
Después de todo, inevitablemente nos desplazamos y formamos parte del espacio que ocupamos diariamente y hasta el final de nuestros días. La arquitectura y la naturaleza están presentes en nuestras vidas. Quizás, dependiendo donde vivamos, el cemento, el vidrio, el acero y la fealdad que acompaña a algunas ciudades, tengan en nosotros una mayor influencia que un bosque, una alameda, o cuanto nos representa la naturaleza desde una ventana. El paisaje se está restringiendo a las vistas desde un rascacielos, a otros edificios aledaños, o a retazos propios del urbanismo que ha atrapado a algunas ciudades con sus descuidadas intervenciones segregacionistas. Una vista al mar infinito es un lujo en nuestro tiempo, permite disfrutar una atmósfera más allá del espacio que le es posible a una casa o apartamento a la deriva del hormigón.
El paisaje nos vuelve a mirar
Algunas ciudades parecieran querer volver a convivir con el medio ambiente, recuperarlo y dar paso al paisaje que se han devorado literalmente hablando, inclusive recuperar los ríos enfermos que arrastran la desidia humana por su propio hábitat. Pienso en la limpieza e higiene de los gatos, cómo se bañan con su lengua a la luz de una mañana en un portal de una casa del vecindario, mientras el plástico inunda los ríos y las latas de Coca-Cola circundan las alcantarillas.
El hombre contemporáneo no pareciera sólo habitar, ocupar el espacio en una ciudad cualquiera, sino adueñarse de sus raíces y del oxígeno, hasta agotar un lugar o convertirlo en un sitio tóxico, donde se ve envuelta toda una comunidad que va adquiriendo el color, olor, la mirada deshabitada de un barrio. Fundan un sitio eriazo, devastado por la indolencia de los lugareños y el municipio que permanece indiferente a los nuevos retos de la sociedad.
No pareciera existir, a veces, una preocupación mínima de la importancia del espacio público para la salud de las personas y de quienes se desplazan por el lugar, a pesar de las lecciones de la pandemia que nos obligó a un encierro y a desconfiar del contacto personal.
La arquitectura interviene el espacio para otorgarle funcionalidad.
El espacio nos habita
El espacio es todo para la arquitectura. ¿Y para nosotros? Somos los usuarios. No es una mera frase, ni una fantasía en el ejercicio profesional de la disciplina. La arquitectura suele atender las necesidades del hombre en cualquier espacio y lugar donde viva y ejerza alguna actividad, pero se requiere más trabajo comunitario y un compromiso permanente.
La arquitectura interviene el espacio para otorgarle funcionalidad, armonía, crear bienestar al usuario, resolver sus necesidades, hacer posible transformar un sueño en realidad y que una edificación sea disfrutada por una familia o la comunidad a plenitud.
Podríamos decir que el espacio es un juego de azar y posibilidades, más amplio o restringido, de múltiples usos, siempre en el centro, la razón de ser de un proyecto. El espacio es la materia prima del arquitecto y de cada uno de los proyectos, cuyo objetivo, propósito, es mejorar la calidad de vida de sus usuarios y del entorno público. Es el diseño justamente el que hace la diferencia de un proyecto. La arquitectura seguirá siendo el espacio que ella habita con sus herramientas: imaginación y tecnologías.
¿El espacio es nada, el diseño es todo?
El sitio, el lugar, el espacio, es donde el arquitecto comienza a dialogar con el proyecto y pone a prueba todos sus sentidos. El diseño aún está en la imaginación, es un simple esbozo, un plan incipiente, algo totalmente nuevo, que se transformará en una obra y finalmente existirá una historia. Se habrá convertido en un espacio habitable o para su disfrute.
Se puede decir también que el espacio es nada, según Geoffrey Scott, una mera negación de lo sólido. En cambio el diseño es todo, porque hace posible que ese espacio adquiera vida, una personalidad propia y, sobre todo, se convierta en algo habitable y útil.
Pero debemos convenir en que, para que haya diseño, es necesario que exista un espacio, y nos referimos a la arquitectura, porque el diseño habita más allá de la imaginación.
El diseño siempre ha estado vinculado a la filosofía, los gustos, las tendencias de cada época. La reciente pandemia otorgó un valor singular al diseño de interiores quizás nunca antes experimentado con tal prominencia. Antes de este período especial que nos confinó literalmente, los espacios eran preferentemente lineales, limpios, delicados. Actualmente, las siluetas curvas son tendencia global y ello se debe a que el ser humano considera más seguros esos espacios.
El diseño busca priorizar el mayor bienestar posible del usuario.
El espacio del siglo XXI
En la actualidad, el diseño busca priorizar el mayor bienestar posible del usuario, tanto en lo físico como en lo mental y emocional. Son espacios para promover optimismo, alegría, fluidez, felicidad. Un flujo libre donde se establezca armonía y una atmósfera que permita y cree una sensación de serenidad.
El espacio es tan flexible como las necesidades que se requieran resolver a disponibilidad de multiusos. El bienestar del usuario siempre será prioridad. Lo esencial es crear un lugar que permita el trabajo colaborativo, comunitario, esencialmente flexible. Nos referimos al espacio del siglo XXI, siempre adaptable, dúctil y de alguna manera maleable, de acuerdo a las exigencias y requerimientos de los usos.
Cuando decimos que el espacio es todo, no es una mera frase o exageración de tal afirmación. Un edificio no sólo es una fachada por más armónica que sea con su entorno, porque su diseño, creación, es para “encerrar un espacio”. Espacio y forma van de la mano y son múltiples y enigmáticas las características que puede adoptar en cuanto a dimensión y utilidad. El espacio sólo con una ambientación de luz puede transformarse en otro espacio, aunque conserve su tamaño.
El espacio nos mira desde su interior
Un espacio interior tiene una mayor capacidad, la facultad de estimularnos, provocar quizás, producir una suerte de chispa emocional mayor que la parte exterior de una edificación, porque de alguna manera nos guía a explorarlo, a asumirlo dentro de nuestras sensaciones y atmósfera visual.
El espacio es movimiento, nos conduce, hace fluir en su interior, porque tiene una dinámica que nos insta a movilizarnos, recorrerlo, que es una manera de apropiarnos de todo cuanto nos ofrece y hace parte de nosotros mismos.
Todo espacio es una experiencia en sí mismo y nosotros participamos de ella experimentándola, asimilándola como una acción emocional que mueve y motiva nuestros sentidos.
El espacio interior tiene esa capacidad única de explotar nuestros sentidos, permitirnos viajar, ser parte de una aventura de la imaginación asociada íntimamente a la experiencia que estamos viviendo al recorrerlo.
El espacio interior es tan personal como nuestra propia biografía, tiene unas huellas digitales únicas, un perfil irrepetible como las sensaciones que nos motiva ese lugar, único, intransferible solo para nuestra propia experiencia.
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