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Mi carro y yo
(Donde un hijo deja de serlo para mostrar problemas estomacales en el carburador)

martes 12 de abril de 2016
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“Conductores de Venezuela”, de Pedro León Zapata (fragmento). Mural en la Universidad Central de Venezuela

1

Fallecido el temor de que el año pasado finalmente ya lo es, o al revés aunque no importe, vamos a llegamos a este 2016 con saludos: unos fríos, otros cálidos, con besitos sinceros y otros no tanto, pero también con alborozo por los resultados que obtendremos, y mientras esto escampaba en el espíritu de lo que ya sabemos nos tocará a partir de la última campanada, oigo este diálogo:

—¿Cómo recibiste el año?

—Bien, vale, en familia.

—Como debe ser. Ah, ¿y el carro, cómo está?

El venezolano que conduce un vehículo sabe que tiene que sufrir las consecuencias de sus malestares y enfermedades, toda vez que tener un carro es peor que criar a un muchacho.

—Muy bien, pana. Tiene unos amortiguadores de primera. Y le puse unos pisos que ni te digo, aunque tuve que llevárselo a Pepe, el mecánico, porque se le presentó de repente una crisis en el carburador.

Por supuesto, mientras despachaba el primer café del año en la panadería de cualquier esquina de Maracay, recordé la sabrosa lectura de un texto de Manuel Caballero, quien se marchó repentinamente a otro espacio a finales del año 2010, sobre el humor autóctono: “Si el venezolano rechaza en este terreno cualquier asomo de duda es porque la actitud que tiene frente al automóvil no es la de dueño, sino la de siervo, no es la de dominador, sino la de sumiso”.

Pero la conversación de los dos recién amanecidos del año asoma otro terreno: el del padre que está feliz con su bebé porque ya dice papá, pero se resiente a veces con un malestar estomacal manifestado en unas deposiciones harto fétidas, tanto que “tuve que llevarlo al pediatra”.

 

2

Por este camino empedrado del carretón, nos quedaron las ruedas en el imaginario. Hoy, cuando ese imaginario pertenece a los museos, el venezolano que conduce un vehículo sabe que tiene que sufrir las consecuencias de sus malestares y enfermedades, toda vez que tener un carro es peor que criar a un muchacho.

—Sí, claro. Tú crías el carajito, y así crece, y si te sale bueno, hasta te ayuda. De pequeño, la leche, los pañales, el médico, la escuela, bueno…

—Mire, compadre, es que es más sacrificado tener carro. No sólo debes cuidarlo de los ladrones, por lo que tienes que pagar estacionamiento. Llevarlo a la peluquería, que es el autolavado. Al mecánico, que es el médico. Y hasta asegurarlo, por si acaso ocurre que se lo lleve en calidad de préstamo un ratero de esos que abundan. El seguro para el carro es más caro que el de la familia.

Pero, dice este cronista trasnochado luego de los palitraques de antenoche, lo compran, lo usan y hasta abandonan a los hijos por el carro. La parejería del venezolano es tan intacta luego de la guerra de Independencia, que creemos que Bolívar resucitó y nos liberará definitivamente de los sufrimientos de los progenitores de los carros.

—¿Cómo está el carro, hermanazo?

—¡Coño, vale, yo no manejo!

—Está bien, pana, ¿y los chamos?

—Esos andan por allí, de carro en carro.

—¿Manejan?

—No, qué va, se la pasan echándole carros a la familia.

—¡Ah, qué bueno!

 

3

Quien oye la última expresión se queda callado y se va bien largo al mismísimo, ya saben, para no entrar en conflicto con las leyes. “Es que hay tanto conductor bruto”. Eso dice el reglamento, muchos se vuelven bestias cuando manejan. “Y todo depende del tipo de vehículo. Si es gandola, es peor. El menos animal es el que conduce un carro pequeño. No ves que no pueden enfrentarse a un autobusero, generalmente armado con una cabilla para ‘defender’ su espacio”.

Sin ánimo de comenzar el año atacando a los amables chóferes de los colectivos, nos sometemos a este delicioso diálogo:

—¡No, primate, el bebesote no quiso arrancar ayer, y eso que le mandé a hacer un tatuaje en la carrocería y hasta le hice poner un sonido pa’ los vallenatos y cumbias!

—Eso te pasa por consentir demasiado a ese muchacho.

—¿Y qué quieres que haga? Me da de comer. Tengo que consentirlo.

Bien, aquí volvemos a empatarnos con Manuel Caballero:

“La religión del automóvil y la religión bolivariana pueden ser ahora complementarias, así como para los cristianos el Nuevo Testamento completa al Antiguo. Pero si las dos religiones hubieran de enfrentarse —o la una hubiera de perseguir sañudamente a la primera, como han hecho con los judíos los cristianos de todo pelo— no estamos muy seguros de que la bolivariana se imponga”.

Desde aquí, desde el carro que me lleva a la casa, noto un hipo en el motor.

—Tiene una falla —le digo al taxista.

—Sí, acidez estomacal. Es que hasta la gasolina se le pone piche.

Alberto Hernández

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