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Ha muerto Parra, ¡viva la poesía!

lunes 29 de enero de 2018
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Nicanor Parra
Parra estableció su propia República, se declaró soberano y estaba dispuesto a defender como fuera su libertad de opinión.

Tú eras mi muerte:
a ti pude retener,
mientras todo se me evadía
.
Paul Celan

En la madrugada de hoy (22 de enero), poco antes de irme a dormir, escribía unos versos en mi libreta personal, se me había perdido el Word en la PC, así que decidí ir directo al papel. No sabía si esos versos tenían, tendrían dueño o no. La poesía no busca explicaciones, a lo sumo un lector avezado se adentra en el poema intentando su propia interpretación. Versos sueltos al amanecer, a tientas, en el laberinto de la noche, develándose, sin conocerse y dándose a conocer.

Parra no cesó de cantar hasta la última palabra del diccionario callejero de Chile.

El texto y yo lo ignorábamos; un impulso, una pulsación, un decir, un acto propio de la poesía: lo inefable.

He aquí el texto, he querido dejarlo tal cual ocurrió, en homenaje al antipoeta, Nicanor Parra, quien falleció esta madrugada en La Reina, Santiago de Chile. Cuenta su nieto Tololo que no paraba de cantar esos últimos días, y en especial esa noche, la Guantanamera; pareciera una ironía del destino, pero la fuente es segura. ¿Se le había pegado la lengua al paladar?

El tiempo echa cenizas

El tiempo echa cenizas
donde no debe.
Las rosas no están
para despedir ni huesos,
ni polvos.
Me ponen tristes las partidas,
aún de los desconocidos.

Rolando Gabrielli

 

Parra, por siempre, Parra

(Entre Neruda y Huidobro. “Ahora se completan las tres cruces [+++]”)

De Nicanor Parra se ha dicho hasta lo que no se ha dicho. Una de las mejores definiciones que he encontrado después de cincuenta años acerca de su oficio, es que le buscó el cuesco a la breva de su poesía (anti) y a la vida misma. No descansó hasta seguir buscándolo, se transformó en un poeta insaciable, pantagruélico de la palabra cotidiana, popular, y hasta mediática. Irónico, burlón, comediante, bufonesco, filósofo, físico, matemático, ingenioso, lúdico, anarco, provocador, ambiguo, francotirador, iconoclasta, arbitrario, absurdo, huaso ladino, trasgresor per se, un pícaro de siete suelas, antipoeta sobre todas las cosas vivas o muertas en la tierra.

Parra no cesó de cantar hasta la última palabra del diccionario callejero de Chile, y en su suspiro final bajar un telón lleno de risa, absolutamente irreverente, como si se paseara sobre un elefante en la cristalería de la poesía, sin romper ni el silencio de las copas en los tiempos más feroces de los inviernos o cálidos veranos, siempre frente al abismo, sin caerse. Este metaforón del elefante es un homenaje al antirretórico rompedor de todos los formalismos y convenciones, rey del endecasílabo, malabarista sin fin, desde la cuerda floja, todo su arte de huaso chillanejo universal.

 

El señor Corales terminó su función

Misión cumplida; el dueño del circo, el señor Corales, el trapecista, el iluminador, el ilusionista, el domador de la palabra, el boxeador invencible, el acomodador de butacas, el mago de los pañuelos interminables, conejos, palomas, el tragafuego, el Chaplin kafkiano, el antipoeta himself que nunca creyó que la luna era de queso, ya no está con nosotros, se subió a su montaña rusa y partió, sin más vértigo que el viaje.

Hay una gran certeza, como dice el magistral verso de Teillier: respiramos y dejamos de respirar…

El antipoeta hace mutis por el foro / silenciosamente / vuelve a nacer / como debe ser / en la oscuridad / Comienza la cuenta regresiva / 103 años después / y volverá / al útero gaseoso del más allá / aplaudiendo entre cigarras y mariposas / por una mejor cosecha / donde vivos y muertos / se vuelven a encontrar. (RG)

Es difícil enfocar con un lente borroso la imagen que retorna una y otra vez, reclama su lugar en la memoria y se acomoda en primera fila para ver pasar su propia historia, rica en venturas y desventuras.

Pedagógico de la Universidad de Chile, década de los sesenta, a la salida de la antigua alta casa de estudios, donde el espíritu hacía sentir su libertad, y Parra, asmático, enfrentaba los terribles Plátanos orientales. Raudo corría en su escarabajo hacia Irarrázaval, si antes no cruzaba hacia Los Cisnes, un restaurante de un español comprometido con la realidad, cuyo sitio era escenario de charlas literarias / revolucionarias / filosóficas / amicales / universitarias / temas generales de la vida / confesiones sentimentales. ¡Qué tiempos!

 

La letra infantil del antipoeta

(Nicanor Parra tiene una letra infantil, algo dibujada, endemoniada, gruesa, hirsuta, un poco ordinaria, diría que muy campesina y de trazo firme, audaz, escribe frente al abismo. Recuerdo perfectamente esos trazos en un período caótico, frenético, especial para el antipoeta, cuando en tiempos de la Unidad Popular ensayaba y se aventuraba en los llamados energúmenos, unos verdaderos enfrentamientos verbales con la policía, choques, donde su letra creaba una atmósfera negra, enrarecida, que se debatía entre los Artefactos y esta nueva pulsada de la realidad interior de Parra.

Todas las palabras las acompañaba con gestos, voz, comentarios, risas, una lucha tenaz por llegar a alguna parte, deshacer el nudo que le asfixiaba en ese momento. Ponía el cuerpo sobre la palabra, sin frenos, rayaba una y otra vez en círculos infernales como una tira cómica. ASÍ LE RECUERDO, EN TRANCE EN LOS PRADOS del Pedagógico de la Universidad de Chile, en una banca de cemento, solo contra Chile y el mundo de la izquierda que le señalaba con el dedo su visita a la Casa Blanca en medio del napalm que lanzaba Nixon a la población de Vietnam. Pidió disculpas el antipoeta, Premio Nacional de Literatura, Premio Reina Sofía, Premio Cervantes, Premio Juan Rulfo, candidato al Premio Nobel, y no se las aceptaron. En esos años, Parra sólo era Premio Nacional.)

La historia no se puede dejar fuera de la historia, de lo contrario no tendríamos un marco de referencia, un contexto. La escena local se agitó como una coctelera, muchos nombres salieron a la palestra, la polémica fue agria, no podemos esconder los hechos con una metáfora, aquí no ha pasado nada, porque pasó de todo. Parra impulsó más su antipoesía hacia la trasgresión absoluta y concitó una odiosidad feroz, casi de almanaque, efervescente, de Alka Seltzer.

El tiempo nos dirá si la antipoesía fue un parte de aguas o algo más. Con Parra siempre hay mucha más letra menuda de la que se ve. Mi invitación es a seguir leyéndolo, conociendo más al personaje y a su obra.

 

Humor negro, oscuro, oscuro

Humor, negro, oscuro,
oscuro como una lápida
de Vietnam o Siberia.
Los grandes maestros de la muerte,
ajedrez de la palabra,
sabiduría del gorrión que agita
y no se cae de la rama.
Por ti pido, hermano caído,
desde mi lejana palabra 
y geografía,
no olvides tu chaleco contra balas,
el universo es una cáscara voladora
al más allá, acá todos nosotros
aplaudiéndote, hijo de las estrellas. (RG)

 

Antipoeta twittero

Este fragmento, que escribí el 15 de enero recién pasado, la víspera del desenlace, lo incluyo como una licencia fragmentaria porque, si la antipoesía tiene tantas licencias como excepciones, la poesía con mayor razón, por tradición y derecho propio, ejerce también este arte del birlibirloque. Viene al caso como un antecedente y porque me proponía escribir sobre este antipoeta twittero, ya que los Artefactos son un antecedente explosivo e imaginativo del pajarito twit, por su concentración, impacto inmediato, comunicación directa. Parra se sentía un innovador-provocador, buscaba y se agitaba en lo popular, pero no se mantenía nunca estático, siempre en movimiento, armando su discurso, afinando su retórica, estaba al día del día siguiente. Pero no era trivial, ni banal, y siempre tenía un blanco delante de sí mismo, un objetivo en la mira, un trasfondo muy propio de lo popular. Sus imitadores, muchas veces, son simples chistosos, chirigoteros, no logran trascender lo intrascendente. (¿Parra agota la antipoesía o tiene sus limitaciones el género y sus mecanismos? El tiempo dirá.)

Son la entelequia del Maestro / su saliva sin silabario / deletrean, manosean la palabra / Por favor, no les den tribuna ni lectura / a estos facilones, aduladores de la antipoesía / No hay peor receta que las vendidas en las farmacias. Así sea. (RG)

 

La hora de Vietnam y Allende

Todo lo demás fue historia, una tragedia griega vivió el autor de los Versos de salón, se enfrentó al gobierno cubano, al chileno, a los intelectuales de izquierda, se transformó en un energúmeno, disparó a diestra y siniestra, sólo conversó en esa época con Ionesco, seguramente Lihn y el suscrito en una banca de cemento donde mantenía un letrero pidiendo disculpas y trabajando sus más furibundos artefactos, con esa letra endemoniada que podría asaltar nuestros ojos al menor descuido.

Parra estableció su propia República, se declaró soberano y estaba dispuesto a defender como fuera su libertad de opinión; no se sentía emparentado a la icónica estatua, pero poco le faltaba. Era una isla contra otra isla y una larga y angosta faja de tierra, siempre frente al precipicio del mar Pacífico. (Está demasiado fresca la tinta de su partida, los críticos harán su trabajo y analizarán con mayor distancia estos y otros acontecimientos. No están Neruda, Huidobro, De Rokha, Gonzalo Rojas ni la Mistral, siempre alejada de la crítica ácida).

En Parra la crítica, polémica, las contradicciones, opiniones oblicuas, eran una práctica común, un ejercicio desde el desayuno a la noche.

En los prados de esas queridas termas universitarias, donde retozaba nuestra joven, feliz juventud, ya un Parra maduro se paseaba por los jardines como si estuviera en Berkeley, Oxford, la Unam o en el Central Park. Allí estuvo con Whitman, Neruda, García Lorca, Huidobro, Ginsberg, Gabriela Mistral, Kafka, Rulfo, Bolaño, Lihn, Jodorowsky, Pezoa Véliz, Aristófanes, Charles Chaplin, Shakespeare —sobre todo Hamlet— y tantos otros en el largo camino de la poesía, porque a la orilla no se llega nadando en solitario.

Escribo estas notas de memoria recurriendo a los pasajes vividos, imágenes que me acompañan cuando aún despiden en la intimidad pública al Villon chileno, este juglar inagotable, único, que necesitaba varios espejos para mirarse desde y en un mismo rostro. Si la antipoesía renegaba del yo poético, Parra se subió a su propio carrusel y adquirió un protagonismo innegable e indudable.

En Parra la crítica, polémica, las contradicciones, opiniones oblicuas, eran una práctica común, un ejercicio desde el desayuno a la noche, y en sus grandes cuadernos de eterno estudiante apuntaba todo, cualquier idea que revoloteara como una mosca sobre su cabeza o en sus alrededores.

No quiero olvidarme de lo que leí hoy, 23 de enero, durante su irónica despedida en la Catedral, diseñada entre 1748 y 1800 por Joaquín Toesca, el mismo que construyó el Palacio de La Moneda, sede del gobierno de Chile y donde murió Salvador Allende después del bombardeo del 11 de septiembre de 1973.

 

El agua bendita del cura Ibacache

Parra no pidió el sitio, alguien tenía otras lecturas respecto a sus deseos. No pudo el cura Ignacio Valente (Ibacache en la novela de Roberto Bolaño Nocturno de Chile) llevarlo a la cruz en vida, cuando criticaba su antipoesía, pero las fuerzas del destino arrastraron su ataúd —que lo cura todo— cubierto por una arpillera tejida por su madre a la mansión de Dios.

Previamente, en los faldeos cordilleranos donde falleció en el sueño, en la calle Julia Berstein 272-D, Ibacache Valente o Ibáñez Langlois, el verdugo de Lihn en la crítica mercurial y de tantos otros, vertió agua bendita sobre su féretro, que enrumbó hacia la Catedral, en una procesión urbana de más de una hora, atravesando el verano somnoliento de Santiago, con un Parra muy seguro de sí mismo en cuanto a su destino, pactado en vida con sus hijos.

En su poema “Sólo para mayores de cien años” —vaya título alusivo, personal, premonitorio—, dice en sus versos finales: “Pero yo no me doy por aludido / Porque tarde o temprano / Tiene que aparecer / Un sacerdote que lo explique todo”.

 

En capilla ardiente en la Catedral

Sí, aún mientras mi memoria reescribe estos apuntes, Parra está en capilla ardiente en la Catedral Metropolitana, él, quien parecía tan lejos de Dios, y todo indica que quería ser velado en su casa de La Reina, sus verdaderos orígenes, donde escribió sus memorables versos: “¡Viva la Cordillera de los Andes! ¡Muera la Cordillera de la Costa!”, en clara alusión a Neruda, que vivía en Isla Negra. (El destino le jugaría otra mala pasada calculada: se iría a vivir los últimos veinte años de su vida a Las Cruces, ubicada en la Cordillera de la Costa y próxima a Isla Negra, donde también se compraría su cuarta residencia en la Tierra. Neruda sólo tuvo tres casas.)

¿Parra se fue a morir a su casa de La Reina, recuperar su pasado, despedirse del emblemático sitio y reconocerse en la Cordillera de los Andes? No lo sabemos aún, quizás no lo sepamos nunca.

Cuando Neruda dio su discurso al recibir el Premio Nobel sólo cito dos poetas, a Rimbaud y a Huidobro, sin nombrar al pequeño Dios.

 

Neruda, la verdadera Catedral

Con esta escena pasa otro tanto. Parra y el suscrito íbamos caminado una noche frente al edificio Diego Portales, sede de la Junta Militar de Gobierno, 1974 (en el “horroroso Chile”), y en una de esas salidas el antipoeta se detiene en la calle y exclama: “Compañero, qué vamos a hacer, se nos murió la Catedral”. Se refería a Neruda, comunista convertido en catedral, algo realmente absurdo, pero en el doble y triple sentido parriano.

Neruda fue su sombra desde que comenzó a torcer el cuello al cisne de la poesía y no cesaría hasta el final de sus días, monologando siempre con el autor de las residencias y Tentativa del hombre infinito.

La Catedral en el día de su velorio, que había puesto música sacra, como suele ocurrir en las iglesias para estos eventos fúnebres, se encontró con la tenaz resistencia de los hijos y nietos de Parra, que reclamaron Gracias a la vida, de su hermana Violeta Parra, porque de lo contrario se iban. A los pocos minutos se escuchó la voz de la Violeta, tan ninguneada en vida y aclamada después de muerta.

Parra, cuando editó Cancionero sin nombre (1937), libro lorquiano, se dio cuenta, en lenguaje popular, dichos, que por ahí no iba la cosa, y durante una larga década y media se puso a velar sus nuevas armas: la antipoesía.

Le endosó el problema al máximo referente de la poesía chilena y habla castellana, Neruda, y no paró hasta el final de sus días de hacer sombra con Pablito, como solía llamarle, que nunca fue un poeta imaginario.

 

Poeta de la gran tradición poética chilena

Para entrar en materia con Parra hay que poner picas en Flandes en el contexto de la poesía y la escritura, y en ad valorem su monumental nueva retórica que copó la banca por varias décadas con su antipoesía, antídoto contra la lírica tradicional. Ese fue su caballito de batalla, la consigna: contra lo establecido, contra todos y él mismo, contra la solemnidad. Una de sus frases favoritas debió ser: no dejar títere con cabeza, chilenismo para arrasar con lo que sea.

El autor de Poemas y antipoemas, su libro emblemático, antipoesía, forma parte de la gran tradición de la poesía chilena, aun con su influencia anglosajona, todos sabemos que es un poeta muy chileno, sagaz, que popularizó la poesía como verdadera lengua del pueblo. En la solapa de su primera edición, Neruda escribió: “Esta poesía es una delicia de oro matutino o fruto consumado en las tinieblas”.

 

No me preguntes si los muertos fueron felices

Con su partida, las manecillas del reloj poético chileno y del habla hispana dan una larga vuelta por la esfera de cronos y la ausencia del antipoeta se hará sentir con el correr de los días. No nos pongamos sentimentaloides, Parra se reiría de nosotros, como lo hizo en vida, pero la ausencia de ese malestar verbal, ironía, en un país montañés, taciturno, algo formalmente gris, se hace notar.

Un viaje no siempre tiene un final / sobre todo cuando se reinicia otro / así el verano como ahora / vendrán nuevas estaciones / donde descansar y volver a empezar / Buen viaje su Excelencia aquí otros / continuaremos los kilómetros restantes / distantes del cielo a tierra / o las estrellas / No importan las distancias / sino la perseverancia / la resistencia de las alas al viento. (RG)

No me preguntes si los muertos fueron felices / alguna vez y llegaron a conversar con los vivos / Es un tema, una fórmula hipotética / no olvides, no todos los días se entierra a un poeta / frente al mar. (RG)

En un recuento muy personal, muchas veces la vida y los hechos, como los dichos, van por su cuenta y riesgo. Finalmente, la Mistral fue la única que se mantuvo en su amada Cordillera de los Andes, sus pares terminaron frente al mar.

Parra siempre fue al límite hasta el último minuto de vida: 103 años, no pudo estirar más la cuerda.

El antipoeta deja más bien libertad de acción que discípulos; si los hay, no se notan, la poesía chilena seguirá su propio curso, el tiempo ha derribado uno de sus últimos troncos, pero la lucha contra la página en blanco continúa vigente. La poesía es moneda de varias caras; su energía, voluntad, existencia, necesidad, su palabra finalmente le convierte en un arte indomable. Podrán aparecer titiriteros, magos, mesías, profetas, alucinados, poetas malditos, pequeños dioses, imitadores, farmaceutas, alquimistas, simples poetas de provincia, y la poesía continuará ejerciendo su indiscutida belleza, la palabra. El fuego de la poesía está en el hombre, es una llama inagotable, a ti te toca mantenerla viva, amigo lector.

(Parra hizo lo que pudo, fue un antipoeta long play, de larga duración, y será difícil arrebatarle ese récord; no dejó de parrandear, de ser un parricida frente a la lírica y especialmente la obra nerudiana, y se preparó parra todos los gustos, eso, al menos, intentó parreando para sobrevivir parra rato. Como Adán, se cubrió con sus Hojas de Parra y bailó la cueca más larga de Chile).

Parra siempre fue al límite hasta el último minuto de vida: 103 años, no pudo estirar más la cuerda, nos deja una Obra gruesa, en permanente construcción a través de cada lectura, hombre de abismos, desafió el tiempo y a toda su generación. Siempre sobre la ola del mar, asmático, histriónico, un protagonista en cualquier escenario, a punto de reír, un niño en medio del juguete de la palabra, pedaleando hacia Chillán, sin tiempo en el tiempo de la eternidad.

Neruda, Huidobro y Parra
(Las tres cruces)

Con vista directa a Huidobro,
el mar, el mar, Nicanor,
saca tus cachitos al sol,
en la última morada:
Voy y vuelvo,
más allá, Neftalí Reyes,
en su Isla Negra,
se sigue viviendo.
¿Son tres reyes magos de la poesía
chilena en el siglo XX y XXI?
¿O dos o tres más,
Mistral, De Rokha, Gonzalo Rojas
y una larga y angosta,
fértil, faja de tierra poética?
No nos miremos el ombligo,
de mar a cordillera,
del desierto a la antártica,
hay mucha tela nueva
que seguir cortando en el tejido
de la poesía. (Rolando Gabrielli)

“Te vamos a poner donde nos dijiste”, tuiteó Cristóbal Ugarte, nieto de Nicanor, en Instagram. “Entre Neruda y Huidobro. Ahora se completan las tres cruces (+++)”.

Cae el telón de la poesía.

Ya, Nicanor, descansa en Paz: Neruda.

Soy Nicanor de Chile

Voy a cerrar los ojos por última vez,
como si fuera a volar por todo Chile,
recorrer los campos y viñedos en secreto,
donde las uvas de mis antepasados
no dejarán nunca de fermentar,
los mejores vinos son los tiempos vividos,
recuerdo todo, casi todo lo que la memoria
me suelta al pasar como una paloma.
Mi madre, mi hermana, mis hermanos,
mis hijos, mis nietos, mis antipoemas
me esperan en el último andén,
en la estación terminal, y les hago señas,
estoy atravesando el río.

(Rolando Gabrielli)

 

En resumen

“Siento al público tranquilo, siento al poeta chileno, siento el arcoíris”, Ginsberg.

Parra fue un tipo extraordinario, lo hubiese dicho Millán, como su verso personalísimo; un tío inefable, asumo lo que podría pensar Waldo Rojas; un sobreviviente del horroroso Chile, tal vez fueran quizás palabras de Lihn; un gran juglar, le llamaba en vida Neruda; dicen que está haciendo hasta películas, dijo Gonzalo Rojas Pizarro (“Sólo escribió dos grandes poemas, yo doce o diez”, remarcó); Nicanor es el creador de una poesía explosiva, más sofisticada e inteligente que la de Neruda, incluso en la poesía política, sentenció Ginsberg; estoy seguro de una sola cosa sobre la poesía de Nicanor Parra en este nuevo siglo: pervivirá, sostuvo Bolaño; la antipoesía es una peste, criticó ácidamente el poeta, narrador, crítico chileno, Miguel Arteche (Premio Nacional); a mí me parece un mistificador idiota, absolutamente idiota y perverso, dijo De Rokha (Premio Nacional); no puedo dar ejemplos en estas páginas de la antipoesía: es demasiado cínica y demencial, padre Prudencia de Salvatierra; se vende Parra / tratar con Nixon / más bien con la señora; apuntó su dardo el narrador Carlos Droguett (Premio Nacional); hay un tipo de narcisismo que consiste en empujar la propia obra lo más que se pueda para tener presencia. Es el más peligroso porque contagia y enferma al propio autor. Yo veo que hay algo más que eso en Parra, y ha perjudicado su obra, Armando Uribe, poeta chileno (Premio Nacional).

Gonzalo Rojas (Premio Nacional, Cervantes, Octavio Paz, Hernández) en un tiempo tuvo un enfrentamiento memorable con Parra, eran rivales contemporáneos por el cetro que iba cediendo Neruda. De esa polémica salieron estos versos y otros más del mismo texto, que Rojas prefirió ignorar con el tiempo. No podemos ocultar de la realidad esta otra realidad. Una de cal y otra de arena, poeta.

Antiparreando, remolineando,
que Kafka sí, que Kafka no,
buena cosa, roba-robando,
se va Cervantes y entro yo.

Parra no aró en el mar, vendimió la poesía chilena y universal, su molde fue uno nuevo cada día… eso lo digo yo. Se buscó en Hamlet en sus últimos días…

Rolando Gabrielli
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