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Rumores, de Jacobo Penzo

lunes 27 de junio de 2016
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“Rumores”, de Jacobo Penzo1

Encara el lector un libro que cuenta. Es un poemario que relata, que desliza el sonido de las palabras y las convierte en imágenes visuales, en fotografías. El relato de cada poema, vale decir, contiene la tensión de quien ha sido sometido por la información. Aquí nos leemos en noticias, en personajes de todos los ámbitos, épocas y oficios. En un poemario para consultar a quien el poeta nombra y convierte en personaje.

Jacobo Penzo, el autor de este libro, luego de su experiencia cinematográfica y narrativa, ahora nos conduce por unas páginas que redondean su pasión por las letras.

Pero relatar no sólo arma un argumento. No; quien relata hace que las palabras nos hagan ser simulación de un poema, sí, de un poema que favorece la memoria, que indaga en el sujeto que ahora —ante nuestros ojos— dejó de ser noticia para ser parte de una aventura estética, de un riesgo literario que a la larga es —precisamente— el logro de toda obra.

Rumores (Editorial Eclepsidra, Colección Vitrales de Alejandría, Caracas, 2014) es una de esas lecturas que se dejan un tiempo para transformarse en instantes diarios: cada poema merece su tiempo, su rato indagatorio, su relámpago para hacerlo parte de la memoria, parte de nuestros dislocados intentos por escapar de nosotros mismos. Pero es más: Rumores se aproxima a nuestro ánimo y nos descubre biografías, detalles de esos que anduvieron o andan por allí como sombras, fantasmas o simples rumores y que al final constituyen el paquete de la cultura. Nos descubre en medio de una tragedia o de una ebullición inadvertida.

He aquí entonces que Jacobo Penzo, el autor de este libro, luego de su experiencia cinematográfica y narrativa, ahora nos conduce por unas páginas que redondean su pasión por las letras. Es una poesía que hace del hoy una noticia: el poema como crónica que le quita la máscara a la crueldad, al miedo, a lo detestable. Es una crónica donde el poema ejecuta y cercena el cuello de aquellos que hicieron del mundo un estercolero. Pero también es una crónica feliz en la que reinan personajes que nos han construido, que nos han amasado en su afán civilizatorio.

En fin, este libro de Jacobo Penzo es un compendio temático que nos reta.

 

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Por estas páginas pasan Goethe, Joyce, Dylan Thomas, Hemingway, Churchill, Hitler, Freud, Dios y Sara, Abraham, Isaac, Kennedy, Kruschev, Pol Pot, Camus, Sartre, Darwin, Brecht, Herzog, Kafka, Dante, Eliot, Cayo Julio César, algunos apóstoles bíblicos, Marx, Esquilo, Ulises, Atreo, Borges, Matisse, Wittgenstein, entre otros, quienes conforman un gran cuadro, la armazón de esta invención poética de Penzo. Poemas donde los personajes se desnudan o son desnudados. Personajes que muestran su genio o sus maldades. Personajes convertidos en objetos de poesía como referencias para alistar las palabras y hacerlas armas. Diacronía y sincronía: la voz viaja en un tiempo que pierde los puntos cardinales de sus significados.

 

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En una “Versión del mal”, leemos:

El renombrado criminal de guerra frente a la cámara / Una voz fuera de campo lo interroga / Cómo pudo asesinar con tal saña / Niños inocentes muchachas y ancianas indefensas / Un silencio prolongado es su respuesta / No hay manera de explicarnos / Las razones de su crueldad demente. / / Cuando Dante descendió al último círculo del infierno / No encontró al ser ominoso que invade nuestras pesadillas / Ni pesuña de macho cabrío ni deformado rostro humano / Ni larga cola peluda ni garras ni colmillos / Ni imagen ni remembranza de una cara de un ojo / No hay nada concebible por humano en el mal absoluto / No existe forma que pueda configurar la perversidad suprema / Ni palabra que logre traducir el gélido e insondable vacío.

El poema se vacía completo en el lector. No carece de fisuras para dejar escapar a quien con nombre propio comete los actos más terribles contra el ser humano, contra su semejante. Cada poema de este libro aborda, en unos casos, la mirada de quien ha construido un universo para la vida. En otros, la perversión, el dolor, la tortura, la crueldad, el abuso de poder han desfigurado la imagen de quien los enfrentaba. Los borraba de un mapa que hoy tiene otros linderos.

 

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Retratos de la barbarie, del dolor, de la persecución, de aquella guerra que ha marcado a toda una cultura. Una guerra que aún suena en nuestros oídos. Una guerra que, como toda guerra, es una estupidez, pero había que enfrentar al asesino, a Hitler, por ejemplo, quien marcó con hierro candente la piel de la humanidad.

Jacobo Penzo nos saca del ensimismamiento de la realidad actual para ubicarnos en la realidad de una actualidad que estuvo en el presente y hoy nos rasguña los cinco sentidos.

El poema, entonces, se asoma a una época, toma la fecha, se convierte en acusación, en denuncia, en palabras bien trazadas, esta vez sobre la piel sensible de la memoria.

Dicen que en una escuela secundaria en Linz / Fueron condiscípulos el joven Ludwig Wittgenstein / Y el adolescente Adolf Hitler / Al menos en esta foto de grupo se les ve a ambos / No están cerca ni se aproximan / Pero seguramente en algún momento / Cruzaron sus miradas / Qué habrá visto uno en el fondo de los ojos del otro / Los dos extremos de la especie / El pensador y el asesino de masas / En simetría absoluta / El filósofo y el genocida.

La poesía se sirve de la historia para descubrirla, para determinarla, para terminar de hacerla, de quitarle el carácter libresco y mostrar el carácter humano de sus protagonistas. La poesía es un rumor que corroe el tiempo, lo hace posible entre imágenes y sonidos.

Con estos poemas, Jacobo Penzo nos saca del ensimismamiento de la realidad actual para ubicarnos en la realidad de una actualidad que estuvo en el presente y hoy nos rasguña los cinco sentidos hasta hacernos parte de una ficción dolosa y dolorosa: somos esa ficción, tan real que se confunde con una herida abierta. El poema es el cuchillo que termina de abrir la carne de la víctima.

 

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Pasado y presente. La reflexión será la misma. El futuro es sólo una raya lejana. Pero siempre habrá quien se lleve por delante esa frontera, esa línea que apenas divisamos. En “El destructor”, Penzo nos coloca frente a estos versos:

Quizás para aludir a su propia ceguera / Borges narra una historia en que el mundo se borra / Ingeniero del verbo construye una ciudad / Le otorga minaretes palacios almenares / Sin olvidar detalle la puebla de individuos / Entre ellos un sabio que intenta imaginar / Lo que jamás ha visto y le es inconcebible / Inesperadamente surge una gran catástrofe / Sin razón aparente la ciudad se hace polvo / Una mano invisible borra palacios almenas minaretes / El aposento donde el sabio permanece en claustro / También se desvanece como por arte de magia / Y finalmente Averroes también vuelve a la nada / Según nos dice Borges para nuestra sorpresa / Porque en ese momento “no cree más en él” / Y en ese diminuto y breve apocalipsis / Para el perplejo Averroes ficticio / Borges es un demiurgo un destructor un dios.

Somos lectores y desde estas páginas dejamos de serlo para convertirnos en sombras, en borraduras, en sujetos ambulantes, en un espacio cronológico. En ese tempo que nos hace insuficientes, parte de un verso que habrá de nombrar a quienes seguirán siendo trozos de la memoria, rumores de cualquier hora.

Alberto Hernández

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