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Oración por Ernesto Cardenal

martes 19 de febrero de 2019
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Ernesto Cardenal
El papa Juan Pablo II amonesta a Ernesto Cardenal en el aeropuerto de Managua.

Ernesto Cardenal es un ícono de la poesía latinoamericana, uno de los poetas más consagrados con el oficio de la poesía, incansable antisomocista, un hombre comprometido con los pobres y su magisterio. A mediados de los sesenta, en plenos estudios universitarios, la voz de Cardenal nos acompañaba desde su isla mágica y paradisíaca, Solentiname, y recorría nuestros santuarios de aprendices de poetas en Santiago de Chile. Lo leíamos con pasión, mística, subrayábamos sus epigramas y los recitábamos con verdadera devoción.

“Somoza desveliza la estatua de Somoza en el estadio de Somoza”, título imborrable de uno de sus poemas emblemáticos que caracterizó su posición vertical contra esa dinastía criminal. Era tan asfixiante la dictadura de Tachito, que Nicaragua no respiraba si no daba la orden.

Lo conocí en un taller de literatura de la Universidad Católica de Chile, que dirigía Enrique Lihn, y años después lo entrevisté en Panamá, con motivo de las negociaciones del Canal.

El papa Francisco, al enterarse de su estado de salud, levantó ese absurdo castigo a quien nunca, dijo, dejaría de ser sacerdote.

Afable, directo, humilde, con su camisilla blanca, tropical, abierto, valiente, un poeta de su tiempo y de otro.

Escribo estas palabras en momentos difíciles para Ernesto Cardenal, sacerdote, de 94 años, hospitalizado en un hospital de Managua por una infección renal que ha puesto en riesgo su vida. Se nos está yendo el último de los mohicanos de la poesía latinoamericana y de Hispanoamérica, en medio de un doloroso parte de la humanidad, que no sabe qué rumbos tomará en estas décadas. Época cuando más se necesita de poetas visionarios, comprometidos con esta iracunda, torpe, ciega, brillante y oscura, depredadora especie.

En una de las grandes aberraciones papales de Juan Pablo II, que dio la vuelta al mundo, Cardenal arrodillado en el aeropuerto de Managua, increpándole con el dedo índice, excomulgó a este cura bandera insigne de la teología de la liberación, tan atacada por conservadores y personas alejadas de un verdadero apostolado. Un canal de la televisión panameña pasaba esa imagen como si se tratara de un juego de Atari, cada cinco minutos esa imagen feroz que lo condenaba al infierno.

Felizmente, la Iglesia tiene su contrapeso y personas que interpretan el evangelio más allá de los catecismos e ideologías. El papa Francisco, al enterarse de su estado de salud, levantó ese absurdo castigo a quien nunca, dijo, dejaría de ser sacerdote. Cardenal afirma hasta hoy día que ese perdón no se produjo nunca y que a él no le hace falta, ni lo necesita. El pasado 17 de febrero, el papa Francisco, en carta dirigida a Ernesto Cardenal en su lecho de enfermo, levanta la suspensión a divinis impuesta por Karol Wojtyla en 1984.

Ernesto Cardenal lleva dos semanas hospitalizado, pero al parecer, al agravarse su enfermedad, se ha informado a la opinión pública del estado del antiguo ministro de Cultura del sandinismo.

Hombre y poeta esencial, identificado con los pobres de América Latina y el mundo, ejerció la palabra con belleza, contenido y todas las contradicciones del ser humano aquí en la Tierra, aunque su espíritu volaba a otras dimensiones.

Ernesto Cardenal, autor de Cántico cósmico, llamado por los alemanes la Divina Comedia en español, es uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo XX y de este siglo, y el menos premiado, reconocido del subcontinente, lo que no demerita su influyente y reconocida obra por los poetas de su tiempo y ahora. La poesía no está para álbumes, salones de la fama, hipódromos, carreras de flacos galgos o concursos de amigos de la palabra.

Obtuvo el Reina Sofía y el Iberoamericano Pablo Neruda, y es miembro de la Academia de la Lengua de México.

Cuando me asaltaron en una esquina de Panamá, en medio de la noche tropical y de la crisis de los bandidos, se llevaron un morral donde iban Canto cósmico y una libreta con poemas inéditos. Quizás a qué basurero de la vida fueron a parar el libro y esos textos que no vieron la luz ni los lectores. Gajes de la vida y del oficio.

Este cura trapense, con su boina, su barba blanca, sus suaves gestos de profeta, su caminar sereno, enamoró a una generación con su poesía amorosa y sus muchachas reales de su juventud. Claudia fue una de ellas. Te doy, Claudia, estos versos / porque tú eres su dueña / Los he escrito sencillos para que tú los entiendas… pero si no te interesan / un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica. No sabemos si le interesaron, pero aún se sigue divulgando. Le advierte que de todas las cosas mundanas existentes en la Tierra, no quedará nada, sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia (si acaso). Humor, ironía, de paso se burla de sus rivales, que sólo serían rescatados si él los incluyera en el poema.

Esta es la fuerza de la poesía, reafirmarse en su existencia real, cotidiana, vivencial. Interpreta a los jóvenes idealista esta poesía epigramática, de un hombre que se abre paso por el mundo de manera transparente, abierta, arrojada, confesional: Otros podrán ganar mucho más dinero / pero yo he sacrificado ese dinero / por escribirte estos cantos a ti…

Está también esta poesía, no hablo de la política, ni filosófica, histórica, sino de sus epigramas, un dejo, la nostalgia de perdido, el recuerdo vivo de lo que fue una posibilidad, esa circunstancia que se transforma en memoria. Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como yo te amaba a ti / pero a ti no te amarán como te amaba yo.

El poeta no se paraliza y envía un mensaje a las muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos / y soñéis con un poeta: sabed que yo los hice para una como vosotras / y que fue en vano.

Su palabra se ha hecho voz común y corriente en América Latina y eso es suficiente para un poeta. El sacerdote del archipiélago de Solentiname ha cumplido su tiempo en la Tierra y con la poesía.

Ni optimista ni pesimista, realista, más bien, en el amor como en la guerra hay que saber perder, pero la vida continúa y la poesía seguirá viviendo en el poema y en cada lector, nos dice a continuación, de alguna manera. Ésta será mi venganza: que un día llegue a tus manos el libro de un poeta / famoso / y leas estas líneas que el autor escribió para ti / y tú no lo sepas.

Myriam fue otro de sus amores, y Cardenal, gran viajero, mensajero de la poesía, estuvo en Nueva York, vivió en Estados Unidos en un monasterio con el también poeta y monje trapense Thomas Merton, a quien consideraba su padre espiritual. Nueva York le impactó, la gran manzana que devora y es devorada. Allí dedicó su epigrama a otro amor: Si tú estás en Nueva York / en Nueva York no hay nadie más / y si no estás en Nueva York / en Nueva York no hay nadie.

Cuántos poetas del amor quisieran escribir como Cardenal, simple y profundo, hasta desconcertante para iniciados.

Su palabra se ha hecho voz común y corriente en América Latina y eso es suficiente para un poeta. El sacerdote del archipiélago de Solentiname ha cumplido su tiempo en la Tierra y con la poesía. Aún no ha partido, mientras escribimos estas palabras.

Su poema a Marilyn Monroe es uno de sus textos más conmovedores y logrados, un clásico en nuestro idioma, de la poesía iberoamericana. Rescata a la estrella de la miseria donde los hombres la pusieron, los famosos, y nos la presenta tal como es, la huerfanita violada a los nueve años, la empleadita de tienda que se convirtió en estrella. Al Señor le pide que conteste el teléfono, la última llamada que hizo y no se sabe a quién. Toda una oración por Marilyn Monroe.

Rolando Gabrielli
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