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Skármeta, desnudo en el tejado

miércoles 22 de marzo de 2023
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Antonio Skármeta
Un rumor en Internet dio por muerto a Skármeta, quien habría respondido: “Estoy vivito y coleando”.

Estaba en mi rutina de las mañanas caminando en el parque al lado de mi casa viendo cómo corrían dos gatos solos hacia el bosque y eché mano al bolsillo para sacar el celular y fotografiarlos. Son rápidos, pero alcancé a uno en la instantánea cuando se disponía a dejar el parque por una improvisada salida. Revisé de un vistazo si había llegado algo importante o interesante, y de pronto vi el retrato de mi profesor de Técnica de la Expresión en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, Antonio Skármeta, con el anuncio de que había fallecido a los 80 años.

Mi película mental recorrió diversos escenarios, mientras pensaba que cuando estudiábamos y escuchábamos en el salón de clases a nuestro profesor absolutamente informal, con una filosofía muy parecida al Club de los Poetas Muertos, siempre con entusiasmo, vitalidad, viviendo el carpe diem de cada instante. Me detuve un momento y pasaron las escenas más diversas como el tren bala que solo se detendrá en la última estación.

Skármeta, autor de El entusiasmo, un grupo de cuentos donde se siente y vive una atmósfera como si lleváramos dentro un dios y fuéramos invencibles, así impartía sus clases, sentado sobre la mesa del profesor que pasa a ser uno más de la clase. Había libertad, creatividad, aventura, que es esencial en la literatura, clave para quien estuviera dispuesto a incursionar en ese campo.

Recuerdo cuando nos leía un cuento emblemático del norteamericano J. D. Salinger, “Un día perfecto para el pez banana”, siempre expresivo, didáctico, minucioso, como un detective buscando las pruebas, hallazgos detrás de las palabras, un lenguaje con todos sus significados.

Alguno de los que estábamos allí podríamos haber pensado en alguna ocasión: ¿y por qué no podemos ser escritores también?

Pienso, ahora, más de medio siglo después, que alguno de los que estábamos allí podríamos haber pensado en alguna ocasión: ¿y por qué no podemos ser escritores también? Años después, quizás, ese fue el valor que le di a las clases de Técnica de la Expresión, donde también conocimos a otro escritor vital, como Hemingway, un creador de atmósferas formidable. Fue quien sentenció: un escritor debe tener un buen detector de mierda.

Qué resumen más preciso, vine a comprobar años después, cuando comienzas a respirar literatura, a vivir literatura, a rayar páginas, escuchar a otros que viajan con su propia brújula en una misma sintonía, a dormir con las palabras, escribir y escribir en cuadernos improvisados, papel, en la memoria, repasar una y otra vez lo que uno considera su propia historia literaria, vivir el carpe diem de la palabra.

Estoy viendo a Antonio Skármeta pasearse por los prados del Pedagógico, una noche de fiesta de mechones, esos malones con música, tragos, algo para picar y el gran entusiasmo de los participantes, contando su vida va de la a hasta la zeta, vaciando los sueños de un solo trago, publicando en el aire el porvenir de sus próximos días, destapando botellas de felicidad, ese tú a tú sin tiempo, ni orden de ninguna naturaleza, poniendo el cuerpo sin límites. Buceaba con su propio aliento y oxígeno en búsqueda de personajes tal vez, atmósferas, lenguaje, anécdotas, una historia, alimentando su propia mochila, porque la materia prima de un escritor está en todas partes. Es un sueño tal vez que provocamos al ingresar a un espacio y juntar después las voces en nuestra memoria.

La última vez que vi a Skármeta fue en Panamá. Me acerqué poco antes que iniciara su conferencia y le regalé mis dos libros. Fue todo como un disparo de un día de caza. Explosivo y veloz. Alcanzó a decir: “Qué bien impresos están”. No tuve tiempo de dedicárselos. Ahora lo hago con esta nota al voleo, porque me alegra mucho que la noticia de su muerte fuera fake news, uno más entre millones que circulan por el mundo y siembran las redes con la más estúpida de las maestrías. Supe que dijo, cuando se enteró, “estoy vivito y coleando”, y yo agregaría, desnudo en el tejado.

Rolando Gabrielli
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