
El acto de la escritura, su atmósfera, la construcción del poema, están asociados a cada uno de esos elementos donde finalmente interviene la palabra y son muy personales; responden definitivamente al oficio de cada autor. Pero no parece ser suficiente, porque la palabra no funciona como comodín, el as solitario o la pieza aislada del jaque mate. La varita mágica para alumbrar, revelar el poema, no está en ningún diccionario, manual, gramática, academia ni textos de alquimia. El poema no sabe que va a suceder, respira todo lo inefable que hay en él hasta la última palabra. Diseñar, trazar un poema como si fuera un plano arquitectónico o una fórmula matemática con sus respectivas incógnitas en búsqueda de la ecuación perfecta, tampoco es el camino de un texto. La emoción frente a la pizarra de un matemático que busca una fórmula perfecta puede ser una aproximación al acto poético, pero a mi entender no resuelve la magia de la construcción del poema.
El papel, la tinta y la pantalla son instrumentos de mi oficio, algo así como herramientas, materia prima, para crear la atmósfera necesaria del poema. El ocio placentero de este encuentro primario con el acto de la escritura se produce desde la primera palabra, reflexión, señal.
En esta ceremonia se articulan todos los recursos que le dan vida al poema, ni uno más, ni menos. La memoria como una esponja absorbe todos los presentes, las lecturas, las vivencias, palabras justas y necesarias que convierten al poema en esa pieza única, irrepetible, que sólo se imita a sí mismo. El poema tiene todas las respuestas que el lector podría buscar, interpretar, descifrar con sus lecturas. Un poema nunca termina en la imaginación del lector, su fuerza está en sus múltiples lecturas por un lector anónimo, desconocido.
La poesía apela a todos los recursos que tiene a mano, es servidora del lenguaje que transforma y de la época que interpreta, recrea e influye. Se debe al lenguaje de la tribu, a la comunidad que pertenece y le alimenta como una aldea de palabras vivas. Sin embargo, no tiene fronteras.
El poeta sabe que hay una búsqueda personal en correspondencia con una cierta soledad, comunión inevitable con la palabra. A solas, definitivamente se irá convirtiendo en diálogo y, una vez se instale el poema, se haga público, se sumarán voces y voces, en cada una de las estaciones donde el poema sea esperado para sus lecturas. La palabra es imagen de la realidad.
Al caer la tarde
Al caer la tarde el espejo es el mar
y todo alrededor su horizonte,
inmóvil, inasible.
Sin pensar en nada, ociosos,
convocados a ver morir en la orilla
las pequeñas olas en su vieja rutina,
pasar inadvertidos los bañistas frente al mar
y nosotros compartimos ese tiempo,
que consumimos sin ningún pensamiento especial,
que no sea el mar y sus olas en un mismo lugar.
Algunas aves cruzan ordenadas en fila india,
sobre un cielo despejado como un cristal.
Sin nostalgia, caminan mis pies
por la suave arena donde alguna vez,
en otro tiempo y lugar,
construí castillos,
sin príncipes ni reinas.
Poema constitucional
Qué tiempos son estos tiempos,
yo que recitaba a la Mistral,
piececitos de niño, azulosos de frío,
que os ven y no os cubren,
en la primaria de la Escuela 50.
Y muchos años después me encontraba
recitando Veinte poemas de amor
y una canción desesperada de Neruda.
Más tarde comencé a escribir
mis propios poemas con el corazón,
los amores y desamores,
la levadura inmortal de la poesía.
Ahora mi proyecto poético es constitucional,
echar abajo la democracia protegida
para unos pocos dueños del país
y leo que el mar territorial, el agua,
el aire, las playas, los humedales,
los campos geotérmicos, la atmósfera,
la montaña, las áreas protegidas,
los bosques nativos, el subsuelo,
serán bienes comunes territoriales
y todos los podrán disfrutar
en la loca geografía chilena
cuando se suscriba el nuevo pacto
entre chilenos y chilenas,
sin distinción de credos, clases,
ideologías o condición social,
como debe ser una nación,
plural, diversa, soberana,
verdaderamente libre y democrática.
Tiempos duros
Afloran como hongos
los tiempos duros,
la maleza en los trigales,
la guadaña y la cizaña
se desafían sonrientes.
Es un día espléndido,
soleado sobre el trigo,
por cosechar y las pacas,
en la orilla del camino,
esperan con esperanza,
mejores tiempos.
El madero
La perfección
no está en el madero
ni en las manos del artesano
o en la construcción
de su obra.
El atardecer es la hora
de la memoria
y de lo que viene,
en la luz de la oscuridad.
Nómade ha sido la palabra
Nómade ha sido la palabra,
errante, sin casa fija aparente,
de tribu en tribu la lengua,
se hizo sol, luna, estrella,
la noche que la resguarda
y trae sobre el papel
frente a mi ventana,
que es todo lo que veo
en las mañanas y es
libre de revelar o no
lo que hay dentro del silencio,
que escribe la única palabra,
la de la tribu.
Detrás de los opacos ventanales
Detrás de los opacos ventanales
hay un paisaje que nos mira,
el sol que refleja los cristales
sobre el apacible mar.
Quizás lo banal no desaparezca,
el oscuro comerciante no sacrifique
parte de sus ilegítimas ganancias
(en los templos se seguirá rezando),
son los tiempos de la opacidad
y del desencanto, de todo tipo
de transacciones en tierras libres
de impuestos, gravaciones fiscales flojas.
Qué maravilla como se amasa el porvenir,
para incautos viajeros que persiguen
alguna estrella fugaz.
Todo crece como mala hierba ignorada,
se pudre a su debido tiempo la sombra
a los pies de algún árbol y yo debo seguir
regando mi jardín para que no lo devore
el espejismo del porvenir.
Mi amigo Woody
Mi amigo Woody,
que no ha filmado ninguna película,
ni es icono del celuloide,
no creo haya visto Manhattan, Annie Hall
ni Hannah y sus hermanas,
en verdad vive en Los Ángeles,
ni sé si conoce Nueva York
o tiene algún interés siquiera
en descubrir a ese pequeño judío
de Brooklyn que encantó a mi generación,
con su metafísica y psicoanálisis,
comicidad existencial, la risa cotidiana,
el ego interior de la vida que no queremos ver,
todas las contradicciones freudianas
a la luz de sus monólogos, del cautivante
encanto del desacuerdo y sus derivados,
la suma de los absurdos esenciales, existenciales.
Su diván se paseaba ansioso por la pantalla
y nosotros disfrutábamos la terraza gris,
la azotea en blanco y negro
del romance en Manhattan.
Nuestro Woody tiene un raro aire
del Allen inesperado, de mirada fugaz,
sin compromiso con la realidad.
Nació en una ciudad
que el mapa del mundo ignora
y pareciera haber olvidado
antes de existir en su pequeña geografía.
Woody marchó al sur, volvió al centro
y ahora está en el norte, la tierra prometida
del cine, Hollywood, donde su homónimo
triunfó y siempre se sintió incómodo,
aun con el Oscar en la mano,
tres para ser precisos.
Llegó a llamarles banqueros criminales,
algo redundante, pero él no ha dejado
de ser un cómico, saxofonista, filoso libretista,
judío hipocondríaco, sin complejos, genial.
Su sello ha sido llevar a la pantalla
las relaciones neuróticas de la pareja humana,
con el fino humor de las contradicciones,
un psicólogo en las profundidades del ombligo,
ve la suerte más allá de la cintura cósmica
de todo ser humano que se siente una estrella
donde Hollywood las proyecta en el celuloide.
Un puente si es verdadero
Un puente,
si es verdadero
y tiene alguna
función, objetivo,
—unir dos puntos—,
no debe tener
principio ni fin.
Del carboncillo de mi mano
Del carboncillo de mi mano
naces en la página en blanco,
trazas la imagen de tu imagen
al despertar cada mañana
y estás donde debieras estar.
Dos obsesiones
Dos obsesiones,
tú y las palabras
más inefables.
El maestro dijo una vez
El maestro dijo una vez,
dio un sano consejo, subrayó,
ten cuidado con la egolatría,
no anida ni fecunda
un solo corazón,
carece de fronteras y límites,
galopa sin riendas,
crece como toda mala hierba,
abunda en los campos más fértiles
Una vez, un poeta caminando por Ítaca
se encontró con Homero y le preguntó:
¿por qué no me habías visto antes
si he pasado tantas veces frente a ti?
Esa misma pregunta se le repitió
casi treinta siglos después a Borges,
cuando paseaba por la plaza San Martín,
por sus calles preferidas de Buenos Aires,
con su bastón de laca,
frágil, flexible, casi invisible
como una rama de bambú,
uniendo a Oriente y Occidente,
ciegos aún en sus guerras.
Homero (según la leyenda), y Borges, nuestro contemporáneo, dos extraordinarios y singulares poetas, hoy clásicos, fueron ciegos, he ahí la metáfora del poema.
La Musa me pregunta
La Musa me pregunta,
no deja de interrogarme
en su más absoluto silencio,
por el poema que nunca escribiré
porque ella tiene,
la última palabra.
Ciclo otoñal
La hoja
cae,
silenciosa,
lentamente
y vuelve
a germinar
la tierra.
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