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La poesía es tan simple y sabia

domingo 12 de diciembre de 2021
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La poesía es tan simple y sabia, por Rolando Gabrielli
Fue hermoso arar en el desierto, / privilegiar el silencio, su inmensidad.

Es desafiante y hasta entretenido escribir en un lugar donde la poesía carece de toda importancia y no conecta con ninguna de las posibles realidades. La poesía naufraga en el escenario distópico que vivimos, pero desde hace mucho ha sido un género de curiosidad humana, aunque algunos insisten en que a esto y lo otro le hace falta poesía o debiera llevar ese toque de encantamiento que convierte a la palabra, un objeto y la realidad en algo poético. ¿La poesía es un plus contra el aburrimiento, esa visión monótona de la vida y las cosas? Lo cierto es que la poesía orillea la realidad, habita en sus márgenes, sapea detrás de una ventana el paisaje que construye el hombre en cada época y toma nota.

Mallarmé, un poeta francés que escribió sin paracaídas, aunque no jugó su poesía al azar de los dados, apela desde el más allá y nos propone el poema como un misterio en que el lector debe buscar la clave. Cada lector reescribe su propio poema, esa es una de las bondades del poema, que sigue vivo más allá del poeta y se versiona, multiplica en el otro. No es lo mismo leer a Safo, al Dante, Shakespeare, Donne, Quevedo, Rimbaud, Trakl, Céline, en esta época que en sus tiempos de historia y escritura.

Es muy cierto lo que dice Mallarmé, una tirada de dados no suprimirá el azar, aunque un poema le salvó la vida a Mandela además de la fortaleza de su condición humana, su alma inconquistable, él, Madiba, el más invicto de los invictos. Mandela recibió las puñaladas del azar, pero supo declararse amo de su destino, capitán de su alma. La palabra fue el madero que le salvó del naufragio al que lo condenó por veintisiete años el apartheid sudafricano. El poema debe aceptar y asumir ese reto en cada persona que lo recibe y lee y vuelve a recrear. Por ahí digo que no lo considero un mantra, pero a Mandela le resultó, superó la esclavitud del hombre por el hombre y dejó su sonrisa en la celda de 2,1 metros cuadrados, allá en Robben Island.

La poesía no es tonta, sabe cuál es su situación, sobrevive a la intemperie, apela en una palabra a las palabras, a la belleza, a los cinco sentidos del lector, a la marcha siempre infinita de una época que deja algunas señales y huellas, porque ese es también el métier del poema.

¿Los poetas tienen velas en el entierro de la poesía? Una pregunta de paso por la pasarela de la palabra. Quizás algunos que trabajan el lugar común repiten lo ya escrito y de una mala manera, tal vez, pero me parece que el género goza de buena salud, existe un menú amplio, variado, vital, siempre retador del establecimiento de la palabra, audaz, que no se conforma con asistir como convidado(a) de piedra a una mesa ya servida.

La poesía es tan simple y sabia a la vez que no pide ni da explicaciones.

 

Diciembre, qué dices

Diciembre, qué dices,
cierras el año viejo, camarada
con falsas monedas de cambio,
pasas página, eres tu última jugada,
la hoja que renace con el verano
en esta parte del mundo, y al otro lado
nieves invernales, la estación blanca
que detiene el paisaje en una postal silenciosa.
Si todo llegara a su fin, podría ser,
lo anuncian y vuelven a anunciar
los discípulos agoreros de siempre,
las golondrinas no volverían a hacer verano.
Pero nuestra historia, diciembre,
es abrir una nueva página para reiniciar
una nueva hoja del calendario
y le seguiremos llamando enero.

 

Amor, estoy on line

Amor, estoy on line,
no sabes la sensación,
estar y no estar,
aquí y en ninguna parte.
El tiempo corre de prisa
—me dices—
como si la vida
cerrara todas sus heridas
y la ficción no fuéramos nosotros.
Fuera de la pantalla no hay nada
y tú eres la perfección
en la imagen,
lo poco y nada real
que queda de este mundo digital.

 

Este poema no pasará a la posteridad

Este poema no pasará a la posteridad
ni será el mantra de ninguna generación,
carece de esa aspiración inútil, estéril,
de hacer y ser parte de la historia y la memoria,
fue escrito por placer en tiempos difíciles,
para encontrarnos en las palabras,
ser nosotros mismos, solamente ser,
reconocernos en la incertidumbre,
monologar libremente frente al mar
con las piedras de Demóstenes en la garganta,
para aprender a hablar nuevamente, decir.
Sólo fue escrito para confiar estas palabras
a un lector distraído, ocioso,
y que las comparta con sus horas muertas.

 

Detrás del cristal

Mueren por la boca las palabras,
inocentes peces deletrean
voces nuevas detrás del cristal.
Esta es agua sin mareas,
para los que no saben nadar.
Boca arriba, el pez,
queda en silencio,
sin palabras.

 

Fue hermoso arar en el desierto

Fue hermoso arar en el desierto,
privilegiar el silencio, su inmensidad,
escuchar tu voz en el espejismo
de las palabras,
reconocer su eco indescifrable
y traer a la memoria desconocidas leyendas.
Algo debió pasar antes del viento y de las arenas
que construyeron esta espléndida soledad,
ruta de caravanas, encuentro de voces,
huellas que no dejan huellas.

 

Se hace memoria y olvido

En un pasado que se hace memoria y olvido
quizás estuve en esta ciudad con otro nombre,
aventurero caminé siempre como recién llegado,
fui ese que no pintó un solo cuadro en la isla,
vi llover a cántaros y salir el sol en un mismo lugar
un romántico también de atardeceres sin fecha,
el que amasó fortuna codiciosamente detrás del mostrador,
usurero, sin utopías conocidas y visitó bares,
estuvo con gente alegre y desconocida, sin oficio,
que hablaba dos lenguas en el bullicio de copas
y risas sin ninguna razón, desprevenido, sin tiempo.
Los años pasaron irrespetuosamente veloces
se fueron sin pena ni gloria y no dejaron más que
esas horas muertas tiradas un día cualquiera.
El futuro es un presente inmediato,
la memoria el pasado, hoy es el único día
que el presente justifica un tiempo real.

 

Un grano no convierte

al desierto, ni en espejismo
a lo que el hombre cree ver
en su desesperación y delirio.
Todo espacio tiene su tiempo y medida,
la profundidad del misterio y del asombro,
nos advierten que la nada tiene contenido
¿Hay olvido en la suma del silencio
y de todas las cosas y razones
que hemos perdido en la memoria?
Una huella no convierte
tus pasos en camino.

 

Quién eres, quién eres

Quién eres, quién eres,
monólogo, pregúntate a ti mismo,
el espejo es un mero pasatiempo
de la belleza y el ego, la ruina del cristal
y de los años que se repiten.
Sólo tú tienes la respuesta, individuo,
ahora, después alguien te enterrará
o esparcirá tus cenizas al norte o sur
de tus días, y si una lágrima riega tu tierra,
volverás como un río libre a vivir a la mar.

 

Las estrellas no sólo brillan

Las estrellas no sólo brillan en el firmamento,
sino escuchan el bla bla bla de la tierra,
de las promesas de los humanos deseosos
en convertirse en los futuros dinosaurios
del planeta azul que gira sobre sí mismo
y pareciera no tener paradero posible,
ni poder encontrar el camino.
¿Qué fueron a hacer a Glasgow, querido amigo,
se pregunta el resto de la humanidad
al borde del precipicio frente al mar
y avanzan los cuatro jinetes
por desiertos, selvas, montañas y océanos,
mientras un hombrecito en soledad parlotea
por un aparatito en un balcón
de la gran ciudad?
La piedra no es la que tropieza
con la misma piedra, ni los ríos se desvían
o secan porque no encuentran su cauce.
La belleza es gaseosa y se evapora en el aire,
cuando nada satisface a este hombrecito
feroz que se devora a sí mismo
como una canción escrita al revés
que no deja de repetir la misma letra
y tararear: había una vez un planeta.

 

El lobo llama a las ovejas

El lobo llama a sus ovejas
para que le rindan cuentas,
no por el vellón de su lana,
ni sus sueños pastoriles
en la montaña, ni amaneceres
en la paz de praderas y vergeles.
No piensa en pasto para las ovejas
de buena voluntad y sus bienaventuranzas,
sino en su carne para atravesar
un nuevo invierno y continuar
guiando y protegiendo
a su propia manada.

 

Amigo lector

Amigo lector,
mi hermano,
mi semejante,
mi desconocido,
ausente, distraído,
perdido.
¿Cómo te comunicas
—me pregunto—
si la diosa imagen
no deja ver el bosque?

 

Los lápices de colores

Los lápices de colores
son peces de luz,
detrás del cristal,
se deslizan entre los dedos
de la infancia.
Las palabras son pequeños
anzuelos inocentes.

 

Este es el fin

Ella me habla, insiste,
este es el fin,
no hablo de nosotros,
—me dice—,
no seas vanidoso,
esto es una catástrofe,
la tropósfera, la estratósfera
todo está cambiando.
Miro al cielo,
veo que han comenzado
las migraciones de aves del norte
y me pregunto: ¿cuántas
habrán quedado en el camino?
Tiene razón tal vez, pienso,
esto es una travesía, un viaje
con todos sus riesgos.

 

Estoy viviendo en mi memoria

Estoy viendo en mi memoria
una foto tuya imborrable
en un pequeño supermercado
en un pueblo de paso
a la orilla de una carretera
en un lugar cualquiera en el camino,
un sitio irreconocible,
sin un paisaje definido.
Un momento nada extraordinario,
al parecer, diría, distraída,
algo muy natural en estas ocasiones,
un gesto descuidado a la perfección,
mirando hacia la nada.
La cámara quizás te sorprendió
—especulo sin argumentos convincentes—
como si estuviera allí,
fotografiándote en mi memoria.
(Tú conoces el lugar exacto
y eso es suficiente para mí).

 

Despedida digital

Estoy en modo avión,
dices.
Buen viaje,
querida,
le digo.

 

Estos días

Estos días,
sobrevivir,
escribir.
Ni una palabra
MÁS.

 

El día que hablé con Wendy

El día que le hablé a Wendy de Proust
es uno de los más inolvidables
de mi carrera profesional
de libretista ghostwriter superanónimo
—de esos que escribían en la Edad Media
y se ocultaban en los bosques y escribían
encapuchados en las posadas
como secretos monjes de la palabra.
Wendy me decía, para qué lo haces,
es tan lindo que sepan que eres tú
y te conozca el mundo, baby.
Yo prefería recordarla cuando esquiaba
en los Alpes y sobresalía su piel canela
entre la nieve y los aristocráticos esquíes.
Es por protección, querida, le respondía,
el mejor secreto es la palabra invisible,
esa que no tiene origen,
nace debajo de una piedra
y tiene raíces propias.
Oh, exclamaba Wendy,
se hacía la sorprendida,
sin entender lanzaba
una auxiliadora exclamación.
Nunca supe si era para salir del paso
o simplemente era una coartada
que manejaba con tal naturalidad
que la conversación no perdía
sentido ni ritmo.
Recuerdo que fue una mañana,
caía una llovizna propia de la estación,
ella siempre estaba alegre,
no se hacía problemas
porque la vida es para vivirla,
un amigo la calificaba de guerrera,
tenía sus méritos y sabía
sonreírle a todo, incluso al mal tiempo.
Me has dejado intrigada, me dijo,
quién era Proust y en qué había
ocupado o perdido su tiempo.
Ella valoraba cada minuto de su vida.
Voy al gim, soltó una sonrisa,
a tomar formas, resistencia y ganas,
a la vuelta me cuentas.
Sospeché que algo sabía,
la alusión al tiempo perdido,
era una pista a no perderla de vista.

 

Palabras, palabras

No llenen la memoria de palabras,
no sigan, el tiempo se encargará
de borrarlas, al río llegarán,
las arrastrará sin cesar
por sus propios cauces irán.
Dejen al silencio para el olvido,
respiren un simple abecedario,
el inventario que nos dejan los poetas,
son palabras vivas como madreselvas
trepando muros en primavera,
abiertas al mundo, jugando
con la infancia de las palabras.
Escríbanlas en los muros,
a los coros llévenlas,
no las dejen abandonadas.

 

Canción a Serrat

A mi abuela, Enrica Serra i Miró

Hijo de fontanero, cantó al Mediterráneo,
a nuestra juventud dorada, inmortal,
hizo con el poeta camino al andar,
hablaba de uno, nosotros,
de nuestro tiempo, la felicidad
de esas pequeñas cosas,
del día a día,
del amor en primer lugar.
Soy un romántico y sé dónde va
el corazón inequívocamente,
irreemplazable como el aire a respirar.
Todo tiempo es el pasar,
como la brisa del mar
o la luz infinita de las estrellas
que volverán a iluminar.
Se va y viene, de un lugar
a otro lugar, Joan Manuel,
el sur también existe.
Nos dejas estos mundos sutiles,
ingrávidos, gentiles
y serán nuestras pompas de jabón
al despertar cada mañana
y volver a la infancia,
como si el tiempo
nunca fuera a pasar.

Joan Manuel Serrat, quien acompañó nuestra juventud y madurez con sus canciones a la vida, felicidad, al amor, cotidianeidad, a las cosas simples, y supo apoyar las luchas sociales de nuestra América, comienza a despedirse de los escenarios públicos y lo hará con una gira final de un año, que partirá en el mes de abril del 2022 en Nueva York, lo llevará a América del Sur —su segunda casa— y retornará a Barcelona el 23 de diciembre, donde nació hace 77 años. El mismo Serrat ha dicho en diversas y recientes entrevistas que se despedirá en persona y que no lo hará el virus. Veinte o treinta canciones, sus verdaderos himnos, le acompañarán en esta gira, bajo el título: El vicio de cantar, 1965-2022.

Serrat, un poeta de nuestro tiempo y para todos los tiempos, sabe y cantó al sur, a ese sur que también existe, él, quien vivió exiliado del franquismo en México, conoce nuestra tierra y sus luchas.

 

La palabra ha sido

La palabra ha sido
mi mayor bendición,
perdición, razón
de ser y no ser.
Nada más que un signo
mal interpretado,
un verbo en desuso,
quizás, inevitable.

Rolando Gabrielli
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