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La poesía es mi maestra

lunes 20 de noviembre de 2023
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La poesía es mi maestra, por Rolando Gabrielli
El poema seguirá siendo una semilla humana vital, un verdadero habitante de la Tierra.

La poesía es mi maestra y, por años, una musa, reencantó mi corazón. Ella descubrió en mí el arte de la poesía, un viejo oficio algo olvidado, quizás pasado de moda, pero, a veces, uno suele llevar el lenguaje en la sangre. Pareciera una canción, el principio de este relato, pero la poesía apuesta a sí misma y después no espera nada más que el lector aventure en las palabras, en ese silencioso ruido que agita los sentidos, porque “el verso cae al alma como el pasto al rocío”.

Finalmente, no hay escapatoria. La palabra es lo más vivo y poderoso que tenemos, oxígeno del diario vivir. Las palabras fundan, trazan un camino, no hay obstáculo que las convierta en invisibles, inútiles, innecesarias, aun después de dichas en las más difíciles circunstancias, imponen también su silencio. En suma, no somos más que nuestras propias palabras. Todo poema es una aventura personal, intransferible, única, tiene tantas lecturas como lectores, y este viaje se inicia cuando el poeta comienza a reflexionar sobre una experiencia de vida, un sueño, un paisaje, un amor, todo lo que la memoria ha transformado en recuerdos y retrotrae al presente, y siempre quedará un espacio para el futuro. La vanguardia de lo desconocido es una formidable visión más allá de nuestros límites, una explicación de lo inexplicable. La muerte, quizás, sea la que escriba el último poema, con su más grande y definitivo silencio, que abarca un tiempo infinito, pentagrama de lo imposible y, por qué no, de lo nuevo. La poesía, mientras exista un ser humano en la Tierra, contará con un relevo. (Hubo un tiempo que me tocó vivir, no debo olvidarlo, que la poesía pasó a ser un objeto peligroso, un instrumento de comunicación que solía alterar el orden y la paz social de acuerdo con el dictador. Insólito, pero real).

La poesía es mi maestra y no la voy a sentar en mis piernas como Rimbaud lo hizo con la belleza para insultarla. Tampoco renegaré de ella como Lihn, en un poema sobre Rimbaud, aunque después afirmara: porque escribí porque escribí estoy vivo. Todos tenemos derecho a rectificar, ser contradictorios y, también, equivocarnos. Sólo nosotros podemos responder por lo que somos o creemos ser y podríamos haber sido. Que cada lector relea el poema y, bajo su propia experiencia, emoción, se responsabilice de su versión, y en la intimidad pública de su acción, suscriba un pacto con el texto.

Las palabras son las que mejor interpretan el silencio y dicen en verdad lo que piensan, siempre y cuando sean libres. Somos la contradicción del río de Heráclito y nos volvemos a bañar dos veces o las que sean necesarias con las mismas palabras. No robaré versos como señala el título de un magnífico libro (Versos robados) de Óscar Hahn, aunque somos la suma de todos los libros de poesía leídos a lo largo de nuestras vidas. Me es difícil no pensar en Trakl, cuando en mi memoria asoma el otoño de todos los Trakl que he acumulado a lo largo de mi vida con la lectura de su accidentada historia y ejemplares obras. Han pasado muchas palabras, autores y libros, bajo el puente de la poesía, que, para felicidad de sus lectores, el río de tantas palabras no cesará de fluir hasta que el último humano forme una familia con una inteligencia artificial y vivan su mundo en el metaverso.

Con tanta máquina, robótica, programas, algoritmos girando dentro de nuestras cabezas, desayunando con ellos, almorzando, durmiendo la siesta, encontrándonos antes de que la noche caiga en su oscuridad, y en medio de todo esto, el misterio y la manipulación de nuestras vidas, el poema seguirá siendo una semilla humana vital, un verdadero habitante de la Tierra.

Es difícil olvidar a todos nuestros compañeros de viaje, de juego, como diría Pound, en el lúdico quehacer de la poesía. Olvidar a Panero sería imperdonable; agregar más locura a un mundo fuera de borda siempre es posible. La poesía es también el rostro de Antonin Artaud, su cabeza desordenada en ebullición y búsqueda de sí mismo. Ernesto Cardenal, en su archipiélago de Solentiname, lleno de sabiduría y magia, y nosotros en el Pedagógico de la Universidad de Chile, recitando sus poemas en nuestra cofradía invisible. Por esos predios, donde practicábamos sin saberlo, quizás, el carpe diem, y se paseaba Parra como Sócrates por su casa con sus discípulos y también en una soledad reflexiva meditaba, ser o no ser. Teillier se dejaba caer de vez en cuando, como las pasajeras hojas de otoño, y sus pasos parecían no tocar la tierra. Eran tiempos totales de poesía, porque todo lo demás era la realidad. En nuestras mochilas cabían más autores, de aquí y de allá, Vallejo arrastrando desde la serranía un verbo nuevo, cautivamente, profundo y asumiendo sus miserias en París con total grandeza. Todos los surrealistas podíamos leerlos con Breton comiéndonos una naranja al mediodía. El menú de nuestros días era la poesía, Eliot viajaba con nosotros en el Támesis, un día gris, absolutamente único e irrepetible. Nos decía el poeta inglés que el mundo no acababa con un estallido sino con un murmullo. Octavio Paz tocaba para nosotros El arco y la lira, nos llenaba con sus ideas brillantes acerca del poema y la poesía, el acto de crear. Éramos jóvenes puros, idealistas, esponjas del verbo y la palabra, absorbíamos el abecedario de la a hasta la zeta. En poesía todo es posible, inclusive el silencio que espera pacientemente y crea una atmósfera sobre la página en blanco. Era una suerte de estado feliz para un grupo de vagabundos solitarios.

La historia social, los grandes eventos, esos que conmueven a toda una sociedad hasta sus cimientos, inclusive sepultan ideales auténticos, necesarios, que arrastran, conmociona a una comunidad, son materia prima de la poesía, hechos que interpreta y convierte en suyos, en la intimidad de un puñado de palabras que adquieren un sentido único. Neruda, De Rokha, Maiakovski, Whitman, Vallejo, Cardenal, Miguel Hernández, Gelman, Gonzalo Rojas, Dalton, Pepe Cuevas, Zurita, Lihn, Elvira Hernández, Carmen Berenguer, etc. Todo poeta vive en una sociedad, algunos más que otros, toman nota de los hechos más puntuales; Picasso, con el Guernica, sentenció a los agresores de la España republicana. Hay muchas maneras, expresiones artísticas, que retratan un período de la historia y definen un tiempo por sus luces y sombras. La historia también está plagada de silencios, de ausencias vergonzosas, de crímenes imperdonables. Theodor Adorno dijo textualmente: “Escribir poesía después de Auschwitz es una barbaridad y eso afecta también a la conciencia de por qué hoy se ha hecho imposible escribir poemas”. La poesía continuó su viaje, afortunadamente; una parálisis hubiese sido fatal. La historia humana está plagada de crímenes de guerra, masacres en muchas partes del mundo. Hoy tenemos una en curso en la franja de Gaza, un genocidio en toda forma, de acuerdo con agencias internacionales. Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, el Gulag, Afganistán, Irak, Libia, Siria, por citar algunos ejemplos, muy frescos en la memoria de la humanidad, se suman al horror. La poesía seguirá su camino, porque alude a la condición humana, la belleza, el amor, la historia humana aquí en la Tierra. Caracteriza, en definitiva, a nuestra especie.

En estos últimos veinticinco años, para no ir otros veinticinco años más atrás y más, he vagado entre el mundo digital y la palabra impresa, en un mar de lectores anónimos. Siempre me aguardará una página en blanco como al poema que no se ha escrito. Yo dejaré mis cinco sentidos en cada una de las páginas que sólo puedo adivinar que están dispuestas para mí, en el amanecer de sus días y noches, seguiré mi aprendizaje como el rodar de una piedra en búsqueda de su camino y destino.

Escribimos por placer, por sed de aventura, compromiso con nuestra especie, que no siempre se compromete con la sociedad, comunidad, tribu, y suele alejarse de su horizonte más cercano, como si viajara en un arca por el solo interés de sobrevivir a su propio diluvio con sus cuarenta noches de aprendiz de Noé. Una especie que devora a sus semejantes y no es tinta lo que tiene precisamente en sus manos, sino sangre. Qué viejo oficio tan encantador, podrían decir algunos cursis, si no deja de hablar del amor, la luna, la vida, las pequeñas cosas, del hombre y la mujer, de todo cuanto le ocurre al ser humano en cualquier época, porque siempre ha estado y estará presente, como el pan, el aceite o el vinagre sobre la mesa o un buen vino.

No sucederán muchas cosas, como suele ocurrir a lo largo de una vida, y siempre habrá quien intente descifrar el alma de las cosas, interpretar los desafiantes vientos de la vida, buscará como una aguja en el pajar el poema de su vida, aquella palabra que dice exactamente lo que convoca, queremos expresar, revelar, sentir. La memoria seguirá siendo arbitraria, faltan muchos nombres, ellos saben que han estado presente en mis días cotidianos, mesa de oscuras noches, y que forman parte de mis lecturas: García Lorca, Borges, Quevedo, Eliseo Diego, Rolando Cárdenas, Char, Millán, Barquero, Brecht, Donne, Villon, Baudelaire, Apollinaire, Michaux, Dylan Thomas, Verlaine, Rosamel del Valle, etc.

Sólo sé que, en alguna parte de este pentagrama, está Lezama Lima, con su habano, pensando en alguna metáfora que lo una al mundo que sabía construir desde la retórica de su silencio en clave barroca.

El hombre, que descubrió el fuego en el año 7.000 a.C., no cesa de seguir ardiendo en su propia llama. La poesía es apenas una pequeña luz incierta en la penumbra que seguirá abriendo nuevos caminos.

 

Del epilogar

Mientras escribo y pienso en la palabra pienso, el mundo gira en su propia órbita y los humanos realizan sus oficios, viven a su manera y semejanza de sus actos. El planeta azul, qué bello color, camina sobre sus propios abismos y la guerra no es precisamente un poema, es el horror, tan viejo como la breve historia del hombre. Cuando una joven poeta muere bajo las bombas, creo que debemos hacer un alto y detenernos antes del abismo, sin caernos.

La poeta palestina Heba Abu Nada murió a los 32 años durante los bombardeos de Israel sobre la franja de Gaza, me informa un post internacional. Abu Nada era poeta, activista por los derechos de la mujer y palestina. El 20 de octubre de 2023, murió durante un ataque aéreo disparado por la Fuerza Aérea de Israel contra su casa durante la respuesta israelí a la operación Inundación de Al-Aqsa. Autora además de la novela El oxígeno no es para los muertos, colaboraba con Wikipedia. Poco antes de morir escribió unos versos premonitorios y desgarradores: “La noche en la ciudad oscura, excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires. Buenas noches”.

La poesía, la auténtica poesía, tiene esa capacidad de tocar y sensibilizar todos los sentidos del ser humano, cuando éste no ha dejado de ser humano. ¿La poeta se estaba despidiendo? No sabemos, pero sabía que vivía al borde del abismo; Gaza, su pequeña ciudad, donde aún habitaban sus sueños y esperanzas, había recibido casi un cuarto de las capacidades letales, según fuentes internacionales, del poder explosivo de las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki. Bajo esas nubes de polvo mortal escribió su último poema y dijo veinticuatro horas antes de morir, según reportan algunas agencias en Internet: “Si morimos, sepan que estamos satisfechos y firmes, y digan al mundo, en nuestro nombre, que somos personas justas / del lado de la verdad”.

 

Cuando un poema

Cuando un poema
se da vueltas
en sus propias
palabras y las que
no encuentra,
divaga sin rumbo
(y sucede a menudo),
digo, dale su tiempo,
déjalo respirar,
sólo él sabe
cuándo se convertirá
en poema.

 

Un poema

Un poema
es algo íntimo,
la voz más personal
del silencio,
dueño
de cuanto
diga.

 

Oh, poesía

Oh, poesía,
no te duermas
en los laureles,
los sueños están
plagados de buenas
y oscuras intenciones
y las palabras
en la sombra, son la luz
que un túnel espera
al amanecer.

 

Carta viajera

En la soledad de mi casa, que naufraga a orillas de la selva,
el trópico, su flora y fauna, son mis guías cuando la Tierra
pareciera perder oxígeno y vigencia para los seres humanos,
que más que habitarla, sueñan con un amanecer
en Marte o algún otro planeta
que tenga una posibilidad de sobrevivencia o un paisaje
semejante quizás al mejor recuerdo vivido en la Tierra.
Desde mi pequeña casa visitada por ocasionales agutíes,
bandadas de pájaros que viven volando alrededor del viento
y de sus nidos que son el futuro de su especie,
me detengo a observar el cielo inmutable con sus estrellas
detrás de las lluvias torrenciales que dejan espacio para pequeños
actos solitarios en la oscuridad de la noche que pone un poco
de calma a estos días agitados que dan vuelta el mundo.
El tiempo —me digo-. nos atravesará algún día la vida a todos.
¿Qué habrá al otro lado de lo desconocido?,
siempre surge esa pregunta en alguna hora del tiempo
y de la vida, que puedes ser tú o algún desconocido.
En las horas muertas que dispone el atardecer en nuestras vidas,
sigo el recorrido curioso, veloz y artístico de una ardilla
que comparte conmigo el ocio y la calma que nos brinda el paisaje,
que sigo disfrutando más allá de los viajes espaciales
y las muestras que nos traen los astronautas y cosmonautas
de sitios en los que jamás alcanzaremos a poner un pie,
como si fueran nuestra nueva Tierra.

 

Bárbaros

Me pregunto
y no puedo
estar tan seguro
de la respuesta.
¿Los bárbaros
son ellos
o nosotros?
¿Quién tiró
la primera bomba?

 

El hombre roba el oro

El hombre
roba el oro
a la Tierra.
La Tierra
convierte en polvo
el cuerpo del hombre.
Arriba, las estrellas,
siguen brillando,
el hombre no puede
alcanzarlas.
Su mundo pareciera
tan pequeño
y su codicia
abarca todo
el universo,
que quisiera poseer.

 

La escritura busca

La escritura busca
sus propias
palabras.
Se reescribe,
si es necesario,
plagia, inclusive
y perpetúa
el silencio
indignado
de su postrera
palabra.

 

La soledad del silencio

La soledad es un bicho mudo,
sordo y tuerto,
no mira por dónde va,
no sabe con quién está.

 

2

La soledad del mundo
es esta pequeña geografía
aplastada
por el silencio
de la humanidad
cada día.

 

3

La soledad
acumula escombros,
pequeños muertos
bajo el silencio
de las piedras.
Nadie dice nada
que no se haya dicho,
la muerte abre
sepulturas a su paso,
la bestia anda suelta
cerca de la mano de su amo,
rabiosa la perra con rabia.
Me pregunto
si el silencio
no ha tenido
demasiado tiempo
la palabra.

 

La muerte está de moda

La muerte está de moda
y no se sonroja de matar,
asesina, le gritan,
va oscura, silenciosa,
segura de sí misma,
sin compasión
cumple su tarea.
Se ha engolosinado
con una pequeña franja
de tierra muerta de hambre,
de sed, de justicia.

 

La libertad deja volar

La libertad
deja volar
el pájaro
y nadar
al pez.
El hombre
esclaviza al hombre,
le pone grilletes
a sus pies,
amordaza su boca,
quema libros
que no debe leer.
El hombre censura,
mata por matar,
destierra, exilia,
roba el alma
al cuerpo,
la libertad.

 

La palabra pulsada

Aquí está pulsada la palabra,
en su misma cuerda,
Instrumento de dioses,
pasiones e instintos humanos.
Todo ocurre dentro del poema.

 

La pintura me mira

La pintura me mira
y yo le cierro un ojo,
siento que me pide más atención
en los detalles y hago lo que puedo,
absorto me quedo mudo,
con el silencio del pintor
sobre el lienzo que no deja
de mirarnos.

 

Sobrevivientes

Amigas, amigos,
queridos lectores,
no divulguen estas palabras,
mírense al espejo,
hemos sobrevivido.

 

Una sombra puede contener

Una sombra puede contener un cuerpo
en toda su integridad, cubrirlo con su oscuridad,
rodearlo y no dejar de ser fiel a su contenido,
ni a lo que verdaderamente representa
en el vacío silencioso que el cuerpo
ha confiado en ella como su protegido.
Su oficio puede ser,
es, totalmente espontáneo,
suele pasar desapercibido
como una luz oscura que la refleja,
finalmente, de alguna manera.

 

La palabra se expresa

La palabra se expresa
a partir del silencio,
vacila, cavila, intuye
un camino no siempre
de rosas, sino de más
silencio frente a un muro
y como la enredadera
asciende y se libera.

Rolando Gabrielli
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