
Nunca he entendido la ferocidad de mis enemigos, algunos libreros, poetas de poca gloria y circunstancias, artistas al menudeo, agoreros de alguna pluma sin tinta, viciosos del plagio y zares del oportunismo. Incomprensible encontrarse en el camino con tantas piedras sólo para un par de zapatos. Me decía en los albores de esta subida al Everest sin oxígeno puesta como prueba, a qué se debe este entusiasmo por entorpecer la labor de otro, si no había escrito Cien años de soledad o Ficciones. Enemigos a la altura, en volumen, de García Márquez y Borges, es un vulgar chiste. No he dejado de escribir hasta que la tinta nos separe.
Este capítulo parecía no sólo cerrado, sino olvidado a sus propias miserias, atrapados todos en la inercia y silencio de la pandemia, pero en esta larga jornada de más de tres años de deambular de unos libros que dejé en una librería en Chile, los fantasmas del asombro sin verbo que excuse la banalidad del mercado y sus estrellas sin firmamento que les sostenga.
Supe que, en un principio de esta aventura tan iletrada, los dos libros dejados en concesión dormitaban en un pequeño estante distraídos lejos del alcance de cualquier lector o público interesado. Yo me había retirado de la librería con un oscuro presagio: el gerente me había asegurado que a él no le interesaba la poesía, seguramente un oficio menor en retirada. Pasó el tiempo, envié a un emisario a retirar los libros olvidados y siguió pasando el tiempo sin encontrar un lugar para ellos, a pesar de su contenido y presentación. (Siempre he pensado que el poema es forma y contenido y viceversa).
Cómo llegar a una librería en el siglo XXI sin fracasar en el intento.
En su peregrinaje en búsqueda de una librería, un lugar de asilo, descanso, Residencia en la tierra diría un nerudiano, sólo había una respuesta muy mistraliana: desolación, pura. Cómo llegar a una librería en el siglo XXI sin fracasar en el intento. Así fue como surgieron diversas alternativas por la ciudad mapochina, país al que se le bautizara de poetas. Una de las tesis argumentadas por el librero es que no se reciben libros que no sean ofertados por alguien que tenga un permiso para vender libros. Un requisito sine qua non. El mercado tiene sus principios y fines. Nadie debe estar por sobre él y su mano invisible que todo lo toca y acomoda.
Un librero recibe 40 por ciento de la venta del libro y el impuesto es de 19 por ciento. Un autor está dispuesto según el mercado a recibir las gracias.
Pero, en este ir y venir de librerías, visitas, citas, conversaciones, rechazos, portazos del mercado, desplantes, constatación de currículum, revisión de antecedentes, referencias (en estos tiempos de pudrición y corrupción los poetas pueden llegar a esconder un as bajo la manga y además marcarlo), los libreros son desconfiados, no tanto por el contenido de los libros que no leen, sino por lo que pudiera decir el mercado. Esa mano invisible es de terror, está en todas partes y no se ve; lo que es peor, sólo se siente. Yo recomiendo a los lectores, aunque sean hipócritas los lectores, nuestro prójimo y hermano a la vez, alejarse de las insanas, impúdicas, insolentes tentaciones del mercado.
Enrique Lihn es mi referente en cuanto a la manía, obsesión, pasión por escribir. Oscar Hahn, poeta chileno excepcional, grafica este actuar del autor de La pieza oscura: “No he conocido a nadie cuya vocación creadora fuera más poderosa ni más variada que la de Enrique Lihn: poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, actor pintor, dibujante y cineasta incipiente. En él la creatividad era una urgencia compulsiva”, agrega Hahn (me consta), “necesitaba mantenerse en movimiento como si tuviera las horas contadas”. Pero más importante me pareció que no sirvió a ningún poder y criticaba hasta lo que pisaban las suelas de sus zapatos.
En mi currículum que me piden los libreros podría agregar poesía, cuentos, una novela sin terminar, crónicas literarias alucinantes, ensayos, conferencias, un blog con más de 4.500 trabajos personales. Quizás no sea suficiente, periodista con algo más de cincuenta años de profesión. Un trabajo invisible como ghostwriter. Pero nada es suficiente para la estupidez del mercado.
El bambú es mi bosque secreto
El bambú
es mi bosque
secreto
y Tú estás
entre sus ramas,
siempre sonriendo.Rolando Gabrielli
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