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El duende oculto de la inteligencia artificial

viernes 28 de abril de 2023
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El duende oculto de la inteligencia artificial, por Rolando Gabrielli
Por ahora son suposiciones de una caja negra que comienza a agitar el mundo como un fantasma de algoritmos, códigos y datos, que también el azar ajusta por cuenta de nosotros en ese espacio inefable de las probabilidades.

No compartiré con una máquina, un robot, una inteligencia artificial (IA) —así llamada casi románticamente— un solo verso de un poema ni una palabra mecánica para la posteridad o alguna lectura casual en este siglo ni en los venideros. Mis compañeros de juego son los que forman parte de nuestra especie, parodiando al viejo Pound, que sí sabía que la literatura era el lenguaje cargado de sentido y las palabras no pasaban por el cedazo del artificio, ni de ninguna otra maquinaria en función, que no fuera la imaginación.

Neruda fue el poeta de la naturaleza, del amor, de la vida, de la vitalidad, del compromiso, de la pasión humana, y cómo puedo pensar que un montón de hierros, tuercas, alambres, ese puñado de algoritmos que piensan, que están pensando por nosotros, lograrán aproximarnos a las nostalgias existenciales del veinteañero Neftalí, cuando dice en “La canción desesperada”: “Abandonado como los muelles en el alba”, y en ese adiós que reafirma su condición de desamparo: “Es la hora de partir, oh abandonado”. Imágenes son imágenes, dijo un poeta, y me pregunto, ¿una IA podrá trasladarse algún día a ese estado donde la soledad se mira al espejo?

 

¿Una musa artificial para los poetas?

El joven Neftalí se dedicaba en su prima juventud universitaria a contemplar el crepúsculo de las tardes santiaguinas en la calle Maruri. Así nació su libro Crepusculario. Fueron sus ojos en esos atardeceres que le llevaron a escribir esos poemas, como “Farewell”, recitado hasta la saciedad. Un joven provinciano de diecinueve años decía: “Y la muerte del mundo cae sobre mi vida”. Eso somos, vida y muerte, como los ríos de Manrique que van a dar a la mar que es el morir.

Desde luego que la IA no se va a preocupar de estas nimiedades, pobres recursos del alma, quizás, aunque más de algún ocioso debe estar recurriendo a los oficios y favores de esta musa artificial del siglo XXI en un afán de superar a Shakespeare, el Dante o a la mismísima Safo. Sugiero que tendría más posibilidades quien solicitara los buenos oficios de la IA si frotara la lámpara de Aladino y le solicitara una nueva Comedia aún más Divina.

Hace unos días se desató, como era de esperar, un tsunami de escritores Chat GPT, para espanto del oficio.

(Los paréntesis son tan necesarios y explicativos. Debo decir que llevo días escribiendo, pensando en este artículo en medio de otras tantas actividades, y el tema se agita cada día como un coctel a punto de estallar y pienso que ya lo ha hecho. Va tan rápido todo, que cansa sólo decirlo. Hace unos días se desató, como era de esperar, un tsunami de escritores Chat GPT, para espanto del oficio, de quienes luchan contra el silencio de la página en blanco y borran y borran hasta sacar un verso de plata. La pasión no es el resultado del azar.)

Quizás como los antiguos griegos, que confiaron en el Oráculo de Delfos, en tiempos contemporáneos multitudes anónimas conectadas en su PC o celulares se inclinen poseídas ante el Chat GPT y le pregunten dónde está la piedra filosofal o el Santo Grial. Y soliciten, quizás, una revelación del contenido de la caja de Pandora.

Pienso en César Vallejo, quien nació cuando Dios estaba enfermo, sus dolores parisinos, humanísimos, confianza, digo, en su verbo, mas no en el adjetivo que, en vez de dar vida, mata (Huidobro). ¿Y eso lo sabrá la señorita, docta IA o AI? Por ahora son suposiciones de una caja negra que comienza a agitar el mundo como un fantasma de algoritmos, códigos y datos, que también el azar ajusta por cuenta de nosotros en ese espacio inefable de las probabilidades. En esa caja negra, que ya espantó a los expertos, probablemente un duende, oculto en esas sombras que la propia oscuridad nos recomendaría no transitar, tome sus propias decisiones ante nuestros propios ojos.

(Otro paréntesis, porque las cosas van ocurriendo a su manera, en el camino. Cuentan las noticias que a través del uso de la IA se encontró un nuevo planeta que el ojo humano había dejado pasar.)

El peruano, Vallejo, no le dio tregua al verbo, quería escribir y le salía espuma, se atollaba, estaba herido, se le habían puesto los húmeros a la mala y sentenciaba su partida definitiva, un jueves del cual ya tenía el recuerdo. Así sucedió. ¿Veía el futuro? París aún le debe una misa y nosotros sigamos leyéndolo, como un gesto humano, al humanísimo César.

 

¿Los poetas son un accidente gramatical?

Los poetas, que ya parecen un accidente gramatical en estos tiempos digitales, con la IA quizás viajen por abismos desconocidos para la palabra, fluyan en un mar de algoritmos sin saber quién apretó la última tecla y cómo se recogieron y armaron los versos, poemas, producto de ese azar de dados rocambolesco, cuyo autor puede llegar a ser tan falso como desconocido, o lo que es peor, fraudulento. Ni hablar de las simulaciones de imágenes y del pirateo de canciones, mezclas de letras de autores, pillaje digital auspiciado por la IA, que después de todo no es la culpable, porque detrás de ella está la mente humana. Shakespeare dijo, hace unos siglos, que la vida era un cuento sin sentido contada por un idiota. Recuerdo haber escuchado por primera vez esa frase a Jorge Teillier, poeta chileno, que acuñaba estas frases y sentencias esculpidas en roca.

Quizás como los viejos filósofos, hoy distraídos en la memoria de estos tiempos, debamos preguntarnos si habrá una nueva poesía a partir de la IA, otro tipo de arte, donde el hombre no tenga arte ni parte. Es lo que se ve venir como un tornado, porque en un mar agitado de predicciones, fatalismo inquietante, la certeza sobre las cosas y lo que ocurrirá ha perdido vigencia.

 

Los expertos, que abundan, ya cuantifican las ganancias a ojo de buen cubero que arrojará la IA en favor de las empresas.

Un tsunami llamado Chat GPT

¿La cajita viene a ficcionarnos la vida y los sueños? Son tantas las afirmaciones de un mundo mejor, más fácil, al alcance de un Tik Tok, como las advertencias, de ese STOP rojo y en mayúsculas que aparece de pronto en una zona desconocida a la cual no debiéramos acceder. En este mundo de asombro, que pareciera lanzarnos por un tobogán a las galaxias, sucede lo real, como esa gota de agua que se desprende detrás de un ventanal un día de lluvia y sabemos que es porque la estamos viendo. Los expertos, que abundan, ya cuantifican las ganancias a ojo de buen cubero que arrojará la IA en favor de las empresas. Son billones de dos dígitos para empezar y el zorro ya ni sabe cuántas gallinas hay en el gallinero. ¿Son tiempos fabulosos o de fábula?

El New York Times, en uno de sus artículos de opinión, ha calificado el ambiente de esta época de ominoso, es decir, execrable, algo así como un tiempo odioso reinante en la tierra. Tiempos de naufragio, diría un capitán de corbeta en una mar océano encrespada, sin puerto a la vista. Y, más allá de una descripción “apocalíptica” sobre la economía, la guerra, los conflictos sobre la mesa, que advierte el diario neoyorquino, surge el tema que mantiene entre el delirio y el suspenso a los gigantes de la IA. “Y los vertiginosos avances de la inteligencia artificial están planteando preocupaciones serias sobre el riesgo de una catástrofe mundial provocada por la inteligencia artificial”, subraya el periódico norteamericano.

Stephen Hawking, reconocido físico inglés, advirtió hace unos años que “los esfuerzos por crear máquinas inteligentes representan una amenaza para la humanidad”. Según Hawking, “los seres humanos son seres limitados por su lenta evolución biológica; no podrán competir con las máquinas”, sentenció.

El artículo del New York Times pareciera escrito por Hawking cuando refleja el pensamiento de muchos jóvenes de que “la humanidad está condenada y el futuro es aterrador”. A la vera del camino, que no es el mismo, también el diario se refiere a los “profetas del progreso”, quienes afirman que estamos mejorando. El periódico no escatima palabras ni esfuerzo por intentar identificar el estado del planeta, su rumbo, el grosor de su densa atmósfera reinante. (Creo que he cometido un error de principiante al no advertir el tenor del título del artículo de Spencer Platt, para más o menos orientarnos en este laberinto pantanoso en que pareciéramos encontrarnos: “Tenemos dos visiones del futuro, y ambas son aterradoras”).

 

Nadie puede saber qué ocurrirá

Es cierto que el cambio climático nos puede poner la firma de los dinosaurios o que esos tufillos agrios, escarceos nucleares ad portas con inclusión de algunos redobles de tambores en distintas áreas, zonas del planeta, amén de cuanta miseria humana ocupe su espacio vital y mortal, admite que no pasamos por los mejores tiempos. Tal vez en un reality show alguien se preguntaría quién pondrá la cereza al pastel. El diccionario, algunos medios, personajes influyentes, gurúes, se las arreglan para pronosticar, calificar, definir y trazar rutas a los nuevos tiempos. Bécquer, el poeta, nos orientaría con sus famosos versos: “Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar”. El bardo, a nuestro entender y época, quiere decir, a poner las barbas en remojo, hay nubarrones en el horizonte. Vivimos entre dos mundos, apunta el periódico: el viejo que agoniza y el nuevo que lucha por nacer. Algunos piensan que las crisis son para administrarlas, otros dicen que son para crecer. “Y los vertiginosos avances en inteligencia artificial están planteando preocupaciones serias sobre el riesgo de una catástrofe mundial provocada por la inteligencia artificial”, puntualiza el diario de Nueva York.

El New York Times usa una palabra poco corriente, pero exacta en su significado, liminalidad.

El mundo, los grandes poderes fácticos, nos han ido acostumbrando a convivir con el precipicio y nos extienden una invitación a contemplar el morboso placer oculto de los abismos. El New York Times usa una palabra poco corriente, pero exacta en su significado, liminalidad, para referirse a en qué punto estamos realmente ubicados en el mapa existencial del planeta. No es otro que estar en ningún lugar. Estamos en el umbral de algo que está por irse y otro por llegar.

El New York Times zanja sus variopintas opiniones, como si fuéramos en una montaña rusa sin conductor, con una frase comodín propia de un espadachín: “La verdad es que nadie puede saber qué ocurrirá”.

Larry Fink, el hombre más poderoso de la bolsa mundial, se pronunció hace unos días como un libretista de Hollywood y advirtió que el planeta está en transición y las transiciones son aterradoras, desordenadas.

Así las cosas, El Apocalipsis pareciera ser  / una luz en el horizonte / y los hombres llenos de miedo / cavan sus búnkeres y los llenan de golosinas / para esperar el porvenir / una película que se filma bajo tierra /  para mayor claridad de los nuevos tiempos / y de los topos que horadan /  casi en un silencio sepulcral / una salida hacia el abismo.

El tiempo no se mueve / nosotros giramos alrededor del sol / en verdad volvemos al punto muerto / tropezar con la misma vieja y dura piedra / Y nos hacemos las preguntas que buscan una respuesta / ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos? / ¿Para qué queremos saber, si el vértigo toma el control / de la manera más inesperada?

Es mejor no aterrarnos antes de tiempo con la IA, no agregar más leña al fuego del pánico y no permitir que nos paseen en una carroza antes de nuestro sepelio. No seamos optimistas irresponsables, pero tampoco nos comportemos como ni nos transformemos en el quinto jinete del Apocalipsis, porque para eso están los cuervos de siempre, que al descuidarnos nos sacarán los ojos.

 

El fantasma de la desinformación intoxica a la humanidad

El pie ya está en el acelerador, se ha avanzado y al mismo tiempo hecho un alto para revisar errores, riesgos y vicios, con el propósito de corregirlos, especialmente en Chat GPT, la herramienta estrella de la IA que la ha hecho tan cotidiana en su uso diario. Una de las cosas que parecieras ser importantes no sólo es contar con una tecnología, sino saber qué hacer con ella. Lo que todos sabemos es que la IA está con nosotros y dependerá de nuestras capacidades su uso, tanto de las personas como de las empresas y gobiernos. Hay mucha tela para cortar, se ha abierto un campo inédito de incalculables consecuencias aún para la productividad de algunas actividades y para el destino de ciertas profesiones. Desaparecerán algunos, como ha ocurrido con saltos tecnológicos anteriores, y surgirán otros con nuevas proyecciones. El temor nunca ha permitido avanzar, pero el exceso de confianza, un optimismo no orientado hacia la realidad, también trae costos adicionales, frustraciones y puede crear escenarios ficticios.

Hace unos días las empresas promotoras del Chat GPT se han dado un plazo de seis meses para hacer unos ajustes.

El tema tiene muchas puntas, aristas, pros, contras y está en el tapete, suspendido en una burbuja que ya explotó y lanzó un primer aviso de que algunas experiencias no están dando los resultados esperados. Hace unos días las empresas promotoras del Chat GPT se han dado un plazo de seis meses para hacer unos ajustes; luego de tanto tirar los dados, el azar no encuentra todas las respuestas.

Hay un tiempo de espera también para una revisión ética, seguramente una legislación, algunas reglas para su uso, pero más para su abuso. Algunos se preparan para una revolución en toda regla y sentidos. Se espera tanto de la IA que a otros asusta. Un artista no puede apostar a que una máquina piense por él, que tome las decisiones sobre su trabajo, que se transforme en una especie de alter ego y que ocupe finalmente el lugar de su cerebro y termine reemplazándolo. Convivir con una IA requerirá de un aprendizaje, adaptación, entender si estamos ante una nueva frontera del conocimiento a través de estas máquinas y cómo utilizarlas en favor de nuestro crecimiento y desarrollo humano. El fantasma de la desinformación está intoxicando a la humanidad, a los jóvenes, que debieran venir con ideas nuevas, frescas, para irrumpir un presente que está muy cerca del umbral de la nada, y crear un futuro lleno de esperanza.

Rolando Gabrielli
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