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Chico Buarque de Hollanda: Construcción

lunes 30 de mayo de 2016
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Chico Buarque de Hollanda

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Brasil no es un país. Es una desmesura, un incendio. Brasil es este siglo rural y cosmopolita. Indianista, romántico y modernista desde 1920, Brasil es el riesgo animoso de su poesía y sus canciones.

Los textos se salen de la música y se leen en la melodía de su contenido.

Carlos Drummond de Andrade, Murilo Mendes, Joâo Cabral de Melo Neto, referencias en las que se funda una rica tradición literaria que aún sostiene en la actual escritura donde la magia se consigue en cada recodo de ese gran espacio cultural.

Chico Buarque de Hollanda, el de la “pluma malandra”, certifica su presencia musical en los textos celebrados por toda una generación.

Construcción (La Liebre Libre) es una recopilación traducida por Eduardo Estévez. Los textos se salen de la música y se leen en la melodía de su contenido. La década de los 80 reveló a los artistas de “conciencia”, aquellos nacidos del movimiento “Tropicalista”, el mismo que sufrió los rigores de las dictaduras militares.

Por allí, por ese estrecho camino, somos testigos de “O qué será (A flor de terra)”, esa vertiginosa expresión de la “Opera de malandro”.

 

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Mucha de la poesía escrita en Brasil va de la mano con la música que se canta y se sueña. Asido de la voz de ese Brasil encabritado, Buarque de Hollanda toca a Cabral de Melo, el nordestito, como el Guimarães Rosa en su sorprendente “Grande Serton: Veredas”, para hacer escena y actuación argumental.

Por eso nos sentimos después en Gal Costa, María Bethania, María Creuza y Toquinho, sólo para mencionar a los que más se allegan a la carne y al espíritu. Brasil es capaz de asomar un muy comercial y atrayente Roberto Carlos, que remeda el corazón de muchos que han trovado, alzado la voz y el polvo de la selva para recrear incendios místicos en preguntas y silencios.

 

Construcción recoge ese encanto con cicatrices, en el que aún se ven el Brasil de hace días y el que se advierte en los sueños de mañana: el hombre es la noticia.

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Amó aquella vez como si fuese la última
Besó a su mujer como si fuese la última
y a cada uno de sus hijos como si fuese único…,

a cada verso le dio la fuerza hasta que

Agonizó en el medio del paseo público
murió a contramano interrumpiendo el tránsito,

y también el sábado, un hombre cotidiano, el de todos los días, el que empina la cerveza y deja el codo en la mesa, y sorbe la música como “si fuese un príncipe”.

Chico Buarque es un trovador urbano tejido por la selva del Mato Grosso, por las lianas de un lenguaje sólo posible en una región donde los artistas lograron combinar géneros, los distintos lenguajes del día y de la noche.

Construcción recoge ese encanto con cicatrices, en el que aún se ven el Brasil de hace días y el que se advierte en los sueños de mañana: el hombre es la noticia.

Este artista, abierto a todas las manifestaciones, tiene en su haber “Morte e vida severina”, “Quando o carnaval chega”, “O saltimbancos”, “Balandro”, “Dança da meia-lua”, “Gota d’agua”, trabajos donde el cine, el teatro y los espectáculos para niños se multiplican para merecerlo como uno de los creadores más importantes de ese lugar llamado Brasil, esa desmesura que lentamente se pierde en la selva y se hace urbana. Un país de construcción sin pasado heroico.

Un país amasado con los ídolos de hoy, con la poesía y la música otra donde nadie queda ausente.

El largo monólogo de Guimarães Rosa también está en la inquieta exploración de Chico Buarque. Sus personajes advierten una “opción ética”, como dice Antonio Cândido, “sertanista” por universal. Ambos representan un solo idioma, el de la arcadia de aquel buen salvaje hoy invadido por el concreto y los gritos en una habitación desordenada por el amor y la muerte.

Alberto Hernández

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