
Juan Forn le puso algo más que un punto y coma a la literatura, como escritor, editor, traductor, columnista excepcional, curioso, un apasionado que amaba este oficio que practicaba con la morosidad de un corredor de fondo. Es difícil encontrar las palabras adecuadas para expresar la tristeza de un lector puntual de sus columnas quincenales de los viernes en Página/12, que siempre reflejaron la erudición de la simpleza, la alegría y frescura de algo sorprendente, la singularidad de su oficio, gustos, el placer y rigor del relato acotado a sus propias reglas y suscrito por una firma que ya es leyenda en su género.
No lo conocí, pero nunca posó de maestro, académico, erudito —y lo era—, lo que es un plus en esta y cualquier otra época para un escritor consagrado y lector insaciable de los hallazgos literarios más inverosímiles de nuestro y otros tiempos. Hombre de sonrisa fácil, afable, amical, conversación infinita, obsesivo con su oficio y entregado a sus lectores desde la originalidad y más fecunda creatividad, con un manual propio de sorpresas.
Lo imagino en su departamento de Villa Gesell, en una especie de retiro salvador de sí mismo de su agitada vida porteña, armando sus relatos en la soledad del silencio frente al Atlántico argentino, esperando cada invierno ver florecer las acacias, cuyo amarillo cambiaba el paisaje, según comentó en alguna entrevista o conversatorio. Las acacias en la antigüedad eran consideradas plantas que ahuyentaban la mala suerte.
Juan Forn leía, al parecer, como si fuera el último día de su vida.
Juan Forn, cuesta reconocerlo como lector asiduo, falleció el domingo 20 de junio de un infarto y dejó un natural vacío en su familia, pero también en la literatura argentina y universal, irremplazable. Sus enfoques resumían el lema de Página/12, como ninguno de los articulistas del diario: La otra mirada. Era imposible adivinar qué sorpresa nos traería los viernes, por esa capacidad inagotable investigativa, curiosidad infinita, pasión por la escritura y respeto por el periodismo, un oficio tan cuestionado hoy en día. Someterse al rigor de la disciplina de la imprenta, de la opinión pública, de lectores cada día más despreocupados por la creatividad, el análisis, la imaginación, la mirada de mil espejos, es un acto de pura valentía, coraje en tiempo de redes y otras yerbas tóxicas.
El fundador de la sorprendente, documentada y novedosa sección Radar de Página/12, Juan Forn, leía, al parecer, como si fuera el último día de su vida, porque además era editor en Tusquets, anteriormente Emecé y Planeta. En términos hemingwayanos tenía un formidable detector de mierda para desarrollar su escritura y también como escogencia de los libros que editaba y recomendaba. Él mismo construía relatos breves con su gran olfato de narrador que sorteaba la ficción con elegancia y se adentraba en la cotidianeidad de sus personajes. Era su monólogo a muchas voces, un diálogo interior sofisticado con otros autores. Observaba desde su ojo clínico, no tomaba palco, sino que participaba de la acción en búsqueda de lo nuevo, del reluciente guijarro en el camino, un hallazgo de diamante en bruto. Joyero de sus propias joyas.
Todas las notas que he leído que hacen honor a Forn, apellido que me parece de origen catalán, como también el aspecto físico del escritor, referencian su notable cuento “Nadar de noche”. Me voy a referir a ese relato en palabras de una amiga argentina, psicóloga que lo leyó luego que se lo enviara hace unas horas. Marcela nos dice en sus propias palabras de lectora que se adentra en el relato, asume la experiencia en su forma e intensidad, acopla sus cinco sentidos, diría, a la experiencia que nos relata el autor. No se puede pedir más a un lector ni a una obra. La mutua entrega. Veamos: “¡Bellísimo relato! No lo conocía. ‘Nadar de noche’ me sugiere muchas cosas, como pasar un borde, lanzarse a otro espacio; he nadado de noche, y es algo que desafía los miedos de no ver el fondo ni la superficie demasiado, es como el universo del morir, no sabemos dónde, hacia esa eternidad prometida, pero que desconocemos; hay dos cosas dice por ahí el relato: aquí y allá, la vida de los vivos, la de los muertos, dos ciudades. Como un pez en el agua de la oscuridad, diría, y los peces saben de aguas y profundidades, de espacios eternos. Muy interesante, además porque en la noche sucede el misterio, me imaginé esa casa que no era de ellos, el insomnio, y esas cosas que nos prepara la noche, impensadas, reveladoras. Gracias por el texto, me gustó mucho”.
Interesante, profunda interpretación de nuestra lectora. Me gusta compartir como Forn textos, libros, poemas de otros autores, porque personalmente me han impactado. No debiéramos tener complejos para hacerlo, ni comportarnos de manera egoísta escondiendo, ignorando esas lecturas, y me parece que una de las cualidades más notables de Forn fue su generosidad, entre otras cosas, poco habituales en el gremio de los escritores.
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