
A la vera del río Sena,
Shakespeare and Company,
custodia la palabra
y la deja fluir por la memoria
de París.
Rolando Gabrielli
Sí, soy un romántico, indudablemente nostálgico, mi pasión debió ser tal vez escribir folletines en el siglo XIX, vivir de la memoria de mis amigos, lecturas, viajes de verano, dormir en buhardillas, escribir poemas en pequeñas libretas en la oscuridad de la noche y los días, para ser leídos por mi amada en este y otros mundos.
Quizás está nota sea rechazada por algún editor o comité; después de todo a James Joyce le ocurrió 33 veces con su Ulysses, calificado de obsceno, decadente, pornográfico, y poco faltó o sobró para estos y otros calificativos que han hecho historia en la estupidez editorial de su época.
Pero en toda historia hay héroes y villanos, y en este caso una heroína, hija de un padre protestante, inmigrante estadounidense, en el París de entreguerras, que reúne todas las características —para mi gusto— del riesgoso romance con una época, y quien se instaló con una librería que aún es leyenda y que tuvo el olfato, la visión, la gracia de los espíritus inteligentes, de publicar Ulysses del irlandés James Joyce, una obra ninguneada en toda la extensión de sus setecientas páginas maestras del siglo XX.
Joyce enfrentó el silencio de su época por esta novela que sólo narra un día de tres personas en Dublín.
Se trata de Sylvia Beach, norteamericana, escritora, librera, nacida en Baltimore, donde murió y está enterrado Edgar Allan Poe y todos sus maravillosos fantasmas. Joyce enfrentó el silencio de su época por esta novela que sólo narra un día de tres personas en Dublín, capital de Irlanda, una historia escrita en todos los estilos literarios conocidos en la primera mitad del siglo XX, además del monólogo interior joyceano (corriente de la conciencia). Publicar Ulysses era iniciar una nueva Odisea, no sólo por el contexto mismo de la obra, sino por el desprecio y ninguneo editorial ante una novela que erigía un nuevo altar al lenguaje, convirtiéndolo en un arma sensiblemente poderosa, prácticamente invencible para su autor.
El coraje de Sylvia Beach es envidiable, enfrentar a tanto ciego en la época del charlestón, cuando este ritmo, foxtrot, hacía furor en las pistas en aquellos tiempos. Traducir, primero, la ilegible letra de Joyce, y llevar sus borradores a la imprenta para no ser olvidados cien años después, era llegar a Ítaca y ver tejer a Penélope el último viaje de su héroe. Sí, ha pasado un siglo, y Ulysses sigue siendo la misteriosa y discutida obra que Sylvia Beach no dudó en dar a conocer al mundo sin mayor aspaviento.
Siempre vuelve a mi memoria una fotografía emblemática de nuestra heroína: Sylvia Beach y James Joyce en el pórtico de su famosa, mítica librería, nido protector de los artistas de la época, Shakespeare and Company. Allí también acudían Hemingway, Pound y Gide, entre otros. En la gráfica histórica, Joyce con su clásico bastón, sombrero, un dandy de su tiempo. El autor de París era una fiesta comparte la vitrina de la librería con su vendaje en la frente que nos recuerda al poeta Apollinaire.
También acudían a ese espacio de la cultura francesa los integrantes de la llamada “generación perdida”, Scott Fitzgerald, Elliot, Henry Miller, Beckett, Paul Valery y D. H. Lawrence. Pienso por estos días, desde un lugar donde casi no existen las librerías, en lo importantes que son, y de Shakespeare and Company qué se puede decir si reunía, convocaba, refugiaba a parte importante de la literatura occidental de principios del siglo XX, especialmente sajona y francesa. Por allí, años más tarde pasaron Cortázar y Ray Bradbury, entre otros, que visitaron otros planetas con la palabra.
Relatan los relatos, las crónicas cuentan, testigos algunos quizás dicen que allí dormían, escribían, veían cómo la vida transcurría y ellos también se convertirían en historia junto a sus formidables libros. Pero la heroína de esta historia es Sylvia Beach, cuyo coraje y principios no sólo fueron su amor, fidelidad hacia la escritura, la palabra, el libro, los escritores, sino que nunca renunció a su ética y valores como ciudadana de un mundo mejor. Sylvia rechazó la compra de un original por parte de un oficial nazi y fue enviada por seis meses a un campo de concentración. Una mujer, sin duda, valiente y con el olfato literario, el detector de mierda que recomendaba su amigo Hemingway a todo quien quisiera ser escritor. Esa recomendación sigue vigente y no requiere de mucha explicación.
Este año se cumplieron cien años, un siglo, de la pionera edición de Ulysses, y la obra sigue respirando con oxígeno propio, siendo discutida, criticada, admirada, a pesar de que fue calificada de tonta. Son muchos los nombres de una larga lista de autores reconocidos rechazados por las editoriales a lo largo de los tiempos. Borges, a quien no le hacía gracia la novela como género literario y nunca escribió una, leyó el Ulysses, y sobre Joyce lo dijo en un poema:
James Joyce
En un día del hombre están los días
del tiempo, desde aquel inconcebible
día inicial del tiempo, en que un terrible
Dios prefijó los días y agonías
hasta aquel otro en que el ubicuo río
del tiempo terrenal torne a su fuente,
que es lo Eterno, y se apague en el presente,
el futuro, el ayer, lo que ahora es mío.
Entre el alba y la noche está la historia
universal: Desde la noche veo
a mis pies los caminos del hebreo,
Cartago aniquilada, Infierno y Gloria.
Dame, Señor, coraje y alegría
para escalar la cumbre de este día.Jorge Luis Borges
Borges, aparentemente tan lógico, era un gran contradictorio de sí mismo. Lo traicionaron, al parecer, los espejos interiores, y como todo ser humano, existe uno público y otro privado. El autor de El hacedor dijo, entre otras cosas, según el Borges privadísimo que escribió su amigo, el escritor Bioy Casares: “Los libros de Joyce son una idiotez que permiten el comentario de los críticos”. Borges se confesó alguna vez que no pudo terminar de leer Ulysses y se lamentó de que Joyce escribiera extraordinarios poemas y no siguiera ese camino.
Entre tantas curiosidades y perplejidades que nos dejó el porteño universal, calificó a Joyce como uno de los escritores más extraordinarios de nuestro siglo.
Y para confirmar a nuestro querido Jorge Luis Borges, que hoy yace en Suiza al igual que Joyce, valgan sus propias palabras: “Si tuviera que perderse todo lo que se llama literatura moderna y hubiera que salvar dos libros, esos dos libros que podríamos elegir en todo el mundo serían en primer término el Ulysses y luego el Finnegans Wake, de Joyce”. Nada nuevo bajo el sol de Borges, una de cal y otra de arena. Entre tantas curiosidades y perplejidades que nos dejó el porteño universal, calificó a Joyce como uno de los escritores más extraordinarios de nuestro siglo y lo comparó con Shakespeare. Lo llegó a vincular con Hamlet. Borges habla de que Joyce era un maestro de los laberintos, algo peyorativamente quizás, pero lo asemejan a él, como algunas otras cosas que también le inquietaban.
Permítaseme especular, es lo mejor que podría hacer, Ulysses es un nuevo abecedario, un verbo frondoso que se expande desde el día que Sylvia Beach se atrevió a editarlo contra viento y marea. Para Borges las tres armas de Joyce fueron, como él mismo lo anunciara en su obra Retrato del artista adolescente: el silencio, el destierro y la astucia. Borges dijo muchas más cosas y también se endeudó literariamente con Joyce.
El irlandés no se llevó bien con Irlanda y en vida lo rechazaron, por decir algo. Fue duro con el catolicismo. Ulysses siguió censurado por décadas en Irlanda después de su primera edición. Pero nuestra heroína, como hemos dicho, es Sylvia Beach. En Chile acaban de editar Shakespeare and Company: memorias de una librería crucial del siglo XX (Ediciones de la Universidad Austral de Chile). Son las memorias de Sylvia Beach, donde relata su Odisea en París, un verdadero viaje iniciático por la literatura de su tiempo. Con los ahorros de su madre cumplió su gran sueño de establecerse en París con su famosa librería.
En una tumba el silencio hace historia
En una tumba el silencio hace historia
y puede llegar a caber en toda la extensión
del cuerpo, vivir finalmente,
la vida entera de un hombre.
La obra de este hombre,
que se conmemora y celebra
en su escritura centenaria,
es totalmente irlandesa
y desvela a no pocos lectores
a lo largo de su siglo
de existencia y penitencia.
Se ha dicho mucho y por años, nada,
puso a correr el verbo, tartamudear
las palabras en distintos idiomas,
las consonantes y las vocales
no tuvieron descanso,
ni se supo de dónde vinieron
y van.
La geografía de la palabra,
un vasto territorio nuevo,
esa inmensidad del lenguaje
cuando se hace continente,
que viene de la sangre, raíces
de una misma raíz,
la patria de la palabra,
tiene un nombre: Ulises
de James Joyce.(Rolando Gabrielli)
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