
Noé Jitrik murió aquí al lado, en Colombia. Me entristeció cuando supe de su ACV, del cual no saldría más. Pensé: qué compromiso con la literatura, la palabra, la argentinidad, la vida creativa hasta el último minuto de su larga y fructífera existencia. Un valiente en medio de la tempestad global, este viejo moderno Quijote salió lanza en ristre: “Caballero soy armado, que corre el mundo para desfacer agravios y enderezar entuertos, y no podría sin esta mi lanza, en cuya punta está el hierro de la justicia, y sin esta espada que me sirve”.
Cayó en el campo de batalla de las ideas, era su oficio y no lo defraudó, como tampoco a sí mismo en su larga marcha por el compromiso, conocimiento y visión latinoamericanista. Nos deja, en ese sentido, una vasta y profunda obra, materia de consulta, historia, vigencia para las generaciones presentes y futuras. Poeta, novelista, cronista, crítico, doctor honoris causa de América Latina (México, Uruguay), ensayista. Un intelectual de excepción en Latinoamérica, prolífico, agudo, vigente, sin fronteras.
Lo conocí fugazmente en Panamá por medio de una entrevista que le hice a la salida de un foro sobre América Latina. Vivía como muchos intelectuales argentinos, chilenos, uruguayos, su exilio en México, y era un sobreviviente de la Triple A, un grupo terrorista paramilitar argentino dedicado a exterminar a los intelectuales en ese país. Superó las dos décadas más trágicas quizás de América Latina, la de los setenta y ochenta, años irrespirables, y fue un gran constructor del Arca allende las fronteras de Argentina.
Un indispensable, diría, Noé Jitrik, voraz lector, académico, lúcido.
Sencillo, tranquilo, apacible, estudioso, un escritor con ideas potentes, verticales, en movimiento y compromiso, y me parece estar viéndole en la fugacidad del oficio de periodista, sentados ambos, en el anonimato de esa mañana o atardecer, hablando de su trabajo, del encuentro, de América Latina, de esos días que formaron parte de nuestra generación y a los cuales no rehuyó. Un indispensable, diría, Noé Jitrik, voraz lector, académico, lúcido.
Era portador de un nombre bíblico, Noé, el del Arca y sus cuarenta días y noches, había superado un diluvio, después de todo, según cuentan las escrituras, salvando las especies del reino animal que subió en sendas parejas como una invitación al porvenir.
Noé Jitrik hizo historia no sólo en Argentina hasta el fin de sus días, sino que fue una voz muy importante durante su exilio en México y contribuyó a la expansión, crecimiento, potencialidad de las ciencias sociales en el país azteca, junto con otros intelectuales del Cono Sur. Esta fresca la tinta del exilio y Jitrik contribuyó notablemente con su inclaudicable mística, vocación, estilo, pasión, sensibilidad y compromiso. Lo cierto es que por aquí pasó Noé Jitrik, hizo un alto en sus días de exilio, su mochila estaba cargada de ideas, proyectos y compromisos que siempre cumplió. Me recuerda el paso también de otro notable argentino y colega, el periodista Gregorio Selser, quien escribió, entre tantos libros, Panamá: érase una vez un país pegado a un canal.
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