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Se fueron, algunos volvieron, otros no regresaron

domingo 14 de marzo de 2021
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Bombardeo al Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973
Gonzalo Millán y yo nos habíamos sacado una foto frente a La Moneda, el Palacio que sería bombardeado con rockets desde los cielos del terror y muerto su presidente electo democráticamente.

Dispersos, repartidos por el mundo, sí, la diáspora que cruzó la frontera por las vías insospechadas en las narices de los servicios de seguridad estatal (qué contradicción más absurda). Fue en septiembre de 1973, al sur del continente, en un país llamado Chile, Chili, azotado por terremotos, masacres sociales y este relámpago negro lanzado de la mano de la desgracia militar. Aún recuerdo la conversación que tuve con el poeta Gonzalo Millán en las faldas del cerro San Cristóbal, en un pequeño bar cercano a su residencia, presidido por el silencio, nuestras apagadas voces y un tragaluz que iluminaba nuestras copas y vinos. Esa reunión de despedida, poco después del golpe militar, dio lugar a un poema de Gonzalo. Habla del postigo, tragaluz, de las luces y sombras de lugar que compartimos, como chilenos, entre unos vinos, madurando nuestro exilio, cuando la oscuridad se cernía sobre Chile.

Lo extraordinario es que el día 10 de septiembre nos habíamos sacado una foto frente a La Moneda, el Palacio que sería bombardeado con rockets desde los cielos del terror y muerto su presidente electo democráticamente. ¿Ahí estuvimos viendo el futuro, despidiéndonos del Chile democrático?

En mi libro Los poetas de Chile divido Santiago en dos, de la plaza Baquedano, hoy Dignidad, calle Providencia hacia la cordillera, y esa misma plaza que en mi tiempo se llamaba Italia, hacia el sur, dos mundos tan distintos como dos países en uno. Ya había una diáspora interior que se comenzó a notar en tiempos de la dictadura hasta nuestros días.

 

Mi memoria sólo registra a los fallecidos en el extranjero, como recientemente Oliver Welden, que es el único que se definió militante de la diáspora.

Nombro los que la memoria recuerda

La llamada gente linda al norte y el resto que no alcanzó a obtener la belleza, al sur. (Hasta que estalló el 18 de octubre del 2019).

No nos dispersemos más que la diáspora, porque aún quedan algunos escritores dispersos en la dispersión. Mucho menos sin duda. Waldo Rojas en París, Hernán Lavín en México, Ariel Dorfman en Estados Unidos, Hernán Valdés en Alemania, Isabel Allende en Estados Unidos, Jorge Etcheverry en Canadá, Sergio Macías en España, Jorge Carrasco en Argentina, y mi memoria sólo registra a los fallecidos en el extranjero, como recientemente Oliver Welden, que es el único que se definió militante de la diáspora, no recurrió a ninguna metáfora generacional. Poeta de muchos caminos, es a quien dedico este poema, porque tuvimos un diálogo de exiliados, un reencuentro entre amigos, poetas sin máscaras. Muchos murieron allende los Andes y otros regresaron. Oliver se quedó en España, como Bolaño, Sepúlveda, Mauricio Wacquez. Suecia conservó a Juan Rivano, Francia al historiador Ramírez Necochea. Armando Cassigoli, mi viejo y querido profesor: ¿se quedó en México o regresó a Chile finalmente?

David Rosenmann-Taub, extraordinario músico y poeta chileno, muy lejos del escenario chileno, vive su diáspora en Estados Unidos.

Fernando Alegría hizo su historia en los campos universitarios de Estados Unidos y se quedó en el norte.

También regresaron a Chile Barquero, Skármeta, Armando Uribe Arce, Schopf, Oscar Hahn, Millán, Gonzalo Rojas, Carlos Cerda, Omar Lara, Juan Cameron. El cineasta Raúl Ruiz vivió y filmó la diáspora y escogió Chile como su última morada. Germán Marín también volvió, Poli Délano, Naín Nómez, Leandro Urbina, etc. (qué signo más vago). Los que más regresaron, al parecer, fueron los poetas, forman parte de la accidentada geografía chilena, de su larga y angosta herida.

Los que se fueron y los que vinieron forman parte esencial de la literatura chilena, historia, sociología, filosofía, pintura, como los que se aún se quedaron. Entre los pintores que recuerdo, Raúl Sotomayor (Sotelo), entre París y Coquimbo, diáspora pura, un poco reciclada, pero diáspora.

 

Ni silencio ni olvido

La diáspora nunca fue silencio ni olvido; construcción en la soledad, sí, y también articulación de proyectos, cartas, poemas, confesiones, testimonios, entrevistas, denuncias, manifiestos, sueños, heridas, amor, desamor, frustraciones, nostalgias, cerros, montañas, ríos, pueblos, ciudades, lugares arrastrados con el aroma de la primavera o de los crudos inviernos. Estuvo presente la diáspora ante la historia y sus responsabilidades, se escribió, pintó, imaginó, opinó, dijo y se fue dibujando su propio mapa en el torbellino de aquellos días inciertos.

Chile a lo largo de su historia siempre ha tenido su diáspora, pero no exigida por un evento político de la magnitud del golpe de Estado. Blest Gana, Huidobro, Gabriela Mistral, Neruda, iban y venían, la mayoría fueron diplomáticos y todos escritores relevantes. Claudio Giaconi fue un caso especial, se quedó por décadas en Nueva York, y siempre era mencionado por su libro de cuentos La difícil juventud y el misterio que puso a sus años neoyorquinos.

El poema “Tú sabes, soy la diáspora” es un retorno por los que nunca retornaron, una revisitación al país de origen, y está dedicado al poeta Oliver Welden, porque vivió en silencio su diáspora y sólo en sus últimos años publicó sus experiencias. No aspiró a ningún papel relevante ni se apoyó en generación alguna, se convirtió en espejo de sus dudas, interrogantes, felicidad. El silencio tiene sus méritos, la discreción, el autoolvido aparente, la acumulación de vida y una suerte de mutis por el foro.

 

Las cifras de inmigrantes se dispararán exponencialmente. Ya las fronteras se están cerrando cada día más.

La palabra es un virus, dijo Gonzalo Millán

La pandemia está armando su propia diáspora, pero más masiva, y ya venía impulsada por las prolongadas y recurrentes guerras de conquista, destrucción de países (Libia, Irak, Siria), y están afectando a millones que se desplazan por mares y desiertos, montañas, todas las geografías, obstáculos, muros, posibles en un intento por frenarlos. El mar Mediterráneo está sembrado de miles de muertos africanos, las costas italianas y por donde los migrantes busquen un refugio, Grecia, México, Estados Unidos.

Las predicciones futuras no son halagüeñas; si las cosas continúan como van, con una economía que no brinda empleos seguros, países que continúan con una inequidad cada día más insostenible, carencia de servicios básicos, las cifras de inmigrantes se dispararán exponencialmente. Ya las fronteras se están cerrando cada día más, los muros alzándose más allá del de Berlín, tan repudiado. Las democracias parecieran ser de papel.

Los científicos advierten cada día de las consecuencias del cambio climático en curso y de los virus que amenazan a la humanidad al estar derritiéndose los hielos. Todo está en manos del hombre, de su ciencia, tecnología y, sobre todo, humanismo.

 

Tú sabes, soy la diáspora

A Oliver Welden, in memoriam

Tú sabes mejor que yo, soy la diáspora,
escrito estoy en palabras, voy a nacer,
Atacama, arrastrando arena, muertos,
los huesos vivos del desierto,
palabras ahogadas que el mar recoge,
estrellas que el cielo brilla por cada uno
de nuestros muertos, polvo que al desierto cae,
el cielo es un milagro para los sentidos.
Paso por quebradas y huertos, ríos,
valles mistralianos, tiempo sin tiempo,
lo que dejó atrás el viento ácido
de la noche del desierto.

 

2

El polvo herido de las montañas
vuelve a mi memoria,
nadie puede detener a un viajero, un caminante
de todos los caminos,
sin tiempo, un destino casi incierto,
ni borrar sus huellas en el viento,
ríos patrios, cordilleras, un país tan largo,
quebradizo, salino, que huele a durazno
y su jugo es uva de grandiosos vinos.
Las playas me dan los puertos,
nuevas rutas, senderos que se bifurcan,
tierras de encuentros, paisajes ásperos,
cuerpos por todo Chile arrastro, abrazos,
son mis hermanos aún vivos en la memoria
y yo también llevo mis andenes huérfanos,
sin pasajeros, trenes en mis venas sur adentro,
verano de mis días jóvenes, soleados.

 

3

En Santiago sólo veo ciegos, muchachos,
valientes hijos de una naciente historia,
algo nuevo está ocurriendo, una palabra
pendiendo de la dignidad patria,
ojos que no ven corazón que no siente
piensan los bandidos de siempre,
pero arrastran la muerte de tantos muertos,
villanos, el cielo les mandará rayos,
titulares escritos de vergüenza,
perros sobre un horizonte incierto,
la sangre de los chilenos.
Me detengo en el luto de la plaza
y hago sagrado, solemne silencio,
banderas de victoria comienzan a ondear,
señales de nuevos tiempos.

 

4

Chile es largo como un tiempo de impaciente
espera, sigo hacia el sur, soy la diáspora,
sin nombre, sin palabras, sin derechos,
he vuelto al litoral, a nuestras costas,
el mar, el olor a esta tierra viva de esperanza,
la felicidad sigue siendo un gran misterio,
se esconde detrás de los pobres,
donde pareciera no pareciera salir el sol
y nadie la retratará despojada
de sus pobres sueños,
siempre en la oscuridad.

 

5

El mar es mi guía, un capitán sin barco,
avanzo con los vivos y los muertos,
Patria es lo que camino, de su pan
y de su vino vives, zona central,
la geografía es un largo hilo
umbilical, salino, montañoso, fértil,
desmembrado, escindido, huérfano,
robado al paraíso perdido de la Araucanía,
es madre nuestra tierra que está en la tierra,
clavada como un pétalo, un remo, una espada
entre el mar y la cordillera,
en el corazón de Chile.

 

6

Soy la diáspora, un sueño truncado,
vengo de donde vengo y voy adonde voy,
aquí están mis diversas geografías
pariendo volcanes, lagos, ríos caudalosos, selvas,
araucarias maravillosas,
vamos entrando con las lluvias,
sobre los nevados volcanes,
y el espíritu de los dioses araucanos,
mapuches hijos de la tierra,
maestros tutelares,
cuidan el confín de Chile,
donde nace lo que nunca termina.

Rolando Gabrielli
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