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El fuego robado a las palabras

domingo 12 de septiembre de 2021
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Arthur Rimbaud
Rimbaud nos habla de robar el fuego a los dioses y a través del desorden de los sentidos explorar lo desconocido. ¿La poesía como una aventura?
Un desconocido silba en el bosque.
Jorge Teillier

Si tuviera que explicar cuál es la influencia en mi poesía, tendría que responder que me he dejado contaminar de lo mejor de la poesía chilena, francesa, inglesa, española, latinoamericana, norteamericana, algunos poetas exóticos para algunos, individualidades extraordinarias, descollantes, y de mucho silencio frente a la página en blanco. Somos deudores de lo que respiramos y dejamos de respirar, del fruto y la hojarasca, de cuanto ocurre a nuestro alrededor. Los libros son importantes, sus preciosas páginas en cualquier estación, pero hay felices coincidencias de haber convivido con una generación de poetas que continuaron y propusieron nuevas fronteras a la ya reconocida, influyente, tradición poética del siglo XX. Poetas que atravesaron su propio río, se instalaron en sus propuestas, innovaron, diversificaron el menú de los clásicos. Hay individualidades sobresalientes en la vida cotidiana, personal, Trakl, Rilke, Artaud, Panero, Brecht, Vallejo, Villon, Verlaine, el Siglo de Oro español, Dylan Thomas, Pessoa, y tantas lecturas deudoras. Fue una época de lecturas, aprendizaje, conversaciones, tertulias, bohemia, libros subrayados, cuadernos, escritura diurna, nocturna, un escenario y ambiente, una época donde la poesía fluía de las provincias hacia la capital con movimientos de jóvenes poetas que a través de revistas y publicaciones hacían sus propuestas. La capital no estaba huérfana de poesía. El telón de fondo era la rica tradición, la poesía viva chilena de nuestro tiempo.

Bebimos, quizás / de una misma fuente / la palabra. / Fuimos verbo y dóciles, áridas consonantes / Principio y fin / del poema.

Este viejo género milenario, nacido con el hombre y la mujer, tan influyente, considerado, utilizado en su tiempo, urgido y necesario en el amor y la política, protagonista de nuestra época rebelde y también de la civilización. Son antepasados de otros siglos, y hoy parece una caja de Pandora obsoleta y en continuo olvido, naufragio, marginación. Un objeto sin deseo para muchos, pero siento que aún se cumple algo más que una frase propia de una leyenda urbana, que se arrastra en Chile por generaciones: si levantas una piedra, sale un poeta. Esa piedra rueda en las altas montañas, en el sugerente desierto, en los verdes valles, caminos que se bifurcan en silencio en los pequeños pueblos anónimos del sur.

Al sol / la luna / las estrellas / cantaban / nuestros ancestros / la Tierra era la madre / que les inspiraba / y daba energías / para contemplar / la vida / más allá de las nubes.

Cada poeta tiene su propia definición de poesía, los críticos, las academias, ensayistas, estudiosos, todo el mundo, los lectores, desde luego, los principales interesados. Shakespeare se pronunció en líneas generales sobre el género que lo transformó en un clásico de clásicos: la poesía debe ser gratuita para que nunca deje de ser poesía. Un mensaje que advierte que no debiera ser una mercancía, al parecer. En un mundo en que todo es negocio, resulta ser una utopía en manos de un mercader. La poesía del siglo XXI no es la misma de la época de Homero ni cumple las mismas funciones, pero no ha dejado de ser, y eso es lo importante, su esencialidad. La fórmula secreta, su alquimia, la tiene cada poeta, y el oficio va escribiendo en el ejercicio su manual. Rimbaud, a los diecinueve años, muy joven, cuando muchos no han empezado, se deshizo literalmente de la poesía, viajó a Etiopía, dejó de escribir y se dedicó al comercio de armas y a la trata de esclavos. Fue lo que se llama un poeta maldito, cuya lírica hizo estallar el establishment de la poesía del siglo XIX y se instaló en el siglo venidero y hasta ahora con propiedad. El joven francés nos habla de robar el fuego a los dioses y a través del desorden de los sentidos explorar lo desconocido. ¿La poesía como una aventura? La obra de Rimbaud sigue influyendo, pareciera una marcha infinita. L’enfant terrible, Arthur Rimbaud, el transgresor por antonomasia, se desentendió de la poesía finalmente y también de la civilización a la cual pertenecía. Y el chileno Huidobro dijo: cuanto miren los ojos creado sea. No es poco decir, el papel que le asigna al poeta, la poesía, no hay horizonte ni límite para la imaginación. Lihn, que le veía la suerte a la poesía en cada página en blanco que llegaba a sus manos, y prácticamente la culpaba por hospedarla, expresó su envidia por este acto de abandono de Rimbaud, y lo reconoció en un poema que le dedicó: “Él botó esta basura / yo le envidio su no a este ejercicio”.

La palabra / se hizo más oscura / pero no dejó de ser palabra. / El poema buscaba / cantaba / a la libertad / a un mundo nuevo / siempre por nacer.

Cuando observaba a Nicanor Parra en el Pedagógico de la Universidad de Chile, sentados en una misma banca de cemento, hacer el oficio de la poesía, construir artefactos, desarrollar teorías en el poema contra los energúmenos en su pelea obsesionada con el gobierno, me daba cuenta de que el diálogo con un interlocutor, en ese caso yo, era vital como parte esencial de la metodología para elaborar el texto, encontrarse con las palabras, el argumento y el lector. Creaba su propio escenario, el teatro de la poesía. Ahí, sobre un cuaderno escolar, escribía y rayaba, reescribía; recuerdo el texto de los energúmenos contra la policía, eran los años 70, una época de efervescencia social realmente intensa. El antipoeta confrontaba con el gobierno de manera radical y el cuaderno escolar era su desahogo. Décadas después, uno de sus hijos vendió a un coleccionista algunos de esos sagrados cuadernos. Cuentan que Nicanor fue visitado por la cólera, la depresión, un malestar al final de sus días muy kafkiano. Parra en esos tiempos estaba dándole cuerda a la antipoesía, otra vuelta a la tradición poética chilena. Una noche lo vi recitando con la voz quebrada, en el anfiteatro del Pedagógico, un poema homenaje a su hermana Violeta Parra, un Nicanor conmovido y conmovedor. Ese día dijo que la poesía para él era sinónimo de vida. El camino se va descubriendo en el camino; el poeta español dijo, por su parte, que camino se hace al andar, es lo mismo en poesía, hay que darle y darle al yunque de la poesía. Sí, es golpe a golpe.

Poesía viva / para seguir viviéndose / en la imaginación.

Pound siempre me ha dicho como Vallejo, todavía. Cierto, el viejo hechicero de la tribu nos ha enseñado a cantar en silencio, en varias lenguas; él ha buscado sus propias perlas, es oficio por donde se le mire, un incansable laborioso trabajador erudito de las formas simples. Consideraba la poesía algo vivo, en continuo fluir, en manos de un artesano: Il Miglior Fabbro le bautizó Eliot y ya lo había hecho el Dante con Arnaut Daniel, un trovador provenzal del siglo XII. El lenguaje cargado de sentido, recuerdo de mis lecturas de Pound, su abecé, la magia de la imaginación, y pienso que también en la utilería, detrás de los grandes escenarios, asoma la poesía. Caos y mecánica, nos alertó tempranamente Pound, libertad y orden (T. S. Eliot).

Todo esto en el ejercicio mismo de la poesía, la búsqueda de un lenguaje exacto, como recomendaba y aplicaba Mallarmé (eso no pasa de moda), pero también está la influencia de la historia, cada época con sus poetas, la evolución del género, ese “amasijo” chino, persa, arameo, tras la alquimia de la palabra. No olvido, ya lo he contado, aquella conversación informal el 74 con Lihn en las escalinatas de la Casa Central de la Universidad Católica. Había ya muerto Neruda, no recuerdo si fue a fines del 73, probable, porque le pregunté qué piensa del vate, su papel como poeta, su poesía. Me respondió: tuvo suerte porque la historia le favoreció. Leyó bien a los autores correctos, enfatizó. Lihn está en las antípodas nerudianas, aunque en su juventud recitaba las Residencias en la Tierra. Después encabezó una ola junto a otros autores y más aún que se fueron sumando después de la muerte, con un entusiasmo notable, pero que adquiere un vuelo incomparable con las sutilezas de Nicanor Parra, quien fue un verdadero alter ego. Lihn era muy reflexivo, estudioso, crítico, pensante, y hasta el final de sus días no dejó de hacerlo, ahí sitiado por la muerte, en la calle sin salida, Passy, y yo viví años antes en el mismo edificio, no sé si coincidimos en el apartamento. Lihn pareciera moverse y mirarse a lo largo de sus años en un espejo móvil, y allí construir y reconstruir su imaginario poético real.

Los poderes del mago / y del poeta / conjuro y hechizo / de las palabras.

El poema, al que menos le pertenece, finalmente, es a su autor. Se recrea y vuelve a crear hasta el infinito en cada uno de sus lectores. Es una propiedad privada para otros en la diversidad de cada lectura. Octavio Paz dedicó un libro completo, El arco y la lira, a descifrar este misterio de la poesía. Como toda creación humana, el poema es un producto histórico, hijo de su tiempo y lugar, pero también se sitúa, dijo, en el principio del principio. Sin el hombre no hay poema, y su propio lenguaje es historia, subraya Paz. La operación poética, para el poeta y ensayista mexicano, no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia. La actitud del poeta es muy semejante a la del mago, porque ambos utilizan el principio de analogía, proceden con fines utilitarios e inmediatos, señala. Y concluye: no se preguntan qué es el idioma o la naturaleza, sino que se sirven de ellos para sus propios fines. Magos y poetas, finalmente acota Paz, a diferencia de filósofos, técnicos y sabios, extraen sus poderes de sí mismos. El arco y la lira es un viejo referente en América Latina. Ahí nos dice que Rimbaud condena la sociedad moderna. El joven francés, según Paz, sostuvo que el nuevo poeta crearía un lenguaje universal, de alma para el alma, que en lugar de rimar la acción la anunciaría. El poeta no se limitaría a expresar la marcha hacia el progreso, sino que sería de verdad un multiplicador del progreso.

La página en blanco / no es ciega / Borges / ahí leía sus poemas.

Jorge Luis Borges, en sus conferencias de Harvard, reunidas en su Arte poética, confiesa que después de tantos años, toda su vida de enfrentar la página en blanco, ha tenido que descubrir la literatura por sí mismo. No hay nada definitivo, nos quiere decir, siempre un comienzo, el punto de partida es el misterio de lo nuevo.

Según Ernesto Cardenal, el poeta exteriorista, cura revolucionario, la poesía desde los profetas es anuncio y denuncia. Lo que viene y una acusación, evidenciar un delito, una falta. El arte, la literatura en sí, es un lugar de libertad, una búsqueda más allá de la página en blanco, una manera de descubrir el mundo interior, el que nos rodea, de comunicar lo real e inefable, es un desafío a qué hacer con el lenguaje, si no es cosa de ver cómo los escritores, poetas en particular, nos asombran con sus maravillosas exploraciones. Y no podemos desconocer que los poetas se han manifestado a través de manifiestos, han trazado su propia ruta y para otros, creado corrientes, posturas más allá de las palabras, verdaderas filosofías, pronunciamientos que, sin ser de barricadas, ni estridentes mensajes, han logrado mantener la atención de sus pares y jóvenes, los que vienen.

Un poeta persa decía / hace un milenio / el mundo es viento / nube / espejismo / Yo digo / se adentra / se afuera / en la palabra.

Un poeta persa decía, hace más de diez siglos, un milenio y algo más: este mundo es viento y nube y espejismo. Un tiempo que sucede, que es el pasar, reflejo de lo que soñamos, tal vez, y divisamos como real. ¿El poema hace realidad los sueños? Tal vez ahí podría radicar su magia, su fuerza, la razón de ser de sus palabras. El poeta especula, se adentra, se afuera, se llega a inmolar en una palabra que quema sus naves. Un poeta persa dijo alguna vez, qué maravilloso jardín hiciste de tu jardín. Eso es tarea de la poesía, en cualquiera de sus interpretaciones, así trabaja el poema, a su mayor intensidad, aunque la rosa no tenga un significado.

La poesía, es asombro, perplejidad, búsqueda, cavilación, una lucha incesante frente a la página en blanco defendida por un ejército invisible desde el fondo de la nada, que se niega a ceder el mínimo espacio a la palabra del poeta.

La poesía chilena / es una misma palabra / dicha / de diversas maneras / que seguirán diciéndose / de nuevas maneras.

Todos los poetas chilenos que he conocido personalmente, Gonzalo Millán, Waldo Rojas, Omar Lara, Federico Schopf, Oliver Welden, Parra, Gonzalo Rojas, Teillier, Rolando Cárdenas, Barquero, Manuel Silva Acevedo, Lihn, Zurita, Stela Díaz Varin, Braulio Arenas, José Cuevas, Hernán Miranda, o de los que he tenido noticias directas, Oscar Hahn, Armando Uribe Arce, Arteche, Anguita, Alberto Rubio, Neruda, Mistral, Huidobro, Rosamel del Valle, Díaz Casanueva, De Rokha, Anguita, Alcalde, Carlos de Rokha, Omar Cáceres, resumen su poética en un trabajo sistemático, permanente, ejercicio y oficio diario. Hasta los más iluminados trabajaron día a día. Cada uno desde su propia perspectiva, idea de lo que entienden que es la poesía, de lo que buscan, les interesa comunicar, a través del mundo poético que van creando. De alguna manera iban en búsqueda de una paradoja, lo inefable, aquello, diría, que casi no se puede decir con palabras, pero que el reto es encontrarlas, hacerlas funcionar, otorgarles un sentido único, irrepetible cada día. Tan personal como la huella irrepetible que espera dejar un poeta. Quizás no estén todos, esta es una lista personal, a ojo de buen cubero, he levantado todas las piedras que han aparecido, encontrado en mi camino. Con las que me he tropezado, de alguna manera, en el buen sentido de la palabra.

El hombre / y la materia / todas las cosas / en el espíritu de las cosas / La poesía el pan de cada día.

Neruda, tan discutido en las últimas décadas, pero un indiscutible referente de la poesía chilena del siglo XX, latinoamericana, del habla hispana, no daba consejos sobre cómo escribir y sostenía que de tanto amar surgían los poemas. La ecuación simple de la vida. la poesía, siento, siempre va más allá de cualquier búsqueda, no tiene límites, se desborda a sí misma, inclusive en la concentración de su lenguaje, en esa aparente economía, que no es más que el poder y la fuerza de su potencialidad. Neruda supo descifrar su tiempo y encontrar refugio en el paisaje, redescubrir, recrear la materia, convivir con un imaginario sin límites, ser protagonista de la historia, convertirse inclusive en un “poeta de utilidad pública”. Para el vate de Isla Negra, el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan cada día.

Al otro lado de ese escenario esplendoroso que es la Academia Sueca, el lugar de la grandeza de la palabra de la palabra universal señalada, está el mundo trivial, simplemente mundano, el del cotidiano y tradicional ninguneo hacia los poetas y la poesía, un chaqueteo olímpico que crea pequeñas islas leprosas, lamentablemente. Juan Emar o Jean Emar, un novelista chileno comparado con Kafka por Neruda, fue olvidado en el olvido nacional. No sólo los poetas viven el turno del ofendido, parodiando a Roque Dalton.

No hay más certeza / que seguir buscando / reafirmando el futuro / el mañana.

La poesía hoy, como en toda su historia, quizás actualmente más que en otras épocas, seguirá interrogándose, interpretando el mundo, participando en la vida cotidiana del hombre del siglo XXI tan pendiente, dependiente de las tecnologías, alejado de sí mismo, protagonista de su propia vorágine. Lo extraordinario es que el poema, la poesía en sí, carece de toda certeza, avanza en su propia incertidumbre descubriéndose a sí misma. El poeta es un curioso, esa es su verdadera naturaleza, un explorador de la página en blanco. Nada puede serle ajeno, todo es materia del poema y la poesía es un acto supremo de un yo que se transforma en colectivo. La “vanidad” del acto personal de la poesía se reconstruye, traspasa, a un acto colectivo desde la primera lectura del poema. Después es infinito. Les pertenece a todos. La poesía tiene una memoria irrenunciable desde sus orígenes. La Luna, a pesar de haber sido invadida, sigue siendo la misma de nuestros antepasados; aunque nuestras experiencias se hayan modificado radicalmente, existe una contemplación humana de ella. Somos nosotros, a través de la cultura, la ciencia, los nuevos conocimientos, los que vamos y estamos cambiando. La búsqueda de lo nuevo también transforma la poesía e inaugura una nueva manera de ver, absorber la experiencia poética. Es un acto personal, solitario, sin duda, pero no nace de la nada; sus antecedentes, su contaminación, su pasado, tiene un peso específico sobre el poeta y su escritura. Escribir en el aire como un trapecista afortunado en los movimientos precisos puede ser un ejercicio, y es recomendable, pero inclusive los “innovadores”, “novedosos”, “vanguardistas”, surrealistas, fundadores de escuelas, ismos, los que se salen del lenguaje de la tribu, aquellos que viven el futuro, invocan un lenguaje para ángeles y demonios, tienen por atmósfera algo del pasado, son atemporales. Alguien me dijo alguna vez en un bar de Santiago, todo está escrito en poesía, trabajamos sobre los mismos temas y lo que hacemos son variaciones interpretando al hombre y sus circunstancias en nuestra época.

Un enigma / un laberinto / lleno de espejos / un amanecer ciego / de sabiduría.

Borges, en sus maravillosas y sabias conferencias de Harvard, se reitera como lector, enfatiza que su credo poético es vacilante, cada poeta tiene el suyo propio, y que uno escribe no lo que quisiera, sino lo que puede. He ahí la amplia libertad para el enigma de la poesía, digo, siguiendo a este lúcido, visionario ciego que nos hace ver que la poesía es también música y una pasión, no sólo palabras. El autor de El hacedor es un encantador de palabras, ficciones y laberintos, una combinación que los espejos multiplican, hasta convertir las palabras en música. Un arte, quizás, propio de un viejo mago que nos revela el vuelo de una paloma en un sombrero con sus blancas alas inmóviles. Y en la mayor de las Antillas, ahí frente al mar, en Trocadero 162, en La Habana Vieja, asoma como un poderoso animal marino el poeta José Lezama Lima. Un personaje barroco, exuberante, sin límites, barroqueó sueños propios y ajenos, figura trascendental de la poesía cubana, pantagruélica, que incluyó la novela (Paradiso), el ensayo, el cuento y la crítica. Se paseó por la enciclopedia cultural universal y por sí mismo, con su habano como señuelo para visitantes incautos, por puro placer. Lo he leído, lo leo por el placer de tocar los abismos del lenguaje, no entender tantas contradicciones, meterme en sus laberintos y porque, creo, escribió para conversar con el lector. En su poesía vemos retratado el oficio del oficio. Para traducir a Lezama hay que sentir placer por la poesía o abandonarlo en la primera calle que encontremos.

Los poetas nos enseñan con sus textos, vidas, actitud, preferencias, devociones, lecturas, palabra por palabra, van dejando su huella a sus lectores. El poeta de Camus, su amigo René Char, es uno de ellos, y es un viejo conocido para nosotros. “La vitalidad del poeta no es una vitalidad del más allá, sino un punto diamantino actual de presencias trascendentes y de tormentas peregrinas”. Por alguna razón, este entrañable poeta francés nos dice: “A cada desmoronamiento de las pruebas, el poeta responde con una salva de porvenir”. No hay certezas, no hay incertidumbre, sólo nos queda la esperanza, el porvenir, y el poeta lanza su bengala de luz en la oscuridad.

Y en este vuelo tan personal, el pájaro de lujo, Vicente Huidobro, queriendo cambiar el idioma de la poesía, un mundo nuevo con su Altazor, llegado de París se establece en Santiago e inicia su marcha infinita, como un protagonista del cambio. Siempre en la libertad de la palabra y de lo que se iba a crear. Con su tumba y museo en Cartagena se va creando el litoral de los poetas de Chile, que la casa de Neruda en Isla Negra universaliza y Nicanor Parra complementa e integra finalmente en Las Cruces, todos balnearios vecinos. Esta zona donde yacen tres de los poetas más importantes de Chile le otorga una prominencia a la poesía chilena, la rescata del silencio de estas últimas décadas, al igual que la casa y museo Gabriela Mistral en el Valle del Elqui, donde reposan sus restos mortales. La palabra se convirtió, de alguna manera, en monumento real, tangible, revisitado por nacionales y extranjeros.

Todavía / Vallejo aún no deja París / bajo aguacero / ese jueves fatal / y nos invita a seguir.

Volvamos a nuestra realidad; el lugar común también puede transformarse en poesía. Siempre existe una posibilidad, el todavía, como decía César Vallejo, un innovador en toda regla. Se puede ir más allá y de hecho esa es la apuesta del oficio poético. El peruano es una fuente inagotable para quien se inicie en estos menesteres y también para los no tan aprendices, porque supo lo que era escribir y le salía espuma. En esta carrera de la vida y la literatura, muchos escogieron la literatura y la poesía, y la vida se truncó en algún punto del kilometraje de la vida. No se trata de literatura de domingo, o de poesía de fin de semana, el ejercicio demanda una entrega, muchas veces un abandono de otras cosas, la pasión se levanta y acuesta con el artista, no es calentura de sábanas ocasionales. Compartí un tiempo en bares, veladas nocturnas, con un poeta que escribía en servilletas de papel, un erudito que disimulaba su conocimiento, recitaba poemas de Villon, Esenin, vivía en la Edad de Oro, y escribía magníficos poemas nostálgicos, existencialistas, alumbrados por la infancia, el lar, desde el autodestierro en la gran ciudad, sin olvidar la aldea natal que ya no es la misma que lo vio nacer. La poesía tiene tan diversos caminos y todos conducen al poema, a una exploración personal, íntima, que llevó a la Mistral a corregir los libros editados; a Gonzalo Millán a escribir nueve versiones sobre un mismo poema; a T. S. Eliot a aceptar una poda magistral de La tierra baldía, por parte de Pound; al poeta Floridor Pérez a decir que “la verdadera herramienta de un escritor es la goma de borrar”. Este “Pedro Urdemales” de la poesía chilena nos da una clave universal: el poema es hijo del oficio.

Y quién diría, John Donne, el poeta metafísico inglés, me despertó una pasión poética por el “viejo necio, ingobernable sol”, que me ha motivado incorporarlo a una de mis estrellas favoritas. Una luz quizás aún desconocida. Hay una palabra personal, una relación, dijo el precoz Gonzalo Millán, a la que le dedicó su primer libro, una aventura de la adolescencia, de los primeros pasos de un joven que se mira hacia adentro, respira la atmósfera de su entorno vivencial, su cotidianeidad “fotografiada” en que construían su propia imagen, transformando la realidad, presentándola como la ve el poeta. En el extremo de las ausencias y de la propia poesía, dos opuestos e incomparables, que siento hoy a la mesa de este recorrido poético personal, veo a Pablo de Rokha en un ataúd despidiéndose por su propia mano que escribió tantos libros y golpeó las puertas del olvido, impotencia y dolor. Un macho anciano y su canto en oposición a este adolescente vital que fue mi amigo, que se lamenta y registra en el poema: “Fallan las glándulas / y el varón genital intimidado por el yo rabioso / se recoge a la medida del abatimiento / o atardeciendo / araña la perdida felicidad en los escombros / El amor nos agarró y nos estrujó como a limones / desesperados / yo ando lamiendo su ternura”. Una gran confesión para un final, ahí donde la tierra vive y se aproximaba como realmente ocurrió. La leyenda urbana de levantar una piedra y surge un poeta en Chile es real, Andrés Sabella en el Norte Grande, ahí donde la tierra vive dentro de su propia sombra. Hay poetas surrealistas, Ludwig Zeller, también nortino, hijo de la diáspora chilena en cualquier punto cardinal. Cada uno hizo su oficio desde el desierto hasta la Patagonia, ahí están todos los rastros posibles de la geografía, pero la poesía nunca reconoció fronteras ni fue su propio caballo de Troya, el mar la viajó, naufragó y llevó a puerto.

¿El desierto expulsó a Zeller al interior de su palabra? Sabella se hizo desierto, silencio, inmensidad. Cada poeta carga sus propios fantasmas, viajan de norte a sur y se salen de la geografía en distintas épocas de la república asesinada, como dijo De Rokha. Hubo un tiempo largo, loco, angosto, oscuro, con tantos terremotos políticos y, a pesar de ello, los poetas dibujaron el imaginario Chile mejor que cualquier otro artista en el país del largo pétalo. Quizás siguieron la huella de la Araucana, tal vez fueron montaña, mar, ríos caudalosos, profundos, meros accidentes geográficos, piedras abandonadas en los caminos, desierto, amasijo de tantas cosas y olvido, memoria, pueblo, y todo lo que la poesía convierte en belleza, esperanza, sueños, alegría, amor, pasión, encuentro, viaje al interior de uno mismo. Finalmente, la última letra del abecedario, Z de Zurita, la cara más vistosa de la poesía chilena actual, está casi en todas partes, aunque no es el único dios del verbo chileno. Trajo nuevos aires a la poética chilena. Lo veo en la tradición de la gran poesía territorial chilena encabezada por Neruda, la Mistral, De Rokha, Parra, asumida en la materia país, la dura montaña, el inconmensurable desierto y largo mar. Parra, quizás no tanto, sólo aires de familia. De Rokha, motivaciones y preocupaciones por la chilenidad. Hay poesía en Zurita, constantes búsquedas, pero también está el espectáculo, no sólo en el asombro, sino en lo personal. Viaja en los abismos de la palabra y de la geografía chilena. Allí establece sus mejores poemas.

 

Epilogar de la posdata

Objetividad / subjetividad / este es mi Manifiesto / Todos a un mismo hueco /

precedidos de un mismo polvo / Huesos, el camino es uno / lo bifurcan infinitos pasos / de vivos y muertos / Mariposas revolotean / gusanos golosean / El poema es carne / palabra fértil / seguirá al vivo / al muerto / parlando.

El mazo de la poesía es un naipe que contiene muchas cartas a jugar. Cada vez que enfrentamos la hoja en blanco es un nuevo azar. Escoge la tuya, amigo lector.

 

Poesía como si importara

El papel

El papel
es el yunque,
poetas.
Golpe a golpe
se hace el poema,
es un camino
que hay que encontrar.

 

Pregúntale a Rimbaud

Pregúntale a Rimbaud,
¿no era el enfant terrible?,
el chico de las Iluminaciones,
pintaba vocales,
viajaba en su Bateau ivre,
sentó a la Belleza en sus rodillas,
(la encontró amarga y la injurió).
Hay que ser absolutamente
moderno, decía este mago o ángel
—así se hacía llamar—
sin estar seguro.
Pidió al Señor que descendiera
de los cielos a los deliciosos cuervos,
caminaba con sus manos
dentro de los bolsillos rotos
y era vasallo de la Musa,
bajo los cielos de Francia,
y su albergue era la Osa mayor
Heredero de los Galos
—decía él mismo—
sentía que tenía todos los vicios:
idolatría, cólera, pasión, lujuria.
Exploró más allá de la realidad
la geografía de sus sueños infinitos,
no pareció buscar la perfección,
siempre pudo más el más allá,
no quiso encontrar un escondrijo
para intentar salvar su alma.
Dejó alguna vez
que el sollozo del mar
le balanceara dulcemente.
Confiesa, en Una temporada en el infierno,
que le hizo trampas a la locura.
Anuncia el Vidente
que los climas perdidos
curtirán su piel.
Concluiría la historia,
en la vacía memoria del tiempo,
con nuevos anuncios
que el futuro terminaría de confirmar.
Videncias, tanta videncia,
de abrumadora realidad.
“Volveré con miembros de hierro,
tendré oro, seré vago y brutal.
Las mujeres cuidan a estos feroces inválidos,
cuando vuelven de los países cálidos”.
¿Se sentiría maldito el poeta maldito?,
pregunto yo y la patria le horrorizaba.
“Mi vida no fue más que dulces locuras,
es lamentable”
Quisiera que mi riqueza estuviera
manchada de sangre, vaticinaba,
y la profecía se le cumplió
cuando partió a África a vender armas
y comerciar con esclavos,
aprender otras lenguas, ser él el camino
sin huellas.
Buscaba una palabra sin límites
aparentes,
una escritura del futuro
que se volvería silencio.
Se ufanaba de inventar
un verbo poético accesible,
el futuro le pisaba los talones.
Nunca dejó de anunciar su futuro
y el de la poesía:
“Estoy sentado, leproso,
sobre los potes rotos y las ortigas,
al pie de un muro roído por el sol”,
volvía a anunciar y confirmar su futuro.
Recuerdo una de sus fotos en África,
de blanco en un paisaje similar,
que probablemente lo vislumbró
antes de partir.
Rimbaud, el maldito iluminado,
regresaría de Etiopía a los 37 años,
lleno de oro, con una pierna cancerosa,
a morir a Marsella, “el hombre de suelas al viento”,
y su querida hermana Isabelle
(“mi ángel, mi santo, mi amado, mi alma”)
cuidaría de él en sus últimos días.
No escribió una sola palabra más,
desde que dijo todo lo que dijo
y que aún hoy nos asombramos,
como si su silencio durara
toda la eternidad.

 

¡Oh, poetas!

¡Oh, poetas!,
si las piedras
hablaran,
Chile se quedaría
mudo.

 

Oficio, oficio

Oficio, oficio,
en la pureza de la palabra
contaminada,
contradicción quizás,
seducción, arbitraria ambigüedad,
la paloma reclama su vuelo,
el pez el río que lo arrastra
al mar y desova,
las hojas retornarán al otoño
que aparentemente las expulsa,
pero nada, absolutamente,
nada, permanecerá inmutable.
Pon el poema a prueba,
un nuevo abecedario,
palabras sin principio
ni fin acudirán
a tu mano.
Así corre el mundo,
frente a una ventana,
cualquier mañana
lo refleja y exhibe,
convierte en su propio
espejo.

 

Sólo el tiempo conoce su oficio

Sólo el tiempo conoce su oficio,
tiene todo el tiempo por delante,
no sigue horarios
ni calendarios astrales
avanza, pasa, sucede,
pasa realmente,
ocurre.
No mira hacia atrás,
a eso le llama memoria
y es como rumiar
lo ya digerido,
devorado,
lo que nadie puede detener.
El tiempo es un río,
inagotable,
sin fin.

 

El loco me mira

El loco me mira y se sorprende,
estoy frente a su espejo,
una mañana detenida
en el tiempo y las horas.
Es la primera carta del arcano,
y le digo al tarot que la juegue,
la locura es la libertad, me responde
y el silencio habla con sus ojos,
el espejo comienza a llorar

 

Toda palabra tiene

No sabes si al viento escribes,
pero toda palabra tiene un destinatario,
otro, un rostro en el espejo.
No debieras olvidar que el silencio
reescribe sus secretos en la memoria.
El tiempo, que todo lo sabe o descubre,
siempre nos da una oportunidad.
Nada es más verdadero que un poema
que desconoce su destinatario
y lo lee la persona para quien
quizás fue escrito.

 

La poesía es un vicio

La poesía
es un vicio
y todo vicio
es delicioso,
placentero.
Las palabras
que conforman
un poema,
sin decir
de dónde vienen
ni por qué,
están ahí,
su único,
verdadero lugar.

 

Remoto, el amor

Remoto, el amor,
distraído, lejano,
asoma, late,
desaparece
y el aire sopla,
respira, vivo,
vuelve a bombear.
“Vamos, pobre corazón”,
dijo Verlaine, “vamos,
mi viejo cómplice,
levanta otra vez”.

 

Me nazco

Me nazco,
reproduzco,
soy mi propia
herencia,
palabra por palabra
me reescribo,
de adentro
hacia afuera,
fruto y cáscara,
mi palabra.

 

El laberinto es sabio

El laberinto es sabio,
me invita hacia lo desconocido.
Entra, me dice, descúbreme
y conócete a ti mismo,
me propone y desafía
en su misterio
hacia lo desconocido.
El laberinto se ha entregado
a su juego de encrucijadas,
nos ha escogido, convocado
en el azar donde todo
es prometido y esperado.

 

El poema

El poema
es mi salvación.
Me saluda y visita.
Amanecer y noche
de las palabras,
respiramos poesía
Oh, poetas,
bendita sea,
digo, la palabra.

 

Cuando el atardecer toca campanas

Cuando el atardecer toca campanas
y los ecos se convierten en memoria,
no sé si el tiempo ha pasado
y verdaderamente hemos estado ahí.
El cielo ha enrojecido, es cierto,
pasan las horas aparentemente ociosas,
todo está vivo y el vuelo de las aves
en sus alas dibuja lo que el silencio
no podría ignorar aun si no estuviéramos
bajo las inalterables sombras de los días.
No es el metal ceremonioso de una catedral,
es un sonido limpio que no compromete
el alma ni la luz que pareciera provocar
cuando repican a voluntad las campanas.
No me he movido del lugar de mi memoria,
he dejado revivir el pasado que asiste
a la derrota de un presente inexistente.

 

Oh, vieja realidad

La nueva realidad nos sonríe,
sentada en la sala de espera,
acicalándose las uñas frente al jardín,
mira de reojo el lugar
—todo es tan bello—,
gente distraída conversando
detrás de un gran ventanal,
risas de verano, gestos invernales,
la lluvia en ocasiones pone las cosas
en su lugar, cae copiosamente,
nadie esperaba otra realidad
que no fuera la realidad.
Un presente activo, casi retórico,
saludaba un día normal,
si el pasado hubiera registrado
algún signo, gesto, señal,
pasó desapercibido,
distraídos todos en el carrusel digital.
Entretenidos todos
en este gran casino virtual,
el tiempo se hacía espuma,
como una cerveza servida
al vacío, y todo era igual
a lo que convocaban
nuestros sentidos.
Oh, vieja realidad,
¿dónde estás, bella señora
de la Belle Époque?
¿Maquillada detrás
del espejo de la nueva
realidad, asomas?
El tiempo se ha detenido,
una sombra más en la oscuridad,
unos pajaritos picotean en la cornisa,
parecen ignorar la nueva realidad,
pero volarán, volarán.

 

Narciso me mira

Narciso me mira
en su espejo
y me recuerda:
no somos tan diferentes.
El espejo sonríe.

 

Moneda de dos caras

Invisible tu amor
crece como la criptomoneda,
a manos del gran capital
y a la sombra digital
de los nuevos asombrosos tiempos.
Qué vértigo esta moneda
que se alimenta del vaivén
del mercado y el azar.
Tú, apuesta al futuro,
amigo lector,
moneda de dos caras.

 

Me rindo a tu intangible belleza

Me rindo a tu intangible belleza,
incuestionables desmayados ojos de primavera,
furtiva sonrisa de estrella fulgente,
y heme aquí a tus pies respirando,
como si no existiera el tiempo,
ni el más leve peso de la oscura luz de la sombra
Tómalo como un cumplido de este siglo,
folletín donde escribo nuestro romance,
hablo de tierras y amores perdidos,
soles por nacer en planetas aún no visitados
A modo de historia, digo,
siempre las cosas podrían ser mejores.

 

El silencio es una llama profunda

El silencio es una llama profunda,
encendida en la oscuridad.
Crepitan voces, vagan
silenciosas las palabras.
Sospecho que tu amor
finalmente era líquido,
de cambiantes formas,
oscilantes olas,
sólo aguas desplazándose,
sin puerto el deseo,
ni eternidad.
Envueltos en la novela de la vida,
perpetuados en los días,
inmóviles, así permanecimos.

 

La soledad es una diosa

La soledad
toma el pulso
a las calles,
a una ciudad vacía,
ausente de sí misma,
bajo alquiler,
transeúntes devorados,
por la nostalgia del pasado,
que pasan detrás del espejo.
Es un tiempo presente,
sin memoria aparente
y brilla un futuro incierto,
viaja como un cometa infantil.
La soledad no es tonta
la creen la loca de la casa.
No dan un centavo
por ella, ni su silencio,
figura en las grandes apuestas.
Ella es una diosa, digo,
está en todas partes,
y seguirá estando sola.

 

El círculo vicioso

El círculo vicioso
entra al cuarto,
se desnuda en silencio,
y desvanece.
El sueño
sale por la ventana,
sin dejar rastro.
El día traerá
buenas cosas.
Al parecer,
se cuadrará
el círculo.

 

La página en blanco

La página en blanco
me supera en profundidad.
Sedúceme, le digo, misteriosa diosa,
tu señal, sólo espero tu señal.
Mi lápiz y tú seremos
una misma palabra
y deseo.

Rolando Gabrielli
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