda la vida con esta apuesta, la de decir con pocas palabras lo que cabe en el universo. O al revés: el universo en una palabra, en un abrir de boca para decir agua y así río, océano, mar, torrente, lluvia, turbión, tifón, vaguada, tormenta y con ellos los habitantes acuáticos, los seres líquidos invisibles, esos que son también palabras: peces, cetáceos, cangrejos, bacterias, gérmenes, virus, todos conjugados para hacerse verbos como en el Génesis, como en el primer barro, en la primera costilla, en la primera voz que emergió de cuerpo alguno.
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Mucho se ha escrito sobre esta aventura de Gómez de la Serna. Los teóricos de este hoy convulso y minimalista, multiplicador de enigmas y de pequeñas simulaciones, han destacado que el autor español es una de las fuentes más visibles de la brevedad ficcional. Cuestión que no amerita discusión, pese a que los primitivos habitantes de la tierra, los primates, los que rayaron las piedras con dibujos y “escritos” donde se podía describir el universo, el mundo, la pequeña aldea, con una sola palabra, con un escupitajo sonoro, con un salivazo verbal, gutural, con un gruñido terrenal, cavernario, podrían ser considerados como los precursores de las academias de las lenguas y de las literaturas nacionales, puesto que en casi todos los países del mundo hay evidencias de petroglifos donde se pueden advertir los giros idiomáticos, los tonos, la densidad y hasta la extensión de cada historia escrita en la superficie pétrea.
De esos ecos vienen estos tanteos vocales. De esos ecos vienen estas páginas, las tantas que se han escrito y las tantas greguerías que el autor hispano dejó escritas, algunas facilonas, otras brillantes, originales, únicas.
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Algunas miniaturas de don Ramón:
“La espina dorsal es el bastón que nos tragamos al nacer”.
“Monólogo significa el mono que habla solo”.
“Miércoles: día largo por definición”.
“La T es el martillo del abecedario”.
“Las chispas son estornudos de Satanás”.
“El demonio no es más que el mono más listo de los monos”.
“Camões y Cervantes son como dos compañeros de asilo, el uno tuerto y el otro manco”.
“Nostalgia: neuralgia de los recuerdos”.
“El hielo se derrite porque llora de frío”.
“El buen escritor no sabe nunca si sabe escribir”.
“La S es el anzuelo del abecedario”.
“La jirafa es un caballo alargado por la curiosidad”.
“—¿Oyes ese olor? —dijo ella en el jardín”.
“Hacer símiles parece cosa de simios”.
“En el rebuzno, el burro se suena sin pañuelo”.
“Agonía: palabra muy corta que veces es muy larga”.
“El sostén es el antifaz de los senos”.
“El cerebro es un paquete de ideas arrugadas que llevamos en la cabeza”.
Y etc.
Edición de Rodolfo Cardona; Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 1989.
Sus textos publicados antes de 2015
12 • 104 • 119 • 189 • 208 • 209 • 210 • 211 • 212 • 213 • 216 • 217 • 222 • 224 • 225 • 226 • 227 • 242 • 259 • 284 • 290 • 297 • 299
Ciudad Letralia: Crónicas del olvido
Editorial Letralia: Libertad de expresión, poder y censura (coautor)
Editorial Letralia: Las nubes que pasan (poemas para Japón)
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