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A partir de Linhattan

miércoles 25 de mayo de 2022
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Enrique Lihn
En A partir de Manhattan, el escritor chileno Enrique Lihn no se limita a pasar su espejo por la ciudad y su gente, a convertir la historia en presente ni a transformarse en visita obsecuente.

Enrique Lihn, volví a revisar su poemario hace unos días, que escribió de Nueva York, A partir de Manhattan, en una visita como becario y viajero tardío, dijo alguna vez el autor de La pieza oscura, su libro mayor diría, sin querer podar el frondoso árbol de la poesía lihneana. No me sorprende la visión crítica del poeta chileno, nunca escribió desde la comodidad, que tiene de la Gran y pequeña manzana, a través de su foco de la mítica Manhattan de Woody Allen. Lihn vio de todo, desde la grandeza y el misterio hasta la descomposición, y en ese encantamiento del vacuo horror descompone su poesía. El autor de La pobre musiquilla de las pobres esferas, Poesía de paso, que es puente / de su historia y circunstancia / memoria, siempre memoria, se siente a sus anchas en su lenguaje críptico, a veces, quien parecía luchar contra su propio ventrílocuo interior. Lihn viajó a la ciudad de la libertad sin fin y se desplaza por sus calles, el subte, su atmósfera, con su inquietante palabra siempre, su mirada lúcida, desconcertante, auscultadora, y es un espectador de lo que ve y quizás no quisiera ver. Pero el poeta siempre se exige en la luz como en la oscuridad, nada el buzo urbano en la hostilidad del cemento, en la fantasía y crueldad social. No se limita a pasar su espejo por la ciudad y su gente, a convertir la historia en presente ni a transformarse en visita obsecuente. Siempre tuvo palabras para la belleza y lo grotesco, no escatimó verbos ni adjetivos. El elenco de la prostitución gasta su último centavo en maquillaje. Dios escupió y el hombre se hizo. Este Lihn es un sociólogo, psicólogo, cronista, antropólogo, un filósofo de su propio silencio, cartógrafo de su geografía personal, un viajero de la soledad de las palabras.

El subway fue una de las pasiones en este viaje, visita a Manhattan, porque allí nunca vio la misma cara dos veces en el río del subway. El poeta es una hoja de palabras que se lee a sí mismo y piensa que si el paraíso terrenal fuera así, igualmente ilegible, preferiría el infierno “al ruidoso país que nunca rompe su silencio, en Babel”. ¿Alguna sombra de Rimbaud en esta visión lihneana?

La televisión, el santuario familiar, Lihn la eleva a la adoración del fuego por los rebaños primitivos, la “antiséptica caja de Pandora” donde los hombres y mujeres son reducidos por el showman a su primera infancia. Detrás de tanta ilusión, para el poeta, está la realidad tal y como él la ve y describe.

Es muy hermoso el poema para su hija Andrea, una postal del juego de la oruga y la mariposa, porque ninguna de las dos podrá tocarse, ya que son extremos del mismo ser. La mariposa no recuerda que ha sido oruga y la oruga no puede adivinar que será mariposa. ¿Un gran sueño de las palabras?

Lihn siempre estaba detrás del espejo / se miraba a sí mismo con un tercer ojo / No lo creo, lo vi y no es todo / para un viajero de paso / como toda poesía que es historia / de sus circunstancias / memoria de su memoria.

A partir de Manhattan es más que Manhattan, están Monet, Eliot, Poe, Hopper, el lago Atitlán, Barcelona, Madrid, San Francisco, Texas, el horroroso Chile, Nueva York, la desolada, ausente presencia de Dios en esas catedrales vacías donde no hay huellas de la divinidad. Lihn pintaba con su ojo clínico las realidades que veía como artista plástico de cada una de las ciudades que visitaba y de las que retrataba sus múltiples cuadros. Su lienzo se extiende a la medida de sus viajes y visiones contenidas en su propia gama cromática.

La palabra hasta las últimas consecuencias, vociferante, excitada, se acopla y pierde el sentido, y su estilo es el vómito, nos dice Lihn en un poema que tituló con este último verso. Es fiel a como ve, no pocas veces, trata, el lenguaje, porque si pudiera se desprendería de él y viajaría al lugar donde no existen las palabras. Lihn se salió de su propia pintura cuando abandonó Bellas Artes, se hizo performancer, poeta, narrador, crítico literario, parodista, incursionó en sí mismo y asistió siempre a esa gran fiesta de palabra. Un gran conversador, opinador, acompañaba a su voz con el gesto de sus manos, siempre estaba en acción, nunca fue un mero observador ni rehuyó a la polémica. Formó un dúo inseparable con Nicanor Parra, sacaron juntos algunas castañas del fuego y animaron el horroroso Chile, permanecieron en la larga y angosta faja de tierra como dos personajes del cine mudo, no sólo con los clásicos letreritos de su admirado Chaplin.

 

Del epilogar

A partir de Linhattan

Linhattan fue un sobreviviente
del horroroso Chile,
el gran voyeur de las ciudades,
las revivió en el ojo interior,
de su propio paisaje, la palabra
sobre el lienzo de su pintura tan personal.
Tamara Kamenszain
nos cuenta de una de esas
pobres noches en Manhattan
que durmió en el piso
de su pequeño apartamento
y le relató que en el subway
quedó solo entre un grupo de negros
y que recurrió al oficio de sus performances,
desordenándose el cabello
para pasar por un hippie mulato.

Rolando Gabrielli

Rolando Gabrielli
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