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Ideas traen ideas: la arquitectura es el futuro sin certeza

jueves 1 de diciembre de 2022
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Ideas traen ideas: la arquitectura es el futuro sin certeza, por Rolando Gabrielli
Aún tengo en la memoria esas mesas desordenadas de los arquitectos. John Dortmunder • Pixabay

Recuerdo que estaba en la oficina de una arquitecto buscando un enfoque para un artículo, todavía se usaba papel sketch para diseñar, existía en la mesa el desorden creativo de papeles, lápices, libretas, apuntes, porque lo primero es ir al lugar y tomar nota, dialogar con el sitio, trazar algunas líneas, rayar. Es un primer contacto e impacto, a no ser que sueñes lo que vas a diseñar y construir, lo que constituye un acto mágico poco probable y muy dejado al azar y la literatura. El escritor también se va llenando de la atmósfera de lo que va a escribir, toma apuntes, frases, palabras, escucha, escucha, ambienta, monologa y, sobre todo, dialoga con el entrevistado.

Igual que el arquitecto retorna a su mesa de trabajo y comienza a seleccionar contenidos, a revisar, analizar, pensar en el encabezado (lead) con el cual atrapará a su lector. Los primeros dibujos del arquitecto son importantes para endulzar a su cliente, deben llevar el rostro de la futura obra, la fachada, detalles interiores, familiarizarse con el “pedido”, “el deseo”, “el sueño”, la idea primigenia, que con los días irá reafirmándose con los cambios necesarios, su transformación propia del trabajo de diseño que tiene la última palabra más allá del primer esqueleto.

Arquitectura y literatura son un proceso, un conjunto de ideas que van armándose, tejiéndose, “diseñándose” y van tomando forma y contenido, hasta constituir una obra. Hace unos días una joven señora me preguntó qué debía hacer para escribir un libro, cuál es el secreto, fue realmente lo que me dijo. Se han escrito muchas recetas, consejos, manifiestos, existen talleres de la literatura donde se “aprende a escribir”, se tratan los temas relacionados con una obra, se revisan los escritos que se presentan, discuten, mejoran, limpian, pulen. Se han escrito libros sobre cómo aprender a escribir, existen normas, métodos, manuales con pelos y señales, existen clubes, etc. Observaba a la joven señora pidiendo salami, jamones y quesos y con la idea de escribir su autobiografía. Más cerca de los cuarenta que de los treinta, la futura escritora esperaba mi respuesta como si fuera una varita mágica: hágase un libro.

Aún tengo en la memoria esas mesas desordenadas de los arquitectos, si uno tomara esos papeles sketch y los estrujara saldría mucho sudor, lágrimas y, sobre todo, trabajo de horas y noches buscando el concepto, afinándolo, porque cada proyecto es un reto y un enigma en sí mismo. Exige atención exclusiva, pienso en los personajes de una obra, nada es casual ni improvisado, todo requiere el ejercicio del trabajo, la goma de borrar. Pensando en el pasado no tan lejano de las mesas, hoy todo está, se ha reducido a un ordenador, una pantalla, y los escritorios están limpios, asépticos prácticamente. Pareciera que ahí no estado nadie, y se esfumó el desorden, no hay evidencias, aparentemente. Existen algunos locos aún que siguen con el papel sketch, los lápices, los colores, punta fina, mediana, más gruesa. Es divertido ver aún ese tipo de trabajos que resultan ser más parecidos a un puzle que a otra cosa, pero siempre vinculados a la imaginación.

Literatura y arquitectura tienen una misma terminación, riman, ambas están englobadas por el arte.

Literatura y arquitectura tienen una misma terminación, riman, ambas están englobadas por el arte, requieren de oficio, están vinculadas a la historia y memoria de la humanidad, a los naufragios, ruinas, escombros, papiros quemados en bibliotecas, y a todos los abecedarios creados por Babel. Pero también están las huellas, vestigios, señales, rastros que conforman la historia que el hombre sigue construyendo hacia su breve eternidad.

Sólo pienso en las ruinas del Coliseo romano, después de todo, nos hablan de las arenas, espacios, gritos, palabras, donde los gladiadores divertían al emperador y a los súbditos de Roma a costa de sus vidas y nos heredaron, además, el pan y el circo hasta nuestros días. Son miles de años, no ha sido un tiempo perdido, sino recobrado cada vez que el hombre expresa su humanidad, para lo que en verdad debiera respirar y existir.

Las palabras en verdad no son infraestructuras de hierro, cemento y vidrio, son algo más, en verdad, es el lenguaje de la tribu, el verbo que nos sostiene y detrás de ellas están todos los hombres. Yo diría que ni todas las ciudades del mundo, las que ya existieron, existen y existirán, pueden compararse con el lenguaje, las palabras ni la poesía. Pero las ciudades reúnen nuestro espacio inventado y la naturaleza es el reino de la poesía, porque no tiene límites.

Estas cosas no se pueden ventilar tan fácilmente en un deli gourmet por más actuales que sean, quisiera haberle dicho a la señora cuarentona acerca de su ímpetu literario, su deseo irrefrenable de biografiarse, autorretratarse. Probablemente fui más vago de lo necesario, pero la pregunta la he recibido varias veces, y en verdad debiera estar acostumbrado, pero no, siento una cierta vergüenza ajena por una labor que considero algo personal y, por lo mismo, inexplicable.

Rolando Gabrielli
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