
Los poetas chilenos asaltaron el cielo el siglo XX y alcanzó para el XXI con algunos que sobrevivieron ese rico período para la poesía del país sudamericano y turbulento para la historia de la humanidad con sus dos guerras mundiales —los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki—, miles de conflictos militares, golpes de Estado, hasta el inquietante VIH. El siglo tuvo de cal y arena, fue violento ciertamente, pero el arte, la tecnología y hasta las buenas causas surgieron. La palabra revolución sacó patente en el siglo XX. Tiempo camaleónico que se superó a sí mismo, Yuri Gagarin, el primero en viajar por el cosmos, y Neil Armstrong a la luna. En ese siglo, la poesía chilena brilló en el habla hispana, aunque tres poetas superaron la velocidad del sonido, porque su poesía se escuchó, tuvo presencia y altura más allá de sus fronteras.
Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda rompieron el cascarón de la aldea, cruzaron la cordillera de los Andes y el océano Pacífico; Mistral y Neruda viajaron a Estocolmo a recibir el mayor premio universal de las letras y Huidobro se coronó en Europa en la época más creativa y revolucionaria del arte, como un príncipe del creacionismo y la imaginería de un astronauta adelantado.
No entiendo la bulla que se ha hecho por ese amor salvaje, juvenil, del poeta. Lo importante son sus poemas, sin duda.
Hasta aquí un lugar común de la poesía y los poetas chilenos. Desde luego, hay muchos más poetas importantes, novedosos, únicos, interesantes, en la vasta y profunda, accidentada, geografía poética, porque varios se suicidaron, alguno desapareció en la última noche del día y otros se bebieron todo el vino de las viñas de su época. Sin embargo, la poesía permanece hasta nuestros días como un patrimonio de los lectores del mundo.
Lo curioso de esta gran curiosidad de la poesía chilena es que los poetas siguen siendo materia de novelistas. Prosistas, y el caso más emblemático es Neruda, que ya acumula varios libros con el récord de su viejo asistente diplomático, auxiliar de la embajada francesa, amigo de fiestas, Jorge Edwards: Adiós, Poeta…, y la más reciente, Oh, Maligna, surgida del emblemático poema nerudiano de Residencia en la Tierra: “Tango del viudo”. Toda una generación de poetas y novelistas giró alrededor de Residencia en la Tierra.
No entiendo la bulla que se ha hecho por ese amor salvaje, juvenil, del poeta. Lo importante son sus poemas, sin duda, y Residencia en la Tierra tal vez su mayor obra. Desde su muerte, el poeta se transformó no en un personaje de culto, ni mito, porque ya lo era, lo fue en vida, sino en un personaje al que había que pasarle alguna o muchas cuentas. Época vitriólica que necesitaba un chivo expiatorio de las mil culpas, tenía que ser una figura, una celebridad, alguien que tuviera respaldo, un largo recorrido, significara algo importante para lo que representaba y el lado opuesto. Nadie dispara al aire con balas de fogueo sólo para asustar las palomas o el viento.
Enrique Lafourcade, una pluma ácida, aguda, pintoresca, sarcástica, dibujó al poeta en Neruda en el país de las maravillas, relacionándole con un amor de vejez, la sobrina de su esposa Matilde Urrutia, y volviendo al manido ataque de su estalinismo, que abandonó en los últimos años cuando se destapó el caso del hombre fuerte del Kremlin, aunque era un grito de espanto a voces.
Neruda fue objeto de críticas reiteradas de Roberto Bolaño, también de Lihn, algo más sutiles de Parra y una enorme lista que incluyó a moros y troyanos, de adentro y de afuera, hasta el día de hoy. Tienen ese valor el personaje y su obra, su vigencia. No todas las críticas apuntan a su poesía, sino también a su persona, como se desliza en las obras mencionadas y en entrevistas, artículos, referencias. El Neruda poeta, político, amante, ninguno se quedó por fuera y lo ubica, a mi entender, en el lugar de icono de la literatura chilena, latinoamericana y universal, a pesar de. Su historia comenzó en la provincia lluviosa de los muelles al alba y luego en la capital de los crepúsculos; trajo poesía, vida nocturna, y se enfrascó con sus pares en una crítica espesa. La fama y su militancia política le llevaron al cetro de la crítica. Normal.
En estos paisajes novelísticos y croniqueros hay también sus dosis de morbo.
Enrique Lihn también fue objeto de una novelización de su vida por parte de Jorge Edwards que no le gustó a su familia. Tal fue así que retiraron la novela del mercado, La Casa de Dostoievsky. Fui a buscarla a la propia librería de Edwards y también adonde vende libros usados, y la respuesta fue la misma: ya no existe.
¿Qué habrá contado de más Edwards? Al parecer el abandono de una hija en Francia. También se dijo de Neruda cuando se separó de su mujer holandesa. Los poetas tienen sus historias como cualquier hombre corriente, son parte de su anecdotario.
En estos paisajes novelísticos y croniqueros hay también sus dosis de morbo, porque los autores consideran tal vez que han tenido una vida inmaculada, ya que los poetas, además de estar muertos, no pueden defenderse.
Chile es una tierra de poetas, sin duda. En mi último viaje quise conocer a Hernán Uribe Arce y no me fue posible. Estaba recluido hace años en su departamento y sólo recibía a sus editores. Poeta esencial, muy crítico de la realidad actual de Chile. Se había ausentado después de diagnosticar el estallido que aún continúa desde el 19 de octubre pasado y que tuvo fuerte repercusión en el Festival de la Canción de Viña del Mar. Falleció recientemente. Por esos días llamé a un poeta sobreviviente, Floridos Pérez, muy querido en su comunidad del sur y con fuerte repercusión nacional, tradición toral en nuestra poética. Al poco tiempo falleció.
Quise ver al novelista y amigo Germán Marín, un novelista de su tiempo, ex secretario de Neruda, escritor de culto. No le encontré. Falleció a fines del año pasado. Todos estaban concatenados con la última historia de Chile, era importante verles, saludarles, agradecerles su ejercicio por el mundo de la poética y la novela. El destino tuerce caminos y encuentros.
Ahora el cuentista y novelista chileno Alejandro Zambra, quien fue también poeta como Bolaño y después novelista, sorprende al mercado con su novela recién editada: Poeta chileno. No la conoceremos, a no ser que viajemos o la pidamos por Internet. La crítica dice que es la obra más extensa del autor, relata las vidas paralelas y simétricas de un poeta y su hijastro. Ofrece, agrega, un panorama crítico, sarcástico y emotivo de la escena literaria chilena.
Se ha notado en el estallido social la falta de los poetas, su voz, su visión; siempre fueron vanguardia.
Bolaño, en Los detectives salvajes, se paseó por la poética mexicana disparando a Octavio Paz, el Neruda mexicano, y después se arrepintió. Pocas veces leí que se arrepintiera de algo, pero en sus tiempos mozos, con sus amigos poetas infrarrealistas atacaba verbalmente las presentaciones de Paz. A Neruda una vez le arrebató un discurso el poeta chileno Braulio Arenas.
La historia se repite de extremo a extremo, lineal o vertical.
Nadie ha escrito la historia de los poetas que se vuelven novelistas. No son pocos. ¿La poesía no vende?
Lo verdaderamente importante es leer a los poetas chilenos, siempre son noticia por la belleza de sus mensajes, su poética diversa más allá de sus vidas, también interesantes, vinculadas con su poética y la historia del país.
Se ha notado en el estallido social la falta de los poetas, su voz, su visión; siempre fueron vanguardia. El mercado pareciera haberse tragado todo, hasta el subsuelo de Chile, LA PALABRA.
Los novelistas quizás estén pensando en un gran personaje aún no novelado: Nicanor Parra. Puede ser una mina de oro. Las historias parecieran estar para ser contadas. Hablemos ya de una tradición: los poetas son la materia prima de los novelistas. ¿Le falta imaginación a la prosa o los poetas son tan fantásticos?
¿Qué traerá de sorpresas la caja de Pandora de Alejandro Zambra?
PD
La poesía es más que el poeta. Lo sabe Rimbaud y, sobre todo, el lector. Si el hombre llegase a destruirse con parte de la tierra, la naturaleza se encargará nuevamente de restablecer la belleza.
La poesía está en todas las cosas y la palabra las nombra.
Existe poesía a pesar de algunos poetas.
El poeta no es más que un cómplice del poema.
La palabra es un acto generoso, nos dice lo que podríamos saber.
Un poema verdadero nos deja sin palabras.
La poesía es un acto legítimo, casi en defensa propia
ANTE UN MUNDO MEDIOCRE, EL POEMA ES UN ARMA PELIGROSA.
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